VIGILIA DE PASCUA
Sermón del Reverendísimo Dom Jean Pateau
Abad de Nuestra Señora de Fontgombault
(Fontgombault 27 de marzo de 2016)
Queridos hermanos y hermanas:
Mis amados hijos:
Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente. Él, que estaba muerto, ahora está vivo. La oscuridad era incapaz de detener a su presa. El Príncipe de la vida ha triunfado. Esta es la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida.
Durante este Año Santo de la Misericordia, cuando se nos invita a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para con nosotros y para poner la misericordia en práctica entre nuestros vecinos, reflexionemos sobre el regalo que el Señor ha concedido a la humanidad en este día: por pura misericordia, su Pascua se convierte en nuestra Pascua.
El canto del Exultet ,que abre la solemne celebración Pascual, será nuestra guía: «Alégrense en el cielo, goce también la tierra, inundada de tanta claridad; y que radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de las tinieblas que cubría el orbe entero.
»Esta alegría debe encender en nuestros corazones alabanza y acción de gracias al «Dios invisible, el Padre todopoderoso y su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo»».
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
«De acuerdo con la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, la celebración «hace un recuerdo» de las maravillosas obras de Dios en una anamnesis que puede ser más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que, por lo tanto, despierta la memoria de la Iglesia, por consiguiente, inspira acción de gracias y alabanza (doxología)». (CIC, n. 1103)
La más bella de todas las acciones de gracias que jamás haya salido de un corazón humano puede ser oído en el cántico de María, el Magnificat: «Porque el que es Poderoso ha hecho grandes cosas en mí: Santo es su nombre» (Lc.1,49).
La razón de la alegría de esta noche, es que Cristo ha hecho grandes cosas por nosotros. Por el misterio Pascual, Él ha pagado por nosotros a su Padre eterno la deuda de Adán y, a través del misericordioso derramamiento de su sangre, ha cancelado la deuda que habíamos incurrido por el pecado original.
La culpa de Adán fue una ofensa a Dios, nuestro Creador. La transgresión de la voluntad divina era una ofensa en contra de la gran misericordia que Dios había mostrado cuando le creó. Él había dado el ser y la vida a lo que no existía, y lo que no existía, se aprovechó de este «ser» dado gratuitamente para rebelarse contra su Creador.
Cuando hizo este hecho de injusticia, la criatura provocó la sentencia divina, mientras que se mutiló a sí mismo en sus profundidades más internas.
Y no siendo sino una criatura débil e impotente, sabía que era incapaz de compensar la injusticia, así como por los daños que había causado. El Exultet canta: «Ésta, por lo tanto, es la noche, que disipó la oscuridad de los pecadores por la luz del pilar. Ésta es la noche, en que en este momento en todo el mundo se restituye la gracia y se une en la santidad a los que creen en Cristo, y son arrancados de los vicios del mundo y la oscuridad de los pecados. Por lo tanto, la santificación de esta noche pone en fuga a toda maldad, limpia los pecados y restaura la inocencia a los caídos, y la alegría a los afligidos. Se alejan los odios, prepara la concordia, y abate la arrogancia».
¿Por qué tanta alegría? Se deriva de una afirmación irrefutable: Porque no nos hubiera beneficiado en nada haber nacido, a no ser que la redención también se nos haya concedido a nosotros.
Por lo tanto, el autor muestra su agradecimiento a Dios: ¡Oh maravillosa condescendencia de tu misericordia hacia nosotros! ¡Oh afecto inestimable del amor, que para redimir al esclavo, entregaste a tu Hijo!
Y concluye de una manera paradójica: ¡Oh pecado, verdaderamente necesario de Adán, que fue borrado por la muerte de Cristo! Oh feliz culpa, que mereció tener tal y tan grande Redentor!
Por su muerte y resurrección, Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no sólo ejerce su capacidad de reparar la ofensa a Dios y restaurar la justicia, sino lo que es más, por pura misericordia, y sin que tengamos ningún derecho a ella, Se vuelve hacia la humanidad culpable y restaura en sus miembros la dignidad de hijos de Dios.
Aprovechamos para hacer nuestro el deseo de una paz universal con que concluye el canto: «Te rogamos, pues, oh Señor, Que te dignes conceder tiempos de paz durante esta Fiesta Pascual y concédenos regir, gobernar y conservar tu constante protección a nosotros, tus siervos… Ten en cuenta, también, a los que reinan sobre nosotros y concédeles tu inefable bondad y misericordia, dirige sus pensamientos a la justicia y la paz, que a partir de su esfuerzo terrenal, puedan llegar a su recompensa celestial con todo tu pueblo».
Durante estos días santos, que el Señor conceda una bendición especial para aquellos que, en todos los lugares del mundo, trabajan de forma desinteresada para recuperar una paz auténtica. Que los coros angelicales del Cielo ahora se alegren; que los misterios divinos se alegren y que la trompeta de salvación suene y manifieste la victoria de tan gran Rey.
Amen, Aleluya.
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DOMINGO DE PASCUA
Sermón del Reverendísimo Dom Jean Pateau
Abad de Nuestra Señora de Fontgombault
(Fontgombault 27 de marzo de 2016)
Quis revolvet nobis lapidem?
¿Quién nos correrá la piedra?
(Mc.16:3)
Queridos hermanos y hermanas:
Mis amados hijos:
San Benito, después de haber abandonado el mundo y antes de fundar su monasterio de Monte Cassino, vivió durante algunos años como un ermitaño, desconocido de los hombres, en la soledad de Subiaco.
Un día de Pascua, el Señor se apareció a un sacerdote que vivía en las proximidades de la cueva de Benito: «Tienes preparado buena comida para ti, y mi siervo, en semejante lugar, está muerto de hambre». El cura se fue inmediatamente y encontró la cueva donde Benito se ocultaba. Entonces, después de las oraciones, y bendiciendo al Señor Todopoderoso, se sentaron, y después de un discurso espiritual sobre la vida, dijo el cura:
«Levántate, y tomemos nuestra refección, porque este es el día de Pascua». A lo que el varón de Dios respondió: «Yo sé que es Pascua, porque he encontrado tanto favor como verte». (Ya que por no haber tenido conversación con los hombres en mucho tiempo, no sabía que era el día de Pascua). El buen cura, por tanto, una vez más afirmó diciendo: «Verdaderamente, éste es el día de la resurrección de nuestro Señor y, por lo tanto, no conviene que guardes la abstinencia y para esto he sido enviado, para que podamos comer juntos lo que Dios Todopoderoso nos ha dado» con lo cual bendijeron a Dios, y comieron carne». (San Gregorio, La vida de San Benito, Diálogos, lib. II, cap. 1)
¿No estaría, la cita de este pasaje de la vida de San Benito, un poco fuera de lugar, cuando nuestros ojos fascinados esta mañana se ven obligados a contemplar a nuestro Señor resucitado? Sin embargo, hay dos razones que justifican este recordatorio. La fiesta del día de nuestro Patrón de la Orden, 21 de marzo, se llevó a cabo este año en Lunes Santo. Por ello, se ha aplazado, ante la liturgia de la Semana Santa, y se ha pospuesto hasta después del domingo menor. Era conveniente recordar esto hoy. Lo que es más, ésta evocación de la vida de nuestro bendito Padre revela cómo Dios cuida de que el anuncio gozoso del Aleluya llegue a todos los hombres y mujeres, incluyendo aquellos que viven en los lugares más remotos, para que ellos también se puedan alegrar con los dones del Señor.
San Agustín ha evocado los sentimientos que tomaron el Corazón de Nuestro Señor en la hora de su muerte, porque había dicho: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Él vio a algunos de los suyos entre los muchos que eran ajenos; para éstos buscó el perdón, para quienes, en aquel momento, continuaban hiriéndole. No consideraba que estaba siendo ejecutado por ellos sino, solamente, que moría por ellos (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio según San Juan, Tr. 31, 9).
La Iglesia modifica la visión, un tanto pesimista, del obispo de Hipona, cuando afirma que el Espíritu Santo, de manera que sólo Dios conoce, ofrece a todos la posibilidad de que se asocien a este misterio Pascual (Vaticano II, Gaudium et spes, nº. 22).
El canto del Aleluya resuena para todos como muestra de piedad. Dios ofrece a todos un camino de reconciliación. Este consuelo brota del Corazón de Cristo en la Cruz y está especialmente dirigido a aquellos que, debido a la falta de corazón en el hombre, están en gran soledad y con extrema necesidad. Está dirigido a los niños en el vientre de sus madres, los seres indefensos que tan a menudo se sacrifican en aras del placer o el control de la población; a personas de edad avanzada, a quien el mundo considera que son inútiles y cuya culpa es costar dinero o ser un obstáculo; a personas enfermas, cuyas vidas y cuerpos enfermos parecen no tener más razones para la existencia; a los refugiados, que han huido de los países devastados por guerras que, en silencio, han sido fomentadas por los promotores de un orden mundial esclavizado por el dinero. (Cf. Marc Fromager, Guerres, pétrole et radicalisme-Les chrétiens d’Orient pris en étau [Wars, Oil and Radicalism-Eastern Christians Caugth Between the Hammer and the Anvil] Salvator, Paris, 2015).
No es, sin razón, que San Benito da esta advertencia: «Por encima de todas las cosas, dejar que el Abad preste atención, no que menosprecie o haga poco caso de las almas entregadas a su custodia, y tenga más cuidado de las cosas fugaces del mundo que por ellos» (San Benito, Regla, Cap. 2). Considerando que la sociedad ha perdido el sentido de la vida humana y su carácter sagrado, Dios sigue siendo su único Salvador.
El mensaje Pascual de misericordia ofrece un corazón, un corazón que desea el bien, el Corazón de Dios.
El Señor ha confiado esta proclamación a la Iglesia, a los pobres y débiles, que han recibido a través de su bautismo el deber de anunciarla, para ser testigos de la resurrección y el amor de Dios. La voz de estos apóstoles clama en el desierto, mientras que otro clamor la ahoga: «¡Ni misericordia ni justicia!»
El totalitarismo mundial rechaza el mensaje cristiano y el antiguo diálogo entre la Iglesia y las naciones; desecha los principios fundamentales de la ley natural que están inscritos en el corazón de cada hombre, y han servido como pilares para construir tantas civilizaciones; oculta y falsea la noble historia de las naciones y las tradiciones; desprecia el trabajo de los santos, que han sido los hitos y los constructores de naciones; por lo que este totalitarismo impone un mundo sin corazón, cuyos dioses son el dinero y el placer .
¿En qué se convertirá un cuerpo una vez que su corazón se ha eliminado? Un simple esqueleto, que pronto se convertirá en polvo. Nuestro Señor Jesucristo resucitado ha vencido a la muerte, y le da un nuevo corazón al hombre y a la humanidad. Él levanta los huesos extremadamente secos, a condición de que acepten escuchar sus palabras (Cf. Ez.37).
Entonces, las palabras del introito, resuenan como un signo de esperanza: «He resucitado y aún estoy con ustedes».
«Él que estará con nosotros para siempre, Él que nos correrá la piedra, Él es Cristo, el rostro de la misericordia del Padre y la piedra angular del Reino que viene, un Reino de verdad y de vida, un reino de santidad y gracia, un reino de justicia, amor y paz».(Prefacio de la Fiesta de Cristo Rey).
Amén, Aleluya.
Reverendísimo Dom Jean Pateau
[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]
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Nota: en Clear Creek Abbey, está a la venta un CD de cantos gregorianos de Pascua cantados por los monjes de la abadía de Fontgombault. Por favor apoye, a estas abadías y sus monjes tan a menudo como sea posible, están haciendo el trabajo de Dios en la tierra más que casi cualquier otra fundación que podemos imaginar.