La redención es obra de Jesucristo, Dios hecho hombre; y obra de su sacrificio propiciatorio que es la misa católica.
No nos podemos salvar con nuestra fuerza, ninguno se puede salvar por sí solo; ninguno, con sus propias acciones, puede conseguir la vida eterna. Todo nuestro buen deseo, que puede ser sincero y puro, no nos salvará sin la gracia de Cristo, sin la gracia de Dios.
El principio de la gracia no debe darse solo al inicio de todas nuestras consideraciones, tiene que ser el criterio de juicio y el principio operativo de toda acción cristiana, es decir verdadera y eficaz.
Estos días son noticia los escándalos continuos del Vaticano y de la Iglesia, escándalos que involucran a la grey de Dios; escándalos que hacen mal, que crean desconcierto y perturbaciones, y eso lo hace más débil en el frente de la dramática violencia del terrorismo.
Por todo esto que está pasando, nos sentimos en la necesidad de decir algunas palabras. Unas palabras que pensamos que son cristianas, y lo hacemos aplicando el principio de la gracia.
Es necesario, ante todo, no caer en los falsos análisis creados por el hombre y no por Dios. No es que la curia romana haya infectado a la Iglesia, es la enfermedad de la Iglesia, muy grave durante estos últimos años, la que ha infectado a la curia.
Una Iglesia que siendo maltratada por no tener una doctrina clara, que ha sido sacudida por casos de herejía, ha causado en sus Pastores, confusiones y dudas. Una Iglesia que ha jugado con la moral, hablando de una fácil misericordia que omite las devastadoras consecuencias del pecado, ha expresado su «alto mando» a su imagen y semejanza. Es cierto, en la Iglesia el mal siempre ha estado, se entremezcla la cizaña con el buen grano, Jesús lo recuerda en su parábola (Mt 13, 24-30), pero, ¿cómo negar que ahora la cantidad de cizaña es demasiado grande?
Una Iglesia, infectada del deseo de ir a la vez que la modernidad, ha producido una curia mundana. Una Iglesia, preocupada por un fácil consenso, ha producido, muchas veces, Pastores dedicados a la imagen y no a la santidad. Una Iglesia, americanizada en el activismo (que se llama precisamente «americanismo», ver Encíclica de León XIII), ha producido Pastores que han hecho de las «relaciones públicas» un sustitutivo de la oración y de la penitencia, que solo tienen valor de intercesión.
En pocas palabras, una Iglesia moderna, tan moderna que produce una curia mundana, demasiado y solo mundana. Y el humano, abandonado a sí mismo, produce pecados de todo tipo.
No obstante debemos estar atentos, muy atentos: no podemos permitir, por reacción, un criterio protestante para reformar la Iglesia. Los protestantes pretendían reformar la Iglesia haciendo una guerra «purificadora», atacando a sus líderes, a la curia romana, a los Pastores, pensando en inaugurar una «nueva Iglesia». Obrando así, los protestantes destruyeron a la Iglesia, y no encontraron a Cristo.
Es el método que empezando con la herejía protestante, ha pasado a todas las revoluciones: tener fuera a los «impuros» para mejorar la sociedad.
Es el principio que funda todas las dictaduras, las de todo color, todo ha empezado para mejorar el mundo, para reaccionar a la corrupción. Basta con mirar cualquier libro de historia para saber con certeza, que el «mejor mundo» dicho en todas las revoluciones purificadoras, ha dejado siempre el mundo peor de lo que estaba. En todas las revoluciones falta el principio, el método de la gracia: el hombre en su orgullo herido se vuelve mejor con sus fuerzas, pero finaliza destruyendo la obra de Dios.
El principio de la gracia, empezando en la Natividad de Cristo, da paso a la santificación personal. La Iglesia está mal porque tú has pecado. Y tu pecado que contribuye al mal del mundo; será tu conversión, tu santificación, hará respirar a la Iglesia y la purificará.
Estemos atentos para no recaer, aún deseando la santidad, en el naturalismo: no habrá ninguna conversión y santidad posible si nos apoyamos en nuestro esfuerzo; es necesario partir con los instrumentos de la gracia que son los sacramentos, acompañado de la única doctrina verdadera comunicada en la revelación. No será posible la santidad, continuamos repitiéndolo, si no estamos a los pies del Calvario donde Cristo nos santifica. No habrá ninguna purificación para la Iglesia, para ti y para todos, si no participamos en el pie del Calvario de hoy, que es donde celebramos el divino sacrificio.
La batalla por la misa tradicional, que continuamos realizando, sin inserciones en este principio de la gracia, es única y salvará a las almas.
Volver a purificar a la iglesia sin la misa católica es una trágica ilusión.
Purificar a la Iglesia sin volver a la misa de siempre, la misa que ha hecho santos, la misa que no persigue a la modernidad, equivale al error del nuevo pelagianismo, que producirá cadáveres donde deberían surgir almas salvadas por la conversión.
Que la Natividad de Cristo haga surgir un pueblo humilde, que reconociéndose pecador, se acerque a la gracia de Cristo.
Haga surgir este pueblo para la paz de todos; Pastores y rebaños renazcan en la gruta de Belén, que ya es el Calvario, que ya es el lugar de la gracia que salva.
Pastores y rebaños renazcan de la misa tradicional, que hablan sin miedo de la gracia que salva; y que da las condiciones para que produzca sus frutos de santidad.
Ahora será la reforma, la real.