La historia que les traigo hoy es real. Le ocurrió a San Felipe Neri a finales del s. XVI.
Durante la vida de San Felipe Neri existió una monja en Italia que tenía fama de santidad. Se decía que continuamente tenía revelaciones y locuciones del cielo. Un día, el Papa mandó precisamente al padre Felipe al convento donde vivía la citada monja para que valorara su santidad.
Estaba San Felipe caminando por las calles de Roma, cuando de pronto sobrevino un gran aguacero. Aunque el santo se cubrió como pudo, pronto las calles se llenaron de barro. Él, empeñado en cumplir el encargo que le había dado el Papa prosiguió todo empapado y embarrado hasta el convento. Llegado al convento, preguntó enseguida por la monja y….
-Precisamente, dijo la hermana portera, ahí viene la santita con otras tres hermanas,-pues casi todas las monjas del convento estaban asombradas de las revelaciones que la santa decía tener.
La hermana caminaba muy seria y afligida, sin prestar atención a nadie y con la mente perdida en Dios.
El santo se quitó el sombrero y la capa mojada. Se sentó en un pequeño taburete que había en la sala de visitas mientras llegaba la hermana. Cuando la vio llegar, extendió la pierna y dijo a la santita:
-¿Podría hacerme la gracia de quitarme los zapatos embarrados?
La monja se enfureció, alzó el mentón y permaneció inmóvil e indignada sin decir palabra.
San Felipe no hizo preguntas; ya había visto bastante. Se levantó, tomó su capa, se puso el sombrero y volvió a ver al Papa para comunicarle su resolución:
-Estimado Santo Padre, acabo de llegar del convento de hacer el encargo que usted me dio, y tenga por seguro que la hermana que usted sabe, ni tiene revelaciones ni es santa. Todo es un engaño del demonio. Le aconsejo que saque usted a la hermana de tal comunidad y la lleve a un lugar donde nadie le conozca por bien de su alma y del resto del convento.
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Para descubrir la auténtica santidad lo único que tenemos que comprobar es si hay verdadera humildad. No hay santidad sin humildad. Hay muchas personas que intentan simular ser santos; es más, en ocasiones consiguen engañar a muchos, como esta monjita de la historia. Para comprobar si la santidad es real, es suficiente con hacerle una prueba de humildad como hizo san Felipe. Cuando la humildad es auténtica, también lo es la santidad.
El santo nunca es autoritario, sino que siempre es paciente, sabe escuchar; no sólo perdona las ofensas, sino que además nunca se siente ofendido. San Pablo nos dio una lista más completa:
“La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13: 4-7).
Padre Lucas Prados