4º Domingo después de Pentecostés
(Lc 5: 1-11)
“En medio de tanta angustia, no nos han podido robar a Cristo”
“Maestro hemos estado pescando toda la noche y no hemos pescado nada”. Situación de desánimo de Simón, pues no habían conseguido nada a pesar de estar toda la noche trabajando. Este grito de desánimo lo escuchamos también ahora, ante la situación actual que está pasando la Iglesia. Son muchos los cristianos que se sienten desanimados y sin esperanza.
En medio de la noche tenemos una horrible pesadilla en la que encontramos al hombre que ha subvertido los valores, que está totalmente loco y exalta los vicios más aberrantes. En esa pesadilla está prohibido pensar en cosas elevadas, el hombre se ha transformado en dios para sí mismo. Una sociedad enloquecida que dice y piensa que la tierra lo es todo, es más ahora es la Pachamama Tierra. El hombre había elegido a gobernantes que eran lo más inmundo de toda la raza humana. Unos gobernantes que habían suprimido la facultad de pensar, la verdad, la justicia, la alegría.
Pero lo terrible de este caso es que no es una pesadilla sino la dura realidad, aunque no queramos pensar en ello. Muchos cristianos se sienten que están en un mundo sin esperanza pues caminamos hacia la catástrofe. Si nos tomamos las palabras de Cristo en serio, ya nos dijo Él: “El diablo es el príncipe de este mundo”, y la inmensa mayoría de los hombres de este mundo son siervos de Satanás. Y en el Apocalipsis se nos dice: “Toda la tierra adoró al dragón de dio tal poder a la bestia? (Ap 13:4). En esta sociedad de locos no encontramos a pastores que guíen a la Iglesia.
Frente a esta situación de desesperanza y angustia de Simón (y también de muchos cristianos) frente a la apostasía general, encontramos las palabras esperanzadoras de Cristo: “Simón, rema mar adentro… y echa las redes”. Simón se pregunta si vale la pena, si todavía se puede hacer algo. Pero Simón confía en Cristo (“porque tú lo dices”). Y sacaron muchos peces.
Simón reconoció su desconfianza y se arrodilla ante Cristo y reconoce su pecado: “¡Apártate de mí porque soy un pecador!” El llanto de Simón, al igual que el nuestro, cuando descubrimos que somos pecadores, es un llanto de arrepentimiento y también de alegría. Este llanto nos lo habían robado, pues se decía que el pecado no existía y que por el mero hecho de ser hombres ya habíamos sido redimidos.
A través de ese llanto es cuando descubrimos que el hombre no es dios, sino criatura, y que depende de su Creador. Es entonces cuando el hombre descubre que las cosas de la tierra no tienen valor en sí mismas sino que son criaturas de Dios; y han de ser cuidadas porque son reflejos de Dios.
A través de nuestro arrepentimiento descubrimos a Cristo, y con Él, nuestra alegría. Se acabaron las tinieblas (“el que conmigo está no anda en tinieblas”). Y cuando descubrimos a Cristo, encontramos el amor, que también nos había sido robado. Se había difundido el odio, el engaño, la mentira; y con Cristo descubrimos el amor, que es el motor del mundo. Y con el amor, descubrimos la existencia del diálogo amoroso con Cristo.
No nos han podido robar a Cristo. Y con Cristo, la alegría, el sentido de la existencia. Despertamos de nuestra pesadilla y nos encontramos con la feliz realidad: “Pedro, rema mar adentro… y sacaron tal cantidad de peces”. No podemos vivir en la desesperanza sino de la alegría.