Tratar de responder a cuestiones como las de nuestra existencia, identidad, lugar en el mundo, nuestro devenir, es tratar de descubrir la verdad, o dicho de otra forma, de conocer lo que es conforme con la realidad.
Algunos se preguntarán si existe una verdad o si podemos conocerla. Veremos esto más adelante. Por el momento admitamos por un instante que hay una verdad y que esta es una, correspondiente a una única realidad, y que esta verdad-realidad puede ser conocida.
El primer problema que se plantea es el de los instrumentos que disponemos para captar la realidad y pues, eventualmente, explorar la verdad.
Los órganos de los sentidos
Todo lo que podemos conocer viene de informaciones captadas por los órganos de nuestros sentidos. Incluso si se admitiera que excepcionalmente podamos tener conocimientos por vías parapsicológicas o sobrenaturales, tendrían que pedir prestado el camino de nuestros influjos nerviosos.
El mundo que nos rodea se nos da a conocer a través de las reacciones psico-químicas al nivel de nuestros órganos sensoriales. Vemos porque nuestros ojos transforman en luz de colores ciertas ondas emitidas por el medio exterior. Entendemos porque nuestros oídos perciben otras ondas como sonido. Accediendo a leer un libro o escuchar, incluso las nociones más inmateriales pasan por nuestros ojos y oídos.
Estas reacciones de los cuerpos a los estímulos no son exclusivas del ser humano. Muy al contrario, pertenecen a las características esenciales de todo ser vivo. Todo ser vivo debe, en efecto, buscar en el medio exterior los medios que necesite para desarrollarse y reproducirse. Tendrá necesidades para mantener su propia estructura y renovar sin cesar su substancia. La alimentación requiere de órganos capaces de buscar e identificar los alimentos necesarios. De otra parte la vida no puede mantenerse más que si los seres que la portan pueden adaptarse a las modificaciones del medio. Necesitan pues órganos capaces de detectar el calor y el frío, lo seco y lo húmedo, etc. para poder corregir sus efectos. Si los seres vivos se desplazan les será necesario descubrir los obstáculos y peligros para evitarlos o combatirlos.
Todos los seres vivos, incluso los vegetales, poseen órganos sensibles a las condiciones psicoquímicas del medio exterior. Algunos materiales inertes sufren también modificaciones en razón de las condiciones: por ejemplo los cambios de temperatura pueden romper las rocas y helar o evaporar el agua. Pero en esto no hay más que una aplicación pasiva de las propiedades de la materia sin ninguna adaptación, ninguna intervención, ninguna adquisición.
El ser humano, aparte de los cinco sentidos clásicos, posee un cierto número de otros que gestionan órganos específicos: citemos solamente el sentido del equilibrio debido a las ingeniosas disposiciones del oído interno. Sin embargo se puede subrayar que estas capacidades del sentido humano, tales como la vista, el oído o el olfato, parecen bastante mediocres en relación a las capacidades de un buen número de animales: algunas mariposas macho perciben el olor de sus hembras a una distancia de ¡más de diez kilómetros! Algunos animales disponen incluso de sentidos extraordinarios completamente ausentes en el hombre: por ejemplo aquellos que permiten a los animales migradores encontrar sus nidos tras haber atravesado buena parte del planeta, o los que conducen a ciertos peces a su zona original tras haber pasado un largo periplo por los océanos.
Se notará pues que no es precisamente en los sentidos en lo que destaca el hombre sobre los animales. No es la cantidad de información recibida por su intermediario lo que explica la calidad del conocimiento que tiene el hombre del mundo.
El cerebro
La información recibida por los órganos sensibles no tienen otro objeto que permitir a sus portadores adaptarse a las circunstancias exteriores. Así vemos como en los vegetales las raíces van en busca de la humedad, los girasoles se dirigen hacia el sol, las plantas carnívoras cierran sus hojas sobre sus víctimas.
Entre los animales las informaciones son transmitidas por los impulsos nerviosos, que sirven también para accionar la respuesta de los órganos interesados. Algunos de una forma muy simple pudiendo limitarse a modestas fibras. Otros, como los artrópodos, poseen cadenas de ganglios nerviosos que aseguran la coordinación de todo el cuerpo permitiéndoles la ejecución de operaciones complejas: ¿se imagina una araña andando sobre ocho patas independientes?
Una gran parte del sistema nervioso de los vertebrados se encuentra concentrado en un órgano central, el cerebro, director y regulador de toda la actividad. El cerebro no interviene sin embargo en todo. Así por ejemplo el corazón posee un sistema nervioso autónomo. Incluso ciertas informaciones transmitidas por los sentidos provocan por sí mismas acciones reflejas antes de llegar al cerebro.
Todos los animales poseen en sus centros nerviosos un programa, llamado instinto, que les dicta su comportamiento. Se trata de un programa innato y no adquirido puesto que un animal alejado de sus congéneres adopta espontáneamente los hábitos de su especie.
El cerebro del que están dotados los animales puede desarrollar aún más el programa y es capaz de adaptarlo. La memoria ofrece importantes posibilidades de almacenamiento de informaciones que permiten, ya espontáneamente ya tras una doma, modificar el comportamiento animal ante ciertas situaciones. Así por ejemplo un perro puede aprender a subirse a la acera para evitar los automóviles.
Destacaremos en este ejemplo que el perro no se limita a evitar un automóvil en particular: huye de todo lo que se mueva que identifique como un automóvil. Esto muestra que el animal es capaz de clasificar las cosas en función de características generales: por ejemplo, el movimiento, el ruido o el aspecto común a los coches. Pero no se debe por esto atribuirle inteligencia: incapaz de abstraer, el animal no penetra en nada la naturaleza de las cosas y se atiene solamente a las características sensibles. Nada de esto lo saca del programa de su instinto. Un ordenador podría también tener capacidades del mismo tipo.
Otro ejemplo precisará lo que queremos decir. El chimpancé, del cual se dice es nuestro pariente y al que impropiamente se le atribuye inteligencia, puede recurrir a la ayuda de un palo o de una piedra para resolver un problema práctico ocasional. Pero no extraerá ninguna enseñanza general de su experiencia: no es capaz de concebir la idea de herramienta. Aunque puede llegar a lanzar una piedra o a servirse de un palo para descolgar unos plátanos, él nunca abstraerá la idea de que esa piedra junto con el palo le servirían como una eficaz herramienta para descolgar las frutas del árbol.
No hay diferencia fundamental entre el cerebro del hombre y el de los animales superiores. El cerebro de un recién nacido humano no es ni siquiera de los mejores organizados. En cuanto a juzgar la capacidad cerebral por el volumen, se constata que el elefante está mejor provisto que en hombre en lo absoluto y que si se relaciona el peso del cerebro en relación al cuerpo ciertos simios son superiores incluso al hombre.
Se ve que la superioridad del hombre en relación a los otros seres vivos en el dominio del conocimiento no encuentra explicación en las particularidades de sus órganos sensoriales o de su cerebro por los cuales, como los animales, transmiten todas las informaciones.
La inteligencia
Los sentidos, como hemos visto, nos aportan información sobre las cualidades materiales de las cosas, sobre sus características físicas. En la medida en que su cerebro lo permite, los animales llegan a clasificar los objetos y los seres animados, pero no lo hacen más que en función de los aspectos sensibles.
El hombre dispone de una facultad, la inteligencia, que le permite sobrepasar estos aspectos sensibles para explorar la naturaleza de las cosas. Si el perro reconoce los automóviles por su sonido, su movimiento o su aspecto general, el hombre llamará automóvil a todo vehículo apto para desplazarse mediante su propio motor, cualquiera que sean las características físicas del momento. Si el hombre utiliza otra palabra, camión, por ejemplo, tendrá en cuenta una idea suplementaria y establecerá una nueva definición. Tomemos el ejemplo de un hombre y su perro que viven cerca de una vía férrea, donde tras años de locomotoras a vapor surge una máquina diésel; el perro, habituado a las cualidades exteriores (la masa negra, el ruido, el humo) de las locomotoras a vapor, no hará distinción entre el viejo y el nuevo motor; el hombre al contrario juzgará características esenciales como la función (tirar de vagones sobre la vía férrea), y reconocerá una locomotora de un tipo u de otro.
El trabajo de la inteligencia, es pues de antemano, partiendo de constataciones de los sentidos explotadas por el cerebro, formar ideas que correspondan con la naturaleza de las cosas. Las ideas no son una construcción artificial: corresponden con la realidad, pero la realidad percibida más allá de los datos sensibles. Así la idea del hombre se aplica a los sujetos grandes o pequeños, blancos o negros, buenos o malos, sanos o monstruosos, pasados, presentes y futuros. La inteligencia traduce pues más allá de la apariencia y de la cronología la realidad de la naturaleza humana.
La abstracción
Partiendo de los datos sensibles, los únicos directamente accesibles, la inteligencia puede por lo tanto sondear la naturaleza de las cosas, comprenderlas y definirlas, mucho más allá de los datos sensibles. E incluso, a fin de cuentas, descarta los datos sensibles para obtener la idea pura, limpiada de elementos circunstanciales o particulares.
Esta idea pura no es una creación de la inteligencia. Está contenido en lo real de donde la inteligencia la extrae mediante un trabajo de abstracción. La abstracción constituye la operación base de la inteligencia. Por lo tanto todos los conocimientos intelectuales son abstraídos.
Es por esta facultad de abstraer que el hombre puede acceder, más allá de las informaciones vehiculadas por sus influjos nerviosos, a nociones fundamentales que puede ser respondan a las cuestiones que hemos evocado anteriormente. Es gracias a esta facultad de abstraer que el hombre puede llegar a plantearse estas cuestiones.
Se notará que la inteligencia humana no se ejerce de manera intuitiva, es decir sabiendo la naturaleza de las cosas de un solo vistazo. Funciona según el modo discursivo partiendo de datos reales y progresando, como veremos, por el razonamiento. En consecuencia, la abstracción puede operar en diferentes niveles del trabajo intelectual.
En el primer nivel, la inteligencia busca leyes físicas universales más allá de los hechos o características particulares : es la búsqueda científica. En otro nivel, la inteligencia no se detendrá en las propiedades físicas, sino que considerará los problemas en abstracto relacionados con la cantidad: es la búsqueda matemática. Por último, podrá descartar las propiedades cuantitativas y las leyes físicas para no sondear más que el ser de las cosas: es la búsqueda metafísica.
El juicio y el razonamiento
Esta abstracción operando en diferentes niveles muestra bien que la inteligencia progresa por etapas. El hombre no podría acceder al conocimiento de lo real, es decir a la verdad, si se contenta con emitir ideas aisladas. Es necesario producir una cadena de ideas coherentes entre ellas.
Por otro lado las ideas demandan una verificación para controlar su conformidad con la realidad. Se encuentran pues sometidas al juicio que las estudia, compara, y elije entre ellas cuáles parecen conformes a la realidad y cuales conectan entre sí. Va de suyo que no se pueden retener conjuntamente dos ideas que se excluyen mutuamente; de todas maneras, lo veremos, si se excluyen implica necesariamente que al menos una de ella no corresponde a la realidad.
El juicio queda finalmente ligado a las constataciones sensibles. La búsqueda de la verdad exige que se vaya más lejos. Se hará encadenando juicios unos con otros por el razonamiento. El razonamiento permite así progresar de lo conocido hacia lo desconocido y llevar nuestros conocimientos mucho más allá de las realidades directamente accesibles. Supone, bien entendido, un método riguroso y una base formada de juicios exactos.
Se puede distinguir tres modos de razonamiento:
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El razonamiento por analogía, que consiste en extraer una conclusión partiendo de una semejanza. Partiendo de dos efectos similares se concluye, por ejemplo, en dos causas similares. Se puede también concluir incluso la misma causa a efectos similares. El razonamiento por analogía llega incluso a inferir de un parecido parcial un parecido total.
Por este tipo de razonamiento se llegará, por ejemplo, al árbol genealógico de las especies animales y a la teoría del evolucionismo. Vista la fertilidad de este modo de razonamiento, hay que ver también su fragilidad: el razonamiento por analogía permite plantear hipótesis pero exige verificaciones.
- El razonamiento por inducción, en el cual partiendo de proposiciones particulares, extraeremos proposiciones generales. Ejemplo caricaturesco de este método: un francés que cruza la frontera y ve una española con el pelo rojo, y anota en su diario: «las españolas son pelirrojas».
Este método sin embargo es precioso y permite formular leyes generales, con la condición, bien entendida, de fundarse sobre una cantidad suficiente de observaciones idénticas y convergentes. Con la condición también de que haya certeza de relación entre el hecho particular y la conclusión que se extrae. Los sondeos tan de moda, se equivocan sobre manera por la insuficiencia del número y en razón de métodos erróneos o poco rigurosos.
La búsqueda científica peca a veces de los mismos defectos, pero no puede progresar más que por el razonamiento por inductivo.
- El razonamiento por deducción, que consiste en llegar a una proposición particular partiendo de una proposición general. Este es evidentemente el método más seguro, pero supone que las leyes generales sean conocidas. Estas leyes generales supuestas por el razonamiento por analogía, son propuestas por el razonamiento por inducción. El razonamiento por deducción servirá pues en primer lugar para verificar los resultados del método inductivo. Su papel consistirá, en segundo lugar, en avanzar el conocimiento para la resolución de los problemas particulares.
Desde Aristóteles, la lógica deductiva encuentra su instrumento más perfecto en el silogismo por el cual, planteando datos ciertos, se extrae un resultado necesario. El silogismo se desarrolla en tres etapas: las premisas (la mayor y la menor) y la conclusión. Veamos un ejemplo clásico: todos los hombre son mortales (mayor), y Pedro es un hombre (menor), luego Pedro es mortal (conclusión).
Si las premisas son sólidas, la conclusión lo es también y puede servir de base para un nuevo silogismo. Así el conocimiento puede avanzar por un encadenamiento de silogismos.
Si la conclusión parece falsa o aberrante, es la prueba de que al menos una de las premisas no es exacta o que la articulación entre las premisas es errónea. Por ejemplo: los árboles pierden sus hojas en invierno, y el abeto es un árbol, luego el abeto pierde sus hojas en invierno. Aquí la mayor es falsa por incompleta, pues hay que entenderla como «todos los árboles», cuando habría que formularlarla como «todos los árboles de hoja caduca»; en este caso la menor no se articularía con la mayor puesto que el abeto es un árbol de hoja perenne.
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