I. En este primer domingo después de Epifanía celebramos una fiesta litúrgica en honor de la sagrada Familia formada por Jesús, la Virgen María y san José.
El contexto litúrgico es el más adecuado, porque después de haber contemplado en Navidad y Epifanía los principales misterios del nacimiento y la infancia de Jesús, hoy se nos invita a dirigir nuestra atención a lo que llamamos su «vida oculta»: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa sometida a la ley de Dios… que san Lucas resume en una frase que leemos en el Evangelio de hoy (Lc 2, 42-52): «Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (vv.51-52).
Esa es la vida que hoy viene presentada como modelo a las familias y a todos los cristianos para que imitando sus virtudes y por la intercesión de la Virgen María y san José, alcancemos la gloria del Cielo. Es decir se nos proponen las virtudes propias de la vida familiar como camino de santificación.
«Señor nuestro Jesucristo, que sujeto a María y a José, consagraste con inefables virtudes la vida de familia, haz que con el auxilio de ambos nos instruyan los ejemplos de tu sagrada Familia y consigamos su eterna compañía»[1].
II. De toda la vida oculta de Jesús, de los doce a los treinta años, sólo conocemos el episodio que nos narra san Lucas, del viaje de la sagrada Familia al templo con motivo de la Pascua de aquel año, y las pocas palabras que hemos citado que sintetizan los misteriosos crecimientos de Jesús en determinados órdenes de su vida y la contemplación de la Virgen María. A partir de estas pocas palabras es posible reflexionar acerca de la naturaleza y oficios del Salvador durante aquellos años de preparación sin que sea necesario reemplazar con la imaginación el silencio de los evangelistas.
La obediencia de Jesús a su madre la Virgen María, y a su padre legal san José, es una imagen temporal de su obediencia de Hijo al Padre celestial. Cuando le encuentran en el Templo de Jerusalén, dice a la Virgen: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (v. 49). En estas únicas palabras que se conservan de Jesús hasta los treinta años, Él manifiesta su divinidad, por cuanto se dice Hijo de Dios, en cuya casa está, delante de san José («y se pensaba que era hijo de José»: Lc 3, 23) y revela su misión, porque se dice ocupado en las «cosas» de su Padre, es decir, en su casa, en relación con su persona, ocupado en sus asuntos[2].
Cristo ha venido al mundo por obediencia, para hacer la voluntad del Padre en favor nuestro y así redimirnos y elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. En su peregrinación al Templo a los doce años presenta allí su primera oblación oficial en cumplimiento de la Ley del pueblo de Israel al que pertenecía («nacido de mujer, nacido bajo la Ley» Gal 4, 4) y ya presenta su ofrecimiento al Padre. Luego vuelve a Nazaret para proseguir allí su sacrificio: obediencia, trabajo, anonadamiento… Finalmente, volverá a Jerusalén para consumar su oblación al Padre, su sacrificio en la cruz, un sacrificio verdaderamente santo y que agrada plenamente al Padre celestial como leemos en Hb 10, 5-10:
«5Por eso, al entrar él en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, | pero me formaste un cuerpo; | 6no aceptaste | holocaustos ni víctimas expiatorias. 7Entonces yo dije: He aquí que vengo | —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— | para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. […] 10Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre».
Si nosotros quedamos santificados por esta oblación sacerdotal de Jesús, también somos invitados a unirnos a ese sacrificio[3]: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1). Al sacrificio del Salvador unamos el sacrificio de nosotros mismos en el Ofertorio de la Santa Misa y que esta oblación a Dios se prolongue en todos los momentos y en todos los días de nuestra existencia.
«En realidad, el Ofertorio es, con respecto a toda la Misa, un sacrificio preparatorio y secundario, cuyo objeto es separar o retirar la materia (el pan y el vino) del uso ordinario y vulgar, para ponerla al servicio especial de Dios. La manera de participar los fieles en este sacrificio preparatorio, será despegándose de las cosas y afectos de la tierra, para dedicarse, siquiera durante el Santo Sacrificio, totalmente a Dios»[4].
Toda nuestra vida y nuestros actos deben estar impregnados del espíritu de Cristo que nos haga amar lo que Él ama, rechazar lo que Él rechaza y nos lleve a vivir conforme al ejemplo que Él nos dio y a la condición de hijos de Dios que tenemos desde el día de nuestro bautismo[5]. Para ello nos puede ayudar, releer las exhortaciones de san Pablo en la Epístola de esta Misa (Col 3, 12-17) y ponerlas en práctica movidos por la caridad que es «el vínculo de la perfección» (v. 14): «En verdad que la caridad es el vínculo de la perfección, porque une con Dios estrechamente a aquellos entre quienes reina, y hace que los tales reciban de Dios la vida del alma, vivan con Dios, y que dirijan y ordenen a Él todas sus acciones»[6].
III. Por intercesión de la Virgen María y de san José, pedimos a Dios que guarde a nuestras familias en su gracia y en su paz y que nos enseñe a vivir en la Iglesia con el espíritu de familia propio de quienes cumplen la voluntad de Dios, para que así podamos gozar de su eterna compañía en el Cielo.
[1] Misal Romano, fiesta de la Sagrada Familia, oración: Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 129.
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 532; Isidro GOMÁ Y TOMÁS, El Evangelio explicado, vol. 1, Barcelona: Rafael Casulleras, 1940, 386-397.
[3] Cfr. Epístola del I Domingo después de Epifanía: Rm 12, 1-5
[4] Andrés AZCÁRATE, La flor de la Liturgia, Edición digital realizada por: www.statveritas.com.ar, 91; cfr. 93.
[5] Cfr. Bruno BAUR, Sed luz, vol.1, Barcelona: Herder, 1953, 225-227.
[6] LEÓN XIII, Sapientia Christiana cit.por Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Col 3, 12ss.