Debido a la gran importancia que tiene la Biblia en la vida de fe de los católicos y al gran desconocimiento y confusión que hay sobre la misma, vemos conveniente dedicar a partir de ahora, un amplio número de artículos al conocimiento de Sagrada Escritura. A lo largo de ellos intentaremos ayudar al pueblo fiel cuando se acerque a sus páginas, explicar de modo sencillo y detallado aquellos pasajes que puedan ser más importantes o difíciles, profundizar en sus enseñanzas…. En una palabra, penetrar en la infinita riqueza que este libro inspirado tiene. Huiremos del mucho tecnicismo y de un estudio desprovisto de fe. Es la Palabra que Dios dirige al creyente, y éste ha de ser capaz de descubrir con sencillez lo que Él le quiere decir.
Son muchos los ataques que la revelación divina está sufriendo en nuestros días, ya desde confesiones no católicas como desde nuestras propias filas. El neomodernismo, que está destruyendo la Iglesia desde dentro, está haciendo mucho daño en todo el ámbito de la revelación divina, pretendiendo eliminar la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, y reducir todo lo que en la Biblia se dice a meras enseñanzas humanas manipulables por el hombre y desprovistas de cualquier valor sobrenatural y perenne.
Antes de comenzar el estudio de la Biblia es importante que dispongamos de un ejemplar de este libro que sea realmente católico. Respecto a ello diremos que hay muchas biblias que, a pesar de tener el “Imprimatur” y el “Nihil obstat”, están muy lejos de ofrecer un contenido digno de fiar. De hecho, las versiones más comerciales están manipuladas o tienden a ser de tinte marcadamente modernista. Es por ello que, antes de comenzar el estudio de la Biblia tendremos que hacernos con ejemplares que sean dignos de fiar. En el artículo que publicamos hace ya algunos años “Biblias en español buenas y malas”[1] en este portal, encontrará un análisis bastante detallado de aquellas biblias que son rechazables y de aquellas biblias que son de fiar. Lo mejor para hacer un buen estudio de la misma es tener al menos dos de las biblias que están calificadas en ese artículo como “buenas”.
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La Biblia es el libro que contiene la Palabra de Dios expresada en palabras humanas.
El término “biblia” procede del griego y significa etimológicamente “libros”. La Iglesia griega usaba este plural para expresar la colección completa de las Escrituras sagradas.
La Biblia está formada por 73 libros y tiene dos partes bien diferenciadas: el Antiguo Testamento (AT) y el Nuevo Testamento (NT). El AT es un conjunto de 46 libros que comprende desde los relatos de la creación hasta el momento anterior al nacimiento de Jesucristo. El NT o Buena Nueva, formado por 27 libros, comienza con Jesucristo y acaba con el Apocalipsis de San Juan, último de los Apóstoles vivos.
La actual división de la Biblia en capítulos y versículos data del siglo XVI, por Roberto Stephan; si bien, el primero que introdujo la división en capítulos en las copias de la versión latina de la Vulgata, fue Stephen Langton hacia el año 1214.
Si revisamos el interior de cada libro, nos encontraremos con diversos números, unos grandes y otros pequeños. Estos tienen la finalidad de ubicarnos en los textos que deseamos leer. Los números definen el capítulo. Así tenemos libros con 28 capítulos (San Mateo), 16 (Carta a los Romanos), etc. También algunos con uno solo, como la segunda y tercera carta de San Juan.
Para encontrar fácilmente un texto bíblico, se ha dividido el capítulo en unidades más pequeñas, llamados versículos (los numeritos más pequeños).
¿Cómo buscaremos un texto bíblico? Por ejemplo: Mt 7:7. Esta cita nos indica lo siguiente: el texto que necesitamos está en el Evangelio de San Mateo (todas las biblias traen al comienzo una lista con las abreviaciones de cada libro), en el capítulo 7. Una vez encontrado el libro y el capítulo, buscamos el versículo, es el 7 y dice: “Pedid y se os dará; buscad y encontrareis; llamad y se os abrirá”.
Cuando una cita es más larga se indica así: Lc 6: 20-24. Es decir, el texto está en San Lucas capítulo 6 y empieza en el versículo 20 y termina en el 24, incluido. A veces se agrega una letra, por ejemplo: Hech 2:11a. Significa que es sólo la primera parte del versículo 11 del capítulo 2 del Libro de los Hechos.
También se puede encontrar con lo siguiente: Mc 2:1ss. Esto es: el texto a buscar está en el Evangelio de Marcos, capítulo 2, versículo 1 y los que siguen.
Por último le puede suceder que encuentre una cita de esta manera: Jn 1:6.15. El puntito del medio significa “y”. Son los versículos 6 y 15 del capítulo 1 del Evangelio de San Juan.
La Revelación divina
El término “revelación” significa literalmente “quitar el velo que cubre u oculta algo”. Dado que Dios es un misterio para el hombre, y Dios quiere comunicarse con él para manifestarle sus enseñanzas, Dios ha de dirigirse al hombre con palabras que éste pueda entender. Así pues, decimos que la revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres de su propio ser y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para la salvación. Así pues, por revelación divina se entiende, generalmente, la manifestación sobrenatural que Dios ha hecho a los hombres de Sí mismo y de sus designios salvíficos.
Dios se da a conocer al hombre de dos maneras: una natural y otra sobrenatural. El hombre, mediante su inteligencia, puede conocer a Dios con certeza a partir de sus criaturas (Cfr. Rom 1: 18-20); pero este conocimiento, aunque verdadero, puede fácilmente plagarse de errores. Es por ello que Dios, en su infinito amor y misericordia, quiso dirigir “sobrenaturalmente” su palabra a los hombres a través de la revelación. Dios, deseando abrir la vía de la salvación eterna, quiso revelarse de un modo más pleno y más alto: se manifestó a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana.
El entero proyecto salvífico divino que, escondido por los siglos en Dios, se ha presentado a los hombres en Jesucristo al llegar la plenitud de los tiempos; proyecto establecido por el que los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (Cfr. Ef 2:18; 2 Pe 1:4). Nos encontramos ante una fórmula que expresa conjuntamente tanto la intrínseca unidad existente entre la revelación divina y la salvación de los hombres como, por otra parte, el carácter cristocéntrico y trinitario de la revelación.
La revelación se realiza, precisa Dei Verbum, 2, “con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas”. Los eventos históricos narrados y las palabras que los significan no se pueden separar: aquellos confieren consistencia, solidez y credibilidad a la verdad expresada por las palabras; estas evidencian el más preciso contenido revelador de los eventos.
La revelación se encuentra, por tanto, no solo en las acciones salvíficas de Dios en la historia de la salvación (el éxodo, la alianza, el exilio, la restauración del pueblo de Israel, las mismas acciones de Cristo, sus milagros, su pasión, muerte y resurrección), ni solamente en las palabras (de Moisés y los profetas, de Cristo y de los apóstoles) encargadas de dilucidar el sentido de las acciones divinas en la historia: se encuentra en la unión orgánica de los sucesos narrados y de las palabras que los acompañan, ya prediciendo o anunciando el evento, ya recordándolo, narrándolo, proclamándolo o explicándolo.
La revelación divina es un gran regalo, un don inmerecido del amor de Dios. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas (Cfr. CEC, nº 52)[2].
Dios habla en la Sagrada Escritura y en la Tradición por medio de hombres y en lenguaje humano. Para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, se debe estudiar con atención y fe lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer a través de sus palabras.
Etapas de la revelación divina
Dios se comunica con el hombre poco a poco, paso a paso, por etapas. Con una maravillosa pedagogía se revela en una historia de salvación, gradual y progresivamente, no lo dice todo de una vez (Cfr. CEC, nº 70-73).
Dios prepara a los hombres al anuncio del evangelio. Dios, en efecto, después de haber hablado “muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Heb 1: 1-2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (Cfr. Jn 1: 1-18).
Podríamos hacer una síntesis en estas etapas:
- El protoevangelio o primer anuncio de la salvación con Adán y Eva;
- la alianza con Noé después del diluvio;
- la elección de Abrahán. El pueblo nacido de Abrahán será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas;
- el Éxodo o salida de Egipto con Moisés y la alianza sinaítica;
- la larga estancia en la Tierra Prometida fue forjando la religión y la historia de Israel. Jueces y Reyes defendieron la independencia nacional, condición necesaria para conservar la pureza monoteísta de sus creencias;
- más tarde Dios forma a su pueblo a través de los profetas, en la esperanza de una alianza nueva y eterna que se grabará en sus corazones;
- en los últimos siglos de la historia del AT, y también a impulsos del Espíritu Santo, se desarrolla la sabiduría hebrea con la literatura sapiencial, la cual completa la revelación del AT y prepara a los hombres para la venida del Mesías;
- la plenitud de la revelación llega con el nacimiento de Jesucristo (2 Con 1:20; 3:16-4:6). Él es la Palabra definitiva del Padre (Cfr. Heb 1: 1-2). Toda la Sagrada Escritura (SE), decía Hugo de san Victor, constituye un único libro, y su título es “Cristo”. Por ser el mensaje pleno y total, será permanente y definitivo. No hay que esperar otra revelación pública antes de la manifestación gloriosa de Cristo en la Parusía;
- aunque la revelación está acabada –culmina con la muerte del último apóstol (Cfr. CEC 65-67; 73), no está completamente explicitada; su contenido podrá ser conocido mejor y gradualmente en el transcurso de los siglos.
Cristo confía lo revelado a la custodia de la Iglesia
Cristo entrega su palabra revelada a la Iglesia de dos maneras: oralmente (Tradición) y por escrito (Biblia). Los Apóstoles transmitieron con su predicación y ejemplo lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó (2 Tim 3:16). Los mismos Apóstoles (junto con otros de su generación) pusieron por escrito el mensaje de salvación (Jn 21:25) inspirados por el Espíritu Santo. La revelación pública acabó con la muerte del último Apóstol.
La Tradición es a la vez enseñanza y vida. Ella no se reduce a enunciados verbales, sino que su estructura orgánica es coherente con el dinamismo de la revelación en su fase constitutiva, formado por eventos y palabras. La Tradición está presente, en efecto, no solamente en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición apostólica, sino también en la organización y vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica y sacramental, en su interpretación de la Sagrada Escritura; en una palabra, en todo lo que la Iglesia es y ha recibido para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe.
Los escritos de los Padres, en particular, testimonian la presencia viva y vivificante de la Tradición, cuya riqueza se difunde en la vida y en la práctica de la Iglesia que cree y que ora. La liturgia, por otra parte, es un testimonio privilegiado de la Tradición, de modo que difícilmente se puede encontrar una verdad de fe que no se exprese en ella de algún modo. De este modo, la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Es por eso que, junto a la Sagrada Escritura, existe también en la Iglesia como fuente de la revelación, la Sagrada Tradición (Cfr. CEC, nº 78). ¿Dónde se han de buscar las enseñanzas de la Tradición? Principalmente en las enseñanzas del Magisterio universal de la Iglesia, en los escritos de los Santos Padres, en las palabras y usos de la Liturgia, en la arqueología…
La misma vida de la Iglesia nos enseña que los herejes también acudieron a la Sagrada Escritura para apoyar sus erróneas creencias. Es por ello que, cuando se prescinde de la Tradición y de la enseñanza del Magisterio de la Iglesia (como hacen los protestantes y el modernismo) es muy difícil captar la integridad del mensaje revelado. La Biblia ha de ser leída en la Iglesia y con la Iglesia.
La Sagrada Escritura y la Tradición constituyen el sagrado depósito que contiene las verdades reveladas por Dios a los hombres. Este depósito sagrado fue confiado por Cristo a la Iglesia para que ésta hiciera una interpretación auténtica de los datos revelados. Tradición y Escritura han sido confiadas a la Iglesia y, dentro de ella, sólo al Magisterio corresponde interpretarlas auténticamente y predicarlas con autoridad.
La Iglesia no añade nada esencial a la revelación, pero sólo en la Iglesia, adquiere la revelación su verdadera comprensión. El Magisterio de la Iglesia no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio. La Iglesia, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, la escucha devotamente, la custodia y la explica fielmente (Cfr. CEC, nº 86).
Padre Lucas Prados
[1] https://adelantelafe.com/biblias-en-espanol-buenas-y-malas/
[2] CEC se refiere al Catecismo de la Iglesia Católica.