I. La Iglesia celebra la fiesta de san Miguel y de todos los Ángeles el día 29 de septiembre y la de los Ángeles Custodios, el 2 de octubre. Los textos de la Misa y del Oficio del 29 de septiembre se dirigen a honrar con especial solemnidad a todos aquellos bienaventurados espíritus. Propiamente es el aniversario de la dedicación de una basílica consagrada a san Miguel arcángel en la Vía Salaria de Roma y de ahí el nombre que recibe en los libros litúrgicos: En la Dedicación de san Miguel Arcángel. Por todo ello, en ese día «la Iglesia honra de un modo especial a san Miguel porque le reconoce por príncipe de todos los Ángeles y por su ángel tutelar»[1].
Además, Benedicto XV extendió a la Iglesia universal en 1921 otras dos fiestas particulares en honor de los arcángeles san Rafael (24-octubre) y san Gabriel (24-marzo) y hacemos también una particular mención del santo Ángel Custodio de España, que responde a la doctrina constante de la Iglesia -con base en la Sagrada Escritura- de que cada pueblo, lo mismo que cada familia e individuo tiene su ángel custodio y que fue fijada por León XII el 1 de octubre para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del Rey y a tantas calamidades como acababa de pasar España durante el Trienio Liberal (1820-1823) que tantas persecuciones trajo a la Iglesia, y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos futuros[2].
Dios creó a los Ángeles para que le honren y le sirvan y para hacerlos eternamente bienaventurados y en cuanto inteligentes y puramente espirituales son las criaturas más nobles de la creación. No tienen forma ni figura alguna sensible, aunque se les represente así para ayudar a nuestra imaginación y porque han aparecido de esa manera muchas veces a los hombres, como leemos en la sagrada Escritura[3]. Dios les encomienda unos oficios en relación con todo el universo, todos los hombres y en particular con la Iglesia que justifican sobradamente el culto y reconocimiento que reciben. Así, en los salmos encontramos «la consoladora noticia de los Ángeles de la guarda»[4]: «No se acercará la desgracia, | ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes | para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, | para que tu pie no tropiece en la piedra» (Sal 91[90], 10-12).
II. De todos los espíritus angélicos, san Miguel es el más conocido y al que se menciona con más frecuencia.
I. En el libro de Daniel se llama a san Miguel «uno de los príncipes supremos» (10, 13). Y el ángel que hablaba con el profeta, le dice: «¿Sabes para qué he venido hasta ti? Ahora tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando yo me vaya, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda contra aquellos si no es vuestro príncipe, Miguel» (vv. 20-21). Revelando lo que había de suceder al final de los tiempos añade: «Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro»(12,1)[5].
En el Antiguo Testamento san Miguel aparece como el gran defensor del pueblo de Dios, y su poderosa defensa continúa en la Iglesia que lo venera como el Arcángel que derrotó a Satanás y a sus seguidores y los echó del cielo. Por eso se le representa como el Ángel guerrero, el vencedor de Lucifer, poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su espada, traspasándolo con su lanza, presto para encadenarlo para siempre en el abismo del infierno.
II. No solo durante la vida terrenal san Miguel defiende y protege nuestras almas. Él nos asiste de manera especial a la hora de la muerte y continúa su ministerio angélico con relación a los hombres hasta que nos lleva a la bienaventuranza eterna. En su Santa Liturgia, la Iglesia nos enseña que este Arcángel está puesto para llevar al Cielo a los elegidos. «Oh arcángel San Miguel te he constituido Príncipe de las almas que han de recibirse en las eternas moradas» (antífona del oficio del 29 septiembre). Más bello y explícito es todavía el pasaje del ofertorio de la Misa de difuntos en el que pide la Iglesia que libre el Señor las almas de sus fieles y para ello las encomienda a san Miguel:
«Señor Jesucristo, Rey de la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y del profundo lago: líbralas de la boca del león, para que no las trague el abismo ni caigan en las tinieblas, sino que el abanderado san Miguel, las lleve a la luz santa, que en otro tiempo prometiste a Abraham y a su descendencia. Te ofrecemos, Señor, preces y hostias de alabanza: recógelas en sufragio de aquellas almas cuya memoria hoy celebramos; haz, Señor, que pasen de la muerte a la vida, que en otro tiempo prometiste a Abraham y a su descendencia»[6].
A la hora de la muerte se libra una gran batalla, una agonía, ya que el demonio tiene muy poco tiempo para hacernos caer en tentación, o desesperación, o en falta de reconciliación con Dios. Por eso en esos momentos se libra una gran batalla espiritual por nuestras almas. San Miguel está al lado del moribundo defendiéndole de las asechanzas del enemigo[7]. Además, la literatura y la iconografía cristiana nos lo presenta tanto en el momento del juicio particular como del juicio final.
III. Por último, el Apocalipsis presenta al santo arcángel luchando con el dragón infernal en favor de los elegidos. Con razón la Iglesia se encomienda después de la santa Misa a tan poderoso guerrero, con la oración añadida por León XIII en 1886 a las preces prescritas en 1884, segura de que el brazo del Príncipe de la Milicia celestial la defenderá de todos los peligros[8].
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Renovemos, pues nuestra veneración a san Miguel y a todos los santos ángeles que permanecieron fieles a Dios y que cumplen para con nosotros la doble misión que han recibido de ser nuestros protectores y nuestros modelos. Damos gracias a Dios por haberles dado tal misión, nos acogemos bajo su poderosa protección y terminamos invocando a la Santísima Virgen María como Reina de los Ángeles.
[1] Catecismo Mayor, Instrucción sobre las fiestas, parte II, capítulo 6. Cfr. Manuel GARRIDO BOÑANO, Curso de Liturgia romana, Madrid: BAC, 1961, 523-524; Pius PARSCH, El Año Litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, .718-719.
[2] Cfr. Leopoldo EIJO GARAY, Novena al Santo Ángel Custodio de España, Madrid: 1917.
[3] Catecismo Mayor in loc.cit.
[4] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Sal 90(91), 11. Sobre la misión de estos ángeles remite a las siguientes citas: Heb 1, 14; Jdt 13, 20; Tob 8, 3; 12, 12; Lc 16, 22; Hch 12, 15; Mt 18, 10; Gn 48, 16; Sal 67, 18 y nota
[5] Cfr. Juan STRAUBINGER, ob. cit., in Dn 10, 13 y Ap 12, 7.
[6] Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 958.
[7] <https://www.corazones.org/santos/miguel_arcangel.htm> [ref. 1-octubre-2024]
[8] No se trata de una nueva oración, sino de una invocación aislada con carácter de exorcismo. Las palabras del principio se encuentran en el aleluya de las misas del arcángel San Miguel, el 8 de mayo y el 29 de septiembre. El traductor de la edición española de la obra de Jungmann anota: «Con todo, recuerdo que don Francisco Brehm, consejero eclesiástico de la editorial litúrgica Fr. Pustet (Ratisbona), recién vuelto de un viaje de Roma, nos contó, hacia el afio 1928, que en una sesión de la Sagrada Congregación de Ritos en que se trataba de derogar estas Oraciones, y a la que él asistió, cuando ya todos estaban de acuerdo para suprimirlas, un anciano cardenal, cuyo nombre ya no recuerdo, se levantó para contar que el mismo León XIII le había dicho que la invocación de San Miguel la había añadido contra la amenaza de la francmasonería, movido a ello por una revelación sobrenatural»: José A. JUNGMANN, El Sacrificio de la Misa. Tratado histórico litúrgico, Madrid: BAC, 1951, 1185.