La comunión frecuente para los jóvenes

Cuanto acabo de decir con respecto los niños, tiene todavía mucha mayor aplicación para los jóvenes de diez y seis a veinte años, edad temible en la que la lucha incesante de las pasiones se complica con los ejemplos corruptores que ofrece el mundo y con otras mil dificultades procedentes del exterior. San Felipe Neri que consagraba toda su vida a la santificación de la juventud romana, y cuya autoridad tiene doble peso tanto por su angelical santidad como por su especial experiencia, declaraba muy terminantemente que la frecuencia de la sagrada Comunión, juntamente con renovada devoción a la Santísima Vírgen, no solo era el medio más a propósito, sino que, en su sentir, era el Único, para conservar a la juventud en las buenas costumbres y en la vida de la fe, levantarla en sus caídas y reparar todas sus debilidades.

Pasó cierto día un estudiante a encontrar al Santo (Felipe Neri), suplicándole muy encarecidamente se dignase ayudarle a despojarse de los malos hábitos que tiempo hacia le tenían esclavizado. Después de haber oído San Felipe la humilde confesion de todas sus debilidades y faltas, le consoló y le animó, y le dió sabios y prudentes consejos; y por último le despidió habiéndole absuelto y hecho dichoso, ordenándole que pasase al día siguiente a recibir la sagrada Comunión, y añadiendo al mismo tiempo que si por desgracia le acontecía volver a caer en aquellas faltas, pasase inmediatamente a verle, y tuviese toda su confianza puesta en la bondad Dios. Vió al día siguiente acercarse al confesonario al pobre joven a acusarse de una recaída. Como la primera vez, le levantó el Santo en su segunda caída, animándole a luchar con valor; y al concederle de nuevo la absolución de todas sus culpas, le ordenó, como en la víspera, que se acercase a recibir la Sagrada Eucaristía. El estudiante de una parte violentamente combatido por la costumbre, y de la otra por su vivo deseo de convertirse a Dios, alcanzó por medio de aquella misericordiosa dirección, al mismo tiempo que por la frecuencia en acercarse a recibir el Pan de los Ángeles, tal fuerza y energía, que pasó trece días consecutivos a reconciliarse con el Santo; y si él no era incansable en su caridad no lo era menos el otro en su penitencia. Venció por fin el amor, y Jesucristo pudo contar en el número de sus fieles a un nuevo siervo, quien, en muy poco tiempo, hizo en el camino de la santidad tan rápidos progresos, que San Felipe no titubeó un momento en juzgarle digno del sacerdocio. Admitido posteriormente en la Congregación del Oratorio, edificó a Roma con su celo y sus virtudes, y joven todavía, tuvo la muerte de los santos. Su mayor gusto era contar la historia de su conversión para así animar a los pobres pecadores, y al mismo tiempo hacer entender a los jóvenes que su sola áncora de salvación es la frecuencia de loa Sacramentos.

¡Qué no daría yo para hacérselo comprender así a todos y verles acudir con afán a la Sagrada Mesa! Hállase el joven colocado, a efecto de la misma fogosidad de sus años, entre dos extremos: el amor fatal de su carne rebelada que le deshonra y le pierde; el amor a la Sagrada Eucaristía que le santifica, que es su salvaguardia y que le da fuerzas para resistir el empuje dé las pasiones. En este estado, pues, es indispensable que escoja, teniendo presente que si no quiere el amor del segundo extremo (amor a la Sagrada Eucaristía), caerá necesariamente en el primero (amor a la carne), y entonces, ¡ay de él! A los diez y ocho o veinte años sin el alimento de la Sagrada Eucaristía, no es posible la continencia; siendo por consiguiente todavía menos posible aquella constancia en el bien, aquel candor vigoroso y aquellas nacientes virtudes que hacen de un joven cristiano lo más bello y lo más respetable que hay sobre la tierra.

¡Qué hermoso cambio no se operaría en todos nuestros colegios y en todas nuestras escuelas públicas, si recobrase de nuevo su imperio la práctica de la frecuente Comunión! En vez de esa inmoralidad que indigna a todo corazon noble; en ves de esa indiferencia cien mil veces más corruptora que las mismas malas costumbres, veríamos despertarse del marasmo intelectual en que vegeta hace más de siglo y medio nuestra juventud, por naturaleza tan viva, tan amable, tan despejada de entendimiento y de noble corazón, para dar a la Iglesia y a la patria hombres tan grandes como en tiempos más afortunados. ¡Cuán cierto es que lejos de Jesucristo todo se extingue y eclipsa, y que nada vuelve a florecer si no es con su divino contacto!

La experiencia se encarga de manifestarnos la trascendental influencia que ejerce la Sagrada Comunión sobre la vida de la juventud, demostrando claramente que no hay vicios que no extirpe, ni resurrección que no realice.

Así, pues, jóvenes, ya seáis puros, o ya por desgracia hayáis caído en pecado, acercaos a la Comunión, que es la única que os mantendrá en el orden, o bien os restablecerá en él. Creedme, nada hay más fácil que conservarse puro y casto comulgando con frecuencia. Lo que no podéis sin Jesús, lo lograreis fácilmente con El. Pensad en el porvenir: para llegar a ser un día hombres honrados, es necesario que hayáis vivido digna y santamente los años de vuestra adolescencia; y además, repito que, para que vuestra honra esté libre de toda mancha, y a salvo de todo peligro, no hay otro medio que acudir frecuentemente a la Sagrada Comunión.

Cuanto acabo de decir con respecto  los niños, tiene todavía mucha mayor aplicación para los jóvenes de diez y seis a veinte años, edad temible en la que la lucha incesante de las pasiones se complica con los ejemplos corruptores que ofrece el mundo y con otras mil dificultades procedentes del exterior. San Felipe Neri que consagraba toda su vida a la santificación de la juventud romana, y cuya autoridad tiene doble peso tanto por su angelical santidad como por su especial experiencia, declaraba muy terminantemente que la frecuencia de la sagrada Comunión, juntamente con renovada devoción a la Santísima Vírgen, no solo era el medio más a propósito, sino que, en su sentir, era el Único, para conservar a la juventud en las buenas costumbres y en la vida de la fe, levantarla en sus caídas y reparar todas sus debilidades.

   Pasó cierto día un estudiante a encontrar al Santo (Felipe Neri), suplicándole muy encarecidamente se dignase ayudarle a despojarse de los malos hábitos que tiempo hacia le tenían esclavizado. Después de haber oído San Felipe la humilde confesion de todas sus debilidades y faltas, le consoló y le animó, y le dió sabios y prudentes consejos; y por último le despidió habiéndole absuelto y hecho dichoso, ordenándole que pasase al día  siguiente a recibir la sagrada Comunión, y añadiendo al mismo tiempo que si por desgracia le acontecía volver a caer en aquellas faltas, pasase inmediatamente a verle, y tuviese toda su confianza puesta en la bondad Dios. Vió al día siguiente acercarse al confesonario al pobre joven a acusarse de una recaída. Como la primera vez, le levantó el Santo en su segunda caída, animándole a luchar con valor; y al concederle de nuevo la absolución de todas sus culpas, le ordenó, como en la víspera, que se acercase a recibir la Sagrada Eucaristía. El estudiante de una parte violentamente combatido por la costumbre, y de la otra por su vivo deseo de convertirse a Dios, alcanzó por medio de aquella misericordiosa dirección, al mismo tiempo que por la frecuencia en acercarse a recibir el Pan de los Ángeles, tal fuerza y energía, que pasó trece días consecutivos a reconciliarse con el Santo; y si él no era incansable en su caridad no lo era menos el otro en su penitencia. Venció por fin el amor, y Jesucristo pudo contar en el número de sus fieles a un nuevo siervo, quien, en muy poco tiempo, hizo en el camino de la santidad tan rápidos progresos, que San Felipe no titubeó un momento en juzgarle digno del sacerdocio. Admitido posteriormente en la Congregación del Oratorio, edificó a Roma con su celo y sus virtudes, y joven todavía, tuvo la muerte de los santos. Su mayor gusto era contar la historia de su conversión para así animar a los pobres pecadores, y al mismo tiempo hacer entender a los jóvenes que su sola  áncora de salvación es la frecuencia de loa Sacramentos.

¡Qué no daría yo para hacérselo comprender así a todos y verles acudir con afán a la Sagrada Mesa! Hállase el joven colocado, a efecto de la misma fogosidad de sus años, entre dos extremos: el amor fatal de su carne rebelada que le deshonra y le pierde; el amor a la Sagrada Eucaristía que le santifica, que es su salvaguardia y que le da fuerzas para resistir el empuje dé las pasiones. En este estado, pues, es indispensable que escoja, teniendo presente que si no quiere el amor del segundo extremo (amor a la Sagrada Eucaristía), caerá necesariamente en el primero (amor a la carne), y entonces, ¡ay de él! A los diez y ocho o veinte años sin el alimento de la Sagrada Eucaristía, no es posible la continencia; siendo por consiguiente todavía menos posible aquella constancia en el bien, aquel candor vigoroso y aquellas nacientes virtudes que hacen de un joven cristiano lo más bello y lo más respetable que hay sobre la tierra.

¡Qué hermoso cambio no se operaría en todos nuestros colegios y en todas nuestras escuelas públicas, si recobrase de nuevo su imperio la práctica de la frecuente Comunión! En vez de esa inmoralidad que indigna a todo corazon noble; en ves de esa indiferencia cien mil veces más corruptora que las mismas malas costumbres, veríamos despertarse del marasmo intelectual en que vegeta hace más de siglo y medio nuestra juventud, por naturaleza tan viva, tan amable, tan despejada de entendimiento y de noble corazón, para dar a la Iglesia y a la patria hombres tan grandes como en tiempos más afortunados. ¡Cuán cierto es que lejos de Jesucristo todo se extingue y eclipsa, y que nada vuelve a florecer si no es con su divino contacto!

La experiencia se encarga de manifestarnos la trascendental influencia que ejerce la Sagrada Comunión sobre la vida de la juventud, demostrando claramente que no hay vicios que no extirpe, ni resurrección que no realice.

Así, pues, jóvenes, ya seáis puros, o ya por desgracia hayáis caído en pecado, acercaos a la Comunión, que es la única que os mantendrá en el orden, o bien os restablecerá en él. Creedme, nada hay más fácil que conservarse puro y casto comulgando con frecuencia. Lo que no podéis sin Jesús, lo lograreis fácilmente con El. Pensad en el porvenir: para llegar a ser un día hombres honrados, es necesario que hayáis vivido digna y santamente los años de vuestra adolescencia; y además, repito que, para que vuestra honra esté libre de toda mancha, y a salvo de todo peligro, no hay otro medio que acudir frecuentemente a la Sagrada Comunión.

“LA SAGRADA COMUNIÓN”

San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángelhttp://sanmiguelarcangel-cor-ar.blogspot.com.es/
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