Hace algún tiempo, el P. Alfredo envió en forma de carta a monseñor Viganò (texto a continuación) las consideraciones que se han ido publicando en el blog Messa in latino (http://blog.messainlatino.it/2020/06/don-alfredo-morselli-riflessioni-sul.html.
Publicamos a continuación el mensaje de correo electrónico del P. Morselli a monseñor Viganò, y la respuesta de Su Eminencia.
Eminencia Reverendísima:
¡Ave María! Me gustaría explicar mejor por qué no achaco al Concilio toda la culpa de la presente crisis, sin negar por ello su función de detonante (que sin explosivo no sirve para nada). Para vender un determinado producto, una empresa puede tratar de crear la necesidad lanzando algo de lo que hay verdadera necesidad. Y puede también –tras realizar un estudio de mercado– entender que un amplio sector de compradores en potencia sienten la necesidad de un producto concreto. Es frecuente que se combinen ambas estrategias.
¿Cuál sería el análisis comercial previo al Concilio? El termómetro de una buena parte del clero y la intelectualidad católica indicaban la existencia de corrupción moral, tibieza, miedo, orgullo, arribismo y deseos de desclavarse de la cruz y reconciliarse con el mundo. Ya hacía mucho que hervía la olla que destapó Viganò.
Decía San Pablo que vendrían tiempos en que los hombres se verían rodeados de maestros según sus pasiones; maestros que apoyarían y harían posible llamar bien al mal y viceversa (Cf. 2 Tim 4,3).
Los maestros según sus pasiones del mundo comprendieron que había llegado el momento de presentarse ante el propio mundo y vender barato su producto.
Lo que quiero decir es que si el mercado no hubiera estado listo, no se habría lanzado el producto.
Desde que falleció San Pío X los hombres no han dejado de pecar, el combate al modernismo se ha esfumado, y el modernismo repuntó hasta tal punto que Pío XII; Garrigou-Lagrange y Cordovani no llegaron a hacer mella en la Nouvelle Théologie que se había asentado en todas las cátedras. La masonería instalaba a los sobornables más inmundos en puestos clave, y muchos de los buenos (que en realidad no eran buenos del todo) se comportaron como Don Abbondio*. (*Personaje de la novela Los novios de Alejandro Manzoni, una de las obras más importantes de la literatura italiana. Don Abbondio es un sacerdote mediocre y sin vocación que se acobarda ante las amenazas y dificultades. —N. del T.)
El tumor hacía metástasis por todo el cuerpo, y ni Pablo VI en su fase final ni S. Juan Pablo II ni Benedicto XVI pudieron hacer otra cosa que administrar cuidados paliativos.
También hay quienes critican a los pontífices arriba mencionados, pero quizás el Padre Eterno no disponía de nada mejor.
O bien permitía por algún motivo misterioso que providencialmente surgiera de ello algún bien, escribiendo derecho con renglones torcidos. Mientras tanto, el frasco que contenía un pontífice in vitro ad hoc estaba celosamente guardada en el laboratorio modernista.
Ahora el enfermo está hospitalizado, con la vida pendiente del doble hilo del non prevalebunt y de las promesas de Fátima.
Y de la gran cantidad de Sangre de la tercera parte del secreto.
In Corde Matris,
Alfredo M. Morselli, Pbro.
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Respuesta de monseñor Viganó
24 de junio de 2020
Natividad de San Juan Bautista
Estimado y reverendo padre Morselli:
Gracias por su correo, en el que veo confirmado su concepto sobrenatural de los males que afligen a la Santa Madre Iglesia.
Concuerdo con usted en que el Concilio Vaticano II no puede considerarse una especie de individuo dotado de voluntad propia. Reconocidos autores han demostrado que los esquemas preparatorios que habían sido laboriosamente redactados por el Santo Oficio debían reafirmar la imagen de una Iglesia granítica que en realidad, y sobre todo lejos de Roma, daba señales de peligrosa ruina. Y si resultó tan fácil sustituirlos por otros borradores novedosos elaborados en las camarillas de los novadores alemanes, suizos y holandeses, es evidente que muchos miembros del Colegio Episcopal (con su cohorte de sedicentes teólogos, la mayor parte de los cuales eran ya objeto de censuras canónicas) estaban corrompidos intelectualmente y en su voluntad.
Lo que usted identifica con las más comunes estrategias de marketing y ve con razón realizado en el Concilio fue una operación fraudulenta con la que estafaron a los fieles y el clero para hacer más negocio. Se cambió el producto y la imagen de la empresa promoviéndolos mediante campañas publicitarias y descuentos. Liquidaron las existencias que quedaban o se deshicieron de ellas. Pero la Iglesia de Cristo no es una empresa, no tiene fines comerciales y sus ministros no son empresarios. Tan craso error, mejor dicho, este auténtico fraude, fue concebido por personajes que con esa mentalidad humana y mercantil de las cosas espirituales no sólo demostraron su incapacidad, sino lo indignos que eran de cumplir su función. Aun así, fue esa misma mentalidad la que señaló oficialmente la ruptura con la Tradición. Transformar la Iglesia en una empresa significó ponerla en una absurda competencia con las sectas y las religiones falsas, imponiendo una adecuación del producto a las presuntas exigencias de la clientela. Impuso igualmente la necesidad de crear en los posibles clientes la necesidad de unos bienes y servicios alternativos y novedosos que todavía no consideraban necesarios. De ahí el hincapié de la acción comunitaria en la liturgia, la interpretación personal de las Escrituras, la liquidación total de doctrinal y moral, los nuevos uniformes del personal… Creo que si queremos mantener la comparación que usted propone, no se puede negar que precisamente para eliminar la presencia de un producto que no tiene mucha competencia no sólo hay que hacerlo menos exclusivo, sino que tarde o temprano la empresa que lo fabrica tiene que ser absorbida por otra más poderosa y extendida. En un principio el producto mejor se presenta como de primera para un público más exigente, para retirarlo más tarde de la producción hasta que la marca termina por desaparecer. Avanzando por este camino resbaloso, desgraciado y destructivo se llega a la quiebra de la empresa a manos de su liquidador argentino, a quien no le importa poner la Iglesia-spa de la Misericordia en manos del Nuevo Orden Mundial. Bergoglio probablemente confía en que en esta reestructuración se le reconocerá alguna capacidad directiva, aunque no se le reconozca otra cosa que la misión cumplida.
Salta a la vista que esta perspectiva comercial no tiene nada de católica, y más aún teniendo en cuenta que la Iglesia pertenece a Cristo, que delega en sus vicarios el gobierno de Ella. Transformar la Iglesia en lo que no es ni podrá ser jamás se configura como un pecado gravísimo y una ofensa inaudito contra Dios y contra la grey que Él ha dispuesto que se apaciente en unos pastos bien definidos que no deben desperdiciarse en grietas y zarzas. Y si los culpables de esta grandísima ruina son administradores infieles que han falseado normas y balances y han timado a los clientes, habrán de rendir cuentas: redde rationem villicationis tuae (Lc 16, 2).
Cum benedictione,
+ Carlo Maria Viganò
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)