De los muchos enigmas que rodean al Papa Francisco, uno de los más desconcertante es el que se refiere a su empecinamiento en nombrar, primero, obispo de Osorno a Juan Barros y, luego, en mantenerlo pese a la opinión en contra de la mayoría de sus colegas en Chile, del abrumador rechazo de los fieles de la diócesis y de la protesta multitudinaria de las víctimas de abusos clericales.
Barros es uno de los que fueran en su día ‘protegidos’ del popular sacerdote Fernando Karadima, que fuera acusado, hallado culpable y condenado por abusos sexuales a menores. Las sospechas de connivencia, sino complicidad, de Barros en las actividades ilícitas de Karadima, a cuyo círculo íntimo pertenecían, movieron a una mayoría de obispos chilenos a desaconsejar al Papa su nombramiento para presidir la diócesis de Osorno.
En su reciente visita a Chile y Perú, Francisco se enfrentó por primera vez a protestas públicas por su presunto desprecio a las víctimas de abusos, a quienes en aquella ocasión llegó a calificar de ‘calumniadores’ en el coloquio con los periodistas en el avión en su viaje de vuelta.
El Papa defendió entonces su decisión de mantener a Barros en su puesto alegando que ninguna de las víctimas se había dirigido a él con acusaciones concretas, pero poco después estallaba el confuso escándalo de la carta. Una de las víctimas de Karadima, hoy ya adulto, había escrito una carta detallando los abusos de los que, asegura, Barros fue testigo presencial y aquiescente, dirigida a la comisión formada por el propio Francisco al inicio de su pontificado para tratar con las víctimas, con el ruego de hacerla llegar a Su Santidad.
La cabeza de dicha comisión, el Cardenal O’Malley, admite no solo haberla recibido y leído, sino también haberla entregado en mano al propio Francisco que, a su vez, niega haberla recibido. La confusión no ha llegado a aclararse, y el asunto parece oscurecerse aún más con la nueva revelación de las tres renuncias de Barros.
El pasado 20 de marzo, el enviado del Papa para investigar la situación de los abusos clericales en Chile, el arzobispo maltés Charles Scicluna, llegaba al Vaticano con su informe y un documento inesperado: una carta de renuncia de Juan Barros. Esta vez la presentaba en un tono más firme, al parecer, y con carácter irrevocable, sospechándose que en las dos anteriores se había tratado de un mero gesto prácticamente obligado por las circunstancias.
Pero tampoco esta vez ha estado Francisco dispuesto a aceptar la dimisión del polémico obispo, lo que ha llevado a Juan Carlos Claret, portavoz de la Agrupación de Laicos de Osorno, a declarar al diario chileno La Nación: “Esto demuestra que en último término todo lo que estamos viviendo pudo haber sido evitado, porque si el obispo Juan Barros en conciencia, a pesar de todo el daño que ha causado, ha querido ponerle punto final, y el Papa no se lo acepta, la responsabilidad por tanto no radica en Juan Barros”.
Carlos Esteban, InfoVaticana – 9 abril 2018
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