La celebración de la Misa Tradicional Romana es una declaración profética

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Sermón para el 14 Domingo después de Pentecostés, 2015.

Ayer se celebró la Fiesta del Martirio de San Juan Bautista. Me gustaría mencionar, que hay muy pocas personas que no conozcan los detalles que rodean a su decapitación, pero vivimos en tiempos en la cuales las historias de la Biblia no forman ya parte integral de la cultura. Sería interesante hacer una encuesta y preguntar a las personas si han oído de la decapitación de San Juan Bautista, o al menos oído del Santo.

Aquellos que tienen sensibilidad estética conocerían el evento porque la historia, con sus espeluznantes detalles, ha sido base de pinturas por artistas que van desde Fra Lippo Lippi a Tiziano y Caravaggio. La obra de teatro Salomé, de Oscar Wilde,  que escribió poco antes de su conversión y muerte fue notoria en sus días.  El script fue usado para una ópera por Richard Strauss que hoy en día se sigue presentando, siendo la más famosa escena la Danza de los Siete Velos.

¿Por qué celebramos esta fiesta? Celebramos esta fiesta por la misma razón que celebramos el nacimiento de Juan el Bautista en junio; como una celebración de primera clase. Por lo que el Santo representa en la historia de la salvación.  Juan el Bautista no es solamente el precursor de Cristo.  El que viene del desierto pidiendo el arrepentimiento de los pecadores; es también el último de los Profetas. Esa majestuosa línea que incluye a Moisés y Elías, a Jeremías e Isaías, a Sofonías y Malaquías. Y el rol del profeta era entregar la palabra de Dios  a su pueblo y, muchas veces, decir al pueblo que había vuelto sus espaldas a la ley de Dios, que estaban pecando y que de no arrepentirse, terribles serían las consecuencias.  La mayor parte de los profetas vacilaron en aceptar este papel. Moisés objetó por ser tartamudo, Isaías dijo ser indigno,  Jonás intentó huir en barco, con resultados desastrosos.  El llamado de Jeremías es uno de los más conmovedores:

La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones». Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven».

El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –». El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar». … Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –».          

Las exhortaciones de Jeremías de volver a Dios a los reyes y gente de Judá fueron desoídas, y Jerusalén fue destruida por Babilonia en el siglo VI AC. El mismo Jeremías fue forzado a huir a Egipto y algunos dicen fue asesinado por sus propios compatriotas. No fue un final feliz.

Pero tampoco lo fue el último Profeta, Juan el Bautista. ¿Para qué murió? Murió por la verdad. Y la verdad, cuando alguno muere por ella, no es general ni una abstracción. Es siempre específica. Juan declaró que el matrimonio del rey Herodes era ilegítimo y que la relación era un adulterio. Esto molestó profundamente a la esposa de Herodes y, cuando se presentó la oportunidad, pidió la vida de San Juan. Todos conocemos la historia acerca del banquete de Herodes en Jerusalén y de cómo la hija de la esposa de Herodes (de un matrimonio previo) bailó y deleitó al rey que, ebrio, le prometió regalarle lo que quisiera. Y lo que su madre quería, pidió y obtuvo fue la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja de plata. Para nada un final feliz.

Pero los profetas no tienen nunca finales felices. Porque su tarea es gritar al mundo la realidad del estado de las cosas: que el pueblo de ha apartado del camino recto. Que se han desviado de los Mandamientos de Dios, que su manera de adoración se ha tornado corrupta y sincretista, adorando otros dioses en el nombre de la tolerancia y la convivencia. Es verdad que hubo tiempos cuando la voz del profeta fue oída y la reforma aceptada, pero esos casos fueron la gran excepción.

¿Y qué de la voz profética de la Iglesia Católica hoy en día? La voz profética contra el aborto fue oída pero demasiado tarde para prevenir Roe versus Wade. Y la voz profética se hace cada vez más débil al tiempo que la sociedad acelera su paso hacia un individualismo liberal que no tolera ninguna voz que se le oponga. El profeta habla siempre directamente, a aquellos envueltos en la sociedad corrupta: reyes, sacerdotes, pueblo. El profeta alzaría la voz y le preguntaría directamente a Barak Obama: ¿qué significa decirte Cristiano y apoyar el aborto como un derecho? ¿Cómo es esto congruente con el regalo de la vida y con el amor? Arrepiéntete y vuelve a Dios!  Pronto comenzará un año de debate político, una perspectiva no muy agradable. Pero imagine a un profeta erigiéndose frente a Hillary Clinton, viéndola a los ojos y diciendo ¿Cómo, en el nombre de Dios, puedes apoyar a Planned Parenthood y decirte Cristiana Metodista? ¿En cuales enseñanzas de Cristo basas tu moral?” Y el profeta no la dejaría refugiarse en el mantra “mi religión es personal y no puedo forzar a nadie a creer en lo que yo creo.” El profeta miraría a Joe Biden a los ojos y preguntaría: ¿Cómo es que tú como católico, votas y apoyas posiciones en asuntos de moral que son contrarias a la fe en la cual dices creer? ¿Cómo las concilias con las clarísimas enseñanzas de la Iglesia en estos temas? Vuélvete al Señor y arrepiéntete de tus errores.  Y el profeta haría preguntas incómodas y demandaría respuestas a todos los candidatos de ambos partidos. Pero es poco probable que ese profeta esté entre los hombres y mujeres que serán parte de ese “reality show” al que llamamos “debate político”.

Pero debemos de recordar que, aun cuando existieran estos profetas, su mensaje sería rechazado una y otra vez. Ese es el estado en que el mundo se encuentra actualmente, en el que siempre y por siempre estará.  Esto no es pesimismo, es realismo. El mundo siempre se encontrará en oposición a la ley de Dios, porque es la ley del Amor.  Sugiero lo siguiente: que lo que hacemos aquí y ahora en la celebración de la Misa Tradicional es una declaración profética. La celebración de esta Misa se eleva contra el ruido con su silencio. Esta Misa, que es un destilado de siglos de adoración profetiza contra el culto de lo nuevo que nos distrae. La belleza de esta Misa, con su coreografía que apunta inefablemente hacia afuera de sí misma, profetiza contra una sociedad inundada por las destructivas fuerzas de la pornografía y el libertinaje sexual y el olvido del entendimiento clásico de la belleza. Una sociedad que ha olvidado lo que es la belleza. Esta Misa es un gesto profético no solo para el mundo sino también para la Iglesia que, como los Israelitas en el pasado, intenta ser relevante al mundo transigiendo con una sociedad que odia lo que la Iglesia es y lo que esta defiende. Y así, no es difícil ver el porqué de la hostilidad dentro de la Iglesia entre sus Obispos y Presbíteros respecto de esta Misa. Un profeta nunca es bienvenido en su propia casa.

Podemos agradecerle a Dios de cierta manera por no haber sido llamados a ser el Jeremías de esta cultura. La mayor parte de nosotros evitamos oír este llamado. Porque el oír el llamado sería difícil y conllevaría el riesgo de un final poco feliz.  Pero podemos y damos gracias a Dios porque nos da la gracia y fuerza cada día para ser fieles a Su Palabra y a Su Iglesia, y porque nos podemos alimentar de su Palabra y su Sacramento.  Y por esto decimos: Deo gratias.

Padre Richard G. Cipolla

[Traducido por Jorge Imperial. Artículo original]

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