El Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé en Phanar. ¿Plena comunión? Todavía no, y tampoco a corto plazo. Por qué este encuentro no ha supuesto ningún avance.

(Para informarse sobre los antecedentes de este artículo, por favor consulte Why Catholic-Orthodox reunion probably won’t happen: Five recent statements from Patriarch Bartholomew, and a reminder from 2009.)

Tal y como estaba programado, el Papa Francisco asistió a la Liturgia Divina celebrada por el Patriarca Bartolomé en honor del Apóstol Andrés, al que la Iglesia de Constantinopla reconoce como fundador. Tras la Liturgia Divina llegaron los discursos – primero el del Patriarca, después el del Papa. Más tarde, firmaron una declaración conjunta; ya es su segunda declaración conjunta de este año (la primera se firmó en mayo, en Jerusalén).

En las últimas horas, algunos de los “sospechosos habituales” han estado soñando sobre una frase del discurso del Papa. (Tampoco nos sorprendería que en los próximos días, algunos destacados prelados, teólogos y “cabezas parlantes” católicas celebrasen las afirmaciones de hoy como “históricas”; parece que hoy día, el diálogo ecuménico necesita todo el ánimo que se le pueda brindar). A continuación, presentamos los párrafos más relevantes del discurso:

En especial, en este Decreto la Iglesia Católica reconoce que la Iglesia Ortodoxa “posee los verdaderos sacramentos, especialmente – por sucesión apostólica – el Orden Sacerdotal y la Eucaristía, por lo que todavía están íntima y estrechamente unidos a nosotros” (15).  El Decreto sigue para afirmar que que para conservar fielmente la totalidad de la tradición cristiana y conseguir la completa reconciliación de los cristianos de Oriente y Occidente, es de la máxima importancia preservar y apoyar el rico patrimonio de las Iglesias Orientales. Esto, no sólo se refiere a sus tradiciones litúrgicas y espirituales, sino también a sus disciplinas canónicas, sancionadas como están por los Padres y por los Concilios, que regulan las vidas de estas Iglesias (cf. 15-16). 

Creo que es importante reafirmar el respeto por este principio como una condición esencial, aceptada por ambos, para la restauración de la plena comunión, lo que no significa el sometimiento o la asimilación de una a la otra. Significa más bien dar la bienvenida a todos los dones que Dios ha concedido a cada una, demostrando así al mundo entero el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, a través del Espíritu Santo. Quiero asegurar a cada uno de los que están aquí que, para alcanzar el objetivo deseado de la completa unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna condición excepto las de la profesión de fe compartida. Además, yo añadiría que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y de la experiencia del primer milenio, las formas en que podemos garantizar la unidad necesaria de la Iglesia en las circunstancias actuales. Lo que la Iglesia Católica desea y lo que busco como Obispo de Roma, “la Iglesia que preside en caridad”, es la comunión con las Iglesias Ortodoxas. Dicha comunión siempre será fruto de el amor que “se ha vertido en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que se nos ha dado” (cf. Rom 5:5), un amor fraternal que expresa el vínculo espiritual y trascendente que nos une como discípulos del Señor.

Realmente, no hay nada nuevo en este discurso, o en la declaración conjunta que se realizó a continuación. Lo más que puede decirse sobre ello es que emplea un lenguaje más directo, comparado con declaraciones similares realizadas previamente por Romanos Pontífices. Que las Iglesias Ortodoxa y Católica deben primero establecer la unidad sobre las bases de una profesión de fe, o de una confesión de doctrina común, es y siempre ha sido la posición de ambas partes de este diálogo. Los numerosos documentos que han sido publicados sobre esta materia por Roma y por Constantinopla (y algunas otras Iglesias Ortodoxas orientales) así como por el Diálogo Conjunto Católicos-Ortodoxos es testigo de esto. 

Esto no ha impedido a algunos aferrarse inmediatamente a una frase subrayada más arriba y proclamar, como ha hecho una web, que «el mensaje del Papa no tiene precedentes y es muy claro: la Iglesia Católica está dispuesta a dejar de lado todas las demandas y peticiones de supremacía”. Francamente no vemos dónde se dice en este discurso o en la declaración conjunta que el Papa haya afirmado que renunciaba a las demandas de la Iglesia Católica en cuanto a la autoridad y primacía de la Sede Apostólica de Roma, o que la primacía de Roma ya no sea parte de la profesión de fe común. ¿Ha sido porque el Papa Francisco también ha dicho que «estamos dispuestos a buscar junto, a la luz de la enseñanza de la Escritura y de la experiencia del primer milenio, las formas en las que podemos garantizar la necesaria unidad de la Iglesia en las circunstancias actuales»? Pero tampoco aquí hay nada nuevo: Juan Pablo II (lo más conocido en Ut Unum Sint) y Benedicto XVI (especialmente en su carta a Bartolomé de noviembre de 2009) dijo lo mismo, y sea cual sea la opinión que tengamos sobre estos dos pontífices, ninguno de los dos se deshizo nunca del primado papal. 

(Algunos replicarán que ellos debilitaron el primado papal al enfatizar la colegialidad, pero esto no es lo mismo que abandonar el primado papal, y desde luego jamás lo redujeron a un nivel aceptable para la Iglesia Ortodoxa.)

La propia declaración conjunta es bastante moderada sobre los avances ecuménicos, ya que dice simplemente:

..intentamos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Internaiconal Conjunta, instituida exactamente hace treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y por el Papa Juan Pablo II aquí en el Phanar, y que actualmente está enfrentándose con las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división y que exigen un estudio cuidadoso y detallado. A este fin, ofrecemos la ayuda de nuestra oración ferviente como Pastores de la Iglesia, y pedimos a nuestros fieles que se unan a esta oración “que todos seamos uno, para que el mundo crea «.

Y después el discurso del Patricarca Bartolomé, donde encontramos los siguientes párrafos:

Estos Apóstoles transmitieron esta fe común a las Iglesias fundadas por su oración y santificadas por su martirio. Esta fe fue también experimentada de forma conjunta y expresada en la doctrina por nuestros Padres de la Iglesia, que se reunieron desde Oriente y Occidente en concilios ecuménicos, legándonoslo a nosotros como fundamento inamovible de nuestra unidad. Es esta misma fe, la que hemos preservado conjuntamente tanto en Oriente como en Occidente durante un milenio, la que estamos llamados una vez más a depositar como base de nuestra unidad para que, «estando plenamente de acuerdo y con un solo pensamiento » (Phil. 2.2), podamos perseverar con Pablo «olvidando lo que queda atrás y esforzándonos en avanzar hacia el futuro» (Phil. 3.13).

***

Su Santidad, durante su hasta ahora breve pontificado al frente de su Iglesia se ha manifestado en la conciencia de la gente como un heraldo del amor, la paz y la reconciliación. Reza con palabras, pero por encima y más allá de todo con la simplicidad, la humildad y el amor hacia todos con que Su Santidad ejerce su alto ministerio. Inspira confianza en los que dudan, esperanza en los que desfallecen, anticipación en los que esperan una Iglesia que alimente a todos. Además, ofrece a sus hermanos ortodoxos la aspiración de que durante su mandato el acercamiento de nuestras dos grandes y ancianas Iglesias seguirá establecido sobre los sólidos fundamentos de nuestra tradición común, que siempre preservó y reconoció en la constitución de la Iglesia un primado de amor, honor y servicio dentro del marco de colegialidad, para que «con una sola boca y un solo corazón » podamos confesar al Dios Trinitario y su amor pueda derramarse por todo el mundo.

***

Desgraciadamente, la comunión eucarística de nuestras Iglesias, que fue interrumpida hace mil años, todavía no permite convocar un Gran Concilio Ecuménico conjunto. Oremos, para que cuando se restaure la plena comunión, no tarde en llegar ese día tan importante y especial.

Tal y como se esperaba, el lado de la Iglesia Ortodoxa Oriental es más moderado. Aunque su discurso es abrumadoramente amistoso y positivo, Bartolomé también habla de que Oriente y Occidente han tenido la misma fe durante un milenio – lo que implica que esta fe, sin la que no puede haber reunificación de las Iglesias, ya no es compartida por ambos lados. Habla en términos bastante vagos de lo que espera que pueda alcanzarse realmente con el Papa Francisco. Lo más importante es que Bartolomé afirma que un Concilio Ecuménico entre los obispos católicos y ortodoxos será posible sólo después de que haya sido restaurada la plena comunión. Nuestros lectores recordarán que a finales del siglo XV ambas iglesias intentaron restaurar la plena comunión celebrando un Concilio primero – lo que se conoció como el Concilio de Florencia-Ferrara. Ahora, un «Concilio de unión» de ese tipo ha sido descartado por Bartolomé como posible método de reunificación.

Como pronosticábamos ayer, los discursos de hoy son «más de lo mismo » – llamadas insistentes a profundizar y colaborar en una serie de temas, pero no una “hoja de ruta” concreta para una reunificación real de las Iglesias.

Pero cuando se trata de la cuestión del diálogo entre los Católicos y los Ortodoxos Orientales, el voluntarismo y las ilusiones de una reunificación inmediata son demasiado fuertes en los círculos católicos (igual que se puede encontrar con demasiada frecuencia una extrema e irracional hostilidad hacia Roma y hacia Occidente en los círculos Ortodoxos Orientales). ¿Podría esto deberse a la enfermedad anti-dogmática que se ha extendido entre demasiados católicos? ¿La idea de que siempre y cuando se haga profesión de estar en plena comunión con Roma, puede uno creer, en realidad, lo que le plazca? Para esta mentalidad, la idea de que debe haber un acuerdo doctrinal previo entre Católicos y Ortodoxos Orientales parece ajena y hostil. Para los Católicos Tradicionalistas (y para los Ortodoxos Orientales, en general) por otro lado, no puede haber una verdadera unión sin un acuerdo real en materias de dogma, entre ellas, aunque no sea la única, el Primado de Roma.

(Traducido por Blanca Lozano Martinez . Artículo original. Posteado por Augustinus)

RORATE CÆLI
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