Introducción
El 28 de julio de 1906, San Pío X, escribe la encíclica Pieni l’animo, la cual enlaza con la encíclica Fin dal principio de León XIII (8 de diciembre de 1902) y con otra de su autoría, Il fermo proposito (11 de junio de 1905), para invitar a los obispos italianos a vigilar, teniendo como fin,-frente a las primeras manifestaciones del movimiento modernista-, de que no disminuyera la obediencia al papa y al episcopado, sobretodo, por parte de los sacerdotes jóvenes, que podrían caer más fácilmente en los lazos de la secta modernista.
Papa Sarto invita a los obispos a vigilar, especialmente, los seminarios para «extirpar todo germen de modernismo» y les invita a ser muy prudentes en el momento de admitir en los Ordenes Sagrados a seminaristas que tuviesen tendencias hacia el modernismo. Pero veamos el contenido de la Encíclica.
LA ENCÍCLICA
La infección modernista en los seminarios y del joven clero
San Pío X retoma – ya desde el inicio de la X- la palabra del profeta Isaias como si hubiese sido dirigida a la Iglesia del propio tiempo, afligida por «males perniciosisimos»: «Grita, no desistas, alza tu voz como una trompeta»(Is., 58, 1).
El motivo del “temor saludable” en que se basa el pieni l’animo del papa, es el desorden modernista del cual, ya bajo León XIII y, aún antes, bajo Pío IX, se habían expuesto los efectos funestos.
Los elementos constitutivos del modernismo que inmediatamente saltan ante nuestros ojos, según San Pío X son: el espíritu de insoburdinación y de independencia.
El espíritu del modernismo es comparado por el papa a: «una atmósfera de veneno que corrompe los ánimos» y lleva al «desprecio de la autoridad» y a la «corrupción de las costumbres». Pero aquello que más entristece a San Pío X es el hecho de que: «tal espíritu penetra hasta el santuario». En efecto: «es, sobre todo entre los jóvenes sacerdotes, que este funesto error se va insinuando (…) y se va haciendo de esto, una propaganda más o menos oculta en los recintos de los seminarios”.
La tarea de los obispos
Por eso, el papa, recomienda a los obispos «deponer toda duda» y destruir, con ánimo vigoroso, «la planta mala del modernismo». Los obispos deben seguir el consejo dado por San Pablo a Timoteo de «no tener apuro por imponer las manos a alguien» (I Tim., V, 22). En efecto, la facilidad en la admisión de candidatos en las Órdenes Sagradas, abre la puerta del santuario a una multitud de personas, pero no hace crecer el regocijo, más bien lo turba. Los obispos deberán elegir sólo “aquellos que son verdaderamente idóneos, descartando aquellos que muestran tendencias contrarias a la vocación sacerdotal y, especialmente, la insoburdinación y el orgullo intelectual”, es decir, un espíritu tendenciosamente modernista.
El estudio de la filosofía y de la teología deben ser conducidos sobre los textos de Santo Tomás de Aquino y “los profesores que estuviesen detrás de novedades doctrinales peligrosas deben ser alejados de la enseñanza sin ningún tipo de reparos”.
Las prédicas de los sacerdotes deben versar sobre la Santa Escritura explicada a la luz de los Padres de la Iglesia. Es necesario rechazar como contrario a la verdadera misericordia sobrenatural “todo lenguaje que pueda inspirar en el pueblo aversión hacia las clases superiores”.
Por último, S. Pío X, concluye invitando a los obispos a “remover inexorablemente de su oficina” al sacerdote que se muestra “más anhelo por sus propios intereses que de los de Jesucristo, más preparado para los aplausos del mundo que para el bien de las almas” y prueba nuevamente “toda novedad malsana, las nuevas orientaciones de la vida cristiana, las nuevas aspiraciones del alma moderna”.
Clarividencia de San Pío X
Ya en 1906 (en 1907 seguirá la Pascendi) San Pío X vio a la Iglesia de su tiempo afligida por el mal perniciosísimo del modernismo e incitó a los obispos a “Gritar, incesantemente, a alzar la voz” contra una herejía semejante. Las preocupantes manifestaciones del modernismo habían llenado el ánimo del Papa de “temor saludable”. Por lo tanto, San Pío X, invitó al episcopado a “erradicar con mano fuerte las raíces” de tanto mal, bajo la pena de “consecuencias aún más fatales con el pasar de los años”.
Lamentablemente el modernismo, en forma secreta (como fue previsto por San Pío X, sin ser secundado por muchos obispos que no veían el peligro) continuó trabajando en el interior de la Iglesia y la invadió lentamente; así que, en 1950, Pío XII se vio obligado a recondenar con energía el neo-modernismo renaciente bajo el nombre de “nueva teología” con la encíclica Humani generis (12 de agosto).
Una profecía “tan verdadera como no escuchada”
El carácter de “secta secreta” propio del modernismo no era indistinto para San Pío X, alarmado por este carcoma interno y escondido en las vísceras de la Iglesia, y que es mucho más difícil de extirpar, en comparación con las viejas herejías del pasado, que se manifestaban plenamente como tales y se ponían en contraste con la Iglesia para luego abandonarla. Por eso, San Pío X, previó para el futuro “consecuencias aún más fatales”.
Nunca una profecía fue tan verdadera pero, lamentablemente, no fue muy escuchada. Las medidas prácticas para erradicar la mala planta modernista dadas por San Pío X al episcopado no fueron tomadas en serio y fueron, en la mayor parte de los casos, aplicadas muy blandamente; así que, el modernismo, pudo continuar trabajando en forma secreta en la destrucción (si fieri potest) de la Iglesia. Reapareció prepotentemente durante el pontificado de Papa Pacelli, que lo condenó nuevamente, pero estuvo favorecido por Juan XXIII e invadió el santuario para escalar también hasta el vértice.
Ésta ha sido la enorme tragedia del Concilio Vaticano II, que ha marcado la apoteosis del modernismo, no más condenado, sino favorecido por los pastores.
Ya sólo Dios podrá destruir con una Mano el error neomodernista y edificar nuevamente, con la otra, la sociedad cristiana y el espíritu católico que están ausentes en el mundo y en el hombre contemporáneo.
El error modernista hoy es tan profundo y tan universal que la reacción humana no puede bastar para reprimirlo. Podemos rezar, hacer penitencia y combatirlo doctrinariamente, pero la victoria sobre él, no podrá venir más que de Dios omnipotente. Esta “atmósfera de veneno que corrompe los ánimos” y lleva al “desprecio por la autoridad” y a la “corrupción de las costumbres” ha penetrado en cada lugar, estado y persona. Ahora, un movimiento deletéreo, universal, constante y omnipresente, requiere un remedio universal, constante y omnipotente. Por lo tanto, sólo Dios podrá poner en marcha el plan indicado por San Pío X y lamentablemente, en su tiempo, descuidado por muchos hombres de Iglesia.
Robertus
[Traducción: Fernando Suárez]