La celebración de la Santa Misa puede ser definida con un amplio léxico que propone el mismo Catecismo de la Iglesia Católica: Misa, Eucaristía, Fracción del Pan, Cena del Señor, Santo Sacrificio… y todas esas palabras encierran una única y maravillosa realidad: el memorial de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo nuestro Salvador. Ese memorial incluye el banquete y el sacrificio, la fiesta y la cruz, la alegría y la responsabilidad, el gozo y la redención. Pero la definición más completa de la Misa es, en mi opinión, la de “Santo Sacrificio de la Misa”, y en este breve artículo voy a justificar el argumento con motivos sobre todo pastorales y morales:
Entender la Misa como solo “Eucaristía” conlleva excluir, por vía de reducción, partes fundamentales de la Misa como el acto penitencial, la Palabra, o el mismo ofertorio. Además, cuando acudimos a la “Eucaristía” parece obvio que hemos de recibir la misma, o sea, comulgar. Entonces, como ya planteaba el entonces Cardenal Ratzinger (hoy Papa Emérito Benedicto XVI), cuando hay tantas personas que, por vivir situaciones de vida irregular, o, sencillamente estén en pecado grave sin propósito alguno de enmienda, no pueden recibir la comunión, el acudir a una Eucaristía sin poder comulgar se torna ciertamente incongruente. Si acudimos a “Misa” y sabemos que la Eucaristía es el fruto de la Misa pero NO es toda la Misa, puede asumirse ir a Misa y no comulgar. Unido a lo anterior, el asumir la Misa como sola “Eucaristía” lleva consigo dos funestos efectos:
1º: Muchas personas no van a Misa porque no pueden comulgar
2º: Muchas personas que no pueden comulgar, si comulgan porque van a Misa
En el primer efecto se produce pecado mortal, pues ausentarse a Misa en precepto es pecado grave a no ser que exista causa justificada (enfermedad, trabajo, imposibilidad física). Y en el segundo efecto se produce sacrilegio (que es el peor de todos los pecados)
Entender la Misa sin “sacrificio” lleva consigo redundar la alegría de la resurrección, lo cual es más que saludable, pero a la vez se olvida que esa dicha de la resurrección procede de una pasión, cruz y muerte de Cristo a causa de nuestros pecados. Si la Misa se vive como solo banquete, entonces olvidamos que ese banquete es gracias al infinito amor de Cristo mostrado en la cruz, y que la misma cruz es una llamada a la responsabilidad moral personal para ser también corredentores y misioneros. Obviar la cruz supone peligrosas consecuencias:
1ª: Se pierde el sentido de pecado. Nuestro pecado es la causa de la muerte de Cristo, y si Él ha venido a redimirnos no lo hace como padre absoluto sino respetando nuestra libertad de acoger o rechazar la salvación. Y acoger la salvación es luchar, con la Gracia de Dios y nuestro amor, contra el pecado y ayudar a otros a hacer lo mismo con sentido apostólico.
2ª: Se diluye la responsabilidad moral, y se establece una errónea responsabilidad solo estructural del pecado como si no existiera la libertad individual (es el argumento de la teología de la liberación que tanto daño ha hecho en la Iglesia). Muchos creen que si Cristo sufrió en la cruz, ¿para qué hemos de llevar la cruz nosotros?, olvidando que el mismo Cristo nos recuerda que hemos de llevar la cruz con fe y amor para que sea suave y ligera, pero llevarla y hacerlo en comunidad con sentido de Iglesia.
Por todo ello, el “Santo Sacrificio de la Misa” es la mejor manera de anunciar la Misa, de vivirla y de asumirla. En esa expresión cabe la cruz, el banquete y las infinitas gracias que podemos recibir al participar en ella. Es la expresión que realza la verdadera Misa y no crea confusiones ni erradas interpretaciones a la hora de asumirla en nuestra vida cristiana.
Dicho de forma simbólica: Un Naranjo es el árbol que produce la Naranja. Pero al naranjo no lo llamamos «naranja». Pues la Santa Misa es el árbol que produce la Eucaristía, pero no por eso llamamos al árbol con el nombre del fruto.
Santiago-César González Alba