La Iglesia y Asmodeo III (y la falacia de la Teología del Cuerpo)

Por Don Pietro Leone

A spiritu fornicationis
libera nos, Domine
(invocación de la Letanía de los Santos)

III

DOCTRINA RECIENTE DE LA IGLESIA SOBRE EL MATRIMONIO HASTA EL PAPA FRANCISCO

2. PECADO MORTAL Y SAGRADA COMUNIÓN

La Doctrina Tradicional

La Iglesia ha advertido siempre a los fieles contra la recepción de la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal. En la liturgia del Jueves Santo y en la Fiesta del Corpus Christi, la Iglesia, en su liturgia del Rito Antiguo, presenta para nuestra meditación el pasaje del capítulo 11 de la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios, advirtiendo contra la recepción de la Sagrada Comunión para la propia condenación. En la segunda de dichas fiestas, el mismo Santo Tomás de Aquino, su autor, repite deliberadamente la frase en la oración de Communio; y en la secuencia Lauda Sion, declara claramente:

Sumunt boni sumunt mali, sorte tamen
Inaequalis, vitae vel interitus.
Mors est malis, vita bonis: vide paris
Sumptionis quam sit dispar exitus.

El bueno recibe, el malo recibe, pero su destino es diferente: vida o muerte. La muerte para el malo, la vida para el bueno: ve qué distinto es el fin de una igual recepción.

La Iglesia enseña tradicionalmente que todo aquel que se encuentra en estado de pecado mortal debe hacer la confesión sacramental antes de recibir la Sagrada Comunión. De otra manera, cuando asiste a Misa, debe abstenerse de comulgar sacramentalmente y recibir sólo una Comunión espiritual. Es cierto que un acto de perfecta contrición fuera del Sacramento de la Confesión es suficiente para absolver a una persona del pecado mortal pero, como es imposible saber si la contrición en cada caso concreto es perfecta, la persona en cuestión correría, en efecto, el riesgo de cometer otro pecado mortal recibiendo la Sagrada Comunión en semejantes circunstancias, y por tanto, sería equivocado hacerlo.

Como leemos en el Catecismo de San Pío X (§ 632): ‘… El que sabe que está en pecado mortal debe hacer una buena confesión antes de comulgar, pues no le basta para comulgar como conviene el acto de contrición perfecta sin la confesión’[i].

La Nueva Doctrina

Tanto en la nueva liturgia como en el el reciente Magisterio de la Iglesia, encontramos que la doctrina tradicional descrita arriba ha sido diluida.

En el Novus Ordo[ii], la advertencia contra la recepción de la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal ha sido eliminada tanto en la liturgia del Jueves Santo como en la del Corpus Christi (para dos ejemplos en la segunda de estas fiestas, véase más abajo). Además, la Secuencia Lauda Sion ha pasado a ser opcional; de manera alternativa, se ha provisto una versión más breve (véase, por ejemplo, la web de los Obispos Estadounidenses), la cual no contiene los dos versos citados más arriba.

Por lo que respecta al Magisterio reciente, leemos en el Código de Derecho Canónico: ‘Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes’ (CIC, 1983, can. 916[iii]).

El Canon se refiere en primer lugar a los sacerdotes, pero se aplica claramente también a los laicos. Justifica la Sagrada Comunión por una “razón grave” pero ¿cuál podría ser esta posible razón? Para un sacerdote podría ser quizá la obligación de celebrar la Misa para un determinado grupo de fieles[iv], pero ¿cuál podría ser para un laico? ¿Qué constituiría una razón suficientemente grave para correr el riesgo de una Comunión sacrílega? ¿Vergüenza por lo que los demás podrían pensar o decir? ¿Respeto humano? ¿‘Solidaridad’ con la pareja a cuya boda asiste, por ejemplo? ¿Acaso el pensamiento de que la Sagrada Comunión puede de algún modo ayudarle a vencer su pecado?

Observamos que este canon, suficientemente cuestionable ya en sí mismo, es citado de forma abreviada en el Catecismo de la Iglesia Católica como sigue (§ 1457): ‘Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse’. Aquí son citadas explícitamente sólo dos de las condiciones enumeradas en el canon, a saber, la imposibilidad de una confesión sacramental y la ‘razón grave’; el acto de contrición es mencionado, pero no explícitamente como una condición; en cambio, la cuarta condición, a saber, la resolución de confesarse lo más pronto posible después de la Sagrada Comunión, ha sido completamente omitida.

El clero moderno parece, por el contrario, insistir, por lo general, sólo en la cuarta condición, pues muy a menudo los laicos le dirán al Confesor que un sacerdote les ha dicho que era suficiente confesar después de haber recibido la Comunión. Lo más sorprendente aquí es la falta de coherencia lógica por parte de todos los interesados.

Si viviéramos todavía en los felices tiempos y territorios del Sacro Imperio Romano, y el Emperador hubiera expresado su intención de venir a visitarnos a nuestra casa, ¿sería suficiente darle la bienvenida en un apartamento mal ventilado con las cortinas cerradas, las camas sin hacer, la ropa y la vajilla sin lavar, con polvo, suciedad y con montones de basura por todas partes, y asegurarle que el próximo día nos pondríamos a limpiar el piso entero con motivo de su visita?

La actitud más permisiva de la Iglesia con respecto a la recepción de la Sagrada Comunión tiene que ver con el tema de la sexualidad, en tanto que, subestimando la gravedad de la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal, subestima la gravedad del pecado mortal en sí mismo, del cual la impureza es, aunque sea triste el decirlo, una de sus formas más comunes.

Aunque puede ser que estas innovaciones litúrgicas y magisteriales hayan afectado mucho la comprensión de los fieles sobre la gravedad de la impureza,  debemos admitir con toda honestidad que el clero, en tiempos recientes, ha estado lejos de inculcar asiduamente los verdaderos valores Cristianos relativos a este pecado y a su virtud opuesta.

¿Cuándo, amable lector, fue la última vez que escuchaste un sermón sobre la gloria de la pureza o la abominación de la impureza? ¿Cuándo fue la última vez que oíste a un sacerdote advertir a los fieles que no reciban la Sagrada Comunión después de cometer un acto de impureza, incluso en solitario? ¿Cuándo fue la última vez que te advirtió en el confesonario acerca del peligro de la impureza para la salvación de tu alma inmortal o cuándo te animó a ofrecer a Dios el sacrificio de una vida de perfecta castidad?[v].

 

3. LA ‘TEOLOGIA DEL CUERPO’

Los fieles que atendieran a los discursos del Angelus del Papa Juan Pablo II desde Septiembre de 1979 a Noviembre de 1984 y esperaban catequesis o disquisiciones piadosas, quedarían seguramente defraudados. En vez de ello escucharon que se les proponían con total libertad sus teorías personales de moral sexual. Examinaremos brevemente aquí dos principios de la personalista ‘Teología del Cuerpo’, habiendo ya discutido la teoría detalladamente en nuestro libro.

a) La Divinización del Amor Conyugal

Hemos visto cómo el Magisterio reciente presenta el amor conyugal como amor sexual; con la Teología del Cuerpo, vemos cómo el Papa Juan Pablo II presenta el amor conyugal como un amor divino. Lo hace, en efecto, designando al amor conyugal como ‘don total de sí mismo’. De este don total de sí mismo él distingue dos tipos: un ‘don total personal de sí mismo’, que es el amor conyugal en sentido permanente y un ‘don total físico de sí mismo’, que es el acto de amor conyugal, ‘el signo y el fruto’ del primer amor (Familiaris Consortio). El amor así definido por él es, en efecto, amor divino, en tanto que, como don total de sí mismo, el amor no es sino el amor que el hombre debe a Dios.

El Papa no se detiene, sin embargo, poniendo en relación el acto de amor conyugal con el amor del hombre hacia Dios, sino que intenta divinizarlo todavía más, poniéndolo en relación tanto con el amor de Dios hacia el hombre como con el de Dios hacia Sí mismo.

Esta teoría puede ser criticada en varios sentidos. El primero es en lo relativo a la identificación del amor conyugal con el ‘don total de sí mismo’, el segundo en lo relativo a su supuesta relación con el amor de Dios.

  •  El amor de don total de sí mismo en sí mismoHay varias dificultades con esta identificación. Una primera es que, en efecto, es imposible para una persona humana darse totalmente a otra persona humana, tanto en el plano metafísico con en el físico.

    Una segunda es que va contra la Fe, ya que Nuestro Bendito Señor nos manda amar a Dios con un amor total (ex toto corde tuo…), pero al prójimo con un amor menor, esto es, ‘como a uno mismo’.Otra dificultad de esta definición es que confunde los órdenes natural y sobrenatural, pues el Papa diviniza el amor conyugal sobre la base de sus características puramente naturales, es decir, sobre todo sobre la base de su supuesto ‘don total de sí mismo’, sin referencia al orden sobrenatural, como por ejemplo a la Gracia o a la conformidad con la Fe Católica.

    Una consecuencia de esta confusión es que la definición es demasiado amplia para los propósitos del Papa, ya que la propiedad del ‘amor de don total de sí mismo’ (por lo menos como el Papa lo concibe) no se limita solamente al matrimonio sacramental, como pretende, sino que más bien es una propiedad de toda forma válida de matrimonio e incluso de algunas relaciones extramatrimoniales, siempre y cuando las dos personas en cuestión (que pueden ser incluso adúlteras) se comprometan a vivir juntas para siempre con los correspondientes sentimientos de mutua devoción.

  • El amor de don total de sí mismo en relación con el amor de Dios hacia el hombre y hacia Sí MismoEl amor de Dios hacia el hombre que el Papa tiene en mente es el amor de Cristo a Su Iglesia. El pone en relación el acto de amor conyugal con este amor de diferentes maneras, de las cuales mencionaremos sólo tres.
    1. La Sumisión de la Iglesia a CristoEl Papa interpreta esta frase como la mutua sumisión de don total de sí mismos de los esposos en el acto conyugal. San Pablo, por el contrario, entiende la frase como el modelo para la sumisión de la esposa a la autoridad de su marido.
    2. La ‘Unión en una sola Carne’ como signo de la Unión de Cristo con la IglesiaEl Papa entiende esta frase como la unión carnal de los esposos. El Concilio de Trento, por el contrario, entiende la frase como la unidad del vínculo espiritual de los esposos.
    3.  La Expresión del Agape El Papa presenta el acto conyugal como ‘la expresión más profunda del Agape’. Aquí confunde dos formas radicalmente diferentes de amor: el amor sensible natural y el amor racional sobrenatural (es decir, Agape o Caridad). El primer amor es demasiado diferente del segundo como para poder servir como expresión suya.

 

Una objeción similar puede hacerse a la visión del Papa del acto conyugal como expresión del amor intraTrinitario.

***

Vemos cómo el papa intenta poner en relación el amor conyugal con el amor de Dios de manera innovadora y erotizante, sin fundamento tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición.

***

En un comentario general conclusivo sobre la ‘Teología del Cuerpo’, podemos decir que, en efecto, el Papa eleva el amor conyugal al nivel del amor divino identificando el amor conyugal con el amor de Caridad: la Caridad del hombre hacia Dios[vi], la Caridad de Dios hacia el hombre y la Caridad de Dios hacia Dios. Pero esto es ilícito, pues, como acabamos de decir, el amor conyugal es un tipo radicalmente diferente de amor del de la Caridad[vii].

Ciertamente, el aspecto más innovador de la Teología del Cuerpo es la divinización del acto conyugal, aunque el Papa vea este acto como ‘el signo y el fruto’ de una vida de mutuo compromiso de amor. Dado que el ‘amor de don total de sí mismo’ puede, sin embargo, encontrarse fuera del matrimonio, como hemos observado más arriba, esta divinización se convierte al final en una divinización de la misma unión carnal. Encontrar semejantes conceptos, más característicos de las nebulosas extravagancias de la Naturaleza Caída y de las perversas elucubraciones de su obra maestra, la Gnosis, en el Magisterio Católico y en labios del mismo Vicario de Cristo, da testimonio de la considerable expansión del erotismo en el seno de la Iglesia Católica en los veinte años posteriores a la promulgación de Gaudium et Spes.

El efecto global del Personalismo del Papa Juan Pablo II, y especialmente el de su Teología del Cuerpo, es la sustitución de la santidad por la sexualidad en el verdadero corazón de la moral Cristiana. Aunque la crítica arriba presentada no fuera convincente, este hecho sería suficiente para mostrar la falacia de esta teoría[viii] para todo aquel que tenga sensibilidad Católica.

b) El Matrimonio en Relación con la Virginidad y el Celibato

Una consecuencia de la divinización del amor conyugal es que todo lo que es negativo en la sexualidad, como por ejemplo su desorden intrínseco o concupiscencia, debe ser eliminado claramente. Otra consecuencia es que ya no puede concedérsele un estatus inferior al de la virginidad y el celibato.

En este sentido, el Papa Juan Pablo II declara que: ‘… el texto bíblico no proporciona ningún motivo que sostenga ni la ‘inferioridad’ del matrimonio, ni la ‘superioridad’ de la virginidad y el celibato’ basados en la abstinencia sexual (Discurso del 14 de abril de 1982)[ix]. San Pablo, sin embargo, dice exactamente lo contrario (I Cor 7, 25-40). Destacamos en particular: ‘el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor’ (v. 32) y ‘el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer’ (v. 33).

En todo caso, el conocimiento de lo que, sobre un determinado tema, enseña la Santa Madre Iglesia, una autoridad mayor que la de la Sagrada Escritura, se tiene por los domas definidos. Y el Concilio de Trento declara dogmáticamente a este respecto (ses. 24 can. 10): ‘Si alguno dijere… que no es mejor ni más feliz mantenerse en la virginidad o celibato, que casarse; Anathema sit. Si quis dixerit… non esse melius ac beatius manere in virginitate aut celibatu, quam matrimonio: Anathema sit.

***

Antes de proceder a examinar la encíclica del Papa Francisco, estudiaremos brevemente la influencia del espíritu del Mundo en la ética matrimonial en el Magisterio reciente, a la luz de nuestra breve síntesis de dicho espíritu que hemos hecho más arriba.

En la primera subsección, sobre la Gaudium et Spes y el modificado Código de Derecho Canónico, vimos cómo el concepto de finalidad del matrimonio fue suprimido y cómo entonces la ‘procreación’ fue relegada al segundo plano y el ‘amor conyugal’ al primero. Observamos entonces cómo este amor adquirió un contenido erótico que se fue intensificando a lo largo de los años sucesivos.

En la segunda subsección, sobre los cambios litúrgicos y sobre el nuevo Código de Derecho Canónico, vimos cómo la gravedad de los pecados mortales fue (indirectamente) subestimada.

En la tercera subsección, sobre la ‘Teología del Cuerpo’, vimos cómo el amor conyugal, y particularmente el acto de amor conyugal, fue glorificado, y cómo la ‘negativa’ concupiscencia dejó de tenerse en cuenta. Contemplamos una completa apertura o licencia por parte del Papa al hablar sobre estos temas. Al mismo tiempo, no vimos nada en sus palabras que disminuyera la gravedad de la impureza. En efecto, una de las grandes virtudes de la enseñanza moral de este Pontífice es su defensa de la Ley Natural y su consiguiente insistencia en la pureza.

La cuarta parte será publicada en breve

(Traducido por Marianus el eremita)

[i]      ¿Qué debe hacer antes de comulgar el que sabe que está en pecado mortal? – El que sabe que está en pecado mortal debe hacer una buena confesión antes de comulgar, pues no le basta para comulgar como conviene el acto de contrición perfecta sin la confesión (n. 632).

[ii]     Como se ve en nuestro opúsculo ‘The Destruction of the Roman Rite’.

[iii]    (citado en Redemptionis Sacramentum cap. 4, 81). El Código de Derecho Canónico no es infalible, ni una versión subsiguiente del mismo representa necesariamente una mejora sobre la versión anterior. En este tema los cánones son similares a las declaraciones no-infalibles de un Concilio.

[iv]    El sacerdote se encuentra frente a una choix cornellien, pero ¿cómo es que no tiene más respeto hacia el sagrado sacerdocio, del que lleva en su alma su carácter indeleble y eterno? ¿Acaso no estudió dichas doctrinas? ¿Acaso su confesor en el seminario nunca le advirtió acerca de la gravedad de semejantes sacrilegios?

[v]     Mencionamos a este respecto la supresión por parte de la Jerarquía Vaticana de la iniciativa de hacer a San Luis Gonzaga patrón de la juventud. Aunque este hecho, que no hemos sido capaces de confirmar, no se hubiera producido, sería algo típico de la mirada de la Iglesia contemporánea hacia la pureza.

[vi]    El amor del hombre a Dios inmediatamente, no su amor a Dios mediado por el del prójimo.

[vii]   Puede llegar a la Caridad, pero sólo cuando el agente se encuentra en estado de Gracia.

[viii] Un empleado de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide admitió informalmente lo mismo en una conversación en el Santo Oficio hace unos diez años.

[ix]    De acuerdo con esta visión, advertimos las iniciativas del Papa Juan Pablo II para elevar al honor de los altares a personas y parejas casadas.

RORATE CÆLI
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