La lamentable apostasía de Alessandro Gnocchi

Siempre es doloroso que se pierda un alma, pero es mucho más doloroso todavía cuando ello causa un escándalo para otras almas. Así es en el caso de la apostasía de Alessandro Gnocchi, que en un libro titulado  Ritorno alle sorgenti. Il mio pellegrinaggio a Oriente nel cuore dell’Ortodossia (Monasterium, enero de 2023, pp.170) anuncia que ha abandonado la Iglesia Católica para integrarse en el «Patriarcado de Moscú, ecúmene ortodoxo» (p. 14).

Ahora se llama Alexander, y su alma ya no pertenece a la Iglesia sino a su stárets*, que según la definición de Dovstoyevki en Los hermanos Karamazov es alguien que «te arrebata el alma y la voluntad y la asimila a su propia alma y su propia voluntad». Bajo la guía del stárets, sostiene que ha emprendido «el camino de la santidad» (p. 30). Su corazón está «en el monte Atos, Agion Oros o santa montaña, en la veneración de los verdaderos santos» (íb.). Todo cuanto ha escrito en su libro, afirma, es la conclusión de una obra emprendida con su stárets. (*N. del T.: Un stárets es un consejero espiritual en la Iglesia Ortodoxa, un monje que supuestamente posee dones especiales del Espíritu Santo.)

Conozco a Alessandro Gnocchi desde 2009 y le tenía bastante estima. En varias ocasiones presentó mi libro sobre la historia del Concilio Vaticano II publicado por Lindau en 2010, e hice una reseña en Il Foglio sobre el magnífico libro que publicó junto con Mario Palmaro (1968-2014) La Bella addormentata. Perché dopo il Vaticano II la Chiesa è entrata in crisi. Perché si risveglierà (Fede e Cultura, Verona 2012). Según Gnocch y Palmaro, esa bella durmiente es la Esposa de Cristo, que en su aspecto divino mantiene inalterada su belleza pero parece estar sumida en un profundo letargo. «Bella, porque a pesar de nuestros pecados, debilidades, traiciones y errores la Iglesia Católica sigue siendo y siempre será la Esposa inmaculada de Cristo» (p. 5).

Sin embargo, hoy en día Gnocchi reniega de la Esposa inmaculada de Cristo, de la voz de sus pontífices, de sus doctores y santos, y la ha cambiado por la de los stárets rusos dependientes del Patriarcado de Moscú. Por añadidura, su apostasía es presentada ciertas publicaciones y blogs tradicionalistas como una seria y dolorosa decisión espiritual. Esto confirma la honda confusión que atraviesa este mundo desde hace algunos años.

En el fondo, Gnocchi menosprecia a sus superficiales apologistas, porque a diferencia de ellos no es sincretista. Su rechazo del ecumenismo es el único punto en que es coherente con su pasado. La reconciliación teológica entre la ortodoxia y la Iglesia Católica es para él técnicamente imposible: «La unidad entre ambas iglesias –dice– se muestra cada vez más como una quimera destinada en la realidad a frustrar unos buenos sentimientos cimentados sobre el vacío» (p. 113). Su repudio de la Iglesia de Roma es total e inapelable. Califica la religión católica de «hemisferio romano (…) ciego e inconcluyente» (p. 62). San Pedro no ha tenido sucesores: «El Papa de Roma no es sino un obispo, ¡nada más!» (p. 106), y «la ideología papal» (p. 107) se ha apartado definitivamente de Cristo. La de Gnochhi ha sido una conversión instantánea al revés: «Cuando entré por primera vez en una parroquia ortodoxa mientras se celebraba la divina liturgia se me hizo evidente que habiendo entrado creyéndome católico romano saldría ortodoxo ruso. Y así fue» (p. 80). «Por otra parte –añade–, me ha quedado claro que desde los primeros siglos la Iglesia de Roma ha cedido a las tentaciones demoniacas que rechazó Jesús en el desierto» (p. 97).

Semejante postura, expresada con tanta claridad, no sólo es cismática sino declaradamente herética. Desde que el Concilio Vaticano I definió como verdad de fe la primacía del Romano Pontífice, ya no es posible un cisma sin herejía. La consecuencia de tal deserción es la autocefalia. Todos se sienten pequeños papas y se vuelven protestantes. Además, ¿qué es sino protestantismo la religión cismática rusa que surgió en 1589 cuando, por capricho del zar Fiodor (Teodoro) Ivanóvich, se instituyó en el Kremlin el Patriarcado de Moscú? Desde entonces, entre todas las Iglesias orientales, la Tercera Roma se ha presentado como la mayor rival de la Iglesia Católica.

Nadie puede decir que por conservar la validez de los sacramentos la iglesia cismática oriental mantiene una reserva espiritual. La validez sacramental no es sinónimo de vida espiritual activa. Los sacramentos son causas eficientes instrumentales que, como todo principio activo, para producir su efecto exigen la disposición del sujeto que los recibe. Fuera de la vida de la gracia no es posible la santidad, y fuera de la Iglesia Católica no puede haber auténtica gracia. Quien abandona la Iglesia Católica y se pasa a la llamada ortodoxia comete uno de los más graves pecados mortales. Por medio de la gracia acogemos a la persona divina del Espíritu Santo; la Santísima Trinidad viene a habitar en nuestra alma, y ésta se convierte en esposa de Dios. Por la gracia se nos infunden las virtudes teologales y morales y recibimos los siete dones del Espíritu Santo. Pero quien está en pecado mortal se halla privado de la acción de la gracia santificante.

Tiene sobrada razón quien califica la ortodoxia de sarmiento seco que sólo sirve para ser arrojado al fuego. Por el tronco de las religiones falsas no corre la savia sobrenatural. Por eso Joseph de Maistre afirmó con gran sensatez: «Todas esas iglesias que se separaron de la Santa Sede a comienzos del siglo doce se pueden comparar con un cadáver congelado cuya forma ha sido conservada por el frío» (Lettre à une dame russe sur la nature et les effets du schisme,en Lettres et opuscules inédits, A. Vaton, París 1863, vol. II p. 406).

Es cierto que en el seno de una religión no católica es posible salvarse por vía extraordinaria a pesar del error, pero Alessandro Gnocchi no es un mujik [campesino ruso, N. del T.] ignorante de la verdad católica: es un bautizado que después de haber conocido y profesado la Fe verdadera la ha repudiado públicamente y ha calificado su «regreso consciente a la ortodoxia» (p. 39) de «paso irrevocable» (p. 81).

Quien está en pecado mortal consciente e irrevocable se priva definitivamente del influjo de la gracia. Por eso, la Enciclopedia católica enseña que «por estar fuera de la Iglesia, el cismático no participa de la vida del Cuerpo Místico y está privado de los medios de santificación » (Vincenzo Carbone, Scisma, vol. XI, col. 116). ) . La gracia es un don de Dios infinitamente superior a todo lo creado. Y si, como dice Santo Tomás, es más valioso conducir a un pecador de vuelta al estado de gracia que crear el Cielo y la Tierra (Summa Theologica, I, 2, q. 113, a. 9), ¿qué podemos pensar de quien rechaza pertinazmente la gracia? Un terremoto que destruye una ciudad o una región, como este tan terrible que ha devastado Turquía, nos causa profunda impresión, pero mucho más debería aterrarnos la ruina de un alma que ha perdido la gracia. Lo proclamamos a los cuatro vientos. Nos desagrada mucho el hedor de la religión moscovita, mientras que el perfume de Roma, cátedra de Verdad y Madre de los pueblos, nos embriaga. Eso sí, nos causan hondo pesar Alessandro Gnocchi y todos los que son tentados por el cisma y la herejía, incluso por culpa de los errores y pecados de la suprema autoridad de la Iglesia. Asistimos a un drama que exige reflexión y oración. Nadie, empezando por quien esto escribe, puede considerarse inmune a caídas tan catastróficas. La perseverancia final es una gracia que es necesario implorar a diario con inmensa fe a Aquella que es Madre de todas las gracias y que, habiendo prometido en 1917 la conversión de la Rusia cismática y el mundo entero, sintetizó a Sor Lucía el 3 de enero de 1944 la gran promesa de Fátima: «Con el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia santa, católica y apostólica. ¡En la eternidad, el Cielo!» (Um Caminho sob o olhar de Maria, Edições Carmelo, Coímbra 2012, p. 267).

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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