ASÍS: Criterios teológicos para condenar la Jornada Mundial de Oración por la Paz

Nota de Adelante la Fe: Ofrecemos aquí nuestra traducción de un artículo originalmente publicado sólo unos días antes del primer acto de Asís convocado por Juan Pablo II, y repetido posteriormente por Benedicto XVI y Francisco.

Somos consciente de que este tipo de contenido causa sorpresa y perplejidad a muchas personas que, de buena fe, pero con, piensan que el «fenómeno» Francisco ha surgido por generación espontánea tras muchos años de gloriosos pontificados. Pero no, no es oro todo lo que reluce en el pasado postconciliar. Afortunadamente, no tenemos hipotecas publicitarias que nos coarten. No podemos callar la verdad por mucho que duela, sorprenda o nos quedemos solos.

 «Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno» Mateo 5,37.

***

Se ha dicho, con precisión ciertamente involuntaria, que «el encuentro de oración de Asís es una iniciativa personal de Juan Pablo II. En cuanto a iniciativa personal —u ocurrencia para entendernos– no compromete en lo más mínimo su oficio de «pastor y maestro de todos los cristianos» (Concilio Vaticano I), y que ni siquiera afecta la doctrina, uniformándose al tema político propuesto por la ONU para el actual año de 1986, proclamándolo «Año Internacional de la Paz»».

Con todo, la iniciativa en sí y en sus implicaciones, parece excesivamente peligrosa para la recta conciencia de los fieles católicos, como veremos a continuación.

El próximo 27 de octubre, por invitación de Juan Pablo II, «representantes de otras religiones mundiales» se congregarán en Asís «para celebrar un encuentro de oración por la paz» (Cf. L’Osservatore Romano del pasado 27-28 de enero).

Esos a los que Juan Pablo II ha llamado «representantes de otras religiones» han sido siempre llamados con más propiedad por la Iglesia infieles: «En un sentido más general, infieles son todos los que no poseen la verdadera fe; en sentido propio, son infieles los no bautizados, y se dividen en monoteístas (judíos y musulmanes), politeístas (hinduístas , budistas, etc.) y ateos» (Roberti-Palazzini, Dizionario di teologia morale, p.813). Y aquellas a las que Juan Pablo II ha denominado «otras religiones» han sido siempre llamadas con más propiedad por la Iglesia religiones falsas: falsa es toda religión no cristiana «por cuanto no es la religión que Dios ha revelado y quiere que se practique. De hecho, es falsa también toda secta cristiana ajena al catolicismo, por cuanto no acepta ni pone fielmente por obra todo el contenido de la Revelación» (íbidem).

En vista de lo cual, el encuentro de oración de Asís no puede considerarse a la luz de la fe católica otra cosa que:

1) Una ofensa a Dios

2) Una negación de la necesidad universal de la Redención

3) Una injusticia y una falta de caridad hacia los infieles

4) Un peligro y un escándalo para los católicos

5) Una infidelidad que traiciona  la misión de la Iglesia y de San Pedro

Ofensa a Dios

La oración, incluso de súplica o petición, es un acto de culto (V. Summa Theol. II II, q 83). Por ello, debe dirigirse a Aquél a quien le es debida y como es debido.

A quien le es debida: al único Dios verdadero, Creador y Señor de todos los hombres, al cual Nuestro Señor Jesucristo los llama  (1 Jn. 5,20), consagrando el primer precepto de la Ley: «Yo soy Yavé tu Dios (…) No tendrás otros dioses delante de Mí (…) No te postrarás ante ellos ni les dará culto» (Ex. 20, 2-5; cf. Mt.4, 3-12, Jn. 17,3, 1 Tim. 2,5; a este respecto, V. Card. Pietro Palazzini, Vita e virtù cristiane, p.52 y Garrigou-Lagrange, De Revelatione, Roma-París 1918, vol.1, p.136).

Como es debido: O sea, como corresponde a la plenitud de la Revelación divina, sin mezcla de error: «La hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos adorarán en espíritu y en verdad; porque también el Padre desea que los que le adoran sean tales» (Jn. 4,23).

La oración dirigida a una falsa divinidad, o motivada por opiniones religiosa contrarias en todo o en parte a la divina Revelación no constituye un acto de culto, sino de superstición; no honra a Dios, antes lo ofende. Al menos objetivamente, es pecado contra el primer mandamiento (cf. S.Th. II qq. 92-96).

¿Qué rezarán los congregados en Asís, y de qué modo? Invitados ataviados con vestiduras oficiales de «representantes de las otras religiones», rezarán cada  uno a su manera y en el estilo que le es propio». Lo ha explicado el cardenal Willebrands, presidente del Secretariado para los No Cristianos (V. L’Osservatore Romano, 27-28 de enero pasado, p.4). Lo confirmó el pasado 27 de enero el cardenal Echegaray en una conferencia de prensa publicda en La documentation catholique, 7/21 de septiembre de 1986, en la sección Actas de la Santa Sede: «Se trata de respetar la oración de cada uno, de permitir que cada cual se exprese en la plenitud de su fe, de su creencia.»

Como se ve, el próximo 27 de octubre la superstición será ampliamente practicada en Asís, y en sus más graves modalidades: del culto falso de los judíos, que en la era de la gracia pretenden honrar a Dios negando a su Cristo (cf.S. Th. II, q. 92 a. 2 a 3 y I II q. 10 a. 11). a la idolatría de los hinduistas y los budistas que rinden culto a la criatura en vez de al Creador (cf. Hch. 17-16?? ).

La aprobación, como mínimo externa, por parte de la jerarquía católica es sumamente ofensiva a Dios, suponiendo y dejando suponer que Él pueda mirar con la misma actitud benigna un acto de culto y otro de superstición, una manifestación de fe como otra de incredulidad (S. Th. II II q. 94 a. 1)., la religión verdadera y las falsas. En resumen: lo mismo la verdad que el error.

Negación de la necesidad universal de Redención

Hay un único mediador entre Dios y los hombres: Nuestro Señor Jesucristo (1Tim. 2,5). Por naturaleza, los hombres son hijos de ira (Ef. 2,3). Por medio de Él, nos reconciliamos con el Padre (Col. 1,20), y sólo por la fe en Él podemos tener la osadía de dirigirnos a Dios con toda confianza (Ef. 3,12).

A Él se le ha dado todo poder en el Cielo y en la Tierra (Mt. 28,18), y a su nombre debe plegarse toda rodilla en el Cielo, en la Tierra y en los infiernos (Fil. 2,10-11).

Nadie va al Padre sino por medio de Él (Jn. 14,6), y no hay otro nombre bajo el Cielo en el que los hombres puedan salvarse (Hch. 4,12). Él es la verdadera luz, la que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Jn. 1,9). Quien no lo sigue anda en tinieblas (Jn. 8,12). Quien no está con Él está contra Él (Mt. 12, 30), y quien no lo honra ultraja al Padre que lo ha enviado (que es precisamente lo que hacen los judíos) (Jn. 5,23), y le ha dado el juicio de todos los hombres (Jn. 5,22). De hecho, quien no cree en Él ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (Jn. 3,18), En Él y en el Padre que lo ha enviado (Jn. 17,3).

Por otra parte, Él es el Príncipe de la Paz (Is. 9,6; cf. Ef. 2,14 y Miq. 5,5), mientras que las divisiones, los conflictos y las guerras son frutos del pecado, del cual no se libra el hombre por su propia virtud, sino por la de la Sangre del Redentor.

¿Qué parte tendrá Nuestro Señor Jesucristo en Asís, en la oración de los representantes de las religiones no cristianas? Ninguna. Seguirá siendo para ellos una incógnita o una piedra de tropiezo, signo de contradicción. Así pues, la invitación a rezar por la paz del mundo supone y deja suponer inevitablemente que hay hombres –los cristianos– que deben acceder a Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo y de su Nombres, y otros –el resto del género humano– que pueden acceder directamente a Dios por su propia cuenta prescindiendo del Mediador; hombres que deben rezar arrodillados ante Nuestro Señor Jesucristo, y otros que están exentos de ello; hombres que deben buscar la paz en el Reino de Nuestro Señor Jesucristo, y otros que pueden alcanzar la paz fuera del Reino de Él e incluso oponiéndose a él. Es lo que se deduce de otras declaraciones de los susodichos cardenales: «Si para nosotros los cristianos Cristo es nuestra paz, para todos los creyentes la paz es un regalo de Dios» (Willebrands en L’Osservatore Romano, nº citado). «Para los cristianos la oración pasa por Cristo» (Echegaray en La documentation catholique, nº citado).

El encuentro de oración de Asís es, pues, la negación pública de la necesidad universal de la Redención».

Injusticia y falta de caridad para con los infieles

«Jesucristo no es opcional» (cardenal Pie). No hay unos hombres que se justifiquen por la fe en Él y y otros que se justifiquen prescindiendo de Él. Todo hombre, o se salva en Cristo, o se pierde sin Él. Tampoco hay fines últimos naturales por los cuales pueda optar el hombre en sustitución de su único fin sobrenatural si, estando como está extraviado por el pecado, no encuentra el Camino en Cristo (Jn. 14,6) que lo conduzca al fin para el que fue creado, no le queda otra alternativa que la perdición eterna.

Por tanto, la verdadera fe, no la «buena fe», es la condición subjetiva de salvación para todos, incluso para los paganos: es precisa  con necesidad de medio: «faltando ésta (incluso sin culpa), es imposible obrar con miras a la salvación eterna» (Heb. 11,6) (Roberti-Palazzini, op.cit. p.66).

La infidelidad voluntaria –explica Santo Tomás– constituye una culpa, y la infidelidad involuntaria es castigo. Es más, los infieles, que no se pierden por el pecado de incredulidad, esto es, por «el pecado de no haber creído en Cristo (…) del cual nunca supieron», se pierden por otros pecados, que no pueden remitírsele a nadie cuando falta la verdadera fe (V. Mc. 16, 15-16, Jn. 20,31, Hb. 11,6, Concilio de Trento, Denzinger 799 y 801, Concilio Vaticano I, Denzinger 1793, S. Th. II, II q.10 a 1).

Así pues, nada hay más importante para el hombre que la aceptación del Redentor y la unión con el Mediador: es cuestión de vida o muerte eterna. Por eso los infieles tienen derecho a que la Iglesia se las anuncie conforme al derecho divino (Mc. 16, 16; Mt. 28, 19-20). Y eso es lo que siempre ha anunciado a los infieles la Iglesia Católica, rezando, no con ellos sino por ellos.

¿Qué ocurrirá en Asís? No se rezará por los infieles, con lo que implícita o públicamente no se los considerará necesitados de la verdadera fe. Al contrario, se rezará junto con ellos, o, según la sutileza rabínica de Radio Vaticana, se estará con ellos para rezar, entendiéndose implícita o públicamente que la oración inspirada por el error es tan aceptable para Dios como la hecha «en espíritu y en verdad». «Se trata de respetar la oración de cada uno», ha explicado el cardenal Echegaray en su sucinta declaración. Esto significa que a los infieles congregados en Asís y que ¡ojo! no son los «nutritis in silvis, que nunca tuvieron noticia de la fe, sobre los que teorizan los teólogos cuando debaten el problema de la salvación de los infieles (V. Santo Tomás de Aquino, De Veritate 14-11), se los abandonará, respetuosamente», «los que en tinieblas y en sombra de muerte yacen» (Lc. 1,79).

Autorizados a orar ataviados como «representantes de otras religiones» y conforme a sus erróneas creencias religiosas, lo que se hace es animarlos a perseverar en sus pecados, como mínimo materiales, contra la fe (infidelidad, herejía, etc.). Al invitarlos a rogar por la paz del mundo (calificada de bien fundamental y supremo por Juan Pablo II y el cardenal Willebrands en L’Osservatore Romano del 7-8 de abril y el 27-28 de enero de 1986 respectivamente), se los aparta de la búsqueda de los bienes eternos para encaminarlos hacia un bien temporal, un fin natural secundario, como si no tuviesen un fin último sobrenatural, éste sí fundamental y supremo, al que aspirar: «Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt. 6,33). Por todas estas razones, el encuentro de oración de Asís es una falta, como mínimo eterna, de justicia y de caridad para con los infieles.

Peligro de escándalo para los católicos

La verdadera fe es indispensable para la salvación. Por consiguiente, los católicos tienen el deber de evitar todo peligro próximo para la fe. Entre los peligros eternos está el contacto, no justificado por una auténtica necesidad, con los infieles. Dicho contacto es ilícito por derecho natural y divino, antes incluso que para el derecho eclesiástico, e incluso si no lo prohíbe el derecho canónico (por ejemplo en la vida civil): Haereticum hominem devita (Ti. 3,10).

En su preocupación maternal, la Iglesia siempre ha prohibido todo lo que pueda ser para los católicos no sólo peligroso para la fe, sino también motivo de escándalo (V. cánones 1258 y 2316 del código de derecho canónico de 1917, que compendia el derecho secular de la Iglesia; cf. también S.Tomás II II q. 10 aa. 9-11).

Por lo que se refiere a las religiones falsas, la Iglesia siempre les negó el derecho al culto público. En caso necesario las ha tolerado, pero la tolerancia «es siempre con relación a un mal que se permite por alguna razón proporcionada» (Roberti-Palazzini, op. cit. p. 1702). En todo caso, siempre evitó y prohibió todo aquello que comprendiera la menor aprobación de ritos acatólicos,

¿Qué ocurrirá en Asís? Católicos e infieles se juntarán para orar (aunque no para orar juntos, según el impío juego de palabras arriba citado). Esto quiere decir sencillamente que rezarán juntos en Asís pero no revueltos. Juntos, pero por turno, en la ceremonia de clausura que tendrá lugar en la Basílica Superior de San Francisco. Y no será para salvaguardar la fe de los católicos ni para evitar siquiera el escándalo. Sino para que «cada uno pueda expresarse en la plenitud de su fe, de su creencia» (V. las declaraciones de los cardenales Willebrands y Echegaray arriba citadas). Esto supone la aprobación al menos externa de 1) religiones falsas a las que la Iglesia Católica siempre negó todo derecho; 2) del subjetivismo religioso que siempre fue condenado con el nombre de indiferentismo o latitudinarismo, que «aspira a justificarse con pretendidas exigencias de libertad, desconociendo los derechos de la verdad objetiva que se manifiestan, bien a la luz de la razón, bien a la de la Revelación (Roberti-Palazzini, op. cit. p. 805). Pues bien, el indiferentismo religioso, que «es una de las más deletéreas herejías» (ivi) y que pone en un mismo plano a todas las religiones (ivi), induce inevitablemente a considerar irrelevante la verdad de la creencia religiosa con respecto a los fines de la bondad de la vida y de la salvación eterna. «Se termina entendiendo la religión como un hecho enteramente individual, en el que se adapta a las disposiciones de los individuos, que se elaboran su propia religión, y concluyendo que todas las religiones son buenas, aunque haya entre ellas contradicciones» (Roberto-Palazzini, op. cit. p. 805). Pero así nos colocamos fuera de la profesión de fe católica. Nos situamos en la «profesión de fe del vicario saboyano de Rousseau, que es una profesión de incredulidad en la divina Revelación. De hecho, ésta es un hecho real, una verdad acreditada por Dios con señales ciertas, porque errar en ese campo tendría consecuencias gravísimas para el hombre (León XIII, Libertas). Ahora bien, «Ante un hecho real o una verdad evidente no es posible ser tolerante hasta el punto de aprobar la actitud que los considera inexistentes o falsos. Esto supondría que en realidad no creemos, o que estamos [juzgamos estar] ante algo totalmente indiferente o banal, o bien que consideramos verdaderas o falsas posturas puramente relativas» (Roberti-Palazzini, op. cit. p. 1703).

Y dado que el Encuentro de Oración de Asís entraña precisamente todo lo anterior, es ocasión de escándalo para los católicos y un grave peligro para su fe. En aras del ecumenismo, se encontrarán por fin unidos, en efecto, con los infieles, pero «en la común ruina» (Pío XII, Humani generis,).

Traición a la misión de San Pedro y de la Iglesia

Anunciar a todas las gentes

1) que hay un solo Dios verdadero que se ha revelado para todos los hombres en Nuestro Señor Jesucristo;

2) que hay una única religión verdadera en la cual sólo Dios quiere ser honrado, porque Él es la Verdad y le repugna todo lo que en las religiones falsas –doctrinas erróneas, preceptos inmorales, ritos impropios– se opone a la verdad;

3) que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres en el Cual todo hombre puede esperar la salvación, porque todos los hombres son pecadores y permanecen en sus pecados si están privados de la Sangre de Cristo;

4) que hay una única Iglesia verdadera, «custodia eterna de dicha Sangre divina», y que por tanto «debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse, que ésta es la única arca de salvación, que quien en ella no hubiere entrado perecerá en el diluvio» (Pío IX, Dz. 1647), al menos con deseo explícito o implícito en la disposición moral de cumplir toda la voluntad de Dios, «si sufren [ignorancia] invencible» (íbidem); como decíamos, anunciar esto es la misión propia de la Iglesia:

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a conservar cuanto os he mandado» (Mt. 28, 19-20). «Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado» (Mc. 16,15,16).

Para que la Iglesia pudiera cumplir a lo largo de los siglos esta misión que tiene encomendada, Nuestro Señor Jesucristo confirió a San Pedro y a sus sucesores la misión de representarlo visiblemente (Mt. 16, 17-19; Jn. 21,15-17): «Este Vicario, no tiene por tanto la misión de elaborar una nueva doctrina ni de instituir nuevos sacramentos; no es ésa su función. Representa a Jesucristo a la cabeza de su Iglesia, que está perfectamente constituida. Esta constitución esencial, es decir, la creación de la Iglesia, fue realizada por el propio Jesucristo, el cual debe llevarla también a término, y de la cual dice al Padre: «He cumplido la obra que me encomendaste». No hay nada más que añadir; basta con mantener esta obra, proteger la obra de la Iglesia y supervisar el funcionamiento de sus órganos. Para eso son necesarias dos cosas: gobernarla y perpertuar en ella la enseñanza de la verdad. El Concilio Vaticano [I]  riconduce  a estos dos objetivos la función suprema del Vicario de Jesucristo. San Pedro representa a Jesucristo en estos dos aspectos» (D. A. Grea, De L’Eglise et de sa divine Constitution; V. Concilio Vaticano I, constitución Pastor Aeternus, cap. iV).

El poder de San Pedro en la Tierra no tiene parangón, pero es un poder vicario y, como tal, no es en modo alguno absoluto; está limitado por el derecho divino de Aquél a quien representa: «El Señor confió a San Pedro las ovejas. No son las ovejas de San Pedro, sino las suyas, a fin de que nos apacentase para sí mismo, sino para el Señor» (San Agustín, Sermón 285, nº3). Por consiguiente, Pedro no tiene potestad para promover iniciativas contrarias a la misión de la Iglesia y del Romano Pontífice, como sería el Encuentro de Oración de Asís. No puede invitar a representantes de las religiones falsas a orar a sus falsos dioses en el lugar consagrado a la fe del Dios verdadero el Vicario de Aquél que dijo: «Vete, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás»» (Mt. 4, 10). El sucesor de aquel que obtuvo el primado por su fe no puede autorizar que se prescinda de Nuestro Señor Jesucristo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt. 16, 16; cf. Jn- 6, 68-69). No debe ser un tropiezo para la fe de sus hermanos e hijos el sucesor de aquel que recibió la orden de confirmarlos en la fe (Lc. 22,32).

«Hay más necesidad que nunca de llevar en las manos la Cruz de Cristo y presentarla al género humano en peligro como la única fuente de paz y de salvación». (S. Pío X, Ex quo postremus, 26 de mayo de 1914)

Marcus

(Traducido por J.E.F)

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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