Del funeral católico al “templo crematorio”

Entre los aspectos que otorgan valor a una civilización, con toda seguridad está el culto que se es dado a los propios muertos. Del culto a las tumbas de los primeros mártires cristianos surgió la devoción por los testigos de la Fe en Cristo. Los cristianos enterraban con los honores debidos no solo a los propios difuntos sino, en particular, a aquellos que habían dado testimonio de Jesucristo crucificado.

Y es precisamente de aquí de donde queremos partir, es decir del martirio, que en la historia de la Fe nunca ha cesado, alternándose períodos de menor crueldad con períodos de mayor recrudescencia. Ciertamente nuestra época “ostenta” porcentajes que entran en competición con el siglo XX, cuando el comunismo cometió atrocidades en gran escala contra la Iglesia Católica.

Los datos son impresionantes y revelan una persecución que, en once países, puede ser calificada como «extrema». La ONG Puertas Abiertas publicó a comienzos del año en curso su informe anual, la World Watch List 2019, según el cual aumentó a 245 millones el número de cristianos perseguidos por causa de su propia religión. Fueron monitoreados 150 países, cuya persecución fue estimada entre alta, muy alta y extrema.

El número de cristianos asesinados por razones relacionadas con la fe subió de de 3066 en el 2018 a 4305 en el 2019. Los cristianos, sin embargo, son también perseguidos en Occidente, pero con otra modalidad: reduciéndolos a guetos y sacando provecho, día a día, de sus propias instalaciones: mientras las iglesias católicas se vacían de sacerdotes y fieles, las Casas de la orden de la Santísima Trinidad son vendidas para hacer dinero y son transformadas, incluso aquellas consagradas -con la complacencia del Cardenal Gianfranco Ravasi, a quien no le importan las profanaciones- en escenarios para conciertos o para armar muestras de todo género, incluso blasfemo.

El saqueo está siendo perpetrado también en perjuicio del culto a los muertos: funerales siempre más laicizados y los mismos cementerios católicos están desapareciendo del escenario urbano. El último 23 de abril se llevó a cabo en el Politécnico de Turín y posteriormente el 26 y 27 de Abril en Florencia, el III Congreso internacional sobre los cementerios monumentales y multiculturales, una iniciativa del Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio Arquitectónico de Italia ONLUS (CICOP), una asociación privada, no gubernamental, «para la salvaguarda y valorización del patrimonio arquitectónico».

La actual presidenta es Nina Avramidou, empeñada en desarrollar relaciones internacionales para la tutela artística, bajo el patrocinio de la UNESCO. Las intervenciones científicas de los expertos en el Congreso fueron numerosas y, como de costumbre, la voz de la experiencia católica no se escuchó. Fue marginada, una vez más. Iglesias y cementerios, paso a paso, pertenecen siempre menos a la religión, pero sí al interés laicista, científico, de carácter secular y descristianizador a mayor gloria no ciertamente del Dios Trinitario, sino de los cantantes, de los artistas (del pasado o contemporáneos), de los propietarios de galerías, de los magnates… un interés siempre muy atento a no herir la sensibilidad pública, con excepción de la católica.

Y a esta línea se asocian también los Obispos de la Iglesia interreligiosa, como lo demuestra el Arzobispo de Turín, Monseñor Cesare Nosiglia, quien en el mensaje que hizo llegar a los congresistas declaró: «Se está discutiendo si es oportuno crear lotes dedicados a las diversas religiones en los cementerios monumentales. Algunas ciudades resistieron estas solicitudes de una forma anti-histórica. Otras, más atentas a las transformaciones de la sociedad, intentaron construir respuestas. Es el caso de Turín, que consiente a la comunidad inmigrante (el 17% de la población) el dar sepultura a sus seres queridos en la ciudad, por respeto a sus propias tradiciones religiosas, instituyendo espacios para todas las religiones».

El Cristianismo es definido en el órgano de prensa de la diócesis de Turín, La Voce e il tempo como «monocultura occidental» y dicha definición se asocia con un sentir «anacrónico»: «Abrirlo a signos diversos es tan solo normal, bajo condición – nos parece – de no renunciar a una representación realista de la identidad cristiana que prevale en Occidente».

¿Y cuando el predominio sea islámico por la tasa de crecimiento demográfico? ¿Qué decir, pues, de la siguiente afirmación complaciente: «La experiencia de diez años del Templo Crematorio de Turín (donde figuran todos los símbolos religiosos y filosóficos, uno al lado del otro, uno igual al otro) es una expresión de la bella acogida con respecto a todas las sensibilidades espirituales [incluida las ateas sin Dios, ndr Chissà], pero es también una solución que desgraciadamente renunció a recoger las referencias simbólicas más radicales del tejido turinés, referencias que son culturales y sociales antes que religiosas [háyase visto que el Obispo rojo y post-conciliar Michele Pellegrino al frente de la diócesis de los admirables, antirrevolucionarios, antiliberales, antimasones Santos del Ochocientos, rechazó la evangelización, ndr], y que orientan las conductas, las relaciones, los estilos de vida. Parece ir en esta dirección el reciente rechazo de la Comuna de Turín a reembolsar los gastos del servicio de los capellanes ministeriales».

La principal preocupación de los congresistas y de los Obispos como Cesare Nosiglia no es la tragedia de la cremación. Cada vez menos es requerido el funeral católico y muchos, no obstante las exequias religiosas, se hacen sin embargo cremar. Hemos asistido a este gélido rito laico y es de una indecible desolación, tano para el difunto como para quienes asisten al acto. Se ejecuta a toda velocidad, como en una línea de montaje, un paso después del otro; es una suerte de despedida aséptica que precede a la operación de combustión de los cuerpos en el horno crematorio (¿recuerdan los de los campos de concentración nazis?), donde se alcanzaron los 1000 grados centígrados.

El ataúd se incendia inmediatamente (a continuación los fragmentos óseos son pulverizados en arena, procedimiento que tiene lugar en la máquina llamada «cámara de cremación»). La miseria espiritual que allí se respira es atroz. Dos mil años de Civilización Cristiana, donde el muerto es respetado y honrado delante del Creador y de los hombres con los sagrados funerales y con la bendita sepultura, son pulverizados en pocos instantes.

La idea de constituir en Turín una sociedad para la difusión de la práctica crematoria se remonta al período del pensamiento científico-positivista, “gracias” a Jacob Moleschott (1822-1893), desde el año 1861 docente de fisiología en la Universidad de Turín. Uno de sus alumnos, Giacinto Pacchiotti (1820-1893), titular desde 1864 de la cátedra de patología y clínica quirúrgica y principal exponente de la Sociedad Italiana de Higiene, en su carácter de consejero y asesor, está entre los primeros que propusieron la cremación al Consejo Comunal.

En Enero de 1882 se constituye un Comité promotor para la erección de un Crematorio en Turín, a propuesta del hebreo Cesare Goldmann (1858-1937), filántropo laico y activo en el asociacionismo político de «matriz democrática». En apoyo a la cremación, además del Comité, también estuvo el periódico «Gaceta del Pueblo» y la «Gaceta Piamontesa» (después llamada «La Stampa»), cuyos directores, Bottero y Roux, estarán entre los primeros Socios inscriptos, como “beneméritos”, en la Sociedad de Cremación que se constituirá el 6 de abril de 1883 con el nombramiento del primer presidente: el anticatólico Ariodante Fabretti (1816-1894), propugnador de la necesidad de la práctica crematoria post mortem.

En el año 1840 había sido iniciado en la Masonería, en la Logia «La Firmeza» de Perugia, elegido como miembro de la Junta del Gran Oriente de Italia el 21 de junio de 1867 y en 1873-1874 miembro de la Logia «Dante Alighieri» de Turín, de la cual en 1882-1883 fue elegido Maestro Venerable. En 1875 fue nombrado miembro del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado y en 1881 está entre los fundadores de la Logia «Francesco Guardabassi» de Perugia. Se mantuvo en la presidencia de la Sociedad de Cremación hasta 1894. Se lee en el portal SOCREM (Sociedad para la Cremación de Turín): «Su figura carismática representa en el interior del proyecto de cremación una tradición laica que hunde sus raíces en el proceso nacido en el Resurgimiento y en el mundo del libre pensamiento», que también persiguió a la Iglesia con violencia y engaño No debemos olvidar que, a lo largo de la historia de la cremación en Italia, fue notable la contribución de los protestantes, valdenses y hebreos.

Es eso lo que ocurre hoy: el ceremonial laico acoge el cortejo fúnebre en el «Salón de Despedida», dando inicio al “recogimiento», acompañado por un trasfondo musical con canciones (clásicas o modernas) tocadas en pianoforte, elegido por el mismo encargado del ceremonial o por la familia, o, aún, por la voluntad del difunto. Después llega la lectura de una obra o de una poesía, a voluntad. Inmediatamente después, si se desea, la conmemoración y los saludos en voz alta de los interesados. El rito de sabor jacobino-masónico, en un marco de efigies que representan algunos personajes poco antes mencionados, termina con un último saludo con la mano sobre el ataúd. Está previsto, si solicitada, la posibilidad de la cremación inmediata, sin ningún preámbulo.

La urna con las cenizas es, entonces, entregada, algunos días después, a los familiares, que pueden tenerla en su casa o colocarla en una sepultura en el cementerio o, también puede ser dispersa en la naturaleza: en un rosal, por ejemplo, del mismo cementerio, en las montañas, en los lagos, en los ríos, en un área privada (está prohibida la dispersión en los centros urbanos). Ninguna preocupación, por tanto, de los pastores de la Iglesia interreligiosa respecto a estos usos y costumbres de la barbarie post-cristiana, mientras que la atención está toda puesta para encontrar una sepultura digna para los islámicos, “ofendidos” por nuestros símbolos cristianos en los cementerios y, por tanto, inducidos a llevar a sus parientes a los países de origen con sobrecarga de gastos.

El arquitecto Adriano Sozza, delegado de los Bienes Culturales del Arzobispado de la diócesis de Turín, declaró durante el Congreso que «los casos de sepultura en las ciudades italianas están aumentando y representan un banco de prueba para la inclusión: si los inmigrantes deciden ser sepultados en Italia significa que se sienten italianos, señal que es aprovechada y valorizada también en la organización de nuestros cementerios».

Al lado de las activísimas mezquitas y de nuestras muertas iglesias, ¿tendremos, entonces, los cementerios musulmanes para una Europa más libre, más igual, más solidaria? Mientras tanto, la redentora sangre de los Mártires, como ocurre últimamente en Sri Lanka, Nigeria y Alto Volta, continúa siendo derramada. Quizás si la Ciudad del Vaticano pusiera a disposición un cementerio para albergar, siguiendo la voluntad inclusiva del Papa Bergoglio, las tumbas de la Media Luna.

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