Bautismo para todos y todas (The Wanderer)

Conservar la fe es uno de los puntos centrales que San Pablo señala: “He combatido el buen combate, he conservado la fe”, dice en la carta a Timoteo. Consecuentemente, perder la fe es un peligro del que debemos cuidarnos tanto como perder el buen combate. Y la fe no se pierde de un día para otro, ni tampoco resulta tan clara para el sujeto como para los demás que la fe se ha perdido. Es decir, no es necesario un acto público de apostasía.

Probablemente, uno de los primeros síntomas que aparecen como indicativos de un fe tambaleante es el menosprecio o desprecio de los sacramentos. Y esto ocurre porque los sacramentos son de los elementos más “mágicos” que tiene la Iglesia: agua que borra el pecado original, palabras que borran los actuales, pan que no es pan sino el Cuerpo de Cristo, aceite que cura las enfermedades y fortalece el alma, etc. Aquél cuya fe sea débil comenzará a ver en estos signos no más que resabios de una mentalidad primitiva o bien, meros signos que no poseen en sí mismos capacidad transformadora o performativa sino solamente un modo de manifestar “algo” socialmente relacionado con el cristianismo. Y cuando esto sucede -y sucede cada vez con más frecuencia-, el sacerdote deja de cuidar y prestar atención a los requisitos, condiciones y demás detalles de los sacramentos porque, en definitiva, lo importante es que el signo sea adecuado para manifestar públicamente lo que se busca. En definitiva, la performatividad del sacramento ya no es personal sino comunitaria.

Es por eso que ante la carta del cardenal Sarah aparecida hoy en la que se recuerda a los obispos las condiciones que debe tener el pan y el vino aptos para la celebración de la Santa Misa, los medios han salido con interpretaciones propias de quien no tiene fe (ver aquí un ejemplo), aunque la realidad es que buena cantidad de clérigos comparten esa opinión y harán poco o ningún caso a la disposición vaticana.

Algo similar ocurre con el bautismo. Buena parte de los sacerdotes que lo celebran no ven en él más que un signo con performatividad social por la cual un niño se asocia a una comunidad cristiana y que, de paso, sirve como ocasión de encuentro familiar y para estrechar lazos de amistad. Solamente eso. No le hablen de exorcismos ni de lavado de la culpa original porque sencillamente no lo entienden. Como tampoco entienden los requisitos y condiciones que se exigen a los padres para acceder el bautismo del niño y a los padrinos para serlo: si el efecto del sacramento es meramente social, lo importante e imprescindible es que el grupo social pueda apropiarse del significado del signo. En pocas palabras, se perdió la fe.

Veamos lo que ocurrió hace pocos días en la noble y benemérita ciudad de San Miguel de Tucumán. La iglesia dispone que, para el caso del bautismo, “Téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una” (c. 873), es decir, un varón y una mujer. Y en el canon siguiente exige dice que el padrino o madrina “sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir”. Son cuestiones del más mínimo sentido común para un cristiano que tiene fe; para el que la ha perdido, no son más que regulaciones que pueden ser obviadas porque llevar una “vida congruente con la fe” es una expresión vaciada completamente de sentido.

Así las cosas, se filtró un video en el que un señor que por algún motivo se viste de mujer y se comporta como tal y, por lo que parece, su conducta no queda en meros maquillajes, hormonas y puntillas, va a ser padrino -él dice “madrina”- de bautismo, pero pide silencio porque el cura de la parroquia les ha pedido que no digan nada. Claro, un travesti no lleva una “vida congruente con la fe” y, por tanto, no puede cumplir el rol de apadrinar a un niño.

Lo que podría haber sido no más que una expresión de deseos o una patológica imaginación calenturienta, era real. Aquí tienen ustedes las fotografías del momentos en que este señor es padrino de bautismo de una pobre criatura y tienen también ustedes al sacerdote que se prestó a esta irregularidad, un sacerdote que ya perdió la fe en los sacramentos.

Pero como bien dice un refrán popular, “la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer”. Hoy mismo el sitio Rorate Caeli trae la siguiente noticia que reporta Marco Tossati: “El primer escalón del calvario del cardenal Müller fue un desconcertante episodio ocurrido a mediados de 2013. El cardenal estaba celebrando la Misa en la iglesia que se encuentra junto al palacio de la Congregación para un grupo de estudiantes y profesores alemanes. Su secretario se acercó al altar y le dijo: “El Papa quiere hablar con usted”. “¿No le dijo que estoy celebrando la Misa?”, preguntó Müller. “Sí”, le respondió el secretario, “pero dice que no le importa. Que quiere hablar igualmente con usted ahora mismo”. El cardenal se dirigió a la sacristía y encontró al Papa que, de muy mal humor, le dio algunas órdenes y un dossier concerniente a uno de sus amigos, también cardenal. Por supuesto, el cardenal quedó estupefacto”.

Si el mismísimo sucesor de Pedro no tiene respeto por la Santa Misa y no le importa interrumpir su celebración a fin de satisfacer una de sus habituales rabietas, no podemos pedir mucho más a un pobre cura tucumano.

The Wanderer

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