Aunque la raíz inmediata de la ideología de género se coloca en el contexto de la cuestión femenina, su más profunda motivación debe buscarse en la tentativa de la persona humana de liberarse de sus condicionamientos biológicos y en último término, de su naturaleza, tal como Dios la creó.
Toda la antropología cristiana tiene su base y punto de partida en los tres primeros capítulos del Génesis. En ellos aparece claramente una verdad revelada: el hombre fue creado por Dios con una naturaleza determinada y concreta; naturaleza hecha a imagen y semejanza de Dios. La humanidad se articula pues, desde su origen, sobre lo femenino y lo masculino, que son así revelados como pertenecientes ontológicamente a la creación y al ser del hombre.
Algunos conceptos básicos sobre la identidad sexual
Los especialistas distinguen tres aspectos entrelazados entre sí en la identidad sexual de la persona. Estos tres aspectos son: el sexo biológico, el sexo psicológico y el sexo sociológico. Es decir estos tres aspectos no son comportamientos estancos, porque en el hombre y en la mujer existe una profunda unidad e interdependencia entre las dimensiones corporales, psíquicas y espirituales.
- El sexo biológico viene principalmente determinado por los cromosomas XX en la mujer y XY en el varón. Estas bases biológicas intervienen profundamente en el organismo, como se ve en las diferencias estructurales, hormonales y funcionales del cerebro masculino y el femenino.
- El sexo psicológico son las vivencias psíquicas como varón o como mujer. Esa conciencia psicológica se suele formar a los dos o tres años y coincide habitualmente con el sexo biológico, aunque haya excepciones a causa de la educación que se haya recibido.
- El sexo social o civil es la percepción del sexo por el entorno. En esto hay muchos cambios, ya que esa percepción social es fruto de procesos históricos y culturales: hace unos siglos no se concebía que una mujer fuera militar, por ejemplo.
El concepto de la ideología de género
Según esta ideología, no existiría una identificación entre sexo genético y el ser hombre o mujer, sino que más bien habría que decir que es el mismo ser humano quien va determinando su “género” acorde con los deseos e inclinaciones de su voluntad. Los defensores de la ideología de género sostienen que no existe una naturaleza humana que haga a unos seres humanos, varones y a otros, mujeres.
Esta ideología defiende que las diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos.
Esta ideología siempre habla de género y nunca de sexo porque para ellos, el término sexo hace referencia a la naturaleza, e implica dos posibilidades: varón o mujer; que son las únicas posibilidades derivadas de la dicotomía sexual biológica. Mientras que el término género procede de la lingüística y permite muchas variaciones: masculino, femenino, neutro….
Según Judith Butler, defensora de esta ideología: “El género es una construcción cultural; por consiguiente, no es el resultado causal del sexo, ni tan aparentemente fijo como el sexo”[1].
Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras. En consecuencia varón y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino. Esta ideología afirma que no existen sexos, sólo roles: orientaciones sexuales que son cambiantes a lo largo de la vida de la persona.
El Papa Benedicto XVI a lo largo de varios discursos y escritos, dijo al respecto:
“La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo…
En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre —como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios— queda finalmente degradado en la esencia de su ser…
En esa perspectiva de un hombre privado de su alma y, por tanto, de una relación personal con el Creador, todo lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, cada experimento resulta aceptable, cada política demográfica consentida, cada manipulación legitimada”[2]
El concepto de identidad de género es una invención ideológica carente de fundamentación empírica, tal como probaremos más adelante.
Los precedentes de la ideología de género
Si hacemos marcha atrás y revisamos un poco la historia de los últimos doscientos años, encontraremos a filósofos y pensadores como Rousseau y Sartre, que en cierto modo son los que establecen las bases filosóficas que luego se desarrollarán en la ideología de género.
El filósofo J. Rousseau (s. XVIII), con la visión del “natural salvaje”, presenta al ser humano natural como inocente y asexuado. Lo mejor es no intervenir en su desarrollo ni con estrategias educativas ni con presiones sociales. La naturaleza se instruye a sí misma y solo hay que dejar que cada uno, naturalmente, se vaya desarrollando. Todo lo que venga de ese modo ha de ser bienvenido. La libertad es dejar que suceda lo que naturalmente tenga que suceder.
J. P. Sartre (s. XX), al señalar que la existencia precede a la esencia, deja abierto el camino para que el “yo” pueda ser el constructor de sí mismo determinando qué experiencias vivir. El ser humano no se debe a nadie ni a nada, está arrojado en su existencia y sus acciones brotan de una libertad que se vive como una condena. La persona está antes y más allá de sus acciones, y por tanto sus acciones tampoco son, en último término, definitorias. La esencia como realidad natural que se recibe no impone nada, pues la existencia le precede. Si la esencia precediera a la existencia, el ser humano debería, de alguna forma, atender a esa esencia y dejaría de ser libre. En Sartre, con lo dicho, una malentendida defensa de la libertad le lleva a la renuncia de la esencia.
Ya más cercano a nosotros tenemos a Simone de Beauvoir (1908-1986), en cuya obra, El segundo sexo (1949), (con una enorme difusión en la sociedad del momento y en los movimientos feministas de los años setenta), mantenía de forma radical, que la mujer no nace, sino que se hace. Sobre la base de un feminismo igualitarista las mujeres renunciaron a su esencia, negando radicalmente la existencia de una feminidad o de ciertos rasgos femeninos innatos.
Los movimientos feministas preceden históricamente a la ideología de género, y aun siendo cosas muy distintas, aquéllos son la base sociológica que crea el humus adecuado para que esta surja.
Las feministas igualitaristas (al estilo Simone de Beauvoir) lograron que la sociedad asumiera la idea de que trabajar en casa, ser buena esposa y madre era atentatorio contra la dignidad de la mujer, algo humillante que la degradaba, esclavizaba e impedía desarrollarse en plenitud. Y que, para ser una mujer moderna era preciso previamente liberarse del yugo de la feminidad, en especial, de la maternidad, entendida como un signo de represión y subordinación: la tiranía de la procreación. De este modo, se generaba cierto desprecio hacia las mujeres que trabajaban en su casa o cuidaban de sus hijos, las cuales resultaban estigmatizadas, considerándolas poco atractivas o interesantes y nada productivas para la sociedad; frente a aquellas otras mujeres que renunciaban a la maternidad o al cuidado personalizado de sus vástagos desde sus primeros días de vida, las cuales aparecían ante la opinión pública como heroínas, auténticas mujeres modernas, que lejos de esclavizarse perdiendo el tiempo en la atención a sus retoños, se entregaban plenamente a su profesión, por la que lo sacrificaban todo, lo que las liberaba y convertía en estereotipos de la emancipación femenina.
Leyes como la del aborto o la ley de igualdad, mediante la utilización de términos contradictorios, como la “salud reproductiva”, referida paradójicamente a las técnicas tendentes a evitar la reproducción a toda costa, fueron expuestas a la sociedad como la fórmula justa para liberar a la mujer y favorecer su desarrollo personal y profesional, cuando realmente lo que consiguieron fue su autodestrucción, afectando a su esencia y dignidad de manera irreversible. Como resultado de esto, muchas mujeres tendieron a ocultar su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto humillante y adoptaron una postura cuasi masculina simulando ser agresivas y competitivas en sus trabajos, yendo en último término en contra de sus verdaderos deseos.
Muchas mujeres se esforzaron por cumplir sus funciones exactamente como un hombre; y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hizo valer y surgieron las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la frustración e infelicidad, porque, la feminidad luchaba por salir. Como afirmaba García Morente: “ser mujer lo es todo para la mujer; es profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón, con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición femenina”.
Por vez primera el movimiento feminista iba contra sí mismo, contra su propia razón de ser, y se desnortaba autolesionando a las mujeres a las que en un principio defendió. La mujer asumió de forma espontánea, y sin queja alguna, que los roles masculinos eran los justos y oportunos, que debía imitarlos para lograr la igualdad y adoptando un comportamiento y, en ocasiones, un aspecto varonil, se traicionó a sí misma, sacrificando el alma femenina, a cambio de ser aceptada en el universo masculino.
La ideología de género: origen, significado y consecuencias
Actualmente, nos hallamos plenamente sumergidos en la tercera etapa de todo este proceso: el denominado feminismo de género. El término feministas de género fue acuñado por Christina Hoff Sommers[3], con el fin de distinguir el feminismo radical surgido hacia fines de 1960, del anterior movimiento feminista de paridad (que cree en la igualdad legal y moral de los sexos).
El feminismo de género pronto encontró una favorable acogida en un buen número de importantes universidades donde se pretendió elevar los “Gender Studies” a un nuevo rango científico
Según este feminismo de género, el objetivo ya no es ser igual al hombre, porque la propia noción o concepto de hombre sería una construcción social inexistente en la realidad. Se trata ahora de destruir todo lo relativo a la naturaleza, negar cualquier influencia de la biología en nuestra configuración sexual, abstracción hecha de las diferencias fisiológicas externas, cuya importancia es minimizada hasta el extremo. Toda diferencia pertenece a la cultura o es una “construcción social”. El objetivo propio de esta ideología consiste en liberarse de estas construcciones plenamente y asumir, ejerciendo una libertad absoluta, la tendencia sexual que se desee en cada etapa o momento de la vida.
Es evidente que de este modo, el feminismo (en sentido propio) está llegando a su fin, porque la liberación deseada comprende indiscriminadamente tanto a mujeres como a varones. Las feministas de género no buscan la mejora en la situación de la mujer, sino la anulación radical de las diferencias hombre-mujer, anulación de lo femenino y lo masculino y, en consecuencia, la desnaturalización extrema del ser humano.
Además, las feministas de género insisten en la desconstrucción[4] de la familia, no sólo porque, según ellas, esclaviza a la mujer, sino porque condiciona socialmente a los hijos para que acepten la familia, el matrimonio y la maternidad como algo natural. Queda claro que para los propulsores del género las responsabilidades de la mujer en la familia son supuestamente enemigas de la realización de la mujer. El entorno privado se considera como secundario y menos importante; la familia y el trabajo del hogar como «carga» que afecta negativamente los proyectos profesionales de la mujer.
Para eliminar las clases sexuales es necesario que la mujer se rebele y se adueñe del control de la reproducción y de la fertilidad humana en general. Ya no hay procreación, fruto del amor entre un hombre y una mujer, sino reproducción biológica. El sexo debe quedar absolutamente disociado de la maternidad y la fecundidad. Los denominados derechos reproductivos implican que la mujer debe tener el control pleno de su fertilidad, principalmente a través de la anticoncepción y el aborto.
Con la renuncia voluntaria a la maternidad, pero sobre todo con el aborto, la mujer se desubica respecto de sí misma y entra en una profunda crisis de identidad que la conduce a la infelicidad. Como señala Janne Haaland: “la cuestión esencial no es sólo de orden práctico sino también antropológico: las mujeres nunca se sentirán felices si no toman conciencia de hasta qué punto la maternidad define al ser femenino, tanto en el plano físico como espiritual, y expresan esta realidad con la reivindicación del reconocimiento social. Ser madre es mucho más que la intensa y vivida experiencia de dar a luz y criar a un hijo: es la clave para la toma de conciencia existencial de quienes somos”.[5]
La mujer no tiene porqué querer lo mismo que quiere el hombre. Existe una nueva generación de mujeres que evitan los altos cargos o las jornadas laborales enteras porque no les proporciona la satisfacción personal que ansían. Prefieren trabajos más sencillos para poder dedicar mayor tiempo al cuidado de los hijos y de una adecuada valoración de la maternidad. Muchas mujeres, apoyadas por sus maridos, evalúan sus prioridades y deciden a favor de la familia, no como una forma de sacrifico o autoinmolación, sino por puro placer personal, como una vía de autorrealización que las llena de felicidad.
El sexo y la naturaleza humana creada por Dios
El doctor Johm Money (defensor de la ideología de género) sostenía que el sexo es cambiable con la educación si se actúa desde el nacimiento y si las operaciones de cambio de genitales se realizan antes de los 18 meses. Pasados los 18 meses, el sexo biológico impondría la subjetividad, es decir, establecería la diferencia de género masculina-femenino. Con esta visión Money creó en 1950 el término “género”, y la influencia de sus estudios en la ideología de género es absoluta.
Para demostrar su teoría, Money realizó una intervención quirúrgica en el año 1966 sobre dos hermanos Bruce y Brain que había nacido al mismo tiempo. Bruce había sufrido, debido a un accidente, la amputación del pene. Money argumentó que al ocurrir antes de los 18 meses se podía llevar a cabo un cambio de sexo y que no supondría problema alguno siempre y cuando no le dijeran nada sobre la intervención y fuera educado como una niña. Los padres siguieron las indicaciones del médico. Hasta en tres libros Money propuso este caso como el ejemplo paradigmático de sus teorías, y por ello recibió reconocimiento social, distinciones y financiación para sus investigaciones.
Bruce, siguiendo la estrategia de Money, pasó a ser Brenda. Pero Brenda, a pesar de la intervención y de ser tratada como niña, no se comportaba como mujer. Money dijo a los padres que insistieran. Los padres obedecieron, y los resultados fueron desastrosos. Los padres no aguantaron la tensión y decidieron, en contra de las indicaciones del médico, explicarle lo sucedido a Bruce-Brenda, el cual, tras saberlo, se rebautizó como David. El final de Bruce-Brenda-David y de su familia fue dramático: él acabó suicidándose y el matrimonio roto, con problemas de alcoholismo y más suicidios. El fracaso que supuso el caso, tomado como paradigmático en la ideología de género durante décadas, fue ocultado por Money y sus seguidores y no salió a la luz hasta 1995. Los suicidios acontecieron en 2004 y no fueron reportados hasta el 2006, el mismo año en que falleció Money.
Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, en psicología del desarrollo, demuestran que existen diferencias entre los sexos. Los científicos han documentado una increíble colección de diferencias cerebrales estructurales, químicas, genéticas, hormonales y funcionales entre mujeres y varones.
Sandra Witleson, neurocientífica, afirma con rotundidad: “el cerebro tiene sexo”. Hombres y mujeres salen del útero materno con algunas tendencias e inclinaciones innatas, no nacen como hojas en blanco en las que las experiencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades femenina y masculina.
El psiquiatra, Gianfrancesco Zuanazzi, afirma que “la sexualización involucra a todo el organismo, de modo que el dimorfismo coimplica, de manera más o menos evidente, a todos los órganos y funciones. En particular este proceso afecta al sistema nervioso central, determinando diferencias estructurales y funcionales entre el cerebro masculino y femenino”. Ambos cerebros son “fundamentales variantes biológicas del cerebro humano”[6].
Cuando se nace con un cerebro –masculino o femenino- ni la terapia hormonal, ni la cirugía, ni la educación pueden cambiar la identidad del sexo[7].
En la misma línea, los doctores Richard Fiztgibbons, Phillip Sutton y Dale O’Leary, consideran que el sexo biológico no puede cambiarse, y rechazan el concepto de identidad de género o la idea de que el género, como construcción social o percepción personal, sea distinto del sexo biológico de cada cual. En su artículo, “La psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo”[8], cuestionan las implicaciones médicas y éticas de la práctica de cirugías de cambio de sexo. Los autores abordan este asunto desde la perspectiva médico-biológica según la cual el género humano es una cuestión de composición genética, y explican que la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y puede determinarse mediante exámenes de ADN. No puede ser modificada.
Mantener que el hombre y la mujer son los mismos en aptitudes, habilidades o conductas; considerar que son intercambiables o fungibles, es construir una sociedad basada en una mentira biológica y científica. Como afirma Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de Columbia: “No existe un cerebro unisex. Si en nombre de la corrección política intentamos refutar la influencia de la biología en el cerebro, empezaremos a combatir nuestra propia naturaleza”.[9]
Ahora bien, no podemos todo reducirlo a naturaleza o a comportamiento social, según la Dra. Meeker, algunas personas prefieren agarrarse tenazmente a los descubrimientos científicos sobre el cerebro, y creer que la ciencia lo explica absolutamente todo, dejan de un lado cuanto pueda pertenecer al ámbito filosófico y religioso y mantienen que la ciencia es el único baluarte de la verdad. Las conexiones neuronales o las hormonas no lo explican todo. Tampoco la educación y las influencias sociales. No todo es cultura, como pretenden algunos. Ni todo es naturaleza, como mantienen otros, cayendo en un reduccionismo biológico absurdo, pues niegan la libertad del hombre. Cualquiera de las dos posiciones extremas resulta insostenible. Tenemos por un lado la naturaleza –neuronas, sustancias químicas del cerebro, hormonas, los genes…-. Y, por otro, la crianza, la cultura, la educación. Ante este panorama no tiene sentido hablar de naturaleza o de cultura por separado, sino sólo de su interacción.
Como dijo Benedicto XVI: “La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo, que constituye la formación de la propia identidad, donde ambas dimensiones, la masculina y la femenina, se integran y complementan…”.[10]
La educación juega, por lo tanto, un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de la personalidad femenina y masculina, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio, asimismo, del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal. La educación sirve para regular ese núcleo innato y natural que todos llevamos dentro. Para ello hay que reconocer la importancia de la educación en las primeras etapas de la vida. Por ello, aquellos métodos educativos y docentes que aprecien, valoren y concedan el tratamiento adecuado a las especificidades propias de cada sexo, serán sin duda los más adecuados para lograr el equilibrio personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez responsable y, en consecuencia, libre y feliz.
En definitiva, recientes investigaciones científicas demuestran cómo la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y no puede ser modificada. El sexo biológico no puede cambiarse. El concepto de identidad de género o la idea de que el género, como construcción social o percepción personal, sea distinto del sexo biológico de cada cual es una invención ideológica carente de fundamentación empírica.
Las personas que encuentran dificultades para identificarse con su sexo biológico frecuentemente padecen de problemas psicológicos más serios, entre ellos: depresión, ansiedad severa, masoquismo, autodesprecio, narcisismo, consecuencias de abusos sexuales en la infancia y de situaciones familiares conflictivas.
Al proponer una solución quirúrgica para trastornos psicológicos profundos de este orden, la cirugía de cambio de sexo es categóricamente inadecuada y éticamente inaceptable. De acuerdo con los autores, aquellos individuos que se someten a esta práctica siguen teniendo los mismos problemas con las relaciones, el trabajo y las emociones que tenían antes de ella.
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Para aquellas personas que deseen realizar un estudio más profundo de este tema les aconsejo el libro de María Calvo titulado Alteridad sexual. Razones frente a la Ideología de género, publicado en la colección “Argumentos para el siglo XXI”, Madrid, Digital Reasons, 2013.
Con el fin de no extender más este artículo, lo dejamos aquí; para en el próximo, estudiar el grave daño que esta ideología de género está causando en las escuelas y en la formación de los niños.
Padre Lucas Prados
[1] J. Butler, Gender Trouble: feminism and the Subversion of Identitiy , Routlege, New York, 1990, pág. 6.
[2] Benedicto XVI, en varios discursos y documentos, 2012-2013..
[3] Christina Hoff Sommers, Who Stole Feminism?: How Women Have Betrayed Women, 1995
[4] Deconstruir: Según el Diccionario de la Real Academia Española se definiría como deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual.
[5] Haaland, J., El tiempo de las mujeres, Editorial Rialp, 2002, pag. 27.
[6] Aparisi, A., La complementariedad varón-mujer en la familia y la sociedad, Nuestro Tiempo, 2006.
[7] Calvo Charro, M., Cerebro y educación, ed. Almuzara, 2007.
[8] Richard Fiztgibbons, Phillip Sutton y Dale O’Leary, “La psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo”, The National Catholic Bioethics Quarterly, 2009.
[9] Brizendine, L., El cerebro femenino, edit. RBA, 2007.
[10] Benedicto XVI, Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo, 2008.