El Señor no condena a nadie y perdona todo

“La segunda tabla después del naufragio de la gracia perdida”. Así era definido, ya en los primeros siglos del Cristianismo, el sacramento de la penitencia (cf. Dz 1542). Imagen viva y elocuente pues, en efecto, cuando el alma pierde la inocencia bautismal cometiendo una falta grave, queda como náufraga en medio de las olas tenebrosas del pecado. Para no perecer eternamente y recobrar el tesoro perdido, hay que recurrir a la confesión, segura tabla de salvación para los bautizados que no quieren perecer. Pero este divino recurso tiene sus condiciones ¿Dios perdona siempre? ¿Incluso a los que no desean escapar del mar del pecado? Un tema tan importante requiere ser expuesto en su integridad.

Francisco

Cuando vamos a confesarnos, el Señor nos dice: “Yo te perdono. Pero ahora ven conmigo”. Y Él nos ayuda a retomar el camino. Jamás condena. Jamás sólo perdona, sino que perdona y acompaña. Además somos frágiles y debemos volver a la confesión, todos. Pero Él no se cansa. Siempre nos vuelve a tomar de la mano. Este es el amor de Dios, y nosotros debemos imitarlo. La sociedad debe imitarlo. Recorrer este camino.
Por otro lado, una auténtica y plena reinserción de la persona no tiene lugar como término de un itinerario solamente humano. En este camino entra también el encuentro con Dios, la capacidad de dejarnos mirar por Dios que nos ama. Es más difícil dejarse mirar por Dios que mirar a Dios. Es más difícil dejarse encontrar por Dios que encontrar a Dios, porque en nosotros hay siempre una resistencia. Y Él te espera, Él nos mira, Él nos busca siempre. Este Dios que nos ama, que es capaz de comprendernos, capaz de perdonar nuestros errores. El Señor es un maestro de reinserción: nos toma de la mano y nos vuelve a llevar a la comunidad social. El Señor siempre perdona, siempre acompaña, siempre comprende; a nosotros nos toca dejarnos comprender, dejarnos perdonar, dejarnos acompañar. (Discurso, visita pastoral a Cassano All´Ionio, con los reclusos y personal del Centro Penitenciario y a sus familias, 21 de junio de 2014)

Enseñanzas del Magisterio


I – Confiar en la bondad de Dios no significa abusar de su misericordia

Sagradas Escrituras

  • Jesús amonesta al paralítico de la piscina Probática

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y camina”. En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: “Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía”. (Jn 5, 5.8-9.14) 

  • Los que no se convierten serán castigados

En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo”. (Lc 13, 1-5)

  • El camino que lleva a la perdición es espacioso

Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran. (Mt 7, 13-14)

San Juan Pablo II

  • La mansedumbre y las severas amenazas se armonizan en el Evangelio

Así, el Evangelio de la mansedumbre y de la humildad va al mismo paso que el Evangelio de las exigencias morales y hasta de las severas amenazas a quienes no quieren convertirse. No hay contradicción entre el uno y el otro. Jesús vive de la verdad que anuncia y del amor que revela y es éste un amor exigente como la verdad de la que deriva. (San Juan Pablo II, Audiencia general, 8 de junio de 1988)

  • Los católicos tienen obligación de hacer todo esfuerzo para no pecar

En efecto, no puede darse renovación espiritual que no pase por la penitencia-conversión, bien sea como actitud interior y permanente del creyente y como ejercicio de la virtud que corresponde a la incitación del Apóstol a “hacerse reconciliar con Dios” (Cf. 2 Cor 5, 20), bien sea como acceso al perdón de Dios mediante el Sacramento de la Penitencia. Es efectivamente una exigencia de su misma condición eclesial el que todo católico no omita nada para mantenerse en la vida de gracia y haga todo lo posible para no caer en el pecado que le separaría de ella, para que esté siempre en condiciones de participar en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, y sea así de provecho para toda la Iglesia en su misma santificación personal y en el compromiso cada vez más sincero al servicio del Señor. (San Juan Pablo II. Aperite portas Redemptori, n. 4. Bula de convocación del Jubileo para el 1950 aniversario de la Redención, 6 de enero de 1983) 

San Juan XXIII

  • Las culpas graves atraen los castigos de Dios

Todos los cristianos tienen realmente el deber y la necesidad de violentarse a sí mismos o para rechazar a sus propios enemigos espirituales o para conservar la inocencia bautismal, o para recobrar la vida de la gracia perdida mediante la transgresión de los divinos preceptos. Pues si es cierto que todos aquellos que se han hecho miembros de la Iglesia mediante el santo bautismo participan de la belleza que Cristo le ha conferido, según las palabras de San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella a fin de santificarla, limpiándola con el lavado de agua mediante la palabra de vida, para presentársela a sí gloriosa, sin mancha y sin arruga, o cualquier otra cosa, para que siga siendo santa e inmaculada” (Ef 5, 26-27), es verdad también que cuantos han manchado con graves culpas la cándida vestidura bautismal, deben temer mucho los castigos de Dios si no procuran hacerse de nuevo cándidos y esplendorosos mediante la sangre del Cordero (cf. Ap 7, 14), mediante el Sacramento de la penitencia y la práctica de las virtudes cristianas. (San Juan XXIII. Carta Encíclica Paenitentiam Agere, 1 de julio de 1962) 

Benedicto XVI

  • La certeza del perdón de Dios no es excusa para no buscar la santidad

Aunque tengamos que combatir continuamente los mismos errores, es importante luchar contra el ofuscamiento del alma y la indiferencia que se resigna ante el hecho de que somos así. Es importante mantenerse en camino, sin ser escrupulosos, teniendo conciencia agradecida de que Dios siempre está dispuesto al perdón. Pero también sin la indiferencia, que nos hace abandonar la lucha por la santidad y la superación. (Benedicto XVI. Carta a los seminaristas, n. 3, 18 de octubre de 2010) 

  • Los sacerdotes deben educar los fieles en las exigencias radicales del Evangelio

La “crisis” del sacramento de la penitencia, de la que se habla con frecuencia, interpela ante todo a los sacerdotes y su gran responsabilidad de educar al pueblo de Dios en las exigencias radicales del Evangelio. En particular, les pide que se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se acomode a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12, 2), sino que también sepa tomar decisiones contracorriente, evitando acomodamientos o componendas. (Benedicto XVI. Discurso a los participantes en el curso sobre el fuero interno organizado por la Penitenciaría Apostólica, 11 de marzo de 2010) 

Catecismo Romano

  • Quien abusa de la misericordia se torna indigno de recibirla

Mas el hecho de que el beneficio del perdón se nos haya concedido con tal amplitud y generosidad no debe inducirnos a pecar más fácilmente o a demorar el arrepentimiento. En el primer caso, evidentemente culpables de irreverencia y desprecio hacia esta potestad, nos haríamos indignos de la divina misericordia (Si 5, 6-8). En el segundo, temamos seriamente no nos sorprenda la muerte de improviso como meros creyentes de una remisión de pecados que nosotros mismos convertimos culpablemente en imposible e inútil (Lc 12, 37-40). (Catecismo Romano, n. 1100)

San Agustín

  • El perdón es concedido para corrección, no para favorecer la iniquidad

Pues bien, hermanos, porque tengamos un período de misericordia, no nos abandonemos, no seamos unos aprovechados, y nos digamos: “Dios siempre perdona. Hice ayer esto, y me perdonó; mañana lo haré y también me perdonará”. Así tiendes a la misericordia y no temes el juicio. Si quieres cantar la misericordia, la justicia y el juicio, sábete que te perdona para que te corrijas, no para que permanezcas en la iniquidad. (San Agustín. Comentario al Salmo 100, n. 3)

  • La falsa esperanza lleva a la perdición

¿Quién se engaña esperando? Quien dice: Dios es bueno, Dios es compasivo; haré lo que me place, lo que me gusta; soltaré las riendas a mis caprichos, satisfaré los deseos de mi alma. ¿Por qué esto? Porque Dios es compasivo, Dios es bueno, Dios es apacible. Ésos peligran por la esperanza. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan, XXXIII, 8) 

San Juan Crisóstomo

  • El cristiano marcha al cielo no como simple caminante, sino como soldado

Porque te lo amonesta Pablo: ¡Permaneced revestidos de la loriga de la justicia y calzados los pies en preparación del Evangelio de la paz. (Ep 6,14-15) Allá calzados y aquí calzados. Allá una vara, aquí una loriga. Moisés habla a quienes se preparan para emprender un camino, y Pablo ordena a quienes han de emprender una batalla. Aquéllos de una tierra partían para otra y por esto eran caminantes; pero yo marcho de la tierra al cielo, y por esto soy soldado. ¿Por qué? Porque mi camino por los aires está infestado de ladrones, y los demonios me salen al paso. Por esto llevo, como una espada desnuda, la confianza; por esto visto la loriga de la justicia; por esto me ciño con la verdad. Porque no soy solamente caminante, sino además milite: ¡Angosto y estrecho es el camino que conduce a la vida! (Mt 7,14). (San Juan Cristóstomo. II Homilía acerca del bienaventurado Abrahán)

 

 II – El Sacramento de la penitencia requiere buenas disposiciones 

 

Sagradas Escrituras

  • A veces, Dios no perdona

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23) 

Beato Pablo VI

  • No se puede nrecibir los sacramentos de modo pasivo o apático

La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe, de tal manera, que conduzca a cada cristiano a vivir —y no a recibir de modo pasivo o apático— los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe. (Beato Pablo VI. Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, n. 47, 8 de diciembre de 1975) 

Catecismo de la Iglesia Católica

  • El sacramento que realiza la llamada evangélica a la conversión

Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf. Mc 1, 15), la vuelta al Padre (cf. Lc 15, 18) del que el hombre se había alejado por el pecado. Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1423)

Santo Tomás de Aquino

  • La penitencia requiere la contrición, la confesión y la satisfacción

Mientras que en la penitencia la reparación de la ofensa se hace según la voluntad del pecador y el arbitrio de Dios, contra el cual se peca. Porque la penitencia no busca solamente el restablecimiento de la justa igualdad, como ocurre en la justicia vindicativa, sino más bien la reconciliación de la amistad, verificada cuando el ofensor dé la compensación que pide el ofendido. Así pues, se requiere, por parte del penitente, en primer lugar, voluntad de reparar, cosa que hace con la contrición; segundo, sometimiento al arbitrio del sacerdote en lugar de Dios, cosa que hace por la confesión; y tercero, reparación fijada por el arbitrio del ministro de Dios, cosa que hace con la satisfacción. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, III, q. 90 a. 2, resp.) 

Concilio de Trento

  • La contrición reúne el dolor de alma, la detestación del pecado y el propósito

La contrición, que ocupa el primer lugar entre los mencionados actos del penitente, es un dolor del alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. Ahora bien, este movimiento de contrición fue en todo tiempo necesario para impetrar el perdón de los pecados, y en el hombre caído después del bautismo sólo prepara para la remisión de los pecados si va junto con la confianza en la divina misericordia y con el deseo de cumplir todo lo demás que se requiere para recibir debidamente este sacramento. (Denzinger-Hünermann, n. 1676. Concilio de Trento. XIV Sección. 25 de noviembre de 1551. Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia. Cap. 4. De la contrición) 

San Juan Pablo II

  • El primer paso del retorno a Dios es la contrición

La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, “de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia.” (Ordo Paenitentiae, 6 c.) (San Juan Pablo II. Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Penitencia, n. 31, 2 de diciembre de 1984) 

  • El sacramento implica la lucha contra el pecado

Ahora bien, este sacramento fue instituido para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo y en él los bautizados desempeñan un papel activo. No se limitan a recibir un perdón ritual y formal, como sujetos pasivos. Al contrario, con la ayuda de la gracia, toman la iniciativa de luchar contra el pecado, confesando sus culpas y pidiendo perdón por ellas. Los bautizados saben que el sacramento implica de su parte un acto de conversión. (San Juan Pablo II. Audiencia General, n. 1, 15 de abril de 1992)

Código de Derecho Canónico

  • Es un remedio que exige la conversión

Para recibir el saludable remedio del sacramento de la penitencia, el fiel ha de estar de tal manera dispuesto, que rechazando los pecados cometidos y teniendo propósito de la enmienda se convierta a Dios. (Código de Derecho Canónico, n. 987)

Catecismo Romano

  • El pedido de misericordia sin la contrición es vano

Y si leemos en la Sagrada Escritura que algunos no consiguieron misericordia a pesar de haberla implorado con vehemencia (Cf. 2Mc 9, 13, y He 12, 17), debe entenderse que fue porque no estaban arrepentidos de corazón de sus pecados. (Catecismo Romano, n. 2400) 

Benedicto XVI

  • Quien se arrepiente, recibe el perdón y las fuerzas para no pecar más

Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: “Vete, y en adelante no peques más”. Le concede el perdón, para que “en adelante” no peque más. En un episodio análogo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el evangelio de san Lucas (cf. Lc 7, 36-50), acoge y dice “vete en paz” a una mujer que se había arrepentido. Aquí, en cambio, la adúltera recibe simplemente el perdón de modo incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera— el mensaje es único. En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. (Benedicto XVI. Homilía en la visita pastoral a la Parroquia Romana de Santa Felicidad e hijos, mártires, 25 de marzo de 2007) 

  • La confesión es instrumento no solo de perdón, sino de santificación

Y existe un vínculo estrecho entre santidad y sacramento de la reconciliación, testimoniado por todos los santos de la historia. La conversión real del corazón, que es abrirse a la acción transformadora y renovadora de Dios, es el “motor” de toda reforma y se traduce en una verdadera fuerza evangelizadora. En la confesión el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado; abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. (Benedicto XVI. Discurso a los participantes en el curso de la Penitenciaría Apostólica sobre el fuero interno, 9 de marzo de 2012) 

Catecismo de la Iglesia Católica

  • Al perdón, sigue la necesidad de expiar el pecado

Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe “satisfacer” de manera apropiada o “expiar” sus pecados. Esta satisfacción se llama también “penitencia”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1459) 

Concilio de Trento

  • La satisfacción es un freno para el pecado y estímulo para la vida nueva

Porque no hay duda que estas penas satisfactorias retraen en gran manera del pecado y sujetan como un freno y hacen a los penitentes más cautos y vigilantes para adelante; remedian también las reliquias de los pecados y quitan con las contrarias acciones de las virtudes los malos hábitos contraídos con el mal vivir. Ni realmente se tuvo jamás en la Santa Iglesia de Dios por más seguro camino para apartar el castigo inminente del Señor, que el frecuentar los hombres con verdadero dolor de su alma estas mismas obras de penitencia (Mt 3,28; Mt 4,17; Mt 11,21, etc.). (Denzinger-Hünermann, n. 1690. Concilio de Trento. XIV Sección. 25 de noviembre de 1551. Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia. Cap. 8. Necesidad y frutos de la satisfacción)

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