El demonio de la falsa obediencia

“Ay de los príncipes de la Iglesia que se hayan dedicado a poner a salvo su autoridad y a dominar con orgullo” (Ntra. Sra. de la Salette)

Vamos a coincidir en que, si un general que enfrenta a mil bravíos guerreros pone en el frente de batalla a un puñado de cien muchachas ebrias, es bastante disparatado agarrarse luego los pelos y exclamar: “¡Oh… ¿qué pasó? Hemos perdido! Definitivamente el general o no estaba en todos sus cabales o estando en sus cabales quería deliberadamente perder la batalla, lo que equivale, en otros términos, a querer que gane el enemigo. De darse esto último, varias son las consecuencias y calificaciones que le aguardan a la autoridad militar que traicionó a los suyos.  

Ante lo expuesto podría acuñarse una frase: “Dime a quien eliges y te diré lo que quitas”, porque si para el enfrentamiento salvaje se elige lo débil y torcido, el triunfo queda quitado.                       

Hay alboroto en los Estados Unidos y en algunas partes del mundo porque Francisco ha nombrado al mega progresista, Cardenal Robert W. McElroy, como Arzobispo de Washington. Las posturas públicas del eclesiástico son, como era de esperarse, aplaudidas por el mundo: apoya lineamientos LGBT; apoya que políticos abortistas (Biden por caso) puedan comulgar; apoya la idea de que Biden es hombre de fe; apoya que la legislación abortista es algo “prudencial”; apoya la idea de que el Islam no es una religión violenta, y apoya la idea de que la estatua de la libertad es un signo majestuoso y lleno de esperanza. Claro que el referido Cardenal, encuentra su camino progresista amparado en guías que supieron defender algunas de las referidas posiciones; su escudo episcopal se puede regodear de llevar el nombre  de aquel documento emanado de Vaticano II y de titulación oscura, Dignitatis Humanae, y su posición sobre políticos abortistas admitidos a la Comunión –cosa que amplió en un ensayo de su autoría-, lo refrenda con ejemplos de Juan Pablo II distribuyendo la Eucaristía a líderes políticos favorecedores del aborto.

Quien puso el grito en el cielo por la elección tenebrosa de Francisco y dispuesta para Washington, fue Monseñor Joseph Strickland, quien no hace mucho fue destituido por el referido Pontífice. Resulta que hombres de iglesia como Strickland, que no solo abren los ojos sino que además buscan con buen ánimo que otros los abran, acaban por reconocer lo magnífico, lo fortísimo y martirial del gran defensor de la Tradición Católica, Monseñor Marcel Lefebvre, tan injustamente juzgado, tan incansablemente ensuciado, tan malévolamente apartado. De ahí las palabras de Strickland: “Monseñor Lefebvre veía que la Iglesia estaba experimentando una profunda crisis de fe debido a la infiltración del modernismo y el liberalismo. Sentía que había un intento activo de arrancar las tablas de la escalera y reemplazarlas con las tablas del mundo.” Strickland también apuntó: “No cabe duda de que con la Nueva Misa se ha reducido el enfoque en Jesucristo. Hemos sido testigos de un drástico descuido de la Presencia Real de Jesucristo que llega al nivel de blasfemia en muchos casos desde Vaticano II. Otra: “Cuando la liturgia cambió su enfoque hacia el pueblo y se alejó de Jesucristo, abrió la puerta a un descuido extremo de Su Sagrada Presencia”. Una más: “Es un hecho que la Nueva Misa representó una ruptura en siglos de continuidad litúrgica”.

También Francisco en clara consigna anticatólica y mundana, nombra por primera vez en toda la historia de la Iglesia a una mujer en un dicasterio. Se trata de la monja Simona Brambilla que vino a ser designada Prefecta del “Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.” Ya tiempo atrás hemos visto otra de sus elecciones para un puesto clave: nombró a Víctor Manuel (“Tucho”) Fernández como Prefecto para el “Dicasterio de la fe”, y ya van viendo de qué trata la “fe” modernista, que hasta es capaz de lanzar un documento a favor de la contranatura. ¿Y qué tiene que ver el obispo de San Luis, Argentina, Monseñor Gabriel Barba? Fue otra elección clave de Francisco, tendiente a barrer -en lo posible de modo definitivo- con “lo que huela a Tradición Católica”. Y si San Luis era la única Provincia que en todo el mundo Occidental no se daba la comunión en la mano, claro, ¡había que unificar la tropa!, de modo que fue designado el bonaerense para cumplir con la tarea, tarea que, sin tardanza alguna, fue de sus primeros hachazos.

Verán ustedes el porqué de mi doble relación, relación que llamaremos ahora la Prueba Antitradición Barba-McElroy, desde luego, una más entre tantas. ¿Y qué prueba? La clara posición papal que no lucha por la Tradición Católica sino por barrerla, mostrando apoyo irrestricto hacia el modernismo nutrido copiosamente de liberalismo y masonería. Millones de veces peor que lo de la autoridad militar, pues el enemigo del que la autoridad eclesiástica es amigo pierde las almas.   

Monseñor Joseph Strickland llama a todos los obispos del mundo a abrir los ojos, a defender la Tradición Católica, a oponerse al avance de las novedades modernistas. Pienso que está pidiendo algo que no se dará. ¿Por qué? Por lo que llamo la actuación del ‘demonio de la falsa obediencia’.

El referido espíritu del mal no es otro que Satanás mismo, el mentiroso por excelencia, el padre del engaño. El modernismo es su obra culmen de destrucción: juntó en ella la tentación adámica del “seréis como dioses”, con el desprecio superlativo practicado por el fariseísmo, que de tanta ceguera le decía a Cristo que Él era el endemoniado, y buscaron y alcanzaron su muerte. Gracias al modernismo la gente aprendió a creerse como Dios al grado de diseñar la religión como le plazca, y gracias al modernismo el fariseísmo eclesiástico viene persiguiendo a Cristo, ultrajándolo principalmente en la Divina Eucaristía y en Sus ministros más fieles. El demonio de la falsa obediencia mueve al silencio, y permite, cuanto más, el cuchicheo que no debe salir de las cuatro paredes. Mueve a falsas consideraciones y hace confundir prudencia con complicidad. Mueve a la falsa obediencia haciendo que se la cofunda con virtud, y hasta haciéndole creer a algunos que directamente no puede darse. Mueve a ver irregularidad en lo que es recto, y rectitud en lo que es irregular: las obras del modernismo son como mínimo irregulares, de modo que, es desacertado exigir regularidad canónica a quienes quieren salvar el alma, partiendo de un irregular derecho canónico y tomando pinzas de él que busquen coartar dicho camino de salvación. Mueve con rabia e insistencia incansable y en dirección infernal masiva, a que se mire mal a Monseñor Marcel Lefebvre, pues sabe que él defendió el aire puro del catolicismo (el R.P. Malachi Martin, sacerdote exorcista ya fallecido y que arrojando de su vida al modernismo adhirió a la Tradición Católica, llegó a decir lo siguiente: “No creo que nadie hubiera podido sacudir la presencia satánica en la Iglesia tanto como Marcel Lefebvre”).  Mueve a la irresolución, alimentado eso con un abanico cuasi infinito y laberíntico de consideraciones seudopaliativas de conciencia, urdidas en hermenéuticas de ilusas continuidades.

En el demonio de la falsa obediencia veo muy cumplidas las palabras de Nuestra Señora de la Salette: “Lucifer con un gran número de demonios serán desatados del infierno. Abolirán la fe poco a poco, aún entre las personas consagradas a Dios; las cegarán de tal manera que, a menos de una gracia particular, esas personas tomarán el espíritu de esos malos ángeles”.

Ojo con la falsa obediencia y las interpretaciones falseadas. Ya San Francisco de Sales decía: “Muchos se han equivocado gravemente (…) creyendo que la obediencia consiste en hacer a tontas y a locas aquello que nos puede ser mandado, aún si fuera contra los mandamientos de Dios y de la Iglesia; en lo cual se equivocan gravemente (…) porque en todo aquello que concierne a los mandamientos, los superiores no tienen ningún poder de dar jamás una orden contraria y los inferiores no tienen nunca la obligación de obedecer en ese caso, al contrario, si obedecieran, pecarían” (Conversaciones Espirituales, cap. IX). Ya lo machacaba el Papa León XIII: “‘Cuando falta el derecho de mandar, o se manda algo contra la razón, contra la ley eterna, o los mandamientos divinos, entonces, desobedecer a los hombres por obedecer a Dios se convierte en un deber´ (Enc. Libertas praestantissimum). Ya Monseñor Marcel Lefebvre recordó la sanísima doctrina sobre la virtud consabida: “Los principios que determinan la obediencia son tan conocidos y conformes a la sana razón y al sentido común que nos podemos preguntar cómo algunas personas inteligentes pueden afirmar que ‘prefieren equivocarse con el Papa que estar en la verdad en contra del Papa’. Esto no es lo que nos enseña la ley natural ni el magisterio de la Iglesia. La obediencia supone una autoridad que da una orden o prescribe una ley. Los hombres investidos de poder, inclusive si lo han sido por Dios, sólo tienen autoridad para permitir a sus subordinados que alcancen la finalidad asignada por Dios. Por consiguiente, cuando una autoridad usa su poder en contra de la ley natural o divina, no tiene derecho de ser obedecida y debe desobedecérsele. Se admite esa necesidad de la desobediencia ante un padre de familia que anima a su hija a la prostitución, o frente a la autoridad civil que obliga a los médicos a provocar abortos y a matar inocentes, pero se acepta a todo precio la autoridad del Papa so pretexto que es inefable en su gobierno y en todas sus palabras. Eso es desconocer claramente la historia e ignorar qué es realmente la infalibilidad. San Pablo exhortaba a los fieles a no obedecerle a él mismo si sucedía alguna vez que predicara un evangelio distinto al que había enseñado anteriormente. (Gal 1,8). Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deben ser reprendidos aun públicamente por sus súbditos. Ved aquí lo que dice el Papa León XIII: ‘Cuando falta el derecho de mandar, o se manda algo contra la razón, contra la ley eterna, o los mandamientos divinos, entonces, desobedecer a los hombres por obedecer a Dios se convierte en un deber´ (Enc. Libertas praestantissimum). Nuestra desobediencia está motivada por la necesidad de guardar la fe católica. Las órdenes que se nos dan expresan claramente que son para obligarnos a someternos sin reservas al Concilio Vaticano II, a las reformas posconciliares y a las prescripciones de la Santa Sede; es decir, a orientaciones y actos que corroen nuestra fe y destruyen la Iglesia, cosa imposible de admitir. Colaborar a su destrucción, es traicionarla y a Nuestro Señor Jesucristo”.

Alguien insistirá en que “no existe una desobediencia que sea buena”, de modo parecido a que alguien podría afirmar que no existe una “ira que sea buena”. Pero como existe una ira loable según el Doctor Angélico (“el airarse conforme a la recta razón es laudable”), por analogía me atrevo a hablar de una buena desobediencia. Y es que no se trata de una virtud teologal, sino de una virtud que, como explica clarísimamente Santo Tomás, puede arruinarse por defecto o por exceso. Y ejemplifica el Aquinate el caso de exceso obedeciendo uno “a quien no debe o en lo que no debe, como queda dicho al hablar de la religión”; enseñando también que “a veces los preceptos de los superiores van contra Dios. Luego no se les debe obedecer en todo”. Ahora bien, “no obedecer en todo” equivale a “desobedecer en algo”. Citando a San Juan Crisóstomo, dirá Santo Tomás: “Ser paciente en las injurias propias es digno de alabanza; pero disimular las injurias contra Dios es demasiado impío”; de ahí que deduzco -también por analogía- que “obedecer lo que va contra Dios es demasiado impío”. Pero si todavía alguien insistiera en que no hay bien en desobedecer algunas cosas, mejor le dejamos con las palabras de quien en nuestros tiempos no solo fuere un doctor en teología, sino, me atrevo a decir, un santo: “Quienes quieren mantenerse católicos serán perseguidos por los que, teniendo autoridad en la Iglesia, se apartan de la Fe. Quisieran arrastrarnos con ellos, y como LES DESOBEDECEMOS, porque no queremos perderla como ellos, nos persiguen” (Monseñor Marcel Lefebvre).

Hemos alcanzado un punto histórico en el que el ‘Misterio de iniquidad’ del que nos hablan los Santos Evangelios está asaz desarrollado, ‘Misterio’ en el cual se da la gran apostasía y el fariseísmo eclesiástico que no teme “misericordiar” a algunos con la excomunión. ‘Misterio’ cuya entidad es tan única, que a otros muy bien intencionados los lleva a adoptar soluciones en las que intentan explicación prácticamente de un orden matemático, de algo que precisamente, dicho por el Espíritu Santo, ingresa en el orden de lo misterioso. Por eso veo oportuno recordar aquí las sabias palabras de Monseñor Straubinger hablando de la primera aparición de Satán en la tierra y de “su audacia en penetrar en el jardín de Dios, el paraíso, y llevar su ataque contra el mismo centro del Reino de Dios que estaba en sus primeros comienzos. De la misma manera se metió también en el colegio más santo del mundo, el de los apóstoles, por medio de su representante Judas. Estemos seguros que el enorme éxito que tuvo con este método le ha inducido a seguirlo y a perfeccionarlo. Por eso si queremos localizar a Satanás, no hemos de buscarle en el desierto, sino metido en los centros y en los puntos neurálgicos y bien disfrazado como ángel de luz. Solamente así se explica el misterio de la apostasía bajo formas de piedad, de la cual habla San Pablo en II Tes. 2, 3”.

Lo del Cardenal Robert W. McElroy en Estados Unidos y lo de Monseñor Gabriel Barba en San Luis, ambos elegidos por Francisco, prueban en la realidad inconcusa, reitero, la oposición a la Tradición Católica y el deseo de barrer con ella, vía directa de golpe o vía indirecta de tergiversación.

Frente a todo lo referido hasta aquí, pienso que no se debe caer en la errónea consideración de que todo comienza con las elecciones de Francisco. Para nada. Aquí solo me limito a ponerlas de relieve como una prueba más de otras tantas que se vienen dando principalmente desde Concilio Vaticano II en adelante. Y en demostración de lo afirmado, me atrevo a decir sin sombra de duda alguna, que mucho peor que McElroy fue en su momento la elección de Anniballe Bugnini por parte de Pablo VI. Pablo VI junto con Anniballe Bugnini, fueron los grandes responsables de plantar una semilla de frutos destructivos como jamás los hubo.

Dime a quien eliges y te diré lo que quitas: Elijes el pecado, quitas la gracia; eliges el vicio, quitas la virtud; eliges el mundo, quitas el cielo; eliges el falso ecumenismo, quitas la unidad verdadera; eliges modernismo, quitas la Tradición Católica.

El sacerdote sulpiciano Francois Amiot –tan elogiado por el teólogo R.P. Roger Thomas Calmel- hablando de los tiempos de la gran apostasía, afirma que se dará “una lucha gigantesca que, en medio de alternativas, avances y retrocesos, tendrá que librar la Iglesia hasta la llegada del Salvador (…). La actividad de Satanás y de sus secuaces, a pesar de sus falsos milagros, no seducirá más que a aquellos que no sientan en su corazón el amor a la verdad, a los que Dios, en consecuencia, entregará a su culpable ofuscación”. 

No hace mucho el Padre Pio de Pietrelcina disparó: “La sociedad de hoy no reza por eso se está desmoronando”. Pues entonces, pedirle a la amada Madre, a la Santísima Virgen María, destructora de toda herejía, que pronto nos libere del modernismo. Pedirle al Glorioso Patriarca San José, cuyo papel en estos tiempos finales es capital, que como ‘Terror de los demonios’ nos defienda contra el demonio de la anestesia, y a él y a sus secuaces los mande y ate en el lago azufroso.              

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.

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