Comunión para todos, también para los protestantes (Sandro Magister)

Además de para los divorciados que se han vuelto a casar, también para los seguidores de Lutero hay quien da el vía libre a la eucaristía. He aquí cómo interpreta «La Civiltà Cattolica» las enigmáticas palabras del Papa en materia de intercomunión

por Sandro Magister

ROMA, 1 de julio de 2016 – A su modo, tras haber impulsado la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar, en cuanto «no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles», el Papa Francisco anima ahora también a los protestantes y a los católicos para que hagan la comunión juntos en las respectivas misas.

Lo hace, como siempre, de manera discursiva, no definitoria, y remite la decisión última a la conciencia de cada individuo.

A este respecto, es emblemática la respuesta que dio el 15 de noviembre de 2015 en su visita a la Christuskirche, la iglesia de los luteranos de Roma (ver foto), a una protestante que le preguntaba si podía acercarse a la comunión junto a su marido católico.

La respuesta de Francisco fue una asombrosa girándula de sí,  no, no sé, vedlo vosotros. Es indispensable leerla entera, en la transcripción oficial:

«Gracias, señora. La pregunta sobre el hecho de compartir la Cena del Señor para mí no es fácil responderla, sobre todo ante a un teólogo como el cardenal Kasper. ¡Me da miedo! Pienso que el Señor cuando nos dio este mandato nos dijo: ‘Haced esto en memoria mía’. Y cuando compartimos la Cena del Señor, recordamos e imitamos, hacemos lo mismo que hizo el Señor Jesús. Sí que habrá una Cena del Señor, habrá un banquete final en la Nueva Jerusalén, pero será lo último. En cambio en el camino me pregunto – y no sé cómo responder, pero su pregunta la hago mía –: compartir la Cena del Señor, ¿es el final de un camino o es el viático para caminar juntos? Dejo la pregunta a los teólogos, a los que entienden. Es verdad que en cierto sentido compartir es afirmar que no existen diferencias entre nosotros, que tenemos una misma doctrina – destaco la palabra, palabra difícil de comprender –, pero me pregunto: ¿no tenemos el mismo Bautismo? Y si tenemos el mismo Bautismo debemos caminar juntos. Usted es testigo de un camino incluso profundo porque es un camino conyugal, un camino precisamente de familia, de amor humano y de fe compartida. Tenemos el mismo Bautismo. Cuando usted se siente pecadora – también yo me siento muy pecador –, cuando su marido se siente pecador, usted va ante el Señor y pide perdón; su marido hace lo mismo y va al sacerdote y pide la absolución. Son remedios para mantener vivo el Bautismo. Cuando vosotros rezáis juntos, el Bautismo crece, se hace fuerte; cuando vosotros enseñáis a vuestros hijos quién es Jesús, para qué vino Jesús, qué hizo por nosotros Jesús, hacéis lo mismo, tanto en lengua luterana como en lengua católica, pero es lo mismo. La pregunta: ¿y la Cena? Hay preguntas a las que sólo si uno es sincero consigo mismo y con las pocas luces teológicas que tengo, se debe responder lo mismo, vedlo vosotros. ‘Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre’, dijo el Señor, ‘haced esto en memoria mía’; es un viático que nos ayuda a caminar. He tenido una gran amistad con un obispo episcopaliano, de cuarenta y ocho años, casado, con dos hijos, y él tenía esta inquietud: la esposa católica, los hijos católicos, él obispo. Él acompañaba los domingos a su esposa y a sus hijos a misa y luego iba al culto con su comunidad. Era un paso en la participación en la Cena del Señor. Y él siguió adelante, era un hombre justo, y el Señor lo llamó. A su pregunta le respondo sólo con una pregunta: ¿cómo puedo hacer con mi marido, para que la Cena del Señor me acompañe en mi camino? Es una cuestión a la cual cada uno debe responder. Pero me decía un pastor amigo: ‘Nosotros creemos que el Señor está allí presente. Está presente. Vosotros creéis que el Señor está presente. ¿Cuál es la diferencia?’ – ‘Eh, son las explicaciones, las interpretaciones…’. La vida es más grande que las explicaciones e interpretaciones. Haced siempre referencia al Bautismo: ‘Una fe, un bautismo, un Señor’, así nos dice Pablo, y de allí sacad las consecuencias. No me atrevería nunca a dar permiso para hacer esto porque no es mi competencia. Un Bautismo, un Señor, una fe. Hablad con el Señor y seguid adelante. No me atrevo decir más».

Es imposible sacar una indicación clara de estas palabras. Pero, ciertamente, hablando de una manera tan «líquida» el Papa Francisco ha puesto todo en discusión en lo que concierne a la intercomunión entre católicos y protestantes. Ha hecho que cualquier posición sea opinable y, por lo tanto, que se pueda poner en práctica.

De hecho, en ámbito luterano las palabras del Papa han sido consideradas un vía libre a la intercomunión.

Pero también en ámbito católico ha llegado, recientemente, una toma de posición similar, que se presenta como una interpretación auténtica de las palabras de Francisco en la iglesia luterana de Roma.

Quien hace de intérprete autorizado del Papa es el jesuita Giancarlo Pani en el último número de «La Civiltà Cattolica», la revista dirigida por el padre Antonio Spadaro, que se ha convertido en la voz oficial de la Casa Santa Marta, es decir, de Jorge Mario Bergoglio en persona, que revisa y autoriza los artículos que más le interesan antes de su publicación.

Tomando como punto de partida la reciente declaración conjunta de la conferencia episcopal católica de los Estados Unidos y de la Iglesia evangélica luterana de América, el padre Pani dedica toda la segunda parte de su artículo a la exégesis de las palabras de Francisco en la Christuskirche de Roma, seleccionando con destreza las más útiles para este fin.

Y saca la conclusión de que han significado «un cambio» y «un progreso en la praxis pastoral», análogo al producido por «Amoris laetitia» para los divorciados que se han vuelto a casar.

Son sólo «pequeños pasos hacia adelante», escribe Pani en el párrafo final. Pero la dirección está señalada.

Y es la misma que recorre Francisco cuando declara –como ha hecho durante el vuelo de vuelta de Armenia– que Lutero «era un reformador» bienintencionado y que su reforma fue «una medicina para la Iglesia», pasando por alto las divergencias dogmáticas esenciales entre protestantes y católicos en lo que concierne al sacramento de la eucaristía, porque –palabra de Francisco en la Christuskirche de Roma– «la vida es más grande que las explicaciones e interpretaciones».

He aquí a continuación los pasajes principales del artículo del padre Pani en «La Civiltà Cattolica».
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Sobre la intercomunión entre católicos y protestantes

por Giancarlo Pani, S.I.

El 31 de octubre de 2015, fiesta de la Reforma, la Conferencia episcopal católica de los Estados Unidos y la Iglesia evangélica luterana en América han publicado una declaración conjunta que evalúa la historia del ecumenismo en el último medio siglo. […] El texto se dio a conocer tras la clausura del Sínodo de los obispos sobre la familia y en vista de la conmemoración común, en 2017, de los 500 años de la Reforma. […]

El documento concluye con una importante propuesta positiva: «La posibilidad de una admisión, aunque sea esporádica, de los miembros de nuestras Iglesias a la comunión eucarística con la otra parte (es decir, la ‘communicatio in sacris’) podría ofrecerse de manera más clara y estar regulada de manera más misericordiosa (compassionately)». […]

La visita del Papa Francisco a la Christuskirche de Roma

Dos semanas después de la promulgación de la declaración, el 15 de noviembre pasado, el Papa Francisco visitó la Christuskirche, la Iglesia evangélica luterana de Roma. […]

Durante el encuentro hubo una conversación entre el Papa y los fieles. Una de las intervenciones fue la de una señora luterana, casada con un católico, que preguntó qué podía hacer para participar junto a su marido en la comunión eucarística. Especificó: «Vivimos felices juntos desde hace muchos años, compartiendo alegrías y dolores. Y nos duele bastante estar divididos en la fe y no poder participar juntos en la Cena del Señor».

Respondiendo, el Papa Francisco planteó una pregunta: «Compartir la Cena del Señor, ¿es el final de un camino o es el viático para caminar juntos?».

La respuesta a esta pregunta la dio el Vaticano II en el decreto «Unitatis redintegratio»: «No es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos. Esta comunicación depende, sobre todo, de dos principios: de la significación de la unidad de la Iglesia y de la participación en los medios de la gracia.

La significación de la unidad prohíbe de ordinario la comunicación. La consecución de la gracia algunas veces la recomienda. La autoridad episcopal local ha de determinar prudentemente el modo de obrar en concreto, atendidas las circunstancias de tiempo, lugar y personas».

Esta posición fue confirmada y ampliada por el directorio de 1993, aprobado por el Papa Juan Pablo II, para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo. En él se dice: «La compartición de las actividades y los recursos espirituales debe reflejar esta doble realidad: 1) la comunión real en la vida del Espíritu que ya existe entre los cristianos y que se expresa en su oración y en el culto litúrgico; 2) el carácter incompleto de dicha comunión por causa de diferencias de fe y de modos de pensar que son inconciliables con una compartición plena de los dones espirituales».

El directorio pone el énfasis sobre el «carácter incompleto de la comunión» de las Iglesias, a lo que sigue la limitación al acceso al sacramento eucarístico. Pero si las Iglesias se reconocen en la sucesión apostolica y admiten los recíprocos ministerios y sacramentos, gozan de un mayor acceso a los propios sacramentos que, en cualquier caso, según el documento, no debe ser masivo e indiscriminado. La compartición sacramental sigue siendo, en cambio, limitada para las Iglesias que no tienen una comunión y unidad de fe sobre la Iglesia, la apostolicidad, los ministerios y los sacramentos.

Sin embargo, la teología católica mantiene con sabiduría directrices de amplio alcance, considerando así caso por caso –como recuerda el decreto «Unitatis redintegratio»– con un discernimiento que compete al ordinario del lugar. En este sentido, al menos después de la promulgación del directorio, no se puede decir que «los no católicos no puedan recibir nunca la comunión en una celebración eucarística católica». Es interesante observar como la misma lógica de «discernimiento pastoral» haya sido aplicada por el Papa Francisco a su exhortación apostólica «Amoris laetitia» (nn. 304-306).

¿Se puede participar juntos en la Cena del Señor?

Aquí podemos referirnos de nuevo al Papa Francisco, que prosigue: «¿No tenemos el mismo Bautismo? Y si tenemos el mismo Bautismo debemos caminar juntos. Usted [el Papa se refiere a la señora que ha planteado la pregunta] es testigo de un camino incluso profundo porque es un camino conyugal, un camino precisamente de familia, de amor humano y de fe compartida. […] Cuando usted se siente pecadora – también yo me siento muy pecador –, cuando su marido se siente pecador, usted va ante el Señor y pide perdón; su marido hace lo mismo y va al sacerdote y pide la absolución. Son remedios para mantener vivo el Bautismo. Cuando vosotros rezáis juntos, el Bautismo crece, se hace fuerte. […] La pregunta: ¿y la Cena? Hay preguntas a las que sólo si uno es sincero consigo mismo y con las pocas luces teológicas que tengo, se debe responder lo mismo […]. ‘Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre’, dijo el Señor, ‘haced esto en memoria mía’; es un viático que nos ayuda a caminar».

Pero entonces, ¿se puede participar juntos en la Cena del Señor? A este propósito el Papa hace una distinción: «No me atrevería nunca a dar permiso para hacer esto porque no es mi competencia». Después añade, recordando las palabras del apóstol Pablo: «Una fe, un bautismo, un Señor» (Ef 4, 5) y exhorta, continuando: «Es una cuestión a la cual cada uno debe responder. […] Hablad con el Señor y seguid adelante».

Aquí entra en juego la misión principal de la Iglesia, formulada también en el Código de Derecho Canónico como «salus animarum, quae in Ecclesia suprema lex esse debet» (cfr. 1752). La necesidad de una valoración concreta de cada caso individual es confirmada de manera absoluta por la que es la misión principal de la Iglesia, la «salus animarum». Por ello, frente a casos extremos, el acceso a la vida de la gracia que los sacramentos garantizan, sobre todo en el caso del acceso a la eucaristía y la reconciliación, se convierte en un imperativo pastoral y moral.

La pastoral del Papa Francisco

La toma de posición del Papa parece reafirmar las directrices del Vaticano II. Pero se observa que existe un cambio que puede ser entendido como un progreso en la praxis pastoral. De hecho Francisco, como obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, confirmando cuanto afirma el Concilio incluye esta praxis en el camino histórico que el diálogo luterano-católico ha llevado a cabo respecto a los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía. El directorio de 1993 ya observaba que «en determinadas circunstancias, de manera excepcional y en determinadas condiciones, la admisión a estos sacramentos puede estar autorizada, e incluso recomendada, a cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales».

Por otra parte, diez años antes, el Código de Derecho Canónico dictaba las condiciones en las que los fieles de las Iglesias nacidas de la Reforma (luteranos, anglicanos, etc.) pueden recibir los sacramentos en circunstancias particulares: por ejemplo, «cuando éstos no puedan acudir a un ministro de su propia comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que profesen la fe católica respecto a esos sacramentos y estén bien dispuestos» (can. 844 § 4).

El Papa Juan Pablo II, en la Carta Encíclica «Ecclesia de eucharistia», del 2003, aclaró algunos puntos al respecto, afirmando que «es necesario fijarse bien en estas condiciones, que son inderogables, aún tratándose de casos particulares y determinados», como la del «peligro de muerte u otra grave necesidad». La intención de estas aclaraciones es siempre la atención pastoral de las personas, con una atención específica a que esto no lleva al indiferentismo.

Es necesario aclarar aquí que si bien por un lado las medidas de prudencia y restrictivas que la Iglesia ha puesto en el pasado están basadas en la teología sacramental, por el otro su misión pastoral y la salvación de las almas, fundamentales para ella, revelan el valor de la gracia del Señor y la compartición de los bienes espirituales. El Papa Francisco ha prestado particular atención a los problemas de la persona en la «communicatio in sacris», a la luz de los desarrollos de la enseñanza de la Iglesia desde el Concilio hasta el directorio de 1993 acerca de los principios y normas del ecumenismo, desde la declaración conjunta acerca de la doctrina de la justificación de 1999 al texto «Del conflicto a la comunión» de 2013, hasta la última declaración de 2015.

Se trata de pequeños pasos hacia adelante en la praxis pastoral. La norma y la doctrina deben estar guiadas, cada vez más, por la lógica evangélica y la misericordia, por la atención pastoral de los fieles, por la atención a los problemas de la persona y por la valorización de la conciencia iluminada por el Evangelio y el Espíritu de Dios.
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El enlace al artículo del padre Giancarlo Pani en «La Civiltà Cattolica» del 9 de julio de 2016:
> Cattolici e luterani. L’ecumenismo nell’»Ecclesia semper reformanda»
La declaración conjunta de la conferencia episcopal católica de los Estados Unidos y la Iglesia evangélica luterana de América citada por Pani:
> Declaration on the Way: Church, Ministry and Eucharist
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Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.

Fuente

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