Entre los más graves errores que se han difundido incluso en ambientes católicos está el de creer que todas las religiones son equivalentes porque adoran a un mismo Dios. Es un error gravísimo, porque niega de raíz la verdad intrínseca de la Iglesia Católica. Desgraciadamente, las declaraciones del papa Francisco en el Catholic Junior College de Singapur el pasado día 13 siguen ese mismo patrón, y con el debido respeto al Sumo Pontífice, hay que decir que son objetivamente escandalosas.
Nuestra respuesta inmediata es no, Santo Padre, no hemos entendido ni podemos entender. Nuestra religión y la propia historia de la Compañía de Jesús a la que Vuestra Santidad pertenece nos enseñan todo lo contrario.
La diócesis de Singapur, donde Vuestra Santidad ha hecho estas declaraciones, fue fundada por un ilustre jesuita, San Francisco Javier, que llegó a Malaca, antiguo nombre de la zona, en 1545. en 1558 el territorio fue elevado a la categoría de diócesis, sufragánea de la sede india de Goa.
San Francisco Javier nació de un matrimonio de la nobleza en 1506 en Navarra. Hizo sus estudios en la Universidad de París, donde tuvo por compañero a Ignacio de Loyola, el cual convirtió a aquel modélico estudiante en un adalid del Evangelio. El 24 de junio de 1537 fue ordenado sacerdote, y en la primavera de 1539 estuvo entre los fundadores de la Compañía de Jesús. Al año siguiente, cuando Juan III de Portugal solicitó misioneros para las colonias portuguesas, Javier fue enviado por el Papa a la India como nuncio apostólico.
Arribó a Goa en 1542 tras una larga y ardua travesía. Durante dos años estuvo recorriendo aldeas a pie o en incómodas embarcaciones, exponiéndose a infinidad de peligros, bautizando, fundando iglesias y escuelas, convirtiendo a millones de personas y siendo aclamado en todas partes como santo y taumaturgo. En 1549 zarpó de Goa rumbo al Japón, donde echó las semillas de la Fe católica. El 17 de abril de 1552 se embarcó para realizar su último proyecto: llevar el Evangelio a China. En el curso de este accidentado viaje llegó a la isla de Sanchón, refugio de piratas y contrabandistas. Allí enfermó de pulmonía, y como no tenía quien lo cuidase falleció en una choza el 3 de diciembre del mismo año mientras repetía sin cesar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ¡Virgen Madre de Dios, acuérdate de mí!»
Dos años más tarde, su cuerpo incorrupto fue trasladado primero a Malaca y posteriormente a Goa, donde se venera en la basílica del Buen Jesús. En la iglesia del Gesù en Roma se conserva un brazo que se le amputó para venerarlo junto al sepulcro de San Ignacio. Fue beatificado por Paulo V en 1619 y canonizado en 1622 por Gregorio XV. La Iglesia fijó su fiesta litúrgica el 3 de diciembre y lo proclamó patrono de las misiones.
San Francisco Javier tradujo en hechos las palabras que dijo Jesús a los Apóstoles: «Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado» (Mc. 16, 15-16). Las palabras de Nuestro Señor son inequívocas: de ordinario no hay salvación fuera del Nombre de Cristo. Se calcula que el santo navarro bautizó a unas 40.000 personas, abriéndoles con ello las puertas del Paraíso.
En una célebre carta fechada el 15 de enero de 1544, escribe desde Cochín: «En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba todos los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una gran multitud de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los mochachos ni rezar mi oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos […] Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! Así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios nuestro Señor les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conoscer y sentir dentro en sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus proprias afecciones, diciendo: «Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga? Envíame adonde quieras; y si conviene, aun a los indios»».
San Francisco Javier nos ha dejado también una profesión de fe merece ser rezada de rodillas y meditada a fondo en estos confusos tiempos:
Verdadero Dios, yo confieso de voluntad y corazón, como bueno y leal cristiano, la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios.
Yo creo firmemente, sin dudar, lo que cree y tiene la santa madre Iglesia de Roma sobre el Hijo eterno del Padre, Dios como Él, que por mí se hizo hombre, padeció, murió, resucitó y reina en el Cielo con el Padre y el Espíritu Santo. Tengo la firme voluntad de perderlo todo, sufrirlo todo y dar la sangre y la vida antes que renegar de un punto de mi fe. Yo prometo como fiel cristiano vivir y morir en la santa fe católica de mi Señor Jesucristo.
Y cuando a la hora de mi muerte no pudiere hablar, ahora para cuando yo muriere, confieso a mi Señor Jesucristo por Unigénito Hijo de Dios, con todo mi corazón.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)