
PUNTO PRIMERO. Considera que al nacer Cristo en Belén, nació también su estrella en el Oriente, la cual fue vista de todos los pueblos; y solamente tres reyes tuvieron voluntad de venir a rendir honores a Cristo. De lo cual, puedes ponderar en primer lugar, la profundidad de aquélla verdad enseñada por el Salvador: que muchos son los llamados y pocos los escogidos. De tanta gente que vio la estrella, sólo tres vinieron a servirle. Procura tú ser de los pocos y de los escogidos, buscándole y sirviéndole en compañía de estos Santos Reyes. En segundo lugar, fíjate bien en la razón por la que estos reyes vinieron: porque eran sabios y gastaban su vida en la contemplación de las estrellas, por las cuales recibieron luz para conocer a Cristo. Esto te enseña que debes estimar por sobre todo, la contemplación de las cosas celestiales y el estudio de las Sagradas Escrituras, que son fuente de luz para conocer y seguir a Cristo. En tercer lugar, piensa en cómo unos extraños vinieron a adorarle, y que, de los que vivían en Jerusalén, ninguno de los suyos se movió a buscarlo. Esto permitirá que comprendas lo poco que hay que esperar de la sangre o de las amistades humanas, y que cuando Dios así lo decide, se consigue mayor amparo en los extraños. Confía en su Majestad, más que en los hombres caducos y engañosos, en quienes, como dice David, no se halla verdad alguna; y ofrécete a tu Dios de corazón, pidiéndole, que te ampare bajo su protección.
[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»24″ bg_color=»#000000″ txt_color=»#ffffff»]unos extraños vinieron a adorarle, y que, de los que vivían en Jerusalén, ninguno de los suyos se movió a buscarlo[/mks_pullquote]PUNTO II. Considera lo que dice el evangelista san Mateo, que al enterarse Herodes de la nueva del nacimiento de Cristo, se sintió perturbado y con él toda su corte. Pondera que los Santos Reyes no se turbaron aunque tuvieron más ocasión, hallándose en tierra extranjera, sin el rey a quien buscaban. Pero Herodes se intranquilizó porque tenía mala conciencia. En cambio, los Santos Reyes no, porque ningún pecado perturbaba la suya. De lo que podrás entender que no hay paz ni seguridad como la conciencia sin mancha, y que si tienes todos los reinos y señoríos del mundo, si tu conciencia te reprocha, será motivo para ti de turbación y de un mar de congojas y aflicciones. Al contrario, aunque todo el mundo se arme contra ti, te encontrarás tranquilo y alegre con la paz que produce la inocencia. Pídele a Dios la gracia para tener tu conciencia siempre limpia de culpa y purificada de toda mancha, con lo cual alcanzarás gozo y seguridad en todas tus acciones.
PUNTO III. Dice el Evangelista, que hallaron a Cristo con su Santísima Madre, porque siempre se halla con Ella, y el que es verdaderamente devoto de la Virgen, tiene a Cristo en su alma. Pondera que son como la aurora y el sol, que el uno sigue necesariamente a la otra, así Cristo a la devoción de su Madre. Establécela en tu corazón, arrójate a sus pies con estos Santos Reyes, y pídele que te abrigue debajo de su manto recibiéndote por hijo suyo; y considera el gozo que tendría en su corazón, viendo con sus ojos las primicias de la gentilidad y establecerse el reino de su Hijo. Dale la enhorabuena, gózate de su gozo y arde en vivos deseos de amplificar el reino de Cristo en cuanto de ti dependa, trayéndole muchas almas a su servicio.
PUNTO IV. Contempla a estos Santos Reyes postrados con devotísimo corazón a los pies de Cristo, ofreciéndole pródigamente sus dones. Tráele, el oro,el incienso y la mirra; y acompáñalos con el afecto de tu alma, postrándote a los pies del Salvador. Ofrécele el oro de la caridad, amándole de todo tu corazón y por él a tus prójimos, socorriendo sus necesidades con toda generosidad. El incienso de la oración, dándole gracias por los beneficios recibidos y convirtiéndote en una alabanza ininterrumpida para tu Dios. Y la mirra de la mortificación, refrenando tus apetitos, golpeando tu carne y mortificando tus deseos por su amor. Y si estás atado a una regla religiosa o monástica, ofrécele estos dones en los tres votos esenciales de tu profesión. El oro, por el voto de la pobreza, renunciando a todas las riquezas por Dios. El incienso, por el de la obediencia, ofreciéndote en sacrificio a su divina voluntad. Y la mirra, por el de la castidad, preservando tu alma y cuerpo de la corrupción del pecado, y viviendo en suma pureza sin dar lugar en tu corazón a pensamientos malos. Discurre por los cinco sentidos y por las potencias de tu alma, y ofrece a Dios todas tus acciones, pensamientos, palabras y obras, y pídele la gracia necesaria para cumplir con tus obligaciones y perseverar hasta el fin en su servicio.
Padre Alonso de Andrade, S.J