En este día levantamos nuestros ojos y nuestros corazones hacia la gran figura de Santiago el Mayor, el Apóstol, que en el breve espacio de los años que transcurrieron entre la muerte de Jesucristo (30) y su martirio en Jerusalén (42), supo hacer honor al sobrenombre que le había puesto su Divino Maestro, cuando le denominó «Hijo del Trueno».
Leemos en el Breviario Romano 1 que después de la ascensión de Jesucristo a los cielos, Santiago predicó su divinidad en Judea y Samaria y llevó a muchos la fe cristiana. Luego marchó a Hispania, donde convirtió algunos a Cristo, de entre los cuales después fueron en número de siete ordenados Obispos por S. Pedro y enviados los primeros en España. Después, vuelto a Jerusalén, como instruyó en la verdad de la fe, entre otros al mago Hermógenes, el rey Herodes Agripa 2 para buscarse el apoyo de los judíos le condenó a ser decapitado. El judío que le llevó al tribunal, viendo la generosidad con que confesaba a Cristo se sintió tan movido que confesó que también era cristiano y fue conducido al mismo suplicio 3. Posteriormente su cuerpo fue trasladado a Compostela a donde continúa la concurrencia de peregrinos de todo el mundo cristiano durante siglos.
Por todo ello, celebramos la fiesta de Santiago Apóstol como patrono de España. Es decir, ponemos a Santiago como modelo de nuestra vida cristiana no solo individualmente sino también como miembros de una de las naciones más antiguas y de historia más gloriosa que es España, la tierra en la que él mismo anunció el Evangelio.
En la primera lectura (Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2) leemos como en los primeros pasos del cristianismo naciente en Jerusalén, las mismas autoridades judíos que habían condenado a muerte a Jesús, pretendieron imponer el silencio a Pedro y a los Apóstoles: «os hemos ordenado -les dijeron- que no enseñéis sobre este nombre, y habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre». Pero ellos respondieron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Es decir: frente al relativismo ético que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea, el testimonio de los Apóstoles nos recuerda que hay valores que no pueden sustentarse sobre provisionales y volubles “mayorías” de opinión, sino sólo «en el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto “ley natural” inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil»4.
Los gobiernos no solamente tienen que cumplir la ley natural, plasmación en la conciencia humana de la ley eterna, sino que deben ser confesionalmente católicos. Deben reconocer en sus principios o constitución que la religión católica es la única verdadera y que su obligación favorecerla e impedir la propagación de otras religiones. Aunque el deber de procurar esa confesionalidad del estado y la unidad religiosa es inalterable e incondicionado, su aplicación es prudencial y ha de tener en consideración las circunstancias, de modo que, evidentemente, sólo es aplicable, en el caso de sociedades católicas, pero no en aquéllas donde los católicos son minoría. En ellas, el gobernante católico sólo tiene la obligación de que las acciones políticas sean conforme a ley natural y la de conceder a la Iglesia la libertad que necesita para ejercer su ministerio.
El fundamento sobre el que se asienta el deber de la sociedad y del estado de «rendir piadosa y santamente culto a Dios» 5, radica en que la sociedad, tan necesaria y beneficiosa para el hombre, procede como el hombre mismo de Dios, de modo que si éste tiene ese deber, no menos los tiene la sociedad 6
Pidamos al Apóstol que «vele sobre nosotros, sobre nuestras familias, sobre todo el pueblo de España, para que se reavive el gozo y el compromiso de la fe. Y como la fe, que es don continuamente ofrecido por Dios a cada uno, nos ha venido ligada a una tradición, que también es don de Dios, haga el Apóstol que las generaciones sucesivas hereden de nosotros la fidelidad al Evangelio»7.
Oh defensor de España y enemigo
De los pueblos hostiles a su pueblo,
Oh Santiago el Mayor, a quien el Hijo
De Dios vivo llamaba Hijo del Trueno.
Desde el cielo en que estás, vuelve tus ojos
Propicios a la tierra de los hombres,
Y escucha el jubiloso regocijo
Con que te dan las gracias nuestras voces.
Reconocida a tu celeste amparo
Y venturosa con tu nombre excelso,
España se gloría noche y día
Por haber sido honrada con tus huesos.
Cuando la ciega noche y la perversa
Vanidad nos tenían en sus garras,
Fuiste tú quien primero que ninguno
Trajiste luz a las iberas playas.
Cuando la dura guerra nos ceñía,
Fuiste tú quien en medio de la lucha
Te mostraste a caballo y con tu espada
Para vencer a la morisca furia.
Protegidos del mal por tus reliquias
Y socorridos por tus muchos dones,
Te suplicamos que con la esperanza
De tu santa presencia nos apoyes.
Glorificado sea el Padre altísimo
Con tanta gloria como su Unigénito,
Junto con el Espíritu Paráclito
Ahora y por los siglos sempiternos 8.
Padre Ángel David Martín Rubio
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1 Cfr. 25-julio, Maitines, II Nocturno, Lecciones V y VI.
2 Se trata de Herodes Agripa I. Era nieto de Herodes el Grande, el que mató a los niños de Belén, y sobrino de Herodes Antipas, ante quien compareció Jesús el Viernes Santo.
3 Tradición esta última trasmitida por Clemente de Alejandría.
4 Cfr. JUAN PABLO II, Evangelium vitae, nº 70.
5 LEÓN XIII, Humanum genus, nº 17.
6 Cfr José Miguel GAMBRA, “¿Debe ser católica la acción política?”, Tradición Católica 182 (2003) 12.
7 José GUERRA CAMPOS, “Santiago Apóstol” (25-julio-1972), en El Octavo Día, Madrid: Editora Nacional, 1972.
8 “Defensor alme Hispaniae”, Breviarium Romanum, Officia propria ss. Hispanorum, 25 de julio, Himno de Vísperas de la Fiesta de Santiago Apóstol (Fuente de la versión española)