Debemos examinar y moderar los deseos del corazón

Cristo. Hijo mío, hay aún muchas cosas que debes aprender bien, pues no las sabes todavía.

El discípulo. ¿Cuáles, Señor?

Cristo. Gobernar tus deseos en perfecto acuerdo con mi voluntad, no querer hacer lo que tú quisieras, sino procurar con celo ardiente que se haga lo que yo quiero.

Tienes muchas veces deseos que te abrasan y empujan con vehemencia. Pero mira bien si no te mueve más bien el amor propio que mi honor. Si soy yo el motivo real, quedarás muy contento como quiera que yo disponga. Más si allá en los repliegues de tu alma se esconde algo de amor propio, allí tienes precisamente lo que te embaraza y apesadumbra.

Guárdate, pues, de empeñarte demasiado en llevar a cabo proyectos que formaste sin consultar antes mi voluntad. No sea que lo que al principio te gusta y lo sigues por parecerte mejor, después te disguste, y aun te pese de haberlo hecho. Porque ni se debe seguir sin más ni más toda inclinación que parezca buena, ni dejar de hacer lo que de pronto repugne.

Aun las buenas inclinaciones y deseos convienen a veces refrenar, ya para evitar que la importunidad del deseo distraiga el espíritu, ya para no dar escándalo al prójimo con la falta de gobierno de sí mismo, o también para no turbarse súbitamente y sucumbir a la oposición de otros.

Pero otras veces es preciso hacerse fuerza y refrenar virilmente el apetito sensitivo, sin prestar atención a lo que ame o deteste el cuerpo; sino más bien esforzarse por sujetarlo al espíritu aunque no quiera.

Y hay que mortificarlo continuamente y forzarlo a obedecer hasta que se halle dispuesto a todo, y aprenda a contentarse con poco y deleitarse en lo sencillo, sin murmurar jamás por incomodidad alguna.

“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

Beato Tomás de Kempis.

San Miguel Arcángel
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