La convocatoria del año de la fe por parte de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que será clausurado el próximo 24 de noviembre por Su Santidad el Papa Francisco, suscita un primer interrogante: ¿por qué esta convocatoria?; y en este artículo aporto mi reflexión personal al respecto cuando estamos ya en la recta final del evento.
Toda realidad tiene su forma y contenido. La fe no escapa de dicha afirmación, y, si cabe, la constatación se hace más patente que en otros ámbitos de la vida. La fe es un don de Dios, invisible desde los sentidos y sólo asumible desde el corazón y el alma. Pero si durante siglos la fe católica impregnó la vida de Europa, y del resto del mundo pero no en tanta medida de cronología, es lógico que esa impregnación dejara huella sociológica y cultural aunque la misma entrara en profunda crisis. Entonces, el año de la fe es sobre todo una oportunidad para revitalizar una fe que sigue presente en las formas y apariencias pero que ha perdido su efecto (salvo minorías comprometidas) en el fondo y contenido. Se trata de examinar la conciencia personal, y colectiva, sobre la necesidad de hacer vida la fe que se profesa, o, lo que es lo mismo, aceptar que hoy día para muchos la fe es un signo o símbolo de identidad pero no es un valor que convierta de verdad esa identidad.
Eso lo podemos apreciar muy bien en numerosas comunidades de Europa y América (de occidente en general)¿Cuántas personas se dicen católicasy no van a Misa losdomingoso no confiesan al menos una vez al año?; ¿Cuántas personas integradas en hermandades o asociaciones cristianasno quieren reconocer la autoridad moral de la Iglesia para formar las conciencias?; ¿Cuántas personas viven de hecho situaciones irregulares (de pecado permanente) y no les importa figurar en determinados eventos oficialmente religiosossin asumir el escándalo que suscitan?…etc. Preguntas cuyas respuestas encontramos en la consecuencia de separar la fe de la vida y dejar si acaso ciertas apariencias formales que silencien el remordimiento moral a nivel personal.
Es evidente que la presión del ambiente es el caldo de cultivo ideal para que esta divergencia entre fe y vida sea una situación admitida desde la “normalidad” y siempre considerando como principio que lo normal es lo que hace o piensa la mayoría. Pero los cristianos, los católicos, si queremos ser de verdad coherentes hemos de ir contra-corriente en esta época que vivimos, para no dejarnos engañar por la mentira tan sutil de que es la Iglesia la que debe modificar sus enseñanzas morales en base a los criterios del mundo, y renunciar así a su deber de evangelizar a ese mundo que se aleja de Dios sobre todo en su ámbito occidental y europeo.
El reto, pues, que se nos presenta a los católicos en esta conclusiónaño de la fe es el de aprovechar esta convocatoria para hacer un profundo y valiente examen de conciencia donde no falten estos puntos de reflexión:
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¿Quiero integrar la fe en mi vida o sólo tengo fe para aparentar una identidad?
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¿Hay contradicciones en mi vida cristiana que acepto como habituales y no deseo revisar?
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¿Acepto la enseñanza de la Iglesia como el único camino para la felicidad?
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¿Quiero de verdad convertirme y aspirar a la santidad?
La Virgen María nos ayudará en la tarea deencaminarnos hacia la vida eterna si de verdad tenemos la valentía, y el amor, de ser inconformistas con la fe aparente y decidirnos a vivir la fe coherente.