Dante y el último domingo del año litúrgico

Durante más de mil años la Santa Iglesia Católica Romana señaló la continuidad de sus tiempos litúrgicos con lecturas similares a las del Santo Evangelio en el  último domingo de Pentecostés y en el primer domingo de Adviento. Estas son las palabras que el P. Richard G. Cipola, nos trae en este día:

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Último domingo de Pentecostés

Desde Santa María de Norwalk (Connecticut.)

Del Evangelio de hoy:

Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre. (…) El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro.

Los críticos literarios son un grupo de obstinados quisquillosos, pero siempre han coincidido en que la Divina Comedia de Dante  es una de las obras más grandes de la literatura occidental, tanto por su poesía como por la epopeya de los hombres que describe. El año pasado, una organización de derechos humanos llamada Gherush 92, (la cual asesora a las Naciones Unidas en cuestiones de racismo y discriminación), pidió desde el aula, la prohibición de la Divina Comedia de Dante, y más concretamente, de la primera parte de esta llamada Inferno. La epopeya de Dante es «ofensiva y discriminatoria» y no tiene lugar en el aula moderna, dijo la presidente del grupo, Valentina Sereni. Y continuó diciendo: «no abogamos por la censura o la quema de libros, pero queremos que se reconozca, de manera clara y sin ambigüedades, que en la Divina Comedia hay un contenido  racista, islamófobo y antisemita. El arte no puede estar por encima del criticismo», dijo la señorita Sereni. Y prosiguió diciendo que los escolares que estudian esta obra carecen de los «filtros» necesarios para apreciar su contexto histórico, por lo que estaban siendo alimentados con una venenosa dieta de antisemitismo y  racismo.

Es imposible mostrar un ejemplo mejor sobre la actual situación en la que se encuentra la cultura occidental posmoderna, que el de este ejemplo irracional de la señorita Sereni. Y sin embargo nosotros, en esta mañana de domingo, acabamos de escuchar al evangelio que habla de las Postrimerías, en unos términos gráficamente violentos y sin ambigüedades: todo esto llegará a su fin y una parte integral de este final será el juicio, el juicio por parte de Dios a cada persona de este mundo. Entonces este asunto sobre la prohibición de la Divina Comedia, es de mi particular interés, ya que yo enseño el infierno en las clases superiores de mi universidad, juntamente con el sexto libro de la Eneida de Virgilio; los cuales tienen que ver con las representaciones del inframundo, o, como dicen en círculos menos respetuosos: el Infierno. El hecho es (y esto es lo relevante para los católicos), que los temores de la señorita Sereni (en relación a que los estudiantes carecen de filtros con los que desechar la basura contenida en el Inferno), se encuentran sin fundamento. Ya que de hecho no hay filtros que tengan que filtrar nada. O, aún mejor dicho: los filtros de la cultura en la que el individuo y sus necesidades son fundamentales para que pueda ser entendida, funcionan muy bien. La mayoría de los estudiantes (incluyendo los estudiantes que son católicos) tratarían al Infierno, como a cualquiera de las otras composiciones literarias del pasado; como si estuvieran leyendo el Paraíso Perdido, o a Don Quijote, o a Huckleberry Finn, o, mejor aún, a Alicia en el País de las Maravillas. La misma premisa sobre el Inferno (en el que la justicia de Dios exige la existencia del infierno para sus habitantes que son a su vez torturados mediante diversos castigos por toda la eternidad), es incomprensible en la cultura occidental para la mayoría de los estudiantes de hoy e incluso para aquellos católicos que se hubiesen sometido a los «rigores» de la educación religiosa con el fin de ganar el premio de la Confirmación. Estos últimos son los que hoy aquí nos interesan; más no podemos descartar nuestra preocupación por todos aquellos que son producto de un protestantismo des-cristianizado  y desnaturalizado y para los cuales, la cultura posmoderna ha neutralizado efectivamente la picadura del Evangelio.

¿Dónde se podrían catalogar las dificultades de la señorita Sereni en relación de aquellos del infierno de Dante? ¿Con los lujuriosos? ¿Con los herejes? ¿Con los blasfemos? ¿Con los sodomitas? ¿Con los usureros? ¿Con los alcahuetes? ¿Con los asesinos? ¿Con los que traicionaron a su país y a sus amigos? ¿Con Judas Iscariote? ¿Con Lucifer? No hay ningún lugar donde comenzar; pues el decadente mundo occidental en el que vivimos no tolerará juicios de ninguna clase: excepto por aquel juicio que sea seguro; aquel juicio que no les concierna. Y así, disfrutarán con la condenación de la codicia corporativa (gustando de meter el dedo en la llaga con demasiada frecuencia en este sujeto), con la condenación de los ricos sin importarles nada los pobres; sobre el estado de la educación para las minorías, sobre la desigualdad de los sexos en el lugar de trabajo, y así sucesivamente. Pero esta será una condena del momento y de ningún momento personal pues no tendrá consecuencias eternas. No será más que una postura o pose; pues nada de esto estará relacionado con el juicio de Dios o con las Postrimerías, sobre los que no tendrá control alguno.

Cuando uno enseña sobre el Infierno, tienen dos opciones: o enseñar sobre él como una de las mayores obra literarias del canon occidental y de hacer comentarios sobre este como aquel que comenta sobre un insecto conservado en ámbar; hablando sólo de su belleza poética; del paso de la historia; de la relación con la literatura clásica, etc., etc. O, a la vez que se enseña todo lo anterior, señalar la profunda comprensión católica de la esencia de las cosas que Dante tenía: la ley natural que es dada por Dios; la presencia y significado de la Iglesia Católica en la vida cotidiana y en la historia; la terrible realidad del pecado y sus consecuencias; el temor reverencial de la justicia divina; además de los horrores del infierno y la realidad de la redención en Jesucristo; de la misericordia del purgatorio o la alegría de los cielos: todo esto, añadiendo la realidad del horror del infierno, que será el lugar eterno para aquellos que han rechazado de manera absoluta la oferta de la misericordia de Dios en la redención hecha realidad por la Cruz de Jesucristo. La Divina Comedia, el viaje hacia Dios, es la esencia del drama de lo que significa ser un hombre, un ser humano. No es la base  de la tracción existencial de Esperando a Godot. No es el descabellado, pero plausible Superman de Nietzsche. No es el sentimentalismo degenerado de la creencia contemporánea, por lo que todo está permitido, en tanto y en cuanto no le moleste a nadie más. No es el catolicismo reducido a canciones sensibleras del tipo «Que haya paz en la tierra» o “Eagles’ wings” y que nada puede contra las puertas del infierno.

En el último año, hemos oído hablar mucho de la misericordia de Dios, como si la misericordia de Dios no dependiese de la justicia de Dios. Sin justicia no hay misericordia. La principal misión de la Iglesia no es proclamar la misericordia de Dios. La misión de la Iglesia es proclamar a Jesucristo como Señor y como Salvador. La misericordia de Dios se puede ver de una vez por todas, y para ejemplificar, en la cruz de Jesucristo. No hay mayor símbolo de la misericordia y del amor de Dios. Esos «Cristos resucitados» que se colocan estúpidamente en una cruz sobre los altares de algunas iglesias católicas son un producto del sentimentalismo y de la negación de la justicia de Dios. No obstante, cuando uno mira la Cruz, ve allí el terrible y horrible juicio de Dios en este mundo de pecado, y por el que Dios tendría que dejar a su Hijo morir de esta manera: ¿Qué nos dice esto acerca de este mundo, de ti o de mí? La obvia respuesta es bastante negativa. Pero ya ven, la respuesta más profunda a esta pregunta es el Amor: esta es la respuesta. Pero no es este el amor barato que el mundo nos quiere hacer creer; aquel amor que se definiría como lo que yo quiero hacer; el amor que se define como fuera de las leyes de Dios; el amor que se define de manera que la realidad se convierta en perversidad; el amor falso que está condenado al infierno, tal y como Dante lo vió, como Cristo nos dijo, como lo escribió San Pablo, y que está condenado a la muerte, porque es lo contrario al amor.

El evangelio de hoy nos habla claramente de la segunda venida de Cristo; un tiempo de juicio; un momento en el que la justicia de Dios será revelada e impuesta. Este será un tiempo (sí, un tiempo) de piedad para los pecadores que se hayan arrepentido y que hayan creído en nuestro Señor Jesucristo como su Salvador. Y serán los que oirán estas palabras: «Venid, benditos de mi Padre…» Pero este también será un tiempo de justicia; y en donde aquellos malvados que no se hayan arrepentido, aquellos que se hayan deleitado en su propio pecado, aquellos que hayan escupido a la ley de Dios, recibirán su merecido.

Merecido que probablemente será mucho peor que cualquiera de las cosas que Dante pudiese haber imaginado.

Padre Richard G. Cipola
Artículo publicado en 2013

[Traducción, Miguel Tenreiro. Artículo original]

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