En las últimas semanas han ocupado el centro de la atención de los medios católicos unas noticias reales y otras falsas. Unas han tenido realmente lugar, y otras son hipotéticas, más presentes en el imaginario de los blogs que en la realidad.
Una de los primeras sería la existencia de un documento que prohibiría la celebración de la Misa Tradicional o le impondría limitaciones. Este documento, del que habló primero Rorate Caeli y sobre el que Messa in latino ha realizado precisas investigaciones, parece que se encuentra archivado en un cajón del Dicasterio para el Culto, tal vez desde hace un año, sin que el papa Francisco haya manifestado en ningún momento intenciones de firmarlo. Quizá sería mejor no hablar del asunto hasta que el documento sea puesto sobre la mesa.
Otro bulo es la posibilidad de que la Fraternidad San Pío X celebre consagraciones episcopales sin mandato pontificio. La hipótesis la propuso el superior del distrito francés de la Fraternidad. Ahora bien, el superior general del instituto, P. David Pagliarini, declaró en el encuentro del Movimiento de la Juventud Católica de Francia que tuvo lugar en Chateauroux los pasados días 29 y 30 de junio que dicha iniciativa, pese que no puede descartarse a priori, no figura en el orden del día. También en este caso sería mejor no hablar del asunto hasta que llegue el momento.
La noticia real que sí amerita mayor atención es la incoación de un proceso extrajudicial contra el arzobispo Carlo Maria Viganò por parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. La acusación principal es haber interrumpido la comunión con la Iglesia de Roma y haber incurrido en delito de cisma. Fue el propio arzobispo quien dio la noticia el pasado día 20 en su cuenta de X y en comunicado fechado al día siguiente. En él, el ex nuncio en EE.UU. declara que no comparecerá a la vista del proceso. El pasado 28 de junio, en un documento que critica acerbamente al papa Francisco titulado Yo acuso, monseñor Viganò declaró entre otras cosas: «Ante mis Hermanos en el Episcopado y todo el cuerpo eclesial, acuso a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y como hereje y cismático exijo que sea juzgado y apartado del Trono que indignamente ocupa desde hace más de once años. Esto no contradice en absoluto el adagio Prima Sedes a nemine judicatur, porque es evidente que un hereje, en la medida en que no puede asumir el Papado, no está por encima de los Prelados que lo juzgan».
Desde el año pasado, monseñor Viganò afirmaba públicamente que la sede de San Pedro estaba ocupada en su opinión por un usurpador, pero ahora con su acusación pública su postura es clara y oficial. Por eso afirma: «No reconozco la autoridad ni del tribunal que pretende juzgarme, ni de su Prefecto, ni de quienes lo nombraron». Su decisión de no comparecer confirma las acusaciones de que ha sido objeto y de las que se jacta, declarando que «son un motivo de honor» (posteo del 20 de junio).
Hay quienes han destacado la dureza de las medidas anunciadas contra monseñor Viganò frente a la tolerancia manifestada con notorios heresiarcas como algunos prelados alemanes. Lo que pasa es que los obispos alemanes, haciendo uso de la estrategia modernista, que consiste en combatir a Roma sin salirse de las murallas de Roma, bien que se guardan de negar públicamente la autoridad del Papa. Por supuesto que merecen una condena pero, ¿cómo vamos a pretender que los condenen si Roma se abstiene de condenar a quien rechaza, no en la práctica sino por principio, su autoridad?
Hay también quienes comparan lo de monseñor Viganò con lo que hizo el arzobispo francés Marcel Lefebvre, pero la diferencia entre ambos casos es evidente. Monseñor Lefebvre no desconoció en ningún momento la autoridad de Roma. Tras la primera condena, en mayo de 1975 de la obra de Ecône por parte del obispo de Friburgo, fue el propio monseñor Lefebvre quien pidió ante semejante abuso de autoridad que su causa fuese juzgada por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El 28 de enero de 1978, el cardenal Seper, prefecto del ex Santo Oficio, envió a Ecône una voluminosa documentación a la que monseñor Lefebvre era invitado a responder. El arzobispo francés mantuvo una abundante correspondencia con la Santa Sede, y los documentos de la investigación fueron publicados por la revista Itinéraires en mayo de 1979 y aparecieron posteriormente en una traducción al italiano con el título de Mons. Lefebvre e il Sant’Uffizio (Giovanni Volpe Editore, 1980). La lectura de los mencionados documentos es sumamente instructiva, entre otras cosas para comprender la postura del arzobispo francés, que en su última carta al cardenal Seper, fechada el 29 de enero de 1979 confiaba todo el asunto «al juicio del Santo Padre», que ya para entonces era Juan Pablo II. Monseñor Lefebvre aceptó por tanto la visita del cardenal Gagnon, enviado por el Papa al seminario de Ecône en 1987. Un amigo y confidente de monseñor Gagnon, el P. Charles Theodor Murr, testimonia que el informe del cardenal canadiense hablaba bien de la HSSPX y del programa de estudios de Ecône. Intensas negociaciones tuvieron lugar posteriormente entre monseñor y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Josef Ratzinger hasta la víspera de las consagraciones episcopales de Ecône del 30 de junio de 1988.
Muchos admiradores de monseñor Viganò que han reaccionado a la noticia del proceso dando la razón al arzobispo porque a diferencia de otros pastores que hoy callan ante la profunda crisis de la Iglesia «habla claro como Lefebvre» no se dan cuenta de una cosa. De lo que se trata no es de las críticas, acertadas en algunos puntos, de monseñor Viganò al papa Francisco, sino de su declarada intención de romper toda comunión con la Sede romana.
Por otra parte, un asunto tan grave y radical no se puede realizar mediante un simple comunicado sin respaldarlo con sólidos fundamentos doctrinales. Invocar la bula Cum ex apostolatus officio del 15 de febrero de 1599, en la que Pablo IV afirma que un hereje no puede ejercer autoridad ni aunque sea elegido, es endeble en extremo. Lo único que enseña la bula en cuestión es que se puede corregir a un pontífice, a menos que se demuestre que ya era hereje en el momento de su elección. ¿Lo era el cardenal Bergoglio? Habría que demostrarlo. El vicio de consenso del que habla monseñor Viganò coincide con la tesis de Cassiciacum, de monseñor Guérard de Lauriers, invocada actualmente por el instituto Mater Boni Consilii (cfr. https://www.corrispondenzaromana.it/larcivescovo-vigano-verso-lanarco-vacantismo-2-parte/)? Tanto si es como no es la postura de Viganò, tendría que sustentarse en profundos estudios de teología, derecho canónico e historia de la Iglesia, que hasta ahora no ha presentado.
Hay otro aspecto más dirimente aún. En la crisis y confusión actual, no se puede sobrevivir espiritualmente sin la ayuda especial de la Gracia, que recibimos a través de los sacramentos, sobre todo los más frecuentes en la vida diaria, como la comunión y la confesión. ¿A qué sacerdotes habría que recurrir, según Viganò, para obtener el necesario alimento espiritual? Da la impresión de que desde su perspectiva no sólo están excluidos los institutos ex Ecclesia Dei, sino la propia Fraternidad San Pío X, que acostumbra rezar pro pontifice nostro Francisco.
Llegamos a la pregunta decisiva: ¿dónde está, para monseñor Viganò, la Iglesia Católica? No la iglesia virtual a la que se adhieren muchos asiduos seguidores de blogs tradicionalistas, sino la Iglesia real, visible en su doctrina inmutable, su sucesión apostólica ininterrumpida y la vida que le infunden sus sacramentos. Sin esa Iglesia visible, que es el Cuerpo Místico de Cristo, el alma muere de asfixia.
Decía Shakespeare que «el mundo entero es un escenario en el que todos los hombres son actores» (Como gustéis, acto II, escena 7). Estas palabras encierran una profunda verdad, pero el escenario del mundo no es un blog, porque el destino de los hombres que representan papeles en ese teatro es una dramática realidad. Lo que está en juego es su vida eterna.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)