«Viendo esto Simón Pedro, se postró a los pies de Jesús, diciendo: ´´Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador´´» (Lc. 5, 8)
Este evangelio parece muy claro. Jesús quiere predicar a la multitud desde una barca, ve que la de Simón está vacía, le pide que se aleje un poco de la playa y empieza a hablar a la multitud. Cuando termina, le dice a Simón Pedro que lleve la barca mar adentro para hacer una buena pesca. Simón le explica que han estado intentándolo toda la noche sin éxito. Están cansados y desanimados. Pero Simón hace como Jesús le dice y no sólo cogen un montón de peces, sino que hay tantos peces que las barcas casi se hunden. El nivel alegórico, por ahora, también parecería obvio. La barca de Pedro es la Iglesia y, para aumentar el número de los seguidores de Jesucristo, la Iglesia no puede estar en lo superficial, sino ir a lo profundo y confiar en el Señor y habrá un enorme aumento de los miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Pero el elemento desconcertante en este evangelio es la reacción de Pedro ante la asombrosa pesca. Recuérdese que así es como se ganaba la vida. Y esta fue la mayor captura que experimentara jamás. Imagina que fueras un agente de bolsa y una mañana tuvieras más transacciones que nunca y lograras un beneficio enorme en sólo una hora. ¿Cuál sería tu reacción? Imagina que eres un pintor de casas y un día recibieras cincuenta llamadas pidiendo tus servicios y todas te ofrecieran un pago por ellos que estuviera muy por encima de lo que regularmente recibes. Imagina que eres un agente inmobiliario y, tras meses sin ninguna venta, en una hora las cincuenta casas de tu lista se vendieran todas y a un precio enormemente inflado. Ya ves la idea.
¿Y cuál sería tu reacción ante este increíble dinero caído del cielo? La respuesta es evidente. No sería la reacción de Simón Pedro: “Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador”. Para la mayoría de nosotros esta reacción es un sinsentido. No la entendemos. Debería estar alegre, muy alegre. Debería haber abrazado a Jesús con una amplia sonrisa en la cara. Pero no. Sal de mi barca, no te quiero aquí porque soy un hombre pecador, Señor. Fíjate en el “Señor”. ¿Qué significa esta reacción?
Lo que sucedió a Pedro en este momento es, ante todo, una intensa toma de conciencia de la presencia de lo divino en esta pesca milagrosa. Por primera vez ve a Jesús como el Señor, como la presencia que en cierto modo no podía describir de lo divino, de Dios. Lucas dice: “Pues así él como todos sus compañeros habían quedado sobrecogidos de espanto ante la pesca que habían hecho”. En este pasaje de Lucas, el maestro del efecto de la sutileza, Pedro atribuye la gran pesca, la lluvia de riqueza, el éxito inesperado, no a las fuerzas del mercado, ni a la suerte, ni al mérito personal, intelectual o de otro tipo. Pedro sabe inmediatamente que lo que ha pasado no tiene nada que ver con él. ¿Pero tú o yo pensaríamos así? ¿No atribuiríamos la mayoría de nosotros esta lluvia de riqueza en parte a nuestra propia habilidad, a nuestro propio duro trabajo, a nuestra aguda visión de las fuerzas del mercado o a cualquier otra cosa? Reinterpretaríamos el hecho y nos reinterpretaríamos a nosotros mismos a la luz de nuestro gran éxito. Y esto estaría muy mal porque es una ofensa contra la realidad, especialmente la realidad de nosotros mismos. Los italianos dicen: cose succedono, las cosas pasan. Pero, cuando las que pasan son las cosas buenas, incluso si piadosamente decimos cosas como “gracias a Dios”, ronroneamos de satisfacción ante nuestro propio triunfo. Esto puede verse en esa actitud calvinista -si Calvino lo aprobaría totalmente o no, no lo sabemos- según la cual el éxito en las cosas del mundo es un signo del favor de Dios, interpretación que influyó enormemente en la Cristiandad protestante de este país (EE.UU. Nota de la T.). Parece que los que han caído en esta forma de pensar nunca han leído el libro de Job, que derrumba asociación tan vulgar.
Pero con Pedro es algo más profundo, porque tiene una chispa de visión interior de sí mismo, de quien es realmente, una chispa que expone su condición de pecador ante sus ojos, y está consternado y asustado, y reconoce de algún modo que nunca podrá explicar que el hombre de su barca le ve como es realmente, y que los dos no pueden estar en el mismo lugar: el pecador no puede soportar estar en presencia de lo sagrado. Quizá Pedro ve en esta chispa de visión interior por dónde será guiado y la forma de su cruz, quizá ve su negación al hombre de la barca, todo en esta chispa de un nanosegundo. Sin este momento de verdad sobre uno mismo (no pienses en Pedro, la verdad sobre ti y sobre mí), sin este momento de visión interior de quienes somos en realidad, la barca no va a ningún lado. Y Jesús entiende la reacción de Pedro, entiende que Pedro ha tenido un momento de verdad sobre su propia realidad y que le ha sacudido. ¿Y cuál es la respuesta de Jesús? “No temas, en adelante vas a ser pescador de hombres”. Se acabó el pescar. Se acabaron las malas capturas y las buenas. Se acabó la vida ordinaria. Llevar el mensaje y la realidad de Jesucristo como Señor y Salvador del mundo al mundo: ahí está el nuevo trabajo de Pedro y de los otros. Y para hacerlo han de renunciar a todo lo demás. Lo dejaron todo y le siguieron. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué pasó con la mujer de Pedro? ¿Sus hijos, si los tenía? No desaparecieron, seguro. Pero dejaron de ser el centro principal de su vida. Y, sin embargo, un hombre casado tiene una solemne obligación con su familia, la de ser marido y padre. Pero hasta esto se trasciende en esta llamada que requiere la totalidad del ser, del corazón, del cuerpo, de la mente y del alma.
Pero volvamos. Las primeras palabras. Son importantes para Pedro y para nosotros. “No temas”. No temáis. Esas fueron las palabras que Juan Pablo II dijo cuando apareció en el balcón de San Pedro después de su elección al papado, sus primeras palabras a la multitud: “non abbiate paura”, no temáis. Y Jesús tiene que decirlas a Pedro y a los otros discípulos, porque sabe lo que requiere ser su discípulo en el sentido más profundo. Conoce demasiado bien la oposición del mundo, esa oposición que le crucificará. Y aun así dice esas palabras a la cara, sabedor de la crucifixión de Pedro: no temas. Puede decirlo porque es el Señor del mundo que entiende el terrible poder del mundo, la violenta oposición del mundo a la verdad y, por lo tanto, a Él; y sólo él puede ver más allá de la negación de Pedro y más allá de la crucifixión de Pedro en el triunfo de la Resurrección, que es el principio del triunfo sobre el pecado y la muerte y la venida del que ha dicho y dice: “Ved, todas las cosas las hago nuevas. Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin. Maranatha, ven aprisa, Señor”.
Padre Richard Cipola
Artículo original: https://rorate-caeli.blogspot.com/2019/07/sermon-for-fourth-sunday-after.html
Traducido por Natalia Martín