La tergiversación de las palabras de la Santísima Virgen por parte de Francisco durante su discurso de anoche, previo a la bendición de las velas y el rezo del Santo Rosario (puede leerse el discurso completo en la página de la Santa Sede en este enlace), al comienzo de su decimonoveno viaje apostólico por el Centenario de las apariciones de la Santísima Virgen María en Fátima (Portugal), a fin de acomodarlas a sus ideas socio-políticas y a su recurrente discurso sobre la pobreza y la justicia terrenal -sin referencias a Dios, ni a la trascendencia, ni al destino eterno de las almas de todos los seres humanos-, es manifiesta:
«…a todos os abrazo y os confío a Jesús, «especialmente a los más necesitados» —como la Virgen nos enseñó a pedir (Aparición, julio de 1917)—. Que ella, madre tierna y solícita con todos los necesitados, les obtenga la bendición del Señor. Que, sobre cada uno de los desheredados e infelices, a los que se les ha robado el presente, de los excluidos y abandonados a los que se les niega el futuro, de los huérfanos y las víctimas de la injusticia a los que no se les permite tener un pasado».
A pesar de estas palabras de Francisco, en la aparición del 13 julio de 1917 la Santísima Virgen María no dijo tal cosa, ni nada parecido, a los pastorcillos a quienes se apareció. Esto fue lo que realmente dijo Nuestra Señora:
«Cuando recen el Rosario, después de cada misterio digan: ‘Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia«.
El mensaje de Nuestra Señora en Fátima es clarísimo: quienes necesitan la misericordia de Dios no son los que padecen pobreza e injusticia material, sino los pecadores, entre quienes no sólo hay pobres, sino también ricos; y entre los que también se incluye no sólo a los fieles laicos, sino también a los sacerdotes, obispos, cardenales… y hasta al mismo Papa; pues, en caso de no arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia, además de las desgracias que podrían acaecer ya en este mundo, perecerán eternamente en el infierno.
A continuación, Francisco se refirió a la Santísima Virgen sólo por su nombre de pila: María, a la que define como una «maestra de vida espiritual», término bastante desafortunado que parece más adecuado para una chamana pagana, una médium espiritista o una gurú hinduista1, que para el ser humano más excelso que ha existido y existe después de Nuestro Señor Jesucristo, que además está libre de todo pecado, incluso del original -de ahí que se le llame Inmaculada– y que merece que se le rindaculto de hiperdulía, sólo por debajo de la latría debida a Dios.
Después, hace otra desafortunada burla de aquellos fieles católicos que supuestamente ven a la Santísima Virgen como una «santita» a la que acuden para conseguir lo que él denomina «gracias baratas», juzgando así el corazón y las intenciones de dichos fieles -a los que no conoce-, contradiciendo sus propias palabras (¿quién soy yo para juzgar?) y despreciando la fe popular frente a una supuesta «Virgen María del Evangelio», interpretada a la manera protestante.
La distorsionada visión que Francisco tiene de la fe de los simples fieles le lleva a presentar a la Santísima Virgen de forma despectiva «como deteniendo el brazo justiciero de Dios listo para castigar: una María mejor que Cristo, considerado como juez implacable; más misericordiosa que el Cordero que se ha inmolado por nosotros».
¿Qué católico, por poca formación que tenga, cree que Nuestra Señora es más misericordiosa que Dios? Quizás este Papa tenga un problema de comprensión sobre lo que significa la intercesión ante Dios, tanto de los Santos, como de la Santísima Virgen. Y quizás tampoco haya asimilado -o no quiera aceptar- que Dios es Remunerador y dará a cada uno según sus obras.
Más adelante y enlazando con lo anterior, además de contradecir lo dicho por la Santísima Virgen a los pastorcillos en Fátima, también se atrevió a contradecir las palabras del mismo Cristo Nuestro Señor y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo en los Santos Evangelios:
«A veces cometemos una gran injusticia contra Dios y su gracia cuando afirmamos en primer lugar que los pecados son castigados por su juicio, sin anteponer —como enseña el Evangelio— que son perdonados por su misericordia».
Pero, ¿enseña éso realmente el Evangelio? Veamos:
Cuando el Hijo de Hombre vuelva en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará sobre su trono de gloria, y todas las naciones serán congregadas delante de Él, y separará a los hombres, unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos. Y colocará las ovejas a su derecha, y los machos cabríos a su izquierda […] Entonces dirá también a los de su izquierda: «Alejaos de Mí, malditos, al fuego eterno; preparado para el diablo y sus ángeles […] Y éstos irán al suplicio eterno, mas los justos a la eterna vida» (Mt 25,31-33;41;46).
Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Éste es Aquel que ha sido destinado por Dios a ser juez de los vivos y de los muertos (Hch 10,42).
Pasando, pues, por alto los tiempos de la ignorancia, Dios anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se arrepientan; por cuanto Él ha fijado un día en que ha de juzgar al orbe en justicia por medio de un Hombre que Él ha constituido, dando certeza a todos con haberle resucitado de entre los muertos (Hch 17,30-31).
Conforme a tu dureza y tu corazón impenitente, te atesoras ira para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada uno el pago según sus obras: a los que, perseverando en el bien obrar, buscan gloria y honra e incorruptibilidad, vida eterna; mas a los rebeldes, y a los que no obedecen a la verdad, pero sí obedecen a la injusticia, ira y enojo (Rm 2,5-8).
Pero gracias a Dios siempre Él nos hace triunfar en Cristo, y por medio de nosotros derrama la fragancia de su conocimiento en todo lugar, porque somos para Dios buen olor de Cristo, entre los que se salvan, y entre los que se pierden; a los unos, olor de muerte para muerte; y a los otros, olor de vida para vida. Y para semejante ministerio ¿quién puede creerse capaz? Pues no somos como muchísimos que prostituyen la Palabra de Dios; sino que con ánimo sincero, como de parte de Dios y en presencia de Dios, hablamos en Cristo (II Co 2,15-17).
Pues todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo, a fin de que en el cuerpo reciba cada uno según lo bueno o lo malo que haya hecho (II Co 5,10).
Ahora se extrañan de que vosotros no corráis con ellos a la misma desenfrenada disolución y se ponen a injuriar; pero darán cuenta a Aquel que está pronto para juzgar a vivos y a muertos […] Porque es ya el tiempo en que comienza el juicio por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al Evangelio de Dios? (I Pe 4,4-5;17).
Y díjome: «No selles las palabras de la profecía de este libro, pues el tiempo está cerca. El inicuo siga en su iniquidad, y el sucio ensúciese más; el justo obre más justicia, y el santo santifíquese más. He aquí que vengo presto, y mi galardón viene conmigo para recompensar a cada uno según su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y a entrar en la ciudad por las puertas. ¡Fuera los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y obra mentira!« (Ap 22,12-15).
Y vi un gran trono esplendente y al sentado en él, de cuya faz huyó la tierra y también el cielo; y no se halló más lugar para ellos. Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono y se abrieron libros –se abrió también otro libro que es el de la vida– y fueron juzgados los muertos, de acuerdo con lo escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el lago de fuego. Si alguno no se halló inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego (Ap 20,11-14).
El quid de la cuestión es, sin duda, el ecumenismo mal entendido que se pretende seguir llevando a cabo durante el presente pontificado, y que busca una imposible unión con el protestantismo, del cual toma su visión sobre la justificación, condenada por la Iglesia; lo vemos en otra de las partes del discurso papal de ayer:
«Hay que anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios siempre se realiza a la luz de su misericordia. Por supuesto, la misericordia de Dios no niega la justicia, porque Jesús cargó sobre sí las consecuencias de nuestro pecado junto con su castigo conveniente. Él no negó el pecado, pero pagó por nosotros en la cruz. Y así, por la fe que nos une a la cruz de Cristo, quedamos libres de nuestros pecados«.
Es decir, la «Sola Fide» (la fe sola o sólo por la fe) para salvarse, sin necesidad del arrepentimiento y el cambio de vida que implica el abandono del pecado y la realización de buenas obras: quien simplemente cree, ya se salva, pues Cristo ya murió para salvarnos. No hace falta decir que dicha creencia es totalmente contraria a las palabras de Cristo, como vemos en los Santos Evangelios, y, por tanto, a la Doctrina católica y al bimilenario e irreformable Magisterio de la Iglesia.
Hace cien años, en Fátima, la Santísima Virgen hizo un llamamiento al arrepentimiento y a la penitencia, en consonancia con el mensaje de Su Hijo, Nuestro Señor, en el Evangelio, y avisó de las terribles consecuencias de no hacer caso de sus advertencias.
A cien años de las apariciones marianas que hoy se conmemoran, a Francisco, digno émulo de Juan XXIII, las palabras de la Santísima Virgen María no le gustan, porque no son políticamente correctas, porque anuncian desgracias y porque recuerdan que la misericordia es sólo para los pecadores arrepentidos, mientras que el infierno será el destino final y eterno de todos los pecadores impenitentes.
Sin duda, la Santísima Virgen es piedra de escándalo para los ecumaníacos; un obstáculo para la rendición unilateral e incondicional de la Santa Iglesia a la herejía protestante, tal como algunos pretenden. Pero al final, las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella, y, como la misma Virgen María profetizó en Fátima hace cien años, finalmente su Inmaculado Corazón triunfará.
1 El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra «gurú» en los mismos términos en que Francisco se ha referido a la Santísima Virgen María:
GURÚ:
- m. En el hinduismo, maestro espiritualo jefe religioso.
- m. y f. Persona a quien se considera maestro o guía espiritual, o a quien se le reconoce autoridad intelectual.