Entrevista exclusiva a monseñor Athanasius Schneider sobre «Fratelli tutti»

Diane Montagna: El papa Francisco inicia su nueva encíclica señalando que su título, Fratelli tutti, está tomado de las admoniciones que dirigió San Francisco a sus compañeros. Vuestra Excelencia ha dicho en Christus vincit que San Francisco lo inspiró a seguir a Cristo en la vida religiosa. ¿Considera que en su empleo de ese texto el papa Francisco es fiel al sentido original que le dio San Francisco?

Monseñor Schneider: En este caso el papa Francisco utiliza la expresión Fratelli tutti (todos hermanos) en un sentido muy diferente que su santo tocayo. Para San Francisco, son todos hermanos los que siguen e imitan a Cristo, es decir, todos los cristianos; desde luego, no lo son todos los hombres porque sí, mucho menos los seguidores de religiones no cristianas. Se puede observar en el contexto general del escrito del que se tomaron esas palabras:

«Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor lo siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna. Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, con narrarlas y predicarlas, queremos recibir honor y gloria» (Admoniciones, 6).

En realidad, San Francisco «no restó importancia a las faltas ajenas sino que las combatió; no aduló a los pecadores, mas les dirigió severos reproches. Con una misma actitud firme habló a poderosos y sencillos» (Legenda maior, 12, 8). El papa Francisco nos lo presenta como partidario de la pluralidad de religiones. Sin embargo, el propósito de la visita del santo de Asís al sultán Malik el Kamil de Egipto no era mostrar «su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de religión» (Fratelli tutti, 3). Por el contrario, su objetivo concreto  era predicar el Evangelio de Jesucristo al Sultán de Egipto. Es lamentable que el papa Francisco reduzca al santo en esta encíclica a un hombre «deseoso de abrazar a todos» y un modelo de «humilde y fraterno sometimiento ante quienes no compartían su fe» (nº 3). San Buenaventura da fe con estas palabras en su Legenda maior de que San Francisco predicó sin pelos en la lengua el Evangelio al Sultán, y lo invitó a él y a todo su pueblo a convertirse a Cristo: «Con gran firmeza de ánimo, con alma intrépida y espíritu  fervoroso, predicó al Sultán el Dios uno y trino y a Jesucristo, Salvador de todos los hombres» (Legenda maior 9,8). Es más, mientras San Francisco predicaba la Buena Nueva al Sultán envió a cinco frailes a predicar el Evangelio en España y Marruecos. Y cuando le llegó la noticia de que habían sido martirizados, exclamó: «Ahora sí que puedo decir que tengo cinco hermanos» (Analecta franciscana III, 596).

La tradición católica siempre ha presentado a San Francisco como un santo de espíritu apostólico y auténticamente misionero. Pío XI escribió: «Francisco, varón católico y todo apostólico, cuidó admirablemente de la enmienda de los fieles; así también cuidó de los paganos para llevarlos a la fe y ley de Cristo» (Encíclica Rite expiatis, 16).

DM: ¿Qué encuentra de positivo en esta nueva encíclica?

AS: Uno de los pasajes más luminosos y teológicamente correctos de Fratelli tutti es la siguiente afirmación del papa Francisco: «Si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común» (nº85). Esta afirmación es un faro en medio del estrecho horizonte naturalista, el relativismo religioso y la deficiente perspectiva sobrenatural de la encíclica. Otro elemento importante es el rechazo por parte de Francisco de todo intento de construir una sociedad contraria al plan de Dios. Dice: «La construcción de una torre (la de Babel] no expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse desde su diversidad. Por el contrario, fue una tentativa engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por Dios en su plan providencial para las naciones (cf. Gn. 11,1-9)» (nº144). Igual de significativas son las siguientes afirmaciones, que reflejan las enseñanzas de Benedicto XVI: «Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales» (nº184). «La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos» y «esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe» (Benedicto XVI, encíclica Caritas in Veritate), sin relativismos» (nº185). El papa Francisco recuerda también la importancia de las verdades objetivas siempre válidas basadas en la naturaleza humana conforme al plan de Dios para la creación, y afirma que existen «verdades elementales que deberán ser siempre sostenidas (…) que están más allá de todo consenso (…) en sí mismos son apreciados como estables por su sentido intrínseco» (nº211) «no es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y la realidad de una verdad objetiva» (nº212).

No sólo eso. Fratelli tutti advierte contra un falso sueño universalista (nº 100) y contra el virus de un individualismo radical (nº 105). A este respecto, escribe el Papa: Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo» (nº 100). Las siguientes afirmaciones de Tutti fratelli también tienen por objeto proteger el derecho de las naciones a su propia identidad y tradiciones: «No hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales» (nº 143). «Sólo es posible acoger al diferente si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura» (nº 143). También, «el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra» (nº 143). Fratelli tutti habla igualmente con acierto del derecho a la propiedad privada y su sentido social (nº 123).

El papa Francisco alza la voz contra una sociedad inhumana que sólo acepta a los fuertes y los sanos y desprecia y elimina a los enfermos y débiles: «[La gente tiene ese derecho] aunque aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad» (nº 107). Son igualmente laudables las siguientes afirmaciones del papa Francisco en Fratelli tutti:  Cabe reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y trascendentes» (nº 275), y «[ya] no existen el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia que el derecho no puede referirse a una concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir «nivelando hacia abajo” por medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica de la fuerza triunfa» (nº 210).

DM: El papa Francisco ha presentado Tutti fratelli como una reflexión sobre el documento que suscribió en Abu Dabi con el imán Al Tayeb en febrero del año pasado. Vuestra Excelencia ha manifestado preocupación por dicho documento, en concreto por la afirmación de que la pluralidad de religiones es algo querido por Dios. Esta nueva encíclica, ¿ha aliviado o agravado esa preocupación?

AS: Todo un capítulo de Fratelli tutti está dedicado al tema Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo (cap.8). El mero título ya muestra de por sí una suerte de relativismo religioso. La religión se entiende como una forma de fraternidad natural. Eso lleva al lector a entender que la religión es un medio para promover el naturalismo. Ello es contrario a la esencia del cristianismo, que es la única religión verdadera y la única verdaderamente sobrenatural. La Fe cristiana no se puede poner indiscriminadamente al mismo nivel que las demás religiones; eso sería traicionar el Evangelio. La afirmación «desde nuestra experiencia (…) los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades» (nº 274) fomenta el indiferentismo en materia de religión, dado que el concepto de Dios varía de una religión a otra. Y también hay religiones en las que se adora a malos espíritus. El concepto cristiano de Dios no se puede equiparar al de una religión idólatra. Dice la Sagrada Escritura que «todos los dioses de los pueblos son vanos ídolos» (Salmos 96,5), y San Pablo enseña que «lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, y no a Dios» (1 Cor. 10,20).  Según la Divina Revelación y la enseñanza perenne de la Iglesia, Fe significa lo siguiente:

«Ya que el hombre depende totalmente de Dios como su creador y Señor, y ya que la razón creada está completamente sujeta a la verdad increada; nos corresponde rendir a Dios que revela el obsequio del entendimiento y de la voluntad por medio de la fe. La Iglesia Católica profesa que esta fe, que es “principio de la salvación humana” es una virtud sobrenatural, por medio de la cual, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos como verdadero aquello que Él ha revelado ()Sin la fe (…) nadie pueda nunca alcanzar la justificación, ni obtener la vida eterna» (Concilio Vaticano I, constitución Dei Filius, cap. 3).

De ahí que los seguidores de religiones no cristianas carezcan del don de la virtud sobrenatural de la fe y no pueda llamárseles creyentes en el sentido propio de la palabra. Los que no son cristianos no aceptan la Divina Revelación que nos trajo Jesucristo. Por tanto, su conocimiento de Dios y su práctica de la religión apenas son una expresión de la luz de la razón natural, no de fe. El Magisterio infalible de la Iglesia lo enseña y declara así:

«El asentimiento perpetuo de la Iglesia católica ha sostenido y sostiene que hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto. Por su principio, porque en uno conocemos mediante la razón natural y en el otro mediante la fe divina; y por su objeto, porque además de aquello que puede ser alcanzado por la razón natural, son propuestos a nuestra fe misterios escondidos por Dios, los cuales sólo pueden ser conocidos mediante la revelación divina. (…) Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos externos, y que por lo tanto los hombres deben ser movidos a la fe sólo por la experiencia interior de cada uno o por inspiración privada: sea anatema». (íbid., cap. 4 y canon 3 Sobre la fe).

Los cristianos no somos meros compañeros de camino de quienes siguen otras religiones, religiones que Dios prohíbe (Fratelli tutti, 274). A este respecto vale la pena recordar esta afirmación teológicamente precisa de Paulo VI: «Nuestra religión instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo (exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n.º 53).

Hay en Fratelli tutti varias afirmaciones que transmiten en sustancia el mismo relativismo religioso que se expone en el documento de Abu Dabi, que declara: «El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina» Fratelli Tutti no corrige el documento de Abu Dabi; lo ratifica. La verdad que reveló Nuestro Señor y que su Iglesia ha proclamado invariable y constantemente permanece válida por la eternidad: «El mayor de los [deberes] es abrazar con el corazón y con las obras la religión, no la que cada uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por argumentos ciertos e irrevocables como única y verdadera» (León XIII, encíclica Immortale Dei, 3).

La siguiente enseñanza infalible de la Iglesia en la constitución dogmática Dei Filius del Concilio Vaticano I rechaza la enseñanza falible de la pluralidad de religiones expresada en el documento de Abu Dabi y en Fratelli tutti: «La situación de aquellos que por el don celestial de la fe han abrazado la verdad católica, no es en modo alguno igual a la de aquellos que, guiados por las opiniones humanas, siguen una religión falsa» (cap. 3); y «Si alguno dijere que la condición de los fieles y de aquellos que todavía no han llegado a la única fe verdadera es igual, (…) sea anatema» (ibid., can. 6 de fide).

DM: Conocemos dos clases de fraternidad: la de la sangre, en Adán y Eva, y la de la Gracia, en Jesucristo, a través de la Iglesia y los sacramentos. ¿Qué «nuevo sueño» (nº 6) de fraternidad propone en su encíclica el papa Francisco? En su calidad de obispo y sucesor de los Apóstoles, ¿puede Vuestra Excelencia animar a los fieles a aspirar a este sueño de fraternidad que expone el papa Francisco en la encíclica?


La verdadera fraternidad, la que agrada a Dios, es la fraternidad en Cristo y por medio de Cristo, Hijo encarnado de Dios. El cardenal Ratzinger, papa Benedicto XVI, delimitó con justeza el concepto cristiano de fraternidad con estas palabras: «Uno solo es para vosotros el Maestro; vosotros sois todos hermanos (Mt. 23:8). Estas palabras del Señor definen la relación entre los cristianos como una relación entre hermanos en una nueva hermandad spiritual diferente de la hermandad natural de sangre» (Die Christliche Brüderlichkeit, Múnich 1960, 13). Es indispensable reconocer la diferencia entre la fraternidad basada en la naturaleza, es decir, el vínculo de la sangre, y la fraternidad basada en la elección y revelación divinas: «Aunque Dios es Padre de los pueblos del mundo sólo por ser su Creador, es además Padre de Israel por elección» (ibid., 20).

Desde el principio los cristianos han conocido la diferencia esencial entre la pura hermandad natural y la hermandad mediante el Bautismo. San Juan Crisóstomo dijo: «¿Qué es lo que hace la hermandad? El lavado de regeneraciónm y que a consecuencia de él podamos llamar Padre a Dios» (Homilía 25 sobre Hebreos 7). En la misma línea, San Agustín escribió: «Dejarán de ser nuestros hermanos cuando dejen de decir «Padre nuestro». Pues a los paganos no los llamamos hermanos según las Escrituras y el modo de hablar de la Iglesia» (Enarraciones sobre los Salmos, 32, 2, 29).

Todo católico y todo pastor de la Iglesia, empezando por el Papa, tiene que arder de entusiasmo y amor a cuantos tienen la desgracia de ser nuestros hermanos sólo según la carne y la sangre, para que nazcan de Dios haciéndose hijos sobrenaturales de Cristo y sean verdaderamente hermanos en Él. Si la jerarquía actual de la Iglesia se contenta con la hermandad de carne y sangre, fratelli tutti de carne y de sangre, desatienden con ello el mandamiento de Dios en el Evangelio, o sea el mandamiento de hacer discípulos de Cristo a los miembros de todas las naciones y religiones, hijos en el Hijo unigénito de Dios, hermanos en Cristo, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a observar cuanto Cristo nos ha mandado (Mt. 25, 19-20). Para el alma cristiana, ese ardor es la mayor expresión de amor al prójimo: amarlo como nos amamos a nosotros mismos. Si nuestra condición divina de hijos es para nosotros lo mejor que nos pueda haber regalado Dios –y ciertamente lo es–, nos faltaría verdadero amor y caridad hacia el prójimo si no ardiéramos en deseos de comunicarle ese regalo de Dios, lógicamente con delicadeza y respeto. No conocer a Cristo, no poseer el don de Dios de la fe católica sobrenatural y no estar bautizado significa carecer de verdadera luz, no poseer la vida verdadera del alma. Significa permanecer en las tinieblas y las sombras de muerte, como dice el Evangelio (see Lc 1,79; Mt 4,16; Jn 9,1-41).

En la Iglesia primitiva, el Bautismo era conocido con justa razón como iluminación (fotismós) y regeneración (anagénesis). San Agustín pone de relieve la diferencia fundamental entre la vida mortal que se obtiene de la carne y la sangre, y la vida eterna que nos proporciona el Bautismo: «Hemos encontrado otros padres: Dios nuestro Padre y la Iglesia nuestra Madre, por los cuales hemos nacido a la vida eterna. Tengamos en cuenta de quiénes hemos llegado a ser hijos» (Sermo 57 ad competentes, 2). Qué perspectiva más estrecha, puramente terrena y empobrecida revela la siguiente afirmación de Fratelli tutti:  «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (nº 8). Una fraternidad de sangre, una fraternidad limitada al momento presente, que es transitorio, una fraternidad que se reduce a la pacífica coexistencia en la amabilidad, supone una pobreza espiritual extrema, una vida deficiente, una felicidad deficiente, dado que desde una perspectiva semejante falta lo más importante en el mundo y en la historia del hombre: Cristo, Dios encarnado, el único y eterno Hijo de Dios, el hermano, amigo y esposo del alma de todo el que ha renacido en Dios.

Es urgentísimo que el actual Vicario de Cristo proclame al mundo entero las palabras de su predecesor Juan Pablo II: «Vosotros todos, los que tenéis ya la inestimable suerte de creer, vosotros todos, los que todavía buscáis a Dios, y también vosotros, los que estáis atormentados por la duda: acoged de buen grado una vez más —hoy y en este sagrado lugar— las palabras pronunciadas por Simón Pedro. En esas palabras está la fe de la Iglesia. En ellas está la nueva verdad, es más, la verdad última y definitiva sobre el hombre: el Hijo de Dios vivo. “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Homilía en el comienzo de su pontificado, 22 de octubre de 1978). ¡Qué valeroso, apostólico y grandioso sería que estas palabras resonaran en Fratelli tutti!

DM: Vuestra Excelencia ha dicho en muchas ocasiones que hoy en día falta perspectiva sobrenatural. ¿En qué manera remedia o agrava este problema la nueva encíclica?

AS: Desgraciadamente, la encíclica Fratelli tutti  agrava la crisis del debilitamiento de la perspectiva sobrenatural en la vida de la Iglesia, que ya se arrastra desde hace décadas, con el consiguiente apego a las realidades temporales y la tendencia aún peor a interpretar incluso las realidades espirituales y teológicas de un modo naturalista y racionalista. Eso significa diluir el Evangelio, esto es las verdades reveladas, en una especie de humanismo naturalista y encerrar la propia perspectiva de la vida de la Iglesia en los estrechos confines de esas realidades de este mundo. Significa transformar el verdadero Evangelio, que es el de la vida eterna, en uno nuevo y falso de la vida temporal y corporal.

La tendencia actual hacia el naturalismo y la ausencia de lo sobrenatural en la vida de la Iglesia se ajustan a lo que lo dijo San Pablo: Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres.» (1 Cor. 15,19).  Por lo que se refiere a su contenido y su horizonte intelectual, la encíclica Fratelli tutti se puede resumir con estas palabras: «Nuestra ciudadanía en la Tierra». La nueva encíclica agudiza el naturalismo imperante en la Iglesia de hoy, el cual se puede describir como falta de amor a la Cruz de Cristo y a la oración, y falta de conciencia de la gravedad del pecado y de la necesidad de repararlo. Hasta cierto punto, Fratelli tutti contrasta con lo que escribió San Pablo en los albores de la Iglesia: «La ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al Señor Jesucristo» (Fil. 3,20). Son dignas de evocación las palabras de la primera encíclica social del Magisterio, Rerum novarum, en la que León XIII enseña que la Iglesia siempre debe contemplar incluso las realidades temporales desde una perspectiva sobrenatural:

«No podemos, indudablemente, comprender y estimar en su valor las cosas caducas si no es fijando el alma sus ojos en la vida inmortal de ultratumba, quitada la cual se vendría inmediatamente abajo toda especie y verdadera noción de lo honesto; más aún, todo este universo de cosas se convertiría en un misterio impenetrable a toda investigación humana. Pues lo que nos enseña de por sí la naturaleza, que sólo habremos de vivir la verdadera vida cuando hayamos salido de este mundo, eso mismo es dogma cristiano y fundamento de la razón y de todo el ser de la religión. Pues que Dios no creó al hombre para estas cosas frágiles y perecederas, sino para las celestiales y eternas, dándonos la tierra como lugar de exilio y no de residencia permanente. Y, ya nades en la abundancia, ya carezcas de riquezas y de todo lo demás que llamamos bienes, nada importa eso para la felicidad eterna; lo verdaderamente importante es el modo como se usa de ellos. Jesucristo no suprimió en modo alguno con su copiosa redención las tribulaciones diversas de que está tejida casi por completo la vida mortal, sino que hizo de ellas estímulo de virtudes y materia de merecimientos, hasta el punto de que ningún mortal podrá alcanzar los premios eternos si no sigue las huellas ensangrentadas de Cristo» (nº 16).

DM: Libertad, fraternidad, igualdad. Este trilema es un hilo conductor de Fratelli tutti. ¿Debe ser motivo de preocupación para los católicos que el Papa adopte el lema de la Revolución Francesa en su última encíclica?

AS: En sí, el trilema «Libertad, igualdad y fraternidad» tiene un sentido cristiano que fue tergiversado por la masónica Revolución Francesa. Con relación al concepto de libertad, la Sagrada Escritura enseña que la verdadera libertad consiste en no padecer la mayor de las servidumbres, la de ser esclavo del Diablo, el pecado y la ignorancia de las verdades divinas. «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn. 8,32). «Si, pues, el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» (Jn. 8,36).  La libertad que nos da Cristo es un obsequio de su obra redentora: la creación misma será libertada de la servidumbre de la corrupción para (participar de) la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rm, 8,21). La libertad que da Dios es un don sobrenatural del Espíritu Santo, del Espíritu de Verdad: «El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor. 3,17).   La verdadera fraternidad no es la de los nacidos de la carne, la sangre y la voluntad del viejo Adán, sino la de los nacidos de Dios (V. Jn.1,13), que son hermanos el Cristo, nuevo Adán (V. Rm. 5,14). Esos son aquellos «a los que preconoció y predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que Éste sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rm. 8,29).

El concepto cristiano de verdadera igualdad significa que todos los pecadores tienen necesidad de la salvación que proporciona Cristo: «No hay distinción alguna, ya que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rm. 3,22-23). Todos los bautizados tienen la misma dignidad objetiva como hijos adoptados de Dios: «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón y mujer; porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús» (Gál 3,26.28).   Por tanto,  «Despojaos del hombre viejo con sus obras2315, 10 y vestíos del nuevo, el cual se va renovando para lograr el conocimiento según la imagen de Aquel que lo creó; 11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo, ni libre, sino que Cristo es todo y en todos» (Col 3,9-11). Todos los hombres comparecerán por igual ante el tribunal de Dios, ya que «No hay creatura que no esté manifiesta delante de Él; al contrario, todas las cosas están desnudas y patentes a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Heb. 4,13). Y «cada uno, si hace algo bueno, eso mismo recibirá de parte del Señor, sea esclavo o sea libre. Para Él no hay acepción de personas» (Ef. 6,8-9).

El concepto distorsionado de libertad e igualdad que introdujo la Asamblea Nacional en le Revolución Francesa fue condenado inmediatamente por Pío VI. Al condenarlo, el Magisterio de la Iglesia explicó el verdadero sentido de la libertad y la igualdad. Dijo Pío VI:

La Asamblea Nacional (…) establece, como un derecho del hombre en la sociedad, esa libertad absoluta que asegura no solamente el derecho de no ser molestado por sus opiniones religiosas, sino también la licencia de pensar, decir, escribir, y aun hacer imprimir impunemente en materia de religión todo lo que pueda sugerir la imaginación más inmoral; derecho monstruoso que parece a pesar de todo agradar a la asamblea de la igualdad y la libertad natural para todos los hombres. Pero, ¿es que podría haber algo más insensato que establecer entre los hombres esa igualdad y esa libertad desenfrenadas que parecen ahogar la razón, que es el don más precioso que la naturaleza haya dado al hombre, y el único que lo distingue de los animales?¿No amenazó Dios de muerte al hombre si comía del árbol de la ciencia del bien y del mal después de haberlo creado en un lugar de delicias? y con esta primera prohibición, ¿no puso fronteras a su libertad? Cuando su desobediencia lo convirtió en culpable, ¿no le impuso nuevas obligaciones con las tablas de la ley dadas a Moisés? y aunque haya dejado a su libre arbitrio el poder de decidirse por el bien o el mal, ¿no lo rodeó de preceptos y leyes que podrían salvarlo si los cumplía? ¿Dónde está entonces esa libertad de pensar y hacer que la Asamblea Nacional otorga al hombre social como un derecho imprescindible de la naturaleza? Ese derecho quimérico, ¿no es contrario a los derechos de la Creación suprema a la que debemos nuestra existencia y todo lo que poseemos? ¿Se puede además ignorar que el hombre no ha sido creado únicamente para sí mismo sino para ser útil a sus semejantes? (Carta Quod Aliquantum del 10 de marzo de 1791).

En su monumental encíclica sobre la Masonería Humanum genus, León XIII explicó el verdadero sentido cristiano de libertad, fraternidad e igualdad tal como se entiende en la Orden Tercera franciscana, rechazando explícitamente con ello el tergiversado sentido masónico:

Además de otros muchos frutos [de la Orden Tercera franciscana], puede esperarse de ella el insigne de que vuelvan los corazones a la libertad, fraternidad e igualdad, no como absurdamente las conciben los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el humano linaje y las siguió San Francisco: esto es, la libertad de los hijos de Dios, por la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y de las pasiones, nuestros perversísimos tiranos; la fraternidad que dimana de ser Dios nuestros Creador y Padre común de todos; la igualdad que, teniendo por fundamento la caridad y la justicia, no borra toda diferencia entre los hombres, sino que con la variedad de condiciones, deberes e inclinaciones forma aquel admirable y armonioso concierto que aun la misma naturaleza pide para el bien y la dignidad de la vida civil  (nº 31).

Resulta lamentable que el papa Francisco llegue a servirse de este lema ideológicamente central de la Masonería para titular un capítulo de Fratelli tutti  (V. nº 103-105) sin hacer las debidas aclaraciones y distingos a fin de evitar malentendidos e instrumentalizaciones.

DM: Vuestra Excelencia ha hablado extensamente de que a lo largo de los siglos los papas, Francisco incluido (Discurso a los jóvenes de Turín del 21 de junio de 2015), han condenado la Masonería. ¿Observa alguna semejanza o coincidencia entre el concepto masónico de fraternidad y el propuesto en esta nueva encíclica?

AS: En una declaración a la prensa, la Gran Logia de España expresó su satisfacción por la última encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, y declaró que el Sumo Pontífice ha abrazado el concepto masónico de fraternidad apartando a la Iglesia Católica de posturas anteriores. La declaración dice lo siguiente:

«Hace 300 años se produjo el nacimiento de la Masonería moderna. El gran principio de esta escuela iniciática no ha cambiado en tres siglos: la construcción de una fraternidad universal donde los seres humanos se llamen hermanos unos a otros más allá de sus credos concretos, de sus ideologías, del color de su piel, su extracción social, su lengua, su cultura o su nacionalidad. Este sueño fraternal chocó con el integrismo religioso que, en el caso de la Iglesia Católica, propició durísimos textos de condena a la tolerancia de la Masonería en el siglo XIX. [La última encíclica del papa Francisco] demuestra lo lejos que está la actual Iglesia Católica de sus antiguas posiciones. En Fratelli tutti el Papa abraza la fraternidad universal, el gran principio de la Masonería Moderna»

Las semejanzas y coincidencias entre el concepto masónico de fraternidad y el que proclama Fratelli tutti son llamativas. En sustancia, el papa Francisco presenta una fraternidad meramente terrena y temporal de carne y sangre a nivel natural. En el fondo es una fraternidad basada en el primer Adán y nacida de él, no de Cristo, nuevo Adán. Esta perspectiva se formula en las siguientes afirmaciones de la encíclica: «Anhelo que (…) podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad» (nº 8), y «el número cada vez mayor de interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la Tierra comparten un destino común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros» (nº 96).

Una fraternidad universal y puramente naturalista, basada en lazos de sangre y de naturaleza, es el corazón de la teoría y la práctica de la Masonería. El marqués de La Tierce, célebre masón francés, escribió en su prólogo a la traducción de las Primeras constituciones de la Masonería de Anderson* que fraternidad universal significa «una religión universal en la que todos concuerdan. Consiste en ser bondadoso, sincero, casto y honorable, independientemente de la confesión o creencia particular que se profese» (V. Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine 1997/44-2, 197). Según La Tierce, el objetivo de la Masonería consiste en permitir que las personas de toda nación integren una misma fraternidad (V. Histoire de Franc-maçons contenant les obligations et statuts de la très vénérable confraternité de la Maçonnerie, 1847, I, 159). El mismo autor deja bien claro que «se trata de revivir y difundir las máximas damentales tomadas de la naturaleza humana que fueron la base sobre la que se fundó   la  sociedad» (V.  íbid., 158). (*Las Constituciones de Anderson, documento fundacional de la Masonería, fueron redactadas en 1723 por el pastor presbiteriano escocés James Anderson. – N. del T.)

León XIII señaló con precisión el naturalismo como característica central de la Masonería, dado que la meta que persiguen es «levantar a su manera otro nuevo [orden religioso y civil] con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo» (Humanum genus, 9). Éste es el dogma principal de la Masonería: «Hay una sola religión, una sola que es verdadera, una sola que es natural: la religión de la humanidad» (V. Henri Delassus, La Conjuration Antichretienne, Lille 1910, tome 3, p. 816).  Desde los puntos de vista religioso y espiritual, el naturalismo es una de las mayores tentaciones y engaños de que se vale Satanás para apartar a los hombres del Reino de Cristo, reino de la Gracia y de la vida sobrenatural. Si no se proclaman los derechos de Dios, los derechos de Cristo Rey sobre todo hombre y nación, faltará una garantía firme para los derechos del hombre, el bienestar social,  la justicia y la paz. Con toda razón, León XIII afirmó:

«De lo que se ha llamado derechos del hombre demasiadas cosas ha oído el pueblo; oiga alguna vez por fin, algo de los derechos de Dios. (…) mire propicio a la generación presente que mucho ciertamente delinquió, pero mucho también a su vez ha sufrido y muy ásperamente en expiación de su delito y que abrazando con benignidad a todos los hombres y pueblos, se acuerde de aquellas palabras suyas: Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todas las cosas a Mí (encíclica Tametsi Futura Prospicientibus, 31).

DM: Fratelli tutti critica tanto la política liberal como el populismo, y contiene muchas alusiones a Trump. ¿Le parece que sea un documento político publicado a propósito cuando están a punto de celebrarse las elecciones presidenciales en EE.UU.?

AS: En mi opinión, el papa Francisco haría bien en imitar el ejemplo de los Apóstoles y la gran tradición de la Iglesia de no proponer modelos concretos y transitorios para la política y la economía. Con justa razón Juan Pablo II dijo que la Iglesia «no propone sistemas o programas económicos y políticos» y «da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre » (encíclica Sollicitudo Rei Socialis, 41). Por su parte, León XIII enseñó que los católicos, como cualquier otro ciudadano, tienen libertad para preferir una forma de gobierno a otra (encíclica Immortale Dei). La misma enseñanza encontramos en los documentos del Concilio Vaticano II: «La Iglesia, por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está atada a sistema político alguno» (Gaudium et spes, 76).

DM: ¿Tiene Vuestra Excelencia algo que añadir para concluir?

AS: En conjunto, Fratelli tutti produce la lamentable impresión de que en aras de una aspiración universal a la fraternidad en pro de la paz mundial y la armonía (entendidas como ser buenos y sinceros) se sacrifica la proclamación del carácter exclusivo de Cristo como único Salvador y Rey de la humanidad y de las naciones. Cuán necesario y beneficioso habría sido que el papa Francisco hubiera proclamado en su encíclica social lo mismo que todos los Apóstoles, Padres de la Iglesia y pontífices, declarando esta verdad a todos los hombres y religiones: «El mayor provecho y felicidad está en aceptar a Jesucristo, Dios y Hombre y único Salvador, y creer en Él». Una nueva encíclica social debería hacerse eco hoy en día de estas palabras de la primera encíclica social de la Iglesia, la Rerum novarum:

«La sociedad humana fue renovada desde sus cimientos por las costumbres cristianas. (…) Jesucristo es el principio y el fin mismo de estos beneficios y que, como de Él han procedido, a Él tendrán todos que referirse. Recibida la luz del Evangelio, habiendo conocido el orbe entero el gran misterio de la encarnación del Verbo y de la redención de los hombres, la vida de Jesucristo, Dios y hombre, penetró todas las naciones y las imbuyó a todas en su fe, en sus preceptos y en sus leyes. Por lo cual, si hay que curar a la sociedad humana, sólo podrá curarla el retorno a la vida y a las costumbres cristianas, ya que, cuando se trata de restaurar la sociedades decadentes, hay que hacerlas volver a sus principios» (nº 21).

Esta enseñanza refleja toda la tradición católica y se remonta a San Agustín, que escribió:

«Quienes afirman que la doctrina de Cristo es incompatible con el bienestar social, que nos presenten un ejército compuesto por soldados como la doctrina de Cristo les exige ser; que nos presenten tales ciudadanos, maridos y mujeres, padres e hijos, amos y siervos, reyes, jueces y en fin, hasta contribuyentes y recaudadores tales como la religión cristiana les ha enseñado que deben ser los hombres, y atrévanse a decir que es contraria al bienestar del cuerpo social; es más, no vacilen en reconocer que si esa doctrina fuese obedecida sería la salvación de la nación» (Ep. 138 ad Marcellinum, 2, 15).

La encíclica Fratelli tutti no aporta sino una solución de urgencia meramente humana ciñendo a la humanidad al horizonte de una aspiración universal a una fraternidad naturalista. Una solución que no tendrá efectos curativos duraderos, ya que no se cimenta en la proclamación explícita de Jesucristo como Dios encarnado y única vía de salvación. Incluso en su doctrina social, la Iglesia tiene que construir la casa de Dios, que es el Reino de Jesucristo en el misterio de su Iglesia y su reinado social. La misión de la Iglesia no es construir otra humanidad a nivel naturalista (Fratelli tutti, nº 127), ni «la promoción del hombre y la fraternidad universal» (nº 276), como tampoco «parir un mundo nuevo» con vistas a la justicia y la paz temporales (nº 178). En cierta medida, se pueden aplicar a Fratelli tutti estas palabras de las Sagradas Escrituras: « Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si Yahvé no guarda la ciudad, el centinela se desvela en vano (Sal. 126,1) Las siguientes palabras del siervo de Dios Dolindo Ruotolo, sacerdote italiano fallecido en 1970, en una carta que dirigió a Pío XI, son rotundamente proféticas y se aplican muy bien a la situación actual de la Iglesia y el mundo:

«La Iglesia y el mundo están aquejados por los males más graves. Esos males no se remedian con soluciones humanas de urgencia, sino únicamente con la vida divina de Jesús en nosotros. Se está librando una batalla campal entre el bien y el mal, entre el orden y el caos, entre la verdad y el error y entre la Iglesia y la apostasía. Los sacerdotes gimen por la desolación de una vida inerte, y la vida de santidad de los religiosos se ha empobrecido. Los pastores, los obispos, duermen. Andan a rastras y no tienen fuerzas para alentar a la grey, que está dispersa» (carta del 23 de diciembre de 1924).

Es conocida la anécdota de cuando San Francisco rezó en la capilla de San Damián, en Asís, y oyó a Cristo que le decía desde el crucifijo: «Reconstruye mi Iglesia, que se está desmoronando» (V.  Legenda maior 2, 1). San Buenaventura da fe de que Inocencio III «vio en sueños, según contó, la basílica de Letrán a punto de derrumbarse, cuando un pobre de humilde aspecto y estatura mediana la apuntaló con su espalda y evitó que cayera. “Este es, ciertamente, el que sostendrá a la Iglesia de Cristo con su labor y su enseñanza”» (Legenda maior 3, 10). Hoy en día la Iglesia de Roma se encuentra en una situación parecida de colapso espiritual por la apatía de una mayoría de pastores, por lo excesivamente absorbido que está el Papa en asuntos temporales y por su empeño de revivir el proyecto universal de una fraternidad naturalista y de este mundo (Fratelli Tutti, n. 8).

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Mons. Athanasius Schneider
Mons. Athanasius Schneider
Anton Schneider nació en Tokmok, (Kirghiz, Antigua Unión Soviética). En 1973, poco después de recibir su primera comunión de la mano del Beato Oleksa Zaryckyj, presbítero y mártir, marchó con su familia a Alemania. Cuando se unió a los Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, una orden religiosa católica, adoptó el nombre de Athanasius (Atanasio). Fue ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1990. A partir de 1999, enseñó Patrología en el seminario María, Madre de la Iglesia en Karaganda. El 2 de junio de 2006 fue consagrado obispo en el Altar de la Cátedra de San Pedro en el Vaticano por el Cardenal Angelo Sodano. En 2011 fue destinado como obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), que cuenta con cerca de cien mil católicos de una población total de cuatro millones de habitantes. Mons. Athanasius Schneider es el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal de Kazajistán.

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