Acerca de cómo Cristo profesó vida religiosa

PUNTO PRIMERO. Piensa que Cristo predicó tres años con su palabra y treinta con sus obras y su ejemplo; y que esta predicación fue mucho más provechosa que la otra, pues Cristo la prefirió por tanto tiempo. Y siendo como fue  tan útil, es accesible a todos porque cada uno puede dar ejemplo en su estado propio a su prójimo, viviendo santamente  y guardando con exactitud la santa ley de Dios y las reglas y ordenaciones de su profesión, y aférrate a esta doctrina para aprovecharla. Mira si la cumples y qué ejemplo das en tu estado. Si exhortas con tu vida a la virtud o si escandalizas con ella. Si atraes a tus hermanos al servicio de Dios, o si los apartas de él por tu mal proceder: considera que Dios te pedirá cuenta de esto, y qué enorme culpa cargarías si alguno o algunos se hubiesen condenado por tu mal ejemplo. Humíllate y avergüénzate delante de Dios, y pídele gracias para seguir su enseñanza y los pasos de sus santa vida, y dar el ejemplo que debes según tu estado y profesión.

PUNTO II.  Considera que, como afirman Justino mártir y Nicéforo Calixto[1], Cristo nuestro Señor con diecinueve años de edad abrazó el estado religioso de los Nazarenos, que fue perfectísima en la ley antigua, y se consagró a Dios con voto perpetuo, como lo probamos en el segundo tomo de la Guía de la virtud[2], y la imitación de nuestra Señora, a donde conviene ponderar que el Redentor del mundo nos enseñó a aspirar siempre a lo más perfecto y no contentarnos con la mediocridad en la virtud; porque los que no apuntan alto, raras veces alcanzan lo bajo. Anímate con el ejemplo de Cristo a abrazar lo más perfecto, y ofrécete a su servicio en lo que te quiera emplear; y si te llama con vocación religiosa, óyele y síguelo con toda presteza, y confía que te dará fuerzas para lo que que te mande, y no te desanimes en su santo servicio.

PUNTO III. Considera que Cristo, según enseñan los autores citados, se retiró a los veinticinco años al desierto, y estuvo en él hasta los veintinueve, dándose a la contemplación y penitencia y echando los fundamentos de la vida eremítica y monástica que luego establecería en su Iglesia. Honrando todos los estados que hay en ella, los autorizó con su persona y dejó enseñada, con su ejemplo, la forma de vivirlos perfectamente. Acompáñale con el alma y no lo dejes solo. Considera las inclemencias del clima a los que se sujetó por ti. Mira la vida que allí hace retirado de toda conversación humana por gozar de la divina. Atiende a su oración y penitencia, y aprende a vivir de Dios, retirándote de todo lo que puede impedir el crecimiento espiritual. Pídele que te lleve consigo y que te admita en su escuela y se digne enseñarte ofreciéndote a su servicio perpetuamente. Agradécele lo que te pasa y esfuérzate según tu estado y con su ejemplo, a padecer por su amor todo lo que le pluguiere.

PUNTO IV. Carga el peso de la consideración sobre todo lo dicho, y mira en qué usas el tiempo de vida que Dios te concede para que con él ganes el cielo. Mira cuáles son tus obras y cuáles deberían ser por el simple hecho de ser discípulo de Cristo; coteja tu vida con la suya, su penitencia con tu regalo, su silencio con la rapidez de tu lengua, su oración con tus diversiones, su modestia con tu vanidad, su paciencia con tu ira, su obediencia con tu libertinaje y su humildad con tu soberbia. Rebájate en su seguimiento y toma nuevas costumbres de vida. Corrige tus costumbres con el santo ejemplo de las suyas, e inflámate en nuevos fervores abrazando con deseo la penitencia, mortificación, oración, silencio y todas las virtudes que resplandecen en sus santa vida. Pídele perdón de lo pasado con lágrimas, y ofrécete a seguirlo y renovar la vida con resolución firme de morir mil veces antes que apartarte de su santo servicio.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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[1]Nicéforo, lib. 11, último cap.

[2]Lib.4, cap. 16, par.2

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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