El Padre Jose Antonio Galera, español nacido en 1928, escribió en 1974 un libro titulado «Sinceridad y Fortaleza», donde aparece un capítulo a la vez titulado «Fortaleza en la Fe» que presenta un cuadro proféticamente desarrollado y de manera clara y concisa sobre la oleada cultural que barre la fe católica de nuestra sociedad. Han pasado 40 años…..de este escrito y es más actual que nunca:
Hoy día el cristiano debe vivir prevenido contra todo el viento de novedades que parecen atacar los fundamentos más firmes de su fe. Es como la gota implacable que poco a poco va horadando la roca más firme, o como el viento impetuoso que acaba erosionando con un cefiro afilado la montaña más imponente.
Nada de lo que sucede tiene visos de originalidad. Se vuelven a oír las mismas cosas de siempre con ropajes distintos en una pretensión loca de adaptar el dogma y la moral a los gustos de la época. Pero en el fondo es lo mismo de siempre. Más que nunca hoy hemos de vestir el corazón de la fe para cortar cualquier género de desviación que pudiera conducirnos, porque así acaba sucediendo, al indiferentismo y al alejamiento de las esencias más puras de nuestra fe católica. Llenos de caridad, pero firmes en la fe, hemos de combatir con serenidad, y con energía, cualquier género de tentación por lo «novedoso» que pudiera plantarnos batalla «hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en nuestro corazón» (de «Camino», obra de San Josemaría).
Cabe, fácilmente, el pecado de omisión. Ese dejar hacer sin darse cuenta de que «a río revuelto, ganancia de pescadores». O, lo que es peor, dándose cuenta. En este caso ya no es pecado de omisión sino de complicidad con el error. Es verdad que no todos los cristianos tienen el mismo grado de responsabilidad en este terreno. Sin duda serán los Obispos los principales responsables del cuidado del rebaño a ellos confiado, pero cualquier cristiano tiene obligación de estar en guardia para evitar que las raposas (pequeñas pero incisivas) puedan ir poco a poco destrozando la viña.
Es muy necesario que el cristiano no se limite a la autodefensa. En los tiempos que corren esto ya no es suficiente. Ha de decidirse a adquirir una formación más honda y más fuerte, más perfilada acerca de las verdades que constituyen el depósito de la fe.
Este afán de novedades lleva a estudiar otras religiones, otros movimientos sociales, con una intensidad que nunca conoció la propia religión católica. Se dedican horas y más horas a leer verdadera pornografía «cultural y religiosa», sin base alguna, y el desastre no se deja esperar. Casi de la noche a la mañana (a modo de cambio generacional sobre todo en naciones como España, de histórica tradición católica), se rompe con toda esa tradición (y a veces solo por el hecho de ser «anterior») y se entrega el ser humano, con una ilusión descompensada, a la defensa calurosa de unos postulados novedosos que acaban de conocerse y por los que casi se está dispuesto a dar la misma vida.
Se rechaza el dogma y se cae en la doctrina del «antidogma» que basa su eficacia en lo indiscutible de sus asertos: gran paradoja del «dogma del antidogma». Y, lo que es aún peor: ni siquiera se estudian otras religiones o movimientos en profundidad. Simplemente se «picotea» con esto o aquello, y el destrozo viene por si mismo. El ser humano ha roto con todo lo anterior como si por ser anterior es de por si malo, y su gran error fue el no haberse afianzado en la creencia verdadera.
Desde todo lo dicho, hoy se enjuicia todo problema o situación desde la exclusión total del sentido sobrenatural. Sólo vale lo natural, y ni siquiera eso, sino solo lo material. Desde ahí la misma terminología cristiana pierde todo nivel espiritual: la teología se convierte en «reflexión sobre la experiencia existencial del presente histórico», y la Encarnación de Cristo en «asunción de la realidad humana según cada momento de la historia». Entonces son muchos los que aceptan el pansexualismo como expresión moderna de la fe. Y desde ese punto de partida se reduce el amor humano al placer erótico. La masturbación se justifica, las relaciones sexuales prematrimioniales se acogen con normalidad moral y se abre la mano a la anticoncepción artificial, legitimándose de inmediato el aborto y la eutanasia. El ser humano en fin se envilece y animaliza sin ser consciente de ello pues se ha eliminado el remordimiento de conciencia moral.
También se observa una clara tendencia a reducir la misión de la Iglesia al orden humanista y social. Y por ello la teología se convierte en sociología. La redención de Cristo se presenta como liberación política, y la acción sacerdotal se propone desde la praxis revolucionaria o al menos despojada de todo contenido sacramental.
En conclusión, ante todo este panorama de amenaza de la fe, el cristiano ha de resistirse a que lo engañen como a un incauto. Y para ello ha de formarse y procurarse una formación de garantía.
Una recomendación práctica es tener a mano el catecismo de doctrina cristiana y consultarlo con cariño. Y de ese modo seguir siendo cristianos fuertes, fieles y serenos en estos tiempos de vendaval para la fe.