La última selfie. Sermón para el domingo de Laetere 2015

Del sexto capítulo del Evangelio según San Juan: «Tomó entonces Jesús los panes, y habiendo dado gracias a su Padre, los repartió entre los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los peces, dando a todos cuanto querían”.

La alimentación de los cinco mil es el único milagro registrado en los cuatro Evangelios. Esta señal, este milagro, es considerado como un elemento central dentro del kerygma, ya que siempre se ha entendido como la prefiguración de la Sagrada Eucaristía: el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, como apuntando a la realidad milagrosa del verdadero pan del cielo que es Jesucristo dado a la Iglesia como su Presencia Real entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Y de esta manera, este evangelio siempre se ha asociado con el Cuarto Domingo de Cuaresma, Domingo de Laetare con su introito: «Alégrate, oh Jerusalén», apuntando al Sacramento de la Pascua por el cual las personas son alimentadas con el verdadero Pan de Vida.

Pero también debemos recordar que este milagro inicia el sexto capítulo del Evangelio de Juan, el gran discurso sobre la Eucaristía, cuyo clímax son las palabras de Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Son esas palabras las que causan que dejaran a Jesús algunos de sus seguidores. Son esas palabras las que enojan a los Escribas y a los Fariseos. Son esas palabras las que ayudan a iniciar el camino de los eventos que lo llevan a la Cruz. Son esas palabras las que yacen en el corazón de la comprensión de la Iglesia y de la fe en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

Cuando las personas que fueron alimentados por el milagro de los panes y los peces buscaban a Jesús más tarde, Él no se hacía ilusiones acerca de lo que buscaban. Él les dijo: «En verdad, en verdad os digo, que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque habéis comido de los panes.» Me encanta la claridad de esto. La gente lo estaba buscando para ver si Él les podía dar algo más después. El milagro como una señal es un arma de doble filo; no prueba nada al final. A simple vista, podría ser parte de un espectáculo de magia misteriosa en lugar del signo que apunta a una realidad más profunda. Y podemos imaginar a las personas reaccionando como los pobladores en el musical de Rodgers y Hammerstein cantando Carrusel:

Ha sido un picnic verdaderamente agradable, estamos muy contentos de haber venido.

Los alimentos eran buenos, ¡puedes apostarlo! ¡La compañía fue igual!

Nuestros corazones satisfechos, nuestros estómagos llenos, y nos sentimos magníficos.

Ha sido un picnic verdaderamente agradable, ¡Qué gran momento!

Uno nunca debe subestimar el egocentrismo del hombre. ¡Cómo nuestro Señor entendió esto! Cuando la gente le preguntó por más señales, les dijo: «Una generación perversa y adúltera demanda una señal y ninguna señal les será dada, sino la señal del Profeta Jonás». Y al final de la parábola del Hombre rico y Lázaro: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque se levante alguien de entre los muertos.»

No fue hace mucho tiempo no sabía lo que era una selfie (autofoto). Yo solía escuchar a mis estudiantes utilizar este término, y así que un día les pregunté qué significaba esta palabra. Me miraron con asombro y explicaron qué es una selfie. Entonces descubrí que el Museo Metropolitano de Arte había prohibido los selfie sticks (bastones auxiliares para autofotos), estos dispositivos que le permiten a uno tomar una foto de sí mismo frente a una pintura o alguna obra de arte. Mi educación selfie se completó cuando leí que esta generación es la generación selfie, marcada por un narcisismo que raya en la psicopatía. Nuestros corazones satisfechos, nuestros estómagos están llenos. Tome una selfie para capturar nuestra ronroneante autosatisfacción.

Y esto me recordó una historia que alguien me dijo una vez. Si es cierta o no, yo no lo sé. Sin embargo sucedió realmente antes de que las selfies fueran posibles, pero mi educación en selfies trotaba de alguna manera mi memoria, y me di cuenta de que la actitud selfie no era nada realmente nuevo. Había una iglesia parroquial que decidió hacer algunas reformas. El lugar lucía cansado y aburrido: alfombrado industrial, el altar indescriptible, sobre el cual colgaba un crucifijo de plástico moldeado. La parroquia tenía una gran cantidad de dinero así que podían hacer lo que quisieran. Por lo tanto contrataron a un famoso arquitecto-diseñador para hacer las reformas. Este arquitecto les preguntó qué querían. El comité de reforma respondió que querían algo que pudiera expresar quiénes eran ellos como personas. No hablaron del Barroco o Renacimiento gótico o Románico o Bauhaus. Ningún interés en el estilo. Confiamos en usted, dijeron ellos. Sólo denos algo espectacular que definirá quiénes somos como comunidad parroquial. Entonces se inició la obra. Todo fue muy secreto. Durante un tiempo la Misa fue en la planta baja de la Iglesia.

Entonces llegó el día de la inauguración. Había gran entusiasmo en todas las personas que fueron la Misa principal. Había una gran cortina roja extendiéndose a lo largo de toda la sección detrás del altar. El arquitecto habló brevemente y después se procedió a retirar lentamente la cortina del centro. Y cuando lo hizo, hubo un grito de asombro de la congregación. Al principio vieron que no había crucifijo. Se había ido. Más y más quedó a la vista, y cuando todo podía ser visto la gente estalló en fuertes aplausos. Porque lo que el arquitecto había puesto detrás del altar era un espejo gigante en el que las personas podían verse desde todos los ángulos posibles. Podían mirarse a sí mismas a lo largo de la Misa y centrarse en sí mismos de una manera que hasta ahora no habría sido posible. ¡Hurra, hurra! ¡Qué día tan fantástico! Pero la única persona infeliz era el sacerdote. Le dijo al arquitecto: ¡pero mi espalda estará hacia el espejo puesto que digo la Misa mirando a la gente! ¿Podría pedirle añadiera algo más a la reforma? Por supuesto, dijo el arquitecto. ¿Podría hacer un espejito para mí para fijarlo en el altar para que pueda mirarme mientras digo Misa? ¿Y podría ponerlo en un marco barroco pequeño de oro?

Padre Richard Cipolla

[Traducido por Eduardo Alfaro. Artículo original]

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