San Juan Bosco resucita a un muchacho
Un muchacho turinés de quince años llamado Carlos agonizaba. Hizo llamar a Don Bosco, pero el santo no pudo llegar a tiempo. Otro sacerdote lo confesó, y luego el chico murió. Cuando Don Bosco regresó a Turín, fue inmediatamente a su casa. Le dijeron que había fallecido, pero el santo insistió en que «había un malentendido». Tras rezar unos momentos por el joven, Don Bosco exclamó repentinamente: “¡Levántate, Carlos!” Ante el asombro de todos los presentes, el chico abrió los ojos y se incorporó en la cama. Al ver a Don Bosco se le iluminó la cara.
«¡Padre, yo tendría que estar ahora en el infierno! –dijo el chico con voz entrecortada–. Hace dos semana estaba con un compañero malo que me hizo pecar, y en la última confesión no me atreví a decirlo todo… ¡Acabo de tener un sueño terrible! Soñé que estaba al borde de una caldera gigantesca rodeado por un montó de demonios. Se disponían a arrojarme a las llamas, cuando de pronto apareció una Señora muy linda y se lo impidió. Me dijo: “Aún hay esperanzas para ti, Carlos. ¡Todavía no se te ha juzgado!” En ese momento oí que usted me llamaba. ¡Ay, don Bosco! ¡Qué alegría verlo otra vez! ¿Le importaría confesarme?»
Una vez lo hubo confesado, Don Bosco le dijo: «Carlos, ahora que se te han abierto de par en par las puertas del Cielo, ¿quieres ir allí o quedarte con nosotros?» El muchacho apartó la mirada por un momento mientras se saltaban las lágrimas. Se hizo un silencio sepulcral. «Don Bosco –dijo por fin–, prefiero ir al Cielo.” Los presentes observaban asombrados mientras Carlos se volvía a reclinar sobre la almohada, cerraba los ojos y regresaba al silencio de la muerte.»
Viaje de S. Juan Bosco al Infierno (del libro “40 sueños de San Juan Bosco”)
Me animó mucho que me tomara de la mano y me levantara para que pudiese seguir, porque estaba agotado. Salimos de la sala, y al poco tiempo habíamos desandado lo andado por el terrible patio y el largo pasillo. Pero antes de pasar por el último pórtico de bronce, se volvió hacia mí y me dijo:
«Ahora que has visto los tormentos de otros, debes experimentar por ti mismo las penas del Infierno.»
Los mismos muros externos del Infierno despedían un calor insoportable.
«¡No, no!” –exclamé horrorizado.
Insistió, pero seguí resistiéndome.
«No tengas miedo –me dijo–; es sólo para probar. Toca esta pared.»
No era capaz de armarme del valor suficiente y traté de zafarme, pero me contuvo e insistió:
«Pase lo que pase, es necesario que lo experimentes.»
Me asió firmemente del brazo y me acercó a la pared, mientras decía:
«Tócala al menos una vez para que puedas demostrar que has tocado las murallas que cercan los suplicios eternos y entiendas lo terrible que debe ser el último muro si el más exterior es tan insoportable. ¿Ves este muro?»
Lo miré atentamente. Parecía tener un grosor increíble. Mi guía prosiguió:
«Hay mil paredes entre esta y el verdadero fuego del Infierno. Mil muros lo rodean. Cada uno es muy grueso y está a miles de kilómetros del siguiente. Este, por tanto, está a un millón del fuego del Infierno en sí. No es más que un remoto comienzo del Infierno.»
Cuando dijo esto, retrocedí instintivamente, pero me asió de la mano, abrió la puerta de golpe y la apretó contra una piedra del primero de los mil muros. El ardor era tan intenso y doloroso que di un salto hacia atrás gritando, y desperté.
Me encontré sentado en la cama, con la mano todavía dolorida del fuego y me la froté para aliviar el dolor. Cuando llegó la luz del día, observé que la tenía hinchada. Este sueño y la impresión que me dejó me afectaron tanto que se me peló la piel de la palma de la mano.
Ten presente que no te he contado nada de este en sus más crueles y terribles detalles para no asustarte demasiado. Sabemos que Nuestro Señor siempre habló del Infierno por medio de símbolos porque, si lo hubiera descrito tal como es realmente, no podríamos entenderlo. Ningún mortal puede entender estas cosas. Nuestro Señor las conoce y las revela a aquellos a quienes elige para ello.
Padre Carota
[Traducido por J.E.F]