IV Domingo de Pascua
(Jn 16: 5-14)
En el discurso de despedida del Señor en la Última Cena el Señor de dice a sus discípulos que no se entristezcan a pesar de que Él se tiene que ir, para así mandar al Espíritu Santo, al Consolador.
Cualquier cosa de valor que se desee en esta vida suele llevar asociado un sufrimiento; y cuanto más valor tenga, más se tendrá que sufrir. Recordemos que tenemos que compartir la vida y la muerte de Cristo.
Cuando el sufrimiento del cristiano se hace por amor, de doloroso se transforma en glorioso. Recordemos que el grano de trigo ha de caer en la tierra y morir para dar fruto. Si deseamos que el amor entre los esposos permanezca, este amor habrá de ser sacrificado; es decir, en muchas ocasiones el uno tendrá que sacrificarse por el amor para así mantener ese amor. Esta enseñanza es importante para todo cristiano; y para un sacerdote, más todavía.
Vivimos en una Iglesia desolada, en una Iglesia que se ha transformado en otra y que no tiene nada que ver con la Iglesia de Cristo. Es pues normal sentirse triste, y precisamente por ello necesitar la presencia del Espíritu Santo Consolador. Y ¿cómo no vamos a sufrir con lo que está ocurriendo? ¿Cómo no vamos a sufrir cuando se aconseja que el Cuerpo de Cristo se dé a aquellas personas que viven en situaciones matrimoniales “irregulares”? ¿Acaso se nos han olvidado las palabras de San Pablo? «El que comiere indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo come y bebe su propia condenación». Estas personas que estando en pecado acuden en masa a recibir la eucaristía van directos al infierno.
El pecado y la gracia no son compatibles. Ni siquiera Dios puede hacer que lo malo sea bueno, y mucho menos ninguno de nosotros, ni siquiera el papa.
Estamos también ante la destrucción total de la familia. Se ha introducido en la Iglesia el divorcio. La misma iglesia ha dejado de creer en el amor auténtico. Y por otro lado, se legitima también el adulterio y el aborto. Y no digamos la aceptación por parte de la misma Iglesia de la ideología de género, de la homosexualidad…
Hay también una fuerte campaña de destrucción de la fe de los niños, a los cuales se les enseñan conductas sexuales aberrantes.
¿Cómo no vamos a llorar cuando la misma Iglesia dice que lo mismo da Cristo que Buda que Confucio? Se dice que todas las religiones son lo mismo, y todas ellas caminos válidos para salvarse.
El mundo se ha vuelto loco. La Iglesia a la que pertenecemos es la misma y sigue siendo santa, en cambio nosotros la hemos cambiado.
¿Cómo no nos vamos a sentir desolados cuando la Misa se ha transformado en un espectáculo circense?
Por todo ello, cuando venga el Espíritu, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado porque no han creído en Mí; de justicia, porque ya no me veréis más. Lo hemos desterrado y no lo volveremos a ver más hasta su Segunda Venida. Y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.
Hoy día el mundo hace una permanente burla de Dios. Vivimos en un mundo corrupto que pronto sufrirá el castigo de Dios; y además, pronto. Y después de Sudamérica, vendrá Europa y también España; porque de Dios nadie se ríe.
Nos queda el consuelo de las palabras con las que el Señor acaba el evangelio de hoy: Él nos mandará el Espíritu Santo, quien nos conducirá hacia la verdad completa. Un Espíritu que al mismo tiempo traerá consuelo para nuestras almas: «El mundo os odiará…, pero recordar que antes me persiguieron a mí». «La victoria que vence al mundo es nuestra fe».