Amoris Adulteri

Kasper no se alegró en vano antes de que fuera publicada la Exhortación postsinodal. La larga semana que ha transcurrido desde su publicación ha mostrado sin ambages ante qué clase de texto estamos: un texto rupturista con la tradición de la Iglesia. Kasper lo leyó y se alegró antes de que conociéramos su contenido. Ahora lo conocemos y entendemos la alegría de Kasper. Con la Amoris Laetitia Francisco plantea a la Iglesia un simple aforismo: el pecado personal no existe, sólo la culpa de negar la felicidad.

Y Francisco, como cabeza de la Iglesia, pone a su iglesia a trabajar en ese hospital de campaña cuya misión ahora no es otra que la de dotar de recursos psicológicos a los caídos para que se levanten y sigan su senda, la misma senda por la que vinieron, recta o torcida ante Dios, pero ahora con la autoestima más alta ante la persuasión verbal que encomienda a sus sacerdotes. Porque eso es la Amoris Laetitia, un directorio de teología moral para curas sin moral ni teología. O con otra teología distinta en la que ya no hay un Dios que diga que es estrecha la senda que lleva a la salvación y ancha la que lleva a la perdición. Sea como fuere, por mucho que se cite a Santo Tomás de Aquino uno jamás se vio ante documento papal menos católico. Ciertamente las citas de Octavio Paz (pie de página 107) o Martin Luter King (cf. 118) se me antojan más sinceras y contextualizadas que la profusa utilización del Aquinate como excusa para el horror.

Porque Bergoglio ha declarado abolida la antigua Iglesia. Ahora estamos ante el nuevo paradigma en el que la misión de la Iglesia es infundir valor para que en la vida de las parejas, sean cuales sean, todo siga igual, sin cambios (cf. 78).

Y por mucho que los exegetas a la ortodoxia de la heterodoxia del Papa se empeñen en lo contrario la exhortación de Bergoglio se resume en una única pregunta: si pueden o no pueden comulgar los casados irregularmente (figura ahora más amplia que la de los divorciados vueltos a casar). El resto es un compendio de autoyuda de psicología personalista que no está mal pero que le sobra a un papa. Y no porque no pueda hablar de ello si le place, sino porque en el intento hay cosas que causan un profundo desasosiego.

Pero tanto el Papa como los comentaristas saben que tanta exhortación se resume en tan crucial aspecto, el de si Bergoglio autoriza a los arrejuntados o divorciados  vueltos a casar a comulgar o no. Y desgraciadamente la respuesta es un sí por extractos. Un sí retorcido, que no ambiguo. Porque hay quienes, como mucho, otorgan a la exhortación un único pero, el de usar un lenguaje ambiguo. El contenido les parece en la línea del magisterio de la Iglesia.

Pero si algo no puede decirse de la Exhortación es el que sea, como norma, ambigua. Y así, por ejemplo, con relación a la homosexualidad, ante la que el Papa no admite ninguna ambigüedad enterrando toda equiparación de la misma al matrimonio (cf. 250 y 251). Y esta claridad en las declaraciones también versa sobre la Eucaristía, que no en vano dice el Papa sin ambages que hay quienes se acercan a comulgar indignamente (cf. 186). Lástima que esto sólo lo diga para con relación a aquellos que comulgan y se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes. Y por si se dudara que esos sufrientes pudieran llegar a ser el cónyuge y los hijos abandonados por el adultero, el Papa es claro en indicarnos que no, que esos sufrientes son los descartables de la sociedad, las familias pobres y necesitadas (cf. 186).

Pero junto con el lenguaje manifiesto, expreso y directo, la Exhortación también sabe emplear la omisión igualmente nítida y directa. Ejemplo de esto es el punto 83, en el que se hace una condena explícita del aborto sin citar la palabra “aborto”.

Si algo quiere ser negado o reafirmado, el Papa Francisco sabe expresarlo usando tanto el lenguaje directo como el indirecto. Por ello, cuando algo no queda dicho de modo manifiesto es legítimo plantearse aviesas intenciones o un propósito nada limpio. Y esto ocurre con el acceso de la comunión de los casados irregularmente.

Pero veamos como esa maraña de la aparente ambigüedad no es más que eso, aparente. Porque la clave de todo queda establecida en el apartado 300 sin sombra de duda. En primer lugar al afirmarse que “las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas” para acto seguido explicar en el pie de página 336 que eso dicho arriba queda aplicado “a la disciplina sacramental” de tal modo que “se puede reconocer que en una situación particular no hay culpa grave”.

Este aspecto es clave y piedra de todo. Porque de eso es de lo que tratará el discernimiento que el Papa pide a los sacerdotes y obispos. El que la disciplina sacramental se rebaje al caso particular, es decir, que deje de ser disciplina (norma general) y pase a ser ideal que unos seguirán formalmente y otros saltarán por la vía del discernimiento. Pero el Papa no está haciendo una llamada a la casuística de los pocos sino la aplicación de la norma general de la excepción cuando establece que tal aplicación del discernimiento habrá de entenderse para con la innumerable diversidad de situaciones concretas (cf. 300).

Y para la vía de la excepción a la norma general establece dos caminos: el discreto, de la persona en situación irregular responsable y discreta que evita el riesgo del escándalo ante la vía de excepción; y el sinuoso, de quien debe pasar previamente por la vía de la humildad y la reserva. Es decir, que la única clave para saltar la norma general de la prohibición de la comunión y de la absolución sacramental (pie de página 351) y acceder a los sacramentos por parte de las personas en situación irregular es la de que eso no escandalice (cf. 300).

Porque, y son palabras del Papa “es posible que en medio de una situación objetiva de pecado… se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar y también crecer en la vida de la gracia y de la caridad recibiendo para ello ayuda de la Iglesia (cf. 305)” que “en ciertos casos podría ser también la ayuda de los sacramentos”, la confesión, recordando a los “sacerdotes que el confesionario no debe ser una sala de torturas”, “porque algunos sacerdotes exigen a los penitentes un propósito de enmienda sin sombra alguna” “sino el lugar de la misericordia del Señor”… y la Eucaristía, que “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y alimento para los débiles” (pie de página 351 junto con el 364).

Pero para afirmar tal aberración el Papa se ve obligado a justificarlo, y para ello se ampara en 8 trucos de chalanero-casuista que tratarán de hacernos ver como blanco lo que es negro, es decir, que la comunión y confesión en situaciones irregulares son lícitas. Estos son los sofismas de Bergoglio:

  • El primero: la desaparición del pecado. “Ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación llamada irregular viven una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante” (cf. 301). Fíjense en la estructura gramatical: ya no es posible decir… Aquí, nuevamente, no hay ambigüedad.
  • El segundo: la moral la definen las consecuencias no los actos. “Tampoco las consecuencias de los actos realizados son necesariamente las mismas en todos los casos” y por ello “el discernimiento pastoral, aún teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas” no sólo “debe hacerse cargo de estas circunstancias” sino que debe tener en cuenta “las consecuencias de los actos” (cf. 302).
  • El tercero: ahora la senda que lleva al Cielo es ancha y espaciosa. “También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando… aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” (cf. 303).
  • El cuarto: ay! del rigorista. “Es mezquino detenerse a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano”. (cf. 304)
  • El quinto: Dios ama el pecado. “Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios” (cf. 305).
  • El sexto: Cristo no es Camino, Verdad y Vida, sino un mero ideal. “Sin disminuir el valor del ideal evangélico hay que acompañar con misericordia y paciencia  las etapas posibles de crecimiento” (cf. 308).
  • El séptimo: habéis oído que se dijo antes, pero yo (Francisco) ahora os digo. “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no de lugar a confusión alguna, pero creo sinceramente que Jesucristo quiera una Iglesia atenta… que nos permita entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura” (cf. 308).
  • El octavo: el señalamiento del indigno en la futura iglesia. “La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” por ello, “no podemos olvidar que la misericordia… es el criterio para saber quienes son realmente” los “verdaderos hijos” “del Padre” (cf. 310).

Estos ocho sofismas del Papa no son, con todo suficientes. Porque para poder ensuciar lo que el magisterio de la Iglesia ha tratado de guardar con sumo celo (la sacralidad eucarística y sacramental) Bergoglio se ve obligado a reconocer un agujero anterior en su concepción de la fe: la desaparición del sentido moral del hombre, del sentido moral de la vida, del carácter moral de cada acto humano. Más aún, se esfuma la misma vocación y dignidad del hombre a la eternidad, la gravedad de su destino eterno, la seriedad de la vida. Cosa que se entiende terriblemente leyendo el punto 256, porque pase lo que pase con nuestras vidas, hagamos lo que hagamos no desaparecemos “en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura” que estaremos “en las manos buenas y fuertes de Dios” (cf. 256). Para Bergoglio no existe el premio eterno. Existe la herencia eterna que todos cobraremos, “creyentes y lejanos, porque a todos puede llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (cf. 309).

Amoris Laetitia es la lógica conclusión de una iglesia enferma de fe, y cuyas destructoras consecuencias se irán viendo poco a poco. De entrada la máxima de una posible situación objetiva de pecado pero en gracia deberá extenderse en lógica consecuencia a las relaciones prematrimoniales, a los anticonceptivos en el matrimonio y al incumplimiento del celibato. Las puertas se están abriendo ahora sólo para los casados irregulares… pero cuando se abre una puerta y queda abierta todo acaba entrando. Es cuestión de tiempo.

Ahora entendemos porque Kasper se alegró tanto con el texto de la Exhortación. Pero la risa del Papa sigue sonando en el atardecer romano.

César Uribarri

César Uribarri
César Uribarri
Padre de familia numerosa, abogado y abogado rotal, escribe en los medios desde 2004.

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