Homilía: Demos la bienvenida a los refugiados, pero sin olvidar la oportunidad de Evangelizar

De la Epístola: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, profundidad y  altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenados de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:17-19)

Francesca Cabrini (St. Frances Xavier Cabrini), a la edad de 30 años en 1880.

Las imágenes son sorprendentes y desgarradoras; estas imágenes que observamos en fotos, en vídeos, de los miles y miles de refugiados que buscan asilo en Europa. Nadie puede olvidar las terribles fotos de los cuerpos sin vida de cientos de niños en las costas, que fueron víctimas  de balsas terriblemente sobrecargadas de refugiados -ahora les llaman migrantes- que provenían del infierno de sus países, en su mayoría de Siria. Ellos cruzan las montañas para llegar hasta Grecia, un país que difícilmente podría decirse que es económicamente viable y a través de la pobreza de Macedonia para llegar hasta Hungría y después Austria, para adentrarse cada vez más en Europa. La reacción ha sido tardía y confusa. La situación de Siria ha sido ignorada por mucho tiempo.  El verdadero número de personas que están tratando de escapar de los Balcanes y del Medio Oriente es realmente asombroso. Existen europeos que están trabajando arduamente para  ayudar a estos refugiados dándoles asilo. Pero por otra parte, están aquellos en Europa que se rehúsan a hacerlo. El New York Times, desde su elevado pedestal de absoluto liberalismo hipócrita, alegan en favor de los refugiados basándose en razones meramente humanitarias, diciendo que es así como los seres humanos deberíamos comportarnos, y a su vez denunciando el pequeño número de 10.000 refugiados que el Presidente Obama ha dicho que este país debe aceptar; después, aparentemente de arduos procesos de selección que tardarían más o menos dos años. Ciertamente hay mucho que reflexionar acerca de esta respuesta que proviene de un país que se vio enormemente enriquecido en muchas formas por las inmigraciones en los siglos XIX y XX. «Dadme tus cansados, tus pobres, tus masas amontonadas gimiendo por respirar libres, los despreciados de tus congestionadas costas. Enviadme a estos, los desposeídos, basura de la tempestad” así dicen las palabras de Emma Lazarus  fijadas en una placa en la Estatua de la Libertad.

Y sin embargo hay oposición en Europa para aceptar a los refugiados. La carga al estado, el costo de asimilación, todos estos factores. Pero también existe aquel eterno miedo del otro, aquél que no es como yo, que no se parece a mí, que no huele como yo, que no soy yo: que seguramente es parte de la oposición. Y esa misma oposición fue vista en este país, en el momento de aquellas olas de inmigrantes irlandeses durante el siglo XIX, que expuso el alma Anti-Católica de este país. Y después llegaron las olas de inmigrantes que provenían de Italia, Alemania y Polonia, que no hablaban nuestro idioma y testarudamente mantuvieron su herencia europea en este país incluyendo, en muchos casos, su Fe Católica. El gran crisol de razas nunca realmente fue una realidad en este país, y gracias a Dios que no lo fue, porque el barro gris nunca fue atractivo. Y sin embargo, en barro nos hemos convertido, no en el gran crisol de culturas, más bien un barro de una sociedad secular regida por estos Brahamanes cuyo poder está fundado en un individualismo egoísta y que se hacen llamar liberales, cuyo término realmente significa aquellos que creen y entienden lo que significa la libertad. La ironía es demasiado profunda.

Y sin embargo parte de la  oposición a esta nueva ola de inmigración se basa en el miedo de que este hecho resulte en la des-Cristianización de Europa. Esta suposición debería verse como inútil y tonta, ya que la des-Cristianización Europea es, en muchos aspectos, un hecho ya consumado. La actitud profundamente cínica, de los obispos alemanes y de su clero en general -que dicho sea de paso ganan más que un americano de clase media- es evidencia  del lamentable estado del Cristianismo europeo. Por lo menos los italianos tienen mejores museos y comida, por más que muchos de sus obispos marchen tontamente hacia la absurda idea de negar la realidad que devino gracias al Concilio Vaticano II. La des-Cristianización de Inglaterra es casi completa, a pesar de la belleza de la catedral de Salisbury y de los coros de hombres y niños de los colegios de Oxford y Cambridge. La Iglesia de Inglaterra existe solamente porque es mantenida mediante el dinero del gobierno y la Corona británica. Hay unos pocos aquí que aman la cultura europea más que yo, pero aquella cultura que produjo el gran arte y escultura, como así también  la exquisita música y arquitectura tenía al Cristianismo en su corazón, pero esa cultura ya ha dejado de existir.

Entonces el New York Times habla en defensa de aceptar a aquellos refugiados en base a razones meramente humanitarias. ¿Cuál es la base de este humanitarismo, especialmente en una cultura como la nuestra? ¿Es una forma de noblesse oblige? ¿Es en la forma de progresistas hipócritas -tráiganlos a la ciudad pero nunca cerca mío?- Es acaso un leve recordatorio de las palabras de los profetas judíos y del mismo Cristo que de alguna manera todavía hacen eco en nuestra sociedad? Pero desde nuestro punto de vista: ¿cuál debería ser la respuesta católica ante esta apremiante y trágica situación? Por supuesto que la respuesta debe ser una fundada en el amor; no puede ser de rechazo basado en perjuicio y el miedo. Jesús se sentó y ceno con todo tipo de personas, incluyendo con Fariseos, con los cuales tenía terribles problemas. Él le permitió a una conocida prostituta que ungiera su cabeza y sus pies, en una cena organizada por líderes religiosos. Pero en cada uno de esos encuentros, en cada reunión con pecadores, especialmente con pecadores de otras religiones, cada uno de esos momentos fue una enseñanza, un testimonio, señalando que el Amor de Dios, que es la definición y esencia de Dios, es el único que puede satisfacer la nostalgia del hombre ya sea religioso o secular.

Y esta debe ser la base a la respuesta acerca de los refugiados que huyen de la guerra y el hambre, buscando asilo y una nueva vida. La base de la respuesta del cristiano es la persona de Jesucristo, quien es el camino, la verdad y la vida. No vayas a creer que esto es un retroceso solo hacia la mera piedad, recuerda algunas de las parábolas de Jesús, sobre lo que significa ser Cristiano: si un ejército está marchando contra ti, con más soldados de los que tú tienes, encuentra un camino practico si hay una verdadera posibilidad de prevalecer en contra de este ejército, si no la hubiera, llega a un acuerdo con el rey opositor hasta que puedas reagruparte y descifrar como ganar la batalla. Practicidad y prudencia son muy necesarias en esta situación. No cabe ninguna duda de que está mal ignorar las leyes inmigratorias y los procedimientos de ciudadanía. Cada país tiene su derecho y deber de asegurar sus fronteras. El amor no tiene nada que ver con el caos. Pero en estos temas, se astuto como una serpiente y manso como paloma. En estos momentos recuerdo uno de mis Santos favoritos, Madre Cabrini, que atendió las necesidades de la población inmigrante italiana no solo en la miseria del bajo Manhattan cien años atrás, sino también en San Francisco, Denver y Argentina. Esta fue una mulier fortis, una mujer de fe, que sabía como hacer las cosas tanto en la Iglesia como en el mundo, y que fue el instrumento de Cristo para mantener tantas almas en el seno de la Iglesia Católica y en la gracia de sus sacramentos.

Sí, aceptemos a aquellos que huyen de los horrores de la guerra, de la opresión y del hambre. Pero hagámoslo abiertamente en el nombre del Señor del cielo y la tierra, el Padre todopoderoso, y en el nombre de su Unigénito Hijo, cuya muerte en la Santa Cruz es el ejemplo y la prueba de lo que realmente es el amor, y bajo el poder del Espíritu Santo sin el cual no habría gracia en este mundo. Esta bienvenida a estos refugiados debe provenir del amor, que es la base. Pero tenemos a su vez la obligación de hacerles conocer de donde proviene este amor. No es un mero entendimiento suceptible de obligación hacia los demás, no es un entendimiento secular humanista de obligación a los otros que no tiene otra base que un débil eco de un conocimiento judeo cristiano de la obligación a amar al otro, especialmente al pobre, y pobre en todo sentido. La crisis actual en el sentido más profundo, en todas sus manifestaciones, provee una oportunidad de hacer lo que debe hacerse: predicar a Cristo crucificado y de vivir una vida que demuestre el amor que se nos fue entregado en la Cruz de Cristo. Si, demos la bienvenida a los refugiados entre nosotros, pero no olvidemos que esta es una oportunidad de evangelizar. Si, dar de comer al cuerpo, vestir al cuerpo, disipar temores básicos de hambre y seguridad, pero sobre todas las cosas de llevar la buena noticia de Dios en Jesucristo a aquellos que cuidamos. Y hacer esto, pero no golpeándolos con dogma y doctrina. Por sobre todas las cosas estando con ellos, amándolos, para que puedan ver en nosotros algo precioso que ellos no tienen y desesperadamente buscan. En esto debemos ser Marianos, debemos ser como Maria alejarnos de nosotros mismos y buscar a su Hijo, que solo él puede ser la fuente de luz y esperanza.

Que Dios nos dé a cada uno de nosotros la fe, el coraje y el amor para hacer lo que debemos hacer.

Padre Richard G. Cipolla

[Traducido por Florencia Cabrera. Artículo original]

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