Texto del Evangelio (Mc 6,45-52): Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra.
Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada
PALABRA DE DIOS
La barca es un signo claro de la Iglesia en medio de las tempestades del mundo. Cuando la Iglesia se reconoce como lo que es: Cuerpo de Cristo, las aguas bravas se calman. Durante toda la historia los pecados de las personas de la Iglesia han sido tanto mayores como mayor ha sido la lejanía con la voluntad de Dios. Ya dijo Ratzinger, siendo aún Cardenal, en 2005 que «cuanta soberbia y autosuficiencia se da dentro de la Iglesia» (Via Crucis del Coliseo en Roma). Cuando se pretende adulterar la fe, so pretexto de adaptarla a las modas reinantes, las aguas ya bravas se vuelven más intensas y al pasar Cristo algunos ven fantasmas.