TÍTULO ORIGINAL: “Curación de un paralítico”
18º Domingo después de Pentecostés
Mt 9: 1-8
El evangelio de hoy nos cuenta el episodio de la curación del paralítico y la actitud de rechazo por parte de aquellos que vieron el modo de proceder de Jesús. Jesús, antes de fijarse en la enfermedad de este hombre se fijó en el estado de su alma. Él va al fondo del problema mientras que nosotros normalmente sólo vemos lo más superficial. Para Jesús, cuando un hombre vive en pecado, es como si llevara consigo una carga de dinamita la cual puede explotar en cualquier momento. Jesús se fija en eso y es eso precisamente lo que intenta solucionar.
¿Cómo podemos nosotros vivir tan preocupados con las cosas del mundo y en cambio vivimos tan tranquilos cuando estamos en pecado? Las fuerzas del mal han hecho que el hombre pierda el sentido de la gravedad del pecado y ande más preocupados de cosas, que aun siendo importantes, son muy secundarias. ¿Cómo puede un hombre que está en pecado pasarse años sin confesar? Sólo se entiende si el hombre ha perdido el sentido sobrenatural de su existencia.
Frente a esto, el hombre se ha “inventado” muchos “nuevos” pecados que no son tales. Por ejemplo: se toma como pecado denunciar el orgullo gay, o criticar a la jerarquía (siempre hemos de ser respetuosos con la jerarquía, pero tampoco podemos caer en la papolatría). Hoy día, alguien que denuncie como perversa la conducta homosexual puede acabar en la cárcel.
Por eso, no nos puede extrañar que el reino de la mentira domine en este mundo. Fue Juan XXIII quien dijo que había que cambiar de conducta en la Iglesia y no denunciar el error. Fue él quien dijo que la Iglesia tenía que abrirse al mundo. Formas de pensar que eran contrarias a las enseñanzas de Jesucristo: “Vosotros estáis en el mundo pero no sois del mundo”.
El pecado es una bomba de relojería que nos aparta de Dios, que nos lleva a un mundo de tinieblas. En cambio Cristo nos dice: “El que me sigue no anda en tinieblas”…. (sigue)