Actualmente es del todo normal acudir a la Iglesia y encontrarse dentro del recinto sagrado un espacio preparado para los aseos públicos. En la casi totalidad de proyectos de nuevos templos parroquiales aparece ya como elemento imprescindible los cuartos de baño (masculino y femenino) ubicados generalmente en la entrada del recinto con sus correspondientes señales visibles para los asistentes. Ante esta realidad, que es todo un símbolo de aggiornamento, echo la vista atrás y viajo hacia mi infancia y primera juventud para constatar lo siguiente:
Desde que cumplí siete años de edad iba a Misa todos los domingos y días de precepto con mis padres. En la ciudad donde vivía, y sigo viviendo, visité con mis padres multitud de parroquias, capillas, iglesias conventuales, ermitas y santuarios….y, sinceramente, NO recuerdo el cuarto de baño de ninguno de esos recintos. He ido con mis hermanas, padres, y hasta abuelas o tías muy mayores…y en la retina de mi memoria no recuerdo ni una sola vez yendo al baño ni personalmente ni acompañado de familiares ni viendo a ellos ir. Con perdón de la expresión, mi madre me mandaba al baño antes de salir de casa para ir ya “meadito” a la casa de Dios. Y eso era lo normal y corriente en mi familia y en todas las familias que yo conocía. Y estoy convencido que todos los lectores que ahora lean este breve texto y hayan nacido antes de los años noventa podrían decir lo mismo.
No pretendo con este breve artículo poner en discusión la línea urbanística actual de los proyectos de templos, no es eso. Sencillamente me paro en este aspecto, que parece muy trivial, para constatar lo que no deja de ser una realidad contundente: una Iglesia donde los derechos de sus miembros se exaltan hasta el punto de eclipsar, parcial o casi totalmente, sus deberes. Por supuesto que, como en toda regla general, siempre hay excepciones y es obra de caridad tener dispuesto un aseo público para casos muy particulares como personas mayores con enfermedad prostática o vaginal, o casos excepcionales de indisposición puntual. Pero una cosa es esa y otra salir de casa con la idea ya prefijada de “visitar el wc” al llegar al templo.
La normalización de uso público del aseo en los templos católicos viene a ser un signo externo de una nueva teología empeñada en ofrecer una religión líquida, amoldable en todo a lo meramente humano, alérgica al sacrificio y alejada del sentido de disciplina moral.