La Gracia y el Pecado I

Conocimientos que eran básicos en la fe de nuestros padres y abuelos, pues se aprendían en el catecismo, han caído casi en el olvido. Es por ello que se ve necesario volver a hablar de dos conceptos que son esenciales para nuestra salvación, cuales son: la gracia y el pecado. A lo largo de tres o a lo sumo cuatro artículos hablaremos de lo que la Iglesia de siempre ha entendido por Gracia y Pecado.

Con el fin de que tengan una visión de conjunto, les enumero ahora los apartados que estudiaremos hoy y los días subsiguientes:

1.- Definición de Gracia. Clases de Gracia. La nueva vida en Cristo Jesús. Necesidad de la gracia para salvarse.

2.- Efectos de la gracia en nuestra alma. Nuestra cooperación a la gracia de Dios. Errores teológicos más comunes respecto a la doctrina de la gracia.

3.- La pérdida de la gracia por el pecado. Recuperación de la gracia. Creciendo en la gracia

Definición de Gracia

Según nos dice el catecismo, la gracia es un don sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida eterna.

  • Así pues es un don o regalo.
  • Este regalo es sobrenatural: El hombre no lo puede conseguir por sus propias fuerzas a no ser que Dios se lo dé.
  • Dios se lo da al hombre si éste no pone obstáculo.
  • La finalidad principal de la gracia es hacernos hijos de Dios; y como consecuencia de ello, herederos de la vida eterna.
  • Sin la gracia de Dios no es posible la salvación. La gracia se nos da directamente a través de los sacramentos. En algunas ocasiones Dios puede usar otros medios.
  • La gracia también nos ayuda en los momentos de la tentación y de la prueba para que los podamos superar.

Veamos algunos textos de la Sagrada Escritura:

  • La gracia como don de Dios: “Porque, en virtud de la gracia que me fue dada, os digo a cada uno de vosotros que no os estiméis en más de lo que conviene, sino que debéis teneros una sobria estima, según la medida de la fe que Dios ha otorgado a cada uno” (Rom 12:3).
  • Llega a nosotros a través del Espíritu Santo: “Una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5:5).
  • Los apóstoles de Cristo son administradores de esa gracia: “Ya habréis oído que Dios me concedió el encargo de administrar su gracia en favor vuestro” (Ef 3:2).

Clases de Gracia

Hay dos clases de gracia: gracia santificante y gracia actual.

  • Gracia santificante: Llamamos gracia santificante a la que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo. Este don lo recibimos por los méritos conseguidos por Cristo a través de su muerte en cruz: “Os reconcilió mediante la muerte sufrida en su cuerpo de carne, para presentaros santos, sin mancha e irreprochables delante de Él” (Col 1:22)
  • Gracia actual: Es un auxilio de Dios que ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal. Dicha ayuda es dada por Dios en el momento que la necesitamos: “Rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí; pero Él me dijo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza». Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo”.(2 Cor 12: 8-9)
  • La gracia santificante es un estado del alma. Decimos que el “alma está en gracia de Dios” cuando está libre de pecado mortal. La gracia actual es una ayuda momentánea de Dios para superar una tentación…

La nueva vida en Cristo Jesús

El cristiano recibe por primera vez la gracia en el sacramento del bautismo. Esta gracia lleva consigo una nueva vida, la vida sobrenatural o divina; por eso San Pedro dice que el cristiano participa de la naturaleza divina: “Nos ha regalado los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que por éstos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1:4). Como consecuencia de esta nueva vida que recibimos, podemos decir que el cristiano tiene dos vidas: una, la vida natural; y otra, la vida del espíritu.

San Juan recoge el diálogo que Jesús tuvo con Nicodemo, y en él se nos habla de la necesidad de tener un nuevo nacimiento: “Jesús y le dijo: -En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios… No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo” (Jn 3: 1-21). Y más adelante, también San Juan, nos habla de la nueva vida que Cristo nos trae: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10:10); claramente se entiende que la vida de la que Cristo habla aquí no es la vida de la carne, sino la del espíritu.

Gracias a esa “nueva vida”, el cristiano es capaz de actuar de un modo nuevo; es decir según un modo sobrenatural; o dicho de otro modo, como Dios actúa: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13:34). No tendría sentido que Dios nos hubiera dado un mandamiento que no pudiéramos cumplir. Ahora bien, para poderlo cumplir “necesitamos” una “nueva naturaleza”, pues como nos dice Aristóteles y luego profundiza Santo Tomás de Aquino: “El obrar sigue al ser”. Ese nuevo obrar, -como Dios-, requiere una nueva naturaleza; y esa nueva naturaleza es precisamente la que se nos da a través de la gracia y nos posibilita amar como Él nos ama.

Sin la gracia es imposible salvarse

Sin la nueva vida que la gracia nos proporciona es imposible entrar en el reino de los cielos: “En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3:7).

Esa nueva vida no la tendríamos si:

  • No la hubiéramos recibido en el sacramento del bautismo. Por eso el bautismo es necesario para salvarse. Dios podría tener otros medios para salvarnos; pero ello no ha sido revelado. Esa es la razón por la cual los niños que mueren sin ser bautizados, -a falta de una revelación clara de Dios-, no pueden ir al cielo; pero como no tienen pecados personales, tampoco pueden ir al infierno. La Iglesia tradicional solucionó ese dilema mandándolos al limbo. Por otro lado, se habla de que aquéllos que no han conocido la revelación cristiana, pero han seguido unos principios morales de tipo general, buscando el bien y evitando el mal; por medios sólo por Dios conocidos (pues no han sido revelados) y como consecuencia de su misericordia, serían salvos (Gaudium et Spes – Vaticano II). Este último principio, formulado en el Vaticano II no está definido. Se fundamenta en la idea de que Dios quiere que todos los hombres se salven.
  • La hubiéramos perdido por el pecado mortal. Si perdemos la vida de Dios en nosotros, seremos condenados para siempre a los castigos más horrorosos: “¿Es que no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6: 9-11).

Otras conclusiones lógicas de lo dicho anteriormente

  • Si para heredar el reino de los cielos es preciso ser hijos de Dios; y solamente somos hechos hijos del Dios por el bautismo, de ahí se concluye que no es posible la salvación si uno no está bautizado.[1] Es decir, sólo las iglesias que tienen un bautismo válido podrán traernos la salvación; o dicho de otro modo, no todas las iglesias son iguales. Los antiguos concluían de ahí: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”.
  • Ahora bien, debido a la debilidad humana, todos pecamos, por lo que además del bautismo, necesitamos el sacramento de la confesión para que los pecados se perdonen. Los pecados sólo los puede perdonar un ministro de Dios (sacerdote) válidamente ordenado y con las licencias eclesiásticas oportunas, mediante el sacramento de la confesión. Por lo que aquellas religiones que no tienen ministros válidamente ordenados y con la facultad de perdonar los pecados, no lo pueden hacer. Otra razón más por la cual concluimos que no es lo mismo pertenecer a una religión que a otra; pues sólo una, la que Cristo fundó es la que tiene los medios de salvación.
  • Del mismo modo, Cristo instituyó el sacramento de la eucaristía para que fuera alimento de nuestra alma y encargó este sacramento a sus apóstoles y sucesores para que fuera siempre celebrado (“Haced esto en memoria mía”, Lc 22:19). Este “pan vivo”, según nos dice el mismo Jesucristo, es garantía de la vida eterna (Jn 6:51). Sólo la Iglesia fundada por Jesucristo tiene ministros válidos que puedan “actualizar” este sacramento. Otra razón más que nos confirma que no todas las iglesias son iguales.

(Continuará)

Padre Lucas Prados

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[1] Hagamos las salvedades dichas anteriormente.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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