La feroz campaña emprendida contra la vida contemplativa, que tuvo su comienzo hacia los tiempos del Concilio Vaticano II pero que ha alcanzado su cumbre en las actividades subversivas, politiqueras y dinamitantes de la Fe Católica llevadas a cabo en España por las seudo monjas Forcades y Caram, es sin duda alguna una de las más graves estocadas que el florete del Gran Enemigo ha asestado contra el corazón de la Iglesia. Tal como jamás Ésta había recibido desde el comienzo de su existencia.
Los siervos que sirven al Padre de las Mentiras, como buenos hijos del gran maestro del histrionismo que es su progenitor, acostumbran a disfrazarse de variadas formas y maneras, a fin de llevar a cabo una labor destructiva que nunca realizan a cara descubierta. Y no nos referimos aquí meramente a su forma de vestir o de presentarse, lo cual aun siendo grave sería lo menos importante, sino al conjunto de sus actividades y a la aparente lucha que libran en favor de las ideologías que propagan. Lo cual es posible porque actúan en una sociedad, no ya meramente proclive y preparada para aceptar la mentira, sino que está enteramente imbuida de un océano de falsedad con la cual vive en perfecta simbiosis. Los infusorios solamente pueden vivir en emulsiones infectas o en charcos de agua abandonados que han acabado en la corrupción.
Aunque parezca extraño, y a pesar de que tan importante hecho haya escapado a la observación de una sociedad enteramente dispuesta a comulgar con ruedas de molino, las actividades por las que dichas seudo monjas, que previamente ya habían renegado de su vocación por más que ellas digan lo contrario, son bien conocidas: politicas, separatistas, antisistema y revolucionarias de tinte marxista. Sin olvidar la difusión de doctrinas contrarias a la Fe de la Iglesia y a los valores que fundamentan a la vez a la sociedad y al cristianismo (anticapitalismo, opción por los pobres, feminismo, secularismo en todas sus formas, etc.). Y sin embargo dicha labor, con ser efectivamente corrosiva, no es todavía la verdadera guerra de destrucción que ellas llevan a cabo. En realidad se trata de campañas de mera distracción, muy apropiadas para llamar la atención de una sociedad degradada que se divierte viendo a unas féminas disfrazadas de monjas (a las que sin embargo siguen considerando monjas) gritando en mítines políticos, alternando con jerarcas politicastros de más que dudosa ralea, apareciendo en televisión proclamando disparates o elaborando rutinarias y aburridas recetas de cocina (nunca en actividades religiosas), exhibiéndose a veces con hábito y a veces con un medio hábito de toca y pantalones vaqueros. Todo ello en medio de un montaje mediático por el que aparecen en todas partes haciendo ruido para que no se deje de hablar de ellas. Lo cual, sin embargo, no es más que humo de guerra para despistar al enemigo.
Lo de los medio-hábitos merece un paréntesis aparte. Que una falsa monja ande correteando por todas partes con toca y pantalones vaqueros, solamente es posible en medio de una sociedad que se ha hecho insensible al ridículo. Y como es bien sabido, cuando alguien llega a considerar el ridículo como algo normal, es porque él mismo ya lo ha asimilado y lo lleva consigo en sus actividades y pensamientos. Una sociedad que antaño fue cristiana, pero que ahora se ha acostumbrado a ver a los más altos Jerarcas de la Iglesia tocados con sombreros de bombero, disfrazados con narices de payaso, vestidos descuidadamente como falsos mendigos o pretendidamente pobres, proclamando extravagancias en ocasiones y en los tonos los más solemnes, etc., etc., es porque ya ha hecho suyo el sentido del ridículo en sus grados más elevados. Los mismos espectáculos de conciertos masivos de rock, con las multitudes drogadas enardecidas gritando y alzando los brazos, los discursos de los políticos, la admisión como cosa legítima y hasta laudable de aberraciones como el aborto y el matrimonio de homosexuales, la mayoría de las misas que se celebran en las Iglesias, la Pastoral de la predicación de los domingos, los Pastores de la Iglesia que no encuentran otra forma de hacerse notar —porque su mezquindad no les proporciona otra— que la de cacarear a los cuatro vientos la actitud de comprensión a adoptar ante los valores y profundidad de sentimientos de las personas homosexuales, etc., no son sino un claro exponente del grado de degradación al que ha llegado el mundo occidental ex-cristiano y a unos extremos de ridículo tales como para no ser advertidos siquiera por quienes llevan a cabo tales actividades. Porque ocurre aquí lo mismo que con ciertas enfermedades como la idiotez o la estupidez, que jamás son percibidas por aquellos que las padecen. Con todo, y a pesar del ridículo, nuestras seudo monjas conservan el uniforme, o el medio uniforme al menos, en cuanto que les sirve como arma de combate para engaño de ingenuos y asegurar mejor el éxito de su empresa (cuando se trata de auténticas batallas bélicas, cualquier soldado vestido con uniforme del enemigo y hecho prisionero es fusilado inmediatamente como espía).
Pero la guerra que están llevando a cabo nuestras falsas monjas es de otra índole, mucho más grave. Pues de lo que se trata en realidad, y ellas lo saben bien, es de desacreditar la vida consagrada y concretamente la vida contemplativa en la Iglesia. Lo mismo que la gente se acostumbra a presenciar los disparatados discursos y extravagantes actividades y correterías de unas monjas de estricta observancia y clausura, igualmente se hace a la idea de que todo lo sagrado y relacionado con la oración y el acercamiento a Dios, y aun todo lo referente a la religión, pertenece a un terreno en el que ancha es Castilla y todo es una mandanga. El cual es justamente, en contra de lo que puedan creer los ingenuos, los crédulos en demasía, los neocones que andan zumbando como moscardones buscando al Jerarca de turno a quien adular o justificar, los bondadosos con exceso, los ayunos de espíritu crítico, etc., el verdadero objetivo perseguido por estas señoras. A quienes nadie se atreve a parar los pies, si no ya para obstaculizar su labor demoledora anticristiana, siquiera al menos para impedir que sigan actuando contra la estética, el buen gusto, el sentido común y ese don tan sagrado que Dios ha otorgado al hombre cual es la propia inteligencia y racionalidad.
Un factor importante que ha hecho posible el montaje y las actividades de este fantástico Guiñol de las majaderías y de las gansadas, gruesamente alimentado a bombo y platillo por los media de izquierda(sinónimo de todos), ha sido precisamente la inacción de la Iglesia.
La cual lleva años amonestando a tales monjas, aunque de forma más bien suave y cariñosa, para que vuelvan a sus conventos. Pero, en definitiva, sin tomar medida alguna y consintiendo el caso. Sin que nadie haya advertido, tal vez, que consentir significa sentir con, lo que induciría a dar paso a juicios desagradables y aventurados que a nadie benefician. Las palmaditas amistosas en la espalda está ampliamente demostrado que no sirven para nada, como no sea para animar más al sujeto que las recibe. Lo cual recuerda el caso de aquel sujeto afeminado que recibió en cierta ocasión una tremenda bofetada, y cuyo lamentable suceso él mismo narraba después, con voz agudamente aflautada y afligida, que para algo están las venganzas:
Y me dio una bofetada que me volvió loco. Pero entonces yo me revolví contra él y muy enfadado le dije:
—¡Melitonzángano, que eres un melitonzángano…
Sin embargo, la vida de oración y contemplativa constituye como el alma y la vida misma de la Iglesia, sin la cual no podría subsistir. Fue cultivada desde los inicios ya por los primeros discípulos, los cuales se reunían con la misma Madre de Jesús para practicarla (Hech 1:14). Y así se ha venido haciendo, a través de siglos y siglos, para salvación de tantas almas y gloria inmarcesible de multitud de Santos y de Místicos que fueron luz para una Humanidad que de otro modo hubiera andado en tinieblas. Pues sin diálogo amoroso con Dios no hay vida religiosa posible, y ni aun siquiera nada que merezca el nombre de vida para el hombre, si es verdad que Jesucristo es la Vida (Jn 14:6), y que Él mismo es también la propia vida del cristiano, según palabras de San Pablo (Col 3:4).
Las andanzas de Don Quijote y Sancho, las de Amadís de Gaula o las de la multitud de caballeros andantes que por el mundo han sido, y aun las más fantásticas del barón de Munchausen, se quedan pequeñas comparadas con las de estas seudo monjas. Cuya labor solamente está siendo posible en el seno de una sociedad en descomposición. Aunque con la anuencia añadida de una Iglesia en crisis y a la que está casi reduciendo a la nada la general Apostasía que la asedia y que desde antiguo ya había sido anunciada. Decía el Libro del Eclesiastés que hay un tiempo para cada cosa y que cada cosa tiene su momento(3:1). Pues si eso es verdad, como lo es, ya va siendo hora de que alguien desenmascare a quienes no son otra cosa que un monumento al engaño y a la caradura.
Padre Alfonso Gálvez