Sexto mandamiento No cometerás adulterio (Ex 20, 14)

Una vez prohibido el homicidio se pasa a prohibir el adulterio; con toda razón, porque marido y mujer son como un solo cuerpo: “Serán, dice el Señor, dos en una sola carne” (Gen 2, 24). Por lo cual, después del ataque perpetrado contra la vida misma de uno, no hay injuria mayor que la inferida al cónyuge.

El adulterio se prohíbe tanto al marido como a la esposa.

  1.  A) Sin embargo, hablaremos primero del adulterio de ésta, pues da la impresión de que su pecado es más grande.

Tres pecados graves comete la mujer adúltera; se insinúan en el texto que sigue: “Toda mujer que abandona a su marido…, primero, ha sido incrédula a la ley del Altísimo; segundo, ha dejado a su esposo; tercero, ha cometido adulterio y se ha procreado hijos de otro hombre” (Eccli 23, 32-33).

En primer lugar, por tanto, peca de incredulidad, puesto que es incrédula a la ley: Dios, en efecto, ha prohibido el adulterio. Al propio tiempo obra contra el ordenamiento divino: “A los que Dios ha unido, no los separe el hombre” (Mt 19, 6). Así mismo, contra las instituciones de la Iglesia, contra el sacramento: el matrimonio se celebra ante la Iglesia, y por ello se pone a Dios como testigo y garante de la futura fidelidad: “El Señor ha sido testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que has desdeñado” (Mal 2, 14). El pecado, pues, va contra la ley, contra las instituciones y contra el sacramento de Dios.

En segundo lugar peca de traición, porque deja a su esposo. El Apóstol enseña: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido” (1 Cor 7, 4), hasta tal punto que ni aun castidad puede observar sin el consentimiento de éste. Por lo que, si adúltera, comete traición al entregarse a otro, como el criado que se dedica a servicio distinto del de su señor. “Ha dejado al caudillo de su juventud, y se ha olvidado de la alianza de su Dios” (Prov 2,17).

En tercer lugar peca de robo, pues procrea para sí hijos de un extraño; es esto el robo más grande, porque adjudica toda la herencia a hijos ajenos.

Esta mujer habría de procurar que esos hijos entrasen en religión, u otra solución satisfactoria, de forma que no heredaran a su marido.

En resumen, la esposa adúltera es sacrílega, traidora, ladrona.

  1. B) Ahora bien, los maridos pecan no menos que las esposas, por más que en ocasiones ellos suelan ser más indulgentes consigo mismos. Se deduce de tres consideraciones.

Primera, de la igualdad que existe entre ambos, pues “el marido no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Cor 7, 4); por lo cual ninguno de los dos puede hacer nada referente al matrimonio sin consentimiento del otro. Para poner esto de relieve, Dios formó a la mujer no de un pie o de la cabeza, sino de una costilla. Por eso el matrimonio no logró su perfección más que en la ley de Cristo; un judío podía tener varias mujeres, pero la esposa no podía tener varios maridos; no existía igualdad.

Segunda, de la fortaleza del varón, en tanto que la concupiscencia es pasión típica de la mujer: “Asimismo, los maridos tratadlas a ellas con conocimiento, tributando honor a vuestras mujeres como a vaso más frágil1” (1 Pet 3, 7). Por lo que, si exiges a tu mujer lo que tú no estás dispuesto a cumplir, cometes infidelidad.

Tercera, de la autoridad del varón, pues él es cabeza de la mujer. Por este motivo las mujeres no deben hablar en la Iglesia sino preguntar en casa a sus maridos, según leemos en 1 Cor 14. Es, pues, el varón maestro de la mujer, y por ello Dios dirigió al varón el precepto. Ahora bien, si no cumple con su deber, peca más un sacerdote que un laico, y un obispo más que un sacerdote, porque tienen oficio de enseñar a los otros. De manera semejante, si adultera el varón, comete infidelidad al no cumplir con lo que es deber suyo.

Con todo, tengan muy presente las esposas la advertencia de Cristo: “Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23, 3).

“No cometerás adulterio”. Según hemos dicho, Dios lo prohibió tanto al varón como a la mujer. Conviene ahora recordar que algunos, admitiendo que el adulterio es pecado, piensan en cambio que no constituye pecado mortal la mera fornicación. Contra ellos escribe el Apóstol: “A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Heb 13, 4); “No os engañéis: ni los fornicarios…, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales… poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9-10). Pero de este reino nadie queda excluido más que por pecado mortal. Luego la fornicación lo es.

Tal vez insistas: No hay motivo para que lo sea: puesto que no anda por medio cuerpo de esposa como en el adulterio. Respondo que, si no hay cuerpo de esposa, sí hay cuerpo de Cristo, el que se os dio y se os consagró en el bautismo. Por consiguiente, si nadie debe inferir injuria a una esposa, mucho menos a Cristo. “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo y hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ningún modo!” (1 Cor 6, 15). Es herético afirmar que la mera fornicación no constituye pecado mortal.*

* La fornicación es intrínsecamente mala, como declaró Inocencio XI en 1679, expresando el sentir de la Iglesia desde el primer momento. (Se entiende por fornicación, el comercio carnal entre un hombre y una mujer que ya no sea virgen, libres ambos de compromiso matrimonial o de cualquier otro tipo. De no darse las anteriores condiciones, ya no sería simple fornicación, sino adulterio, estupro, incesto o sacrilegio, según las condiciones de los sujetos de la acción lujuriosa, y, por tanto, de mayor gravedad). Véase también la doctrina del Concilio Vienense (1312).

Resumiendo, en el mandamiento “No cometerás adulterio” queda prohibido no sólo éste, sino toda satisfacción carnal fuera de matrimonio.

Ha habido otros, por el contrario, que han sostenido que la unión conyugal nunca está exenta de pecado. Es también herético.*

* Se sobreentiende: “exenta de pecado mortal”. Es muy probable que Santo Tomás recuerde la Profesión de fe que Inocencio III impuso a los valdenses en 1208, por la que debieron profesar que no debe ser rechazado el matrimonio, en el que el marido se salva juntamente con su cónyuge, lo que no sería posible de cometerse en él pecado mortal. Además, no se alcanzaría el fin primario de tan santa institución, si la unión conyugal fuera mala. Véase, también, el magisterio del Concilio de Braga (561) y del IV Concilio de Letrán (1215).

Dice el Apóstol: “El matrimonio sea tenido por todos en gran estima, y el lecho conyugal sea inmaculado” (Heb 13, 4). Tal unión unas veces no sólo está exenta de pecado, sino que comporta méritos de vida eterna para los que viven en caridad; otras, constituye pecado venial; en ocasiones, finalmente, mortal.

Cuando se realiza con la intención de tener hijos, es un acto de virtud. Cuando se lleva a cabo en respuesta a la petición del otro cónyuge, es incluso un acto de justicia. Cuando por simple goce carnal, es pecado venial, siempre que no sobrepase las fronteras del matrimonio. *

* Esta doctrina fue posteriormente confirmada por Inocencio XI en 1679, en el sentido de que puede haber alguna culpa venial en el uso del matrimonio, pero sólo cuando el acto conyugal se realice exclusivamente por el puro placer sensual. Lo mismo ocurre en el comer, por ejemplo, cuando se come con excesiva voracidad.

Cuando sobrepasa éstas, es decir, cuando, de poder, se extendería a tercera persona, es pecado mortal.

Por muchas razones se prohíben el adulterio y la fornicación.

En primer término, porque matan el alma: “El adúltero, por empobrecimiento de su corazón perderá su alma” (Prov 6, 32). Dice bien“Por empobrecimiento de su corazón”, el cual tiene lugar cuando la carne se enseñorea del espíritu.

En segundo lugar, priva de la vida: los que lo cometen, según la ley deben morir, conforme leemos en Lev 20 y Dt 22. Y si a veces no reciben castigo corporal, peor para ellos, porque ese castigo, sobrellevado pacientemente, contribuye al perdón del pecado; serán castigados en la vida futura.

En tercer lugar, arruina la hacienda: del hijo pródigo se cuenta en Lc 15 que derrochó su fortuna viviendo perdidamente. “No entregues en medida alguna tu alma a prostitutas, para que no te pierdas a ti mismo y tu herencia” (Eccli 9, 6).

En cuarto lugar, significa la deshonra para el hijo: “Los hijos de los adúlteros no llegarán a colmo, la descendencia de lecho culpable será exterminada; y si viven largos años, en nada serán tenidos, sin honor” (Sap 3, 16-17). “De otra manera vuestros hijos serían impuros, pero ahora son santos” (1 Cor 7, 14). Tampoco alcanzan honores en la Iglesia, si ésta llega a admitirlos como clérigos sin merma de su prestigio. *

* Entre las cualidades que debe reunir el candidato al episcopado para ser idóneo se requiere, por ejemplo, que haya nacido de legítimo matrimonio, sin que baste la legitimación

En quinto lugar, priva de la honra, particularmente a la mujer: “La mujer que se prostituye, será hollada como estiércol del camino” (Eccli 9, 10).Del varón se dice: “Bochorno y deshonra acumula, y su vergüenza no se borrará” (Prov 6, 33). Puntualiza Gregorio que los pecados de la carne, siendo menos graves que los del espíritu, acarrean mayor infamia que éstos. La causa estriba en que aquéllos ponen al hombre al nivel de los animales: “El hombre, hallándose en situación de honor, no lo comprendió; se comparó con las bestias estúpidas, y se hizo semejante a ellas” (Ps 48, 21).

“Comentario de Santo Tomás de Aquino a los Mandamientos”

San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángelhttp://sanmiguelarcangel-cor-ar.blogspot.com.es/
Artículos del Blog San Miguel Arcángel publicados con permiso del autor

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