Entrevista de Stefano Chiappalone a monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná. Una fe firme en la tempestad: ésta es su vida.
Stefano Magni
(Nota del traductor: La entrevista –en italiano– se encuentra en el video adjunto. El presente artículo es una resumen del mismo.)
En las últimas dos semanas, el Venerdì della Bussola se está centrando en el tema Una fe firme en la tempestad, hilo conductor de nuestra campaña navideña de recaudación, y que ofrecemos cada día con la Nuova bussola quotidiana y el boletín mensual de apologética. Hoy tenemos como invitado a monseñor Athanasius Schneider, entrevistado por Stefano Chiappalone en conexión directa con Kazajstán.
Releyendo su libro Christus vincit, se tiene la impresión de que la fe firme en medio de la tempestad es el hilo conductor de la propia vida de monseñor Schneider, alemán de familia pero natural de Kirguistán, la más oriental de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas. «Soy de los que eran conocidos como alemanes de Rusia –explica Schneider–. A las orillas del Volga y del Mar Negro había territorios del Imperio Ruso habitados por alemanes. Yo era de estos últimos. El legado más valioso que he recibido de mis orígenes germánicos es la sólida fe católica de mis ancestros. Cuando llegó el terror rojo, tuvieron ante todo en el punto de mira a los católicos, a quienes reconocían como los verdaderos enemigos de los enemigos de Dios». De ahí su odisea en el espacio soviético. «Nací en Kirguistán, viví en Estonia, y he conocido a sacerdotes y activistas de la Iglesia clandestina, entre los que también se encontraban mis padres. En medio de aquella tempestad, me educaron en la fe católica. Y considero aquella época un periodo de innumerables gracias divinas».
Empezando por el matrimonio de sus padres: «Los deportaron a los Urales, donde no había sacerdotes. El derecho canónico lo permite: los católicos que quieren casarse y no disponen de sacerdote (ausente por más de un mes), pueden contraer nupcias en presencia de testigos [canon 1116]. Mi abuelo Sebastián era un católico devoto de 27 años. Fue detenido y fusilado. Además de católico, era alemán y poseía algunas propiedades. En el régimen estalinista, eso bastaba para que te condenaran a muerte en un régimen que asesinó a unos 20 millones de ciudadanos soviéticos, las conocidas purgas. Mi abuela se quedó sola, jovencísima y con dos niños pequeños. Los comunistas registraron su casa, que estaba llena de imágenes sagradas. Y como no estaba permitida la manifestación de la religiosidad, la policía política ordenó confiscarlas. Mi abuela no quiso permitirlo. Un policía intentó llevárselas, pero mi abuela se puso a insultarlo. El agente se quedó poco menos que petrificado, como si lo hubieran exorcizado, y se marchó en silencio. Para mí fue un milagro, una intervención de la Providencia, porque mi abuela era muy tímida, pero en ese momento la gracia de Dios le dio las fuerzas. Como vemos, Dios protege a los suyos en los momentos más difíciles.
Hay otra anécdota curiosa. Schneider fue monaguillo ya en la cuna: «Mis padres salvaron de la policía política al sacerdote ucraniano Alessio Zaryckyj. A pesar de estar condenado a arresto domiciliario, visitaba con frecuencia a los católicos, arriesgándose a ser ajusticiado por ello. Cuando transfirieron a mis padres de los Urales a Kirguistán, siguió yendo a nuestra casa. Cuando decía Misa, ponían mi cuna al lado del altar: fue mi debut como monaguillo. Considero aquella Misa casera, esa bendición de Alessio, hoy mártir beato, la semilla de mi vocación sacerdotal». No fue ésa la única señal de la Divina Providencia: «Antes de ser obispo, fui sacerdote en Karagandá (Kazajistán). Me llamaron para que ayudara en la formación de sacerdotes, con la bendición especial de Juan Pablo II. Me quedé para servir en el seminario, y Benedicto XVI me nombró más tarde obispo auxiliar de Karagandá. Entonces me di cuenta de que el beato Alessio había sido martirizado precisamente en esa ciudad».
Mientras tanto, la situación de la Iglesia en el mundo libre era turbulenta por otros motivos: «En la URSS teníamos la idea de que Alemania era el paraíso. Nuestro confesor en Estonia, el padre Pavlovskis, que también estuvo preso en Karagandá, me dio la primera Comunión. En 1973, cuando nos disponíamos a salir de la URSS, nos dijo: “Tengan cuidado, que en muchas iglesias alemanas dan la Comunión en la mano; evítenlas”. Vivíamos en un pueblo católico de Alemania meridional donde había tres iglesias, y en todas ellas los fieles comulgaban en la mano. Yo tenía trece años, y aquello me parecía muy extraño. Cuando mi madre lo vio se puso a llorar. Fue una conmoción espiritual que nunca olvidaré». Es algo más que una cuestión externa o un formalismo. «Si tenemos fe, creemos que en esa pequeña Hostia consagrada está contenida la inmensa majestad de Nuestro Señor. Si nos damos cuenta de ello, no puede parecernos algo secundario la manera en que se trata la Hostia. Regalarle una flor a la novia no es un gesto externo superfluo. De mismo modo, si amamos a Dios, que se ha hecho tan pequeño, tan indefenso, no podemos menos que conmovernos. Nos arrodillamos instintivamente. No es fariseísmo; los fariseos observaban todas las formalidades externas, pero no tenían fe. Nosotros que tenemos fe debemos hacer como el pecador que se situaba al fondo del templo (no en primera fila como los fariseos) y se daba golpes de pecho, que es un gesto externo. En Ecclesia de Eucharistia, su última encíclica, la cual considero su testamento, Juan Pablo II dijo: «No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio». Ésta es la fe de los Apóstoles. Eso es lo que nos han transmitido los santos y los confesores. Y espero que la Iglesia restablezca la forma más clara, respetuosa y reverente de un momento tan importante en que tenemos un encuentro vivo con Nuestro Señor Jesús en la Comunión sacramental».
En Kazajistán «la mayoría de la población es musulmana. La Iglesia Ortodoxa tiene una presencia considerable, y tenemos contacto con ella. La nuestra es una evangelización de testimonio. Los musulmanes también tienen una sensibilidad particular para los signos. Por ejemplo, a nuestros compatriotas de religión islámica les gusta mucho ver a los sacerdotes con sotana y a las monjas con hábito; lo consideran una bendición para ellos y para su casa. Es una evangelización silenciosa, y muchos se convierten gracias a eso, o por lo menos se consideran honrados por ello». Y sin embargo en Occidente hay con frecuencia cierto miedo a dar testimonio… «Recuerdo un encuentro que tuve con un joven musulmán no practicante que andaba en busca de Dios. Iba a nuestra iglesia y leía el Evangelio. Aquel estudiante fue a verme y me dijo: “El cristianismo que vemos en Occidente no atrae porque le falta valor, es débil. El musulmán que busca a Cristo necesita un testimonio claro, valeroso y convincente”».
Actualmente también se oyen mensajes contradictorios por parte de los pastores. Algunos se preguntan dónde está la Iglesia. «Las puertas del Infierno no prevalecerán –dice monseñor Schneider para concluir–; debemos creerlo firmemente. Aunque en los tiempos que vivimos la Iglesia tiene que capear una tempestad muy intensa, incluso en su interior y en la propia Santa Sede, Cristo nos dio ejemplo cuando estaba en la barca con los Apóstoles y se desató la tormenta. Los discípulos despertaron a Jesús, y Él mandó a los elementos que se calmaran. Y se calmaron. También en estos tiempos Cristo se alzará y por medio de sus pastores, papas y obispos, restablecerá y proclamará la Fe de forma diáfana para consuelo y regocijo de todos los cristianos, de todos los católicos».
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)