“Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” Mt. 26, 41
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is 5, 20).
No somos teólogos, sino simples hijos de la Iglesia Católica. Este es nuestro máximo orgullo. Pero hay cosas que nos hieren el alma respecto al Sínodo de la Familia, y debemos decirlas.
El Concilio Vaticano II marcó una impronta en la Iglesia. Tal es así, que se habló y habla de pre y posconciliares. Y de sus documentos se dijo y enseñó que había que interpretarlos según la Tradición. Porque seamos sinceros: muchos de estos están cargados de tantas ambigüedades que permiten cualquier interpretación.
A partir de este Concilio surgió un espíritu: la Iglesia habría terminado con todo un pasado lleno de lastre, de retrogradación, de constantinismo y de sujeción a los poderes terrenales.
¿Cuál era la finalidad del progresismo católico? La de adaptar la Iglesia al mundo (entendido teológicamente como uno de los enemigos del alma) y no la de convertirlo y salvarlo en la Iglesia. Con esta idea se subvierte así todos los conceptos fundamentales de la fe. Esta finalidad, en la actualidad, es observada y acatada con más rigurosidad.
En 1973, el Beato Paulo VI, señaló que “Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de incertidumbre”.
¿Qué creer entonces después del Sínodo? ¿Cómo serán los días? Midiendo cada palabra que escribimos, nos atrevemos a decir que serán muchísimo peores y más nefastos de los que vislumbró Paulo VI. Porque este Sínodo no es sino una obra más de todo el pontificado de Francisco: ambigüedad, confusión, relativismo, contradicción, falta de espíritu sobrenatural, extravíos doctrinales, enseñanzas que rozan la herejía. En definitiva: un aterrador y devastador desamor a la Verdad.
Ese mal entendido espíritu del Concilio queda asumido, ampliado y “mejorado”.
Escucharemos, a partir de ahora, hablar del Espíritu del Sínodo, y sea la postura que se defienda seremos tratados como pre o postsinodales. La falsa dialéctica campea, una vez más, por sus fueros.
Si bien muchos entendidos en la materia señalan que la doctrina quedó intacta, que no hubo rupturas doctrinales y mucho menos herejías. Esto no nos conforma. No estamos tranquilos. Y no se trata de ser optimistas o pesimistas. Somos realistas.
Aquí hay un gravísimo error y es el espíritu del Sínodo: poner en discusión y referéndum cuestiones doctrinales. La doctrina católica no se discute.
Pero se sentó un precedente. Todo se pone a discusión y se vota. Mañana podrá seguir siendo pecado o no el adulterio, la homosexualidad, o lo que se les ocurra.
El Concilio Vaticano III podrá discutir sobre la prudencia de Poncio Pilato al lavarse las manos, o si Nuestro Señor, en la Cruz, al mal ladrón, le dio o no una oportunidad post-morten.
Insistimos. Esto es lo que está mal. Este es el espíritu del Sínodo: Consensuar lo indiscutible. Ahora la Iglesia ya no enseñará; escuchará.
Con su gran locuacidad, dijo Francisco: “Concluir este sínodo significa también haber abierto los corazones sellados que con frecuencia se ocultan incluso tras las enseñanzas de la Iglesia, o tras buenas intenciones, para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialmente, los casos difíciles y las familias heridas. (…) Significa haber intentado abrir horizontes para superar toda hermenéutica conspirativa o cerrazón de perspectivas, para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, que a veces está cubierta por el óxido de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible”.
Estamos viviendo tiempos de apostasía. Sólo Dios sabe por qué permite esto.
Se necesita una verdadera Reforma. “Re-forma” significa “volver a la forma”. Esto es, volver a la esencia misma de la Iglesia tal como Nuestro Señor Jesucristo la pensó y la fundó. Significa volver a las fuentes de la Divina Revelación, Sagrada Escritura y Tradición junto al Magisterio bimilenario de la Iglesia.
Hoy más que nunca debemos rezar por Francisco. Por su conversión.
Daniel González Céspedes