Crisis eclesial, la verdadera batalla y sagrada liturgia (padre Cipola)

 para Ross Douthat, una afectuosa corrección

Es muy cierto que, como ha sido observado en Rorate Caeli, la clase magistral Erasmo en First Things ha causado resquemor en los círculos católicos tradicionalistas.  El artículo de Monseñor Pope lamentando la falta de crecimiento en la presencia de la misa tradicional en la Iglesia ha llamado la atención de católicos tradicionalistas, pero a este artículo le falta la profundidad y urgencia que están presentes en la clase de Douthat. Muchos hemos admirado sus columnas en el New York Times, muchas veces asombrados de la manera en que ha llegado a esa posición entre el ‘establishment liberal’ que da cuerpo a ese periódico.  Sus escaramuzas con los teólogos católicos (y me he aguantado  poner entre comillas la palabra teólogos en nombre de la objetividad, aun cuando no creo que se puedan seguir llamando teólogo católicos, puesto que un teólogo católico tiene que estar inmerso en la tradición y así no parece haber ninguno hoy en día) es un ejemplo del papel del laicado en la Iglesia tal y como propuso el Concilio Vaticano II.

Douthat ve un número importante de problemas que no son inmediatamente aparentes al católico promedio, ni al clero, especialmente los obispos: el apropiamiento del periodo post Concilio Vaticano II por un fuerte grupo de obispos y teólogos empecinados en la redefinición de la tradición que permitiría la conformidad con el espíritu de los tiempos, los tiempos de los años 1960 y 70; el fracaso, a pesar de los heroicos intentos del papa Juan Pablo II, de cambiar el curso de la Iglesia dirigida por aquellos enamorados del Zeitgeist de finales del s. XX; el fracaso del pontificado de Benedicto XVI no solo en revertir los ímpetus de abrazar el secularismo sino también el fracaso en ‘limpiar los establos de la inmundicia’: los terribles y duraderos efectos de los abusos sexuales por parte del clero en la fe de los laicos y la actitud del mundo hacia la Iglesia.  Todo esto Douthat lo entiende perfectamente. Y entiende también que el problema más grande en la Iglesia, más grande porque es la fuerza principal que mueve a la Iglesia hacia el tibio y flácido anglicanismo, es — como lo quiera llamar — ‘papalatría’, ‘hiper-papalismo’, esa adulación al Papa que no tiene precedentes en la historia de la Iglesia, y el asumir que el poder del Papa no tiene límites, que sus pronunciamientos pueden cambiar doctrina, bajo el disfraz del control del Espíritu Santo supuestamente. Pío Nono sabía de su poder como Papa, pero como he escrito anteriormente, se hubiera sorprendido, tal vez sonrojado, ante el poder que los Papas de finales del siglo XX han tomado como propio, incluso suprimiendo el rito romano tradicional e imponiendo el Novus Ordo  sobre la Iglesia entera.

Aun cuando el beato John Henry Newman asintió completamente a la definición de infalibilidad papal en el primer Concilio Vaticano, su grave vacilación al respecto fue profética.

Douthat puede ver claramente el terrible defecto en aquellos que llama “católicos conservadores”, un término defectuoso en sí mismo, en su constante intento por usar documentos para reafirmar el entendimiento tradicional de la fe católica. Este llamado al uso de documentos oficiales de la Iglesia es un producto de la racionalización del catolicismo que comenzó en Trento (sin duda un gran concilio) y ha continuado desde entonces. La deliberada ambigüedad de los documentos del Vaticano II ha sido usada brillantemente por aquellos que habrían de mover a la Iglesia en una dirección que no es la tradicional, brillante para los estándares del mundo. Aun el apreciado catequismo de la Iglesia católica no se puede comparar con la marcha hegeliana hacia el triunfo del ‘individuo desnudo’ y la inevitable apoteosis de la historia.

Douthat ha llegado a la conclusión de que el papa Francisco, aun plantado en la moralidad cristiana y en el amor al prójimo que es el corolario necesario del amor a Dios, está tratando de llevar a la Iglesia a un punto que niegue lo que es el catolicismo, al menos como debería ser vivido. Cuando el papa Francisco fue elegido, escribí un artículo para Rorate Caeli en el cual describí a Francisco como el inevitable Papa de nuestros tiempos.   Y declaré que los siguientes años serían una ‘vuelta al futuro’.  El papa Bergoglio incorpora todo lo que los jesuitas de los años 60 fueron y siguen siendo. Y dije que tendríamos que volver a pasar por esto otra vez, pero esta vez no como sociedad seglar, sino como Iglesia. Y esto no es odio al Papa, rezo por él todos los días en mi rosario, y lo hago con genuino afecto por su rol en la Iglesia. Y continuaré haciéndolo. Pero no sucumbiré al ‘hiper-papalismo’ que ha tenido un efecto tan negativo en la Iglesia en los últimos cincuenta años, esa ‘papalatría’ que se rehúsa a ver a la historia de la Iglesia y ver con objetividad a los hombres que han ocupado la Cátedra de San Pedro.

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Si conversara con Ross Douthat, esto es lo que le diría.

Primeramente, su uso de los términos conservador y liberal en su análisis de la situación de la Iglesia está absolutamente equivocado, garantizando la marcha hacia la conversión del catolicismo en la tonta vaguedad del anglicanismo contemporáneo, donde la Escritura, la tradición y Cristo mismo no son barreras para proclamar la oscuridad como luz del mundo.  El fundamento mismo  del anglicanismo es una ruptura egoísta de un rey con la Iglesia, como Newman finalmente pudo ver, garantizando de esta manera su derrota y apostasía porque el centro no se puede mantener cuando no hay centro. El anglo-catolicismo fue una fuerza dentro del anglicanismo para llevarlo a un entendimiento católico de la fe cristiana, y aun cuando poblado de hombres y mujeres verdaderamente excepcionales en su fe, se volvió una imitación del catolicismo con buen gusto, y fue destruida por el esteticismo y un clero donde la homosexualidad era un elemento demasiado común. Newman vio, al contrario de Pusey, Keble y sus seguidores, que el catolicismo es imposible excepto dentro de la Iglesia católica.

Lo de hoy en la Iglesia no es una batalla entre conservadores y liberales. Esos términos políticos han cambiado su significado muchas veces en los últimos dos siglos. La batalla es entre la tradición católica (que incluye el primado de la Escritura como su fuerza unitaria) y el egoísmo y obscuridad del mundo disfrazados en el sentimentalismo del ‘amor’. La batalla es lo que dicta la primera carta de san Juan. No ha cambiado en dos mil años.

Pero sobre todo, Mr. Douthat, no entiende usted que el problema más profundo del estado actual de la Iglesia es la destrucción de su vida litúrgica. La ceguera que comparte con los neoconservadores, que han estado ciegos por tantos años y que se rehúsan a ver esto porque no pueden concebir que la Iglesia pueda cometer graves equivocaciones.  La actitud sobre los efectos del Vaticano II en la liturgia por parte de aquellos que se dicen católicos conservadores es no solamente una afrenta a la realidad, sino que ha contribuido al escandaloso (y nunca admitido por los obispos) declive en la participación en misa donde menos del 25% de los católicos asisten a la misa dominical regularmente. Cualquier persona racional se sentaría a discutir cómo llegamos a este punto y al menos reconsiderar cuáles fueron las malas decisiones  en la implementación de Sacrosanctum Concilium por el consejo encargado de la renovación litúrgica. Es impresionante el hecho de que el papa Pablo VI, haya pensado que tenía el poder de cambiar la liturgia de la misa. Como dije antes, aun Pío Nono se hubiera asombrado de tener tal poder. Pero cuando Benedicto XVI declara que lo que era sagrado antes es sagrado ahora y que la misa tradicional jamás fue suprimida. Ejem… Debe de haber una contradicción en todo esto.

Aquellos que amamos la ‘Tradición de la Iglesia católica’ nos regocijamos en el Motu Propio de Benedicto — Summorum Pontificum que liberó la misa tradicional de la tiranía del ‘establishment’ post Vaticano II. Pero Benedicto hizo esto creando la ficción de que hay dos formas del rito: la ordinaria y la extraordinaria. Lo que esto significa es, por decir menos, poco claro, no coherente. Pero no pudo decir explícitamente que lo que hizo Pablo VI al imponer el Novus Ordo en la Iglesia estuvo equivocado — porque los Papas no cometen errores serios. Y por tanto esta nueva ficción acerca de que si un pequeño grupo  parroquial quieren ‘la misa vieja’ pueden pedirlo a su pastor, y que si este se rehúsa pueden pedirlo a su obispo, ¿qué significa? La gran mayoría de los obispos son hostiles a la misa tradicional, y esta animosidad es mayor aun en parroquias y en las cabezas de los seminarios. Aquellos de cierta edad tienen un interés especial en la de-sacralización de la liturgia que ocurrió después del Concilio Vaticano II. Y, Mr. Douthat, lo que ve ocurriendo en la vida doctrinal de la Iglesia es una consecuencia directa de dejar a la deriva la vida litúrgica de la Iglesia al desvincularla de la tradición. Esto no es conservadurismo. Esto es ‘fundacionalismo’, cimentado en la tradición de los Apóstoles.

Pero estos no son tiempos de llorar, ni tiempos de hablar mal del Papa, ni tiempos de tomar posiciones defensivas.  No.  El siguiente domingo en la ‘forma extraordinaria’, el Evangelio habla del primer milagro de Cristo: convertir el agua en vino en las bodas de Caná, como parte de la Epifanía de nuestro Señor.  Y, mirabile  dictu, porque este es “el año C de la forma ordinaria”, nuestra gente en las misas celebradas de esta forma también oirán el mismo Evangelio.

¡Y qué maravilloso es esto! Porque este primer milagro de Nuestro Señor es un milagro de pura generosidad, un milagro no de curación, o de exorcismo, o para traer a alguien de entre los muertos. Su primer milagro fue hacer feliz a la gente que acudía a la celebración de esperanza y amor que es una boda.  Así que alcemos nuestras copas felices y dando gracias de que hemos sido benditos por nuestra fe católica. Y brindemos por el Papa, pero primero la conciencia. Y brindemos entre nosotros, quien fuera que seamos, y brindemos por este completamente caótico mundo en el cual vivimos en el cual, lo sepamos o no, hemos sido redimidos por Jesucristo. Y con una sonrisa en el rostro agradezcamos a Dios que nos haya amado tanto que nos haya enviado a su Hijo para morir por nosotros; y porque continua amándonos tanto a pesar de nuestra ingratitud y pecados — y demos gracias a Dios por darnos a conocer la belleza y verdad de la fe católica.

Padre Richard Cipola

[Traducción de Hieronymus. Artículo original]

RORATE CÆLI
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